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La tierra y la sombra

Drama Alfonso es un viejo campesino que retorna después de 17 años al hogar que abandonó debido a que su único hijo padece una grave enfermedad. Al llegar a la región descubre que todo lo que alguna vez conoció ya no existe y que su familia está a punto de ser desplazada por una amenaza invisible que recorre los vastos laberintos de la caña de azúcar llenándolo todo con signos de destrucción y muerte. Ante este difícil panorama, Alfonso hará ... [+]
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
22 de octubre de 2015
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película colombiana inicia con un plano fijo, un resumen de lo que vendrá: polvo y tonos grises. La acción transcurre cancina, sin música, plano tras plano, cada uno de los cuáles parece una obra pictórica y es que los encuadres son perfectos. La "tierra" es el paisaje inmutable de cañaverales, tanto fuera de la casa como en el lugar de trabajo, que evidencia la ausencia de tiempo. Todo trascurre al ritmo de un trabajo lento y repetitivo. La "sombra" es la incapacidad de los personajes de escapar de ese purgatorio de muertos vivientes, se nota en la postura de los cuerpos, derrotados por la tierra y sumidos en las sombras de sus mentes. Recordé a Neruda y sus Alturas de Machu Picchu: "Todos desfallecieron esperando su muerte, su corta muerte diaria, y su quebranto aciago de cada día era, como una copa negra que bebían temblando". La diferencia es que los personajes de la película ya habían dejado de existir hace años. La estética de lo miserable ronda todo el metraje, el tiempo se hace eterno, como las vidas grises que solo esperan su muerte. Aparecen los créditos y la melodía final es incapaz de aliviar la opresión que siento en el pecho.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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31 de agosto de 2015
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva tendencia cinematografica colombiana ha logrado lo que tanto se deseabá en los 90s e inicios del 2000. Sacar el cine colombiano de aquel lugar violento, morboso y que alimentaba la idea del pais de los narcos y la traición.
Cesar Augusto nos trae una película cargada de Homenajes, la influencia de Tarkovski se hace evidente, o que hablar de películas como el Caballo de Turin de Volker y Erika Bok , pero aún así, no es algo nuevo en la industria colombiana, al parecer las escuelas y universidades cinematografias del país priman la estetica sobre la narración, films como Los Viajes del Viento, La Sirga, el Vuelco del Cangrejo son la evidencia de ello, sin embargo, se ha dejado de lado lo que personas como Aljure le han otorgado al Cine Nacional, y es un buen Guión.
No podemos decir que la Tierra y la Sombra es 80% Tarkovsky, si bien en él encontramos un guion, unos discursos potencialmente profundos que no estan en la pelicula de Cesar Augusto, auque el entorno quemandose como sucede en el Sacrificio, tomas largas como en Stalker, vacios existenciales como en Nostalgía son evidentes homenajes, La sombra y la tierra carece de fuerza discursiva, conversaciones poeticas e incluso existenciales, las señales de un Valle del Cauca desconocido, de un país arrojado al abandono estatal son el eje central de la historia.
Tal vez la película ha sido inspirada por el mayor de los Buendia en 100 años de soledad, tal vez en la Hojaras o simplemente la actitud mecanica de vincular cualquier historia colombiana, del campo y el arte al ya inmortal Garcia marquez, tal cual ha sido expresado por el blog de crtica “La Pajarera del Medio” por ser este valle del Cauca (lugar donde se desarrolla la cinta) un lugar mitico, poetico cargado de realismo magico. sin embargo, lo perimero que se resalta en la pelicula, son sus planos y movimientos de camara al igual que su fotografia, de ahí el premio recibido en Canes que la acreditan como la película colombiana más importante hasta el momento.
Finalmente y al igual que el Sacrificio de Tarkovsky, la casa es el personaje principal, y a traves de ella nos inserta en un lugar donde la sombras predominan y ayuenta todo tipo de vida.
Adrián Cantor
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25 de julio de 2015
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
He decidido titular esta segunda parte “la importancia de la casa”, porque es un tema que me parece muy importante en el desarrollo del filme.

La película inicia con una toma donde un hombre (Alfonso), camina por un largo sendero solitario rodeado de cultivos de caña, de forma pausada y silenciosa, con un andar tímido, cuidadoso y quizás abatido, como aquel simula la discreción o la vergüenza. En un momento Alfonso debe ahorillarse del angosto sendero por un camión que pasa y deja tras de sí una abundante nube o tormenta polvorienta que empapa la pantalla y llega al misma espectador e inmediatamente lo traslada, como por efecto de un polvo mágico al microuniverso que Acevedo ha creado. El efecto de la escena es tan real, que resulta más efectivo que los inútiles intentos del 3D en acercar sensaciones reales al espectador… que aquí (y como ocurre en los grandes filmes) son facilitados, gracias a la belleza y la precisión de la toma. A partir de ahí entramos directamente en el filme… Y nos prepara para lo que veremos a continuación.

Lo primero que destaca en La tierra y la sombra es su impresionante fotografía, a cargo del talentoso Mateo Guzmán, que realiza un trabajo excelente, además de la dirección de Acevedo, cada plano está tan bellamente filmado y ejecutado que parecen pequeñas obras de arte. Y la ambientación, ¡qué manera de aprovechar los recursos!, los elementos, los objetos, la decoración austera y la misma naturaleza... Algo que me recordó a mi venerado Andrei Tarkovsky, el gran director ruso, del que recordé momentos de “Sacrificio”, por los personajes y el foco de atención en una casa, y “Nostalgia”, en el aspecto visual. Pero como los bueno artistas, Acevedo bebe de fuentes, pero las hace suyas y construye algo nuevo e identificable, que es algo que me sorprendió que escaseara en las propuestas cinematográficas nacionales.

La historia es sencilla, bella, poética, íntima, triste y profundamente dolorosa. Los personajes son bellamente retratados, y el espectador, o al menos yo los sentí cercanos. La madre me recordó a mis abuelas, quizás por su vestuario, su fragilidad, y por la determinación de las matronas colombianas. Al igual que Alfonso, aunque no pude conocer mucho a mis abuelos porque fallecieron cuando estaba muy pequeño, pude encontrar alguna relación en detalles de su personalidad. Al igual, la esposa y su pequeño niño, gran trabajo en la selección y dirección de actores, todos hacen un trabajo que reboza naturalidad, y que acompañan de gran forma a esa bella narración donde prevalece la imagen, los símbolos, los primeros planos de espalda, las sensaciones, la poesía, el fuego y que construye una sinfonía propia a través de los sonidos de la naturaleza, las respiraciones, el sonido de la caña quemándose, de los cortes, y de aquellos sonidos que se reproducen con autonomía a través de las expresiones de sus personajes… y nos damos cuenta que no fue necesaria música adicional y una BSO, porque estos filmes con imágenes tan trabajadas llevan inmersos su propia música. Eso sí, la única melodía que suena es en el bar y al final del filme, "Amor se escribe con llanto", Hermosa.

La casa es otro personaje, uno silencioso, inmutable y permanente que sirve de testigo a todo el drama que se desarrolla pero que no juzga ni emite juicios. En mis reflexiones posteriores al visionado del filme le he dado tantos significados que no podría decirlos todos… Uno de ellos, es que la casa, no sólo en la película sino en general es un símbolo de seguridad. ¿A quién no le da dura abandonar su casa? Sin importar en el sitio, barrio o zona en que se encuentre, como menciona Juan José Millás en su libro “El Mundo”, la calle en que nacimos siempre permanece en nuestra memoria sin importar el domicilio en el que estemos, ciudad o país, siempre en nuestra memoria, nuestra calle y nuestra casa estará presente… Por esto mismo, una de las interpretaciones o reflexiones de la casa, es una reflexión, al mismo tiempo que una crítica social sobre aquellos desplazados que tienen que abandonarla y migrar a lugares desconocidos. Aunque hay algunos que persistirán y permanecerán en ella, aunque esto representa la misma muerte. Esta es una de las tantas interpretaciones que me ha generado el bello símbolo de la casa como elemento central de todo lo que ocurre en la historia.

Ver completa en:
http://asbvirtualinfo.blogspot.com/2015/07/critica-pelicula-la-tierra-y-la-sombra.html
Alejandro
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30 de julio de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película recientemente galardona den Cannes, es una historia que relatada con escasos emplazamientos de cámara, logrando que más de una toma sea un plano secuencia, nos remite a la idea (con una fotografía magistral) a los más tristes momentos de unos campesinos colombianos.

Pero al margen de tanta tristeza, la historia también nos permite a que el tiempo no tiene intención de hacer feliz a nadie. El paso de las horas es un continuo acercamiento a las deshoras en tierras donde sus sombras ahuyentan la vida.

Película pues para afirmar, en escasas escenas de transición, que como reza la canción: “amor se escribe con llanto”. Un triste bambuco colombiano que deja la razón de unas horas más bien cargadas de incertidumbre. Y esa es la clave de la lectura de este filme, la incertidumbre a la vida y por supuesto a la muerte.

Gonzalo Restrepo Sánchez
Visite: www.elcinesinirmaslejos.com.co
gonzalo restrepo sanchez
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9 de septiembre de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un velo de encaje cubre pobremente una pequeña ventana. Mientras se escuchan los estertores del moribundo que habita el cuarto, el velo se infla levemente con el viento, como los pulmones llenos de huecos, casi inservibles de ese pobre hombre. Adentro, ese futuro cadáver es un ancla que reúne por un corto tiempo a una familia rota; afuera, cae una lluvia de cenizas sobre un mar de caña.
Con esa escena, mi favorita sin parangón de La tierra y la sombra me bastó para saber que estaba viendo la película de un poeta con el corazón quebrado, migado, hecho polvo y ceniza. También con esa escena tuve claro una vez más que no solo “el amor se escribe con llanto” como canta el bambuco de Álvaro Dalmar durante el metraje, sino que también el arte se escribe con la misma tinta y que ese dolor es pasto nutritivo para el genio artístico.

Saltémonos lo obvio. Seguramente todos mencionarán la relevancia de la ópera prima de Acevedo para el cine nacional y de sus premios en Cannes. Hagamos por un momento el ejercicio de pensar que esos premios no hubiesen tenido lugar, que este fuera un largometraje como cualquier otro que llega a nuestros ojos y del que no tuviéramos noticia alguna. Hecho esto, es cuando podemos hablar de por qué esta es una gran película, porque los premios… los premios son solo una recompensa a la virtud de esta obra de arte, así que da igual si llegaron o no para juzgarla.

Para empezar, este largometraje es estupendo porque alcanza ese nivel poco habitual que hace que una obra humana se convierta en arte. Acevedo consigue que una historia sencilla se cuele lentamente en el pecho del espectador y repte allá dentro hasta morderle el alma. Seguro, como me pasó a mí, son muchos los espectadores que han visto La tierra y la sombra y han quedado desasosegados y con una tristeza cruel que ni siquiera otorga el consuelo de romper en llanto. Esta película va directo al interruptor de la melancolía y la nostalgia, porque, a fin de cuentas, de eso, en gran medida, es de lo que trata. Esta es una historia sobre una gran tragedia de nuestro país, pero también sobre una tragedia universal, la del desarraigo, la de esa necesidad de supervivencia que nos obliga a abandonar los espacios, los cuerpos y la tierra para mantenernos con vida, tanto física como espiritualmente. Es por esto que el breve regreso a casa del protagonista de esta historia es la visita al reino de las sombras, de los recuerdos que se han llevado el tiempo y el fuego. Se trata del retorno a todo eso que está encerrado y oculto, como ese hijo moribundo al que se protege del polvo y la ceniza mediante el más deprimente y oscuro encierro. Esa rotunda capacidad para inocularnos el dolor del desarraigo y la nostalgia, quebrando a machetazos la idea bucólica del campo como un paraíso, es seguramente lo que hace que esta película sea tan notable y única en su forma de mirar.
Pero también está ahí el poder audiovisual que despliega Acebedo, con unos planos compuestos con esmero geométrico en los que la cámara interviene llena de expresividad, como si quisiera mostrarnos que está haciendo una mueca de dolor y tristeza aquí, o una de suspirante sonrisa más allá. A esa cámara, además, le confiere un movimiento pausado y cadencioso como el de las hojas de los cañaduzales, estableciendo un ritmo lacónico que transmite ese peso existencial de los personajes e incluso la incapacidad de respiración de aquel hijo enfermo que ya solo vive para esperar la muerte.
Como si no fuera ya bastante, la película también hace gala de un manejo del color lleno de elegancia y sutileza que crea una extraña atmósfera de desolación desértica en medio de los verdes cultivos de caña que inundan el horizonte.
Luego está todo el andamiaje simbólico, soberbio, pero hecho como con ganas de pasar desapercibido: esos pájaros que el niño llama y aguarda pero que nunca descienden del árbol para comer, esa sábana que amortaja al hombre enfermo incluso antes de fallecer y bajo la que en más de una ocasión vemos también cubierto a su pequeño hijo, ese formidable caballo que se le cuela en la casa y en los sueños al protagonista, esa omnipresente ceniza que va cubriendo a los vivos de muerte, esa cometa colorida alzando vuelo para anunciar el fin de la vida, …
Hay más, el propio sonido y la ausencia del mismo están allí al servicio de esa melancolía que se mueve lenta y que parece inofensiva, pero que abre tajos, tal como lo hacen, una vez más, las hojas de caña.
Es justo también mencionar el trabajo de los actores, quienes salidos de esa realidad que retrata Acevedo, llevan consigo las marcas del doloroso amor por la tierra y la familia en un microcosmos en el que ambos se vuelven polvo.

La tierra y la sombra es un poema audiovisual y como tal debe ser visto, leído, sufrido y disfrutado. Cuando el 23 de julio esté disponible en cartelera, olvídese usted de ir a verla porque ganó, entre otros premios, la cámara de oro en Cannes, o porque hay que apoyar al cine nacional, o porque todo el mundo habla de ella y hay que estar al día. Vaya por usted mismo, por lo que el hecho de verla y entregarse a ella representará como alimento para sus ojos y su alma. Vaya a verla porque el contacto con una obra de arte con tamaña capacidad de vulnerarlo es una experiencia pocas veces disponible que no debe nunca tomarse a la ligera.
Andrés Vélez Cuervo
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