El artista y la modelo
Drama
Verano de 1943. En un lugar de la Francia ocupada, no lejos de la frontera española, vive retirado un viejo y famoso escultor que se siente hastiado de la vida y de la locura de los hombres. Ya nada es capaz de animarle, de servirle de estímulo. Sin embargo, con la llegada de Mercé, una joven española que se ha fugado de un campo de refugiados y que le servirá de musa, renace en él el deseo de volver a trabajar y esculpir su última obra. (FILMAFFINITY) [+]
24 de noviembre de 2012
24 de noviembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres eran las elegidas para representar a España en los Oscar, ‘Blancanieves’ de Pablo Berger, ‘Grupo 7′ de la que ya hablamos anteriormente, y ‘El artista y la modelo’ de Fernando Trueba que aunque fue finalmente descartada, había recibido buenas críticas en general. Después de verla tengo la sensación de que posiblemente hemos descartado una buena película pero muy lenta, sin acción, diametralmente opuesta al estilo hollywoodiense.
La película nos presenta a un escultor retirado y que apenas encuentra alicientes a su existencia tras una vida presumiblemente plena. Sin embargo, con la llegada de una joven renacerá en él el deseo de hacer su última obra. Esta joven será la musa y fuente de inspiración del artista. Cronológicamente nos sitúa en un lugar de la Francia ocupada en el verano de 1943. El papel del escultor está interpretado de manera notable por Jean Rochefort y la musa será la joven Aida Folch quien nos sorprenderá convirtiendo el desnudo en algo natural y sensual. El resto del reparto lo completan ni más ni menos que Claudia Cardinale y una Chus Lampreave que chapurrea francés de una manera que puede rozar la vergüenza ajena.
Técnicamente la película está muy bien rodada se nota la experiencia de Fernando Trueba, y aunque nos gustan muchos planos que parecen fotografías, nos demuestre su manejo de la luz pese a ser en blanco y negro, y nos quedemos escuchando el sonido ambiente afirmándonos que se puede rodar una película y no tener banda sonora, no consigue quitarnos esa sensación de lentitud, sopor y finalmente imperioso deseo de que pase algo.
Aunque la película como decíamos puede ser técnicamente una obra de arte y me aparece acertado el rodaje en blanco y negro para la misma, que tanto se lleva actualmente gracias a ‘The Artist’, podemos concluir que ‘El artista y la modelo’ es una película que no gustará al público en general porque se hace reiterativa y en varios momentos, aburrida, lenta o pesada, aunque desprenda arte por todos los costados. Quizás sea el momento de pisar el freno, detenerse y observar, sobre todo observar tranquilamente, sin prisas ni tiempo, las cosas pequeñas y las cosas grandes, el agua del río, la forma de una rama, cualquier cosa, observar.
Más información: http://www.zinefilos.com/estrenos/critica-el-artista-y-la-modelo
La película nos presenta a un escultor retirado y que apenas encuentra alicientes a su existencia tras una vida presumiblemente plena. Sin embargo, con la llegada de una joven renacerá en él el deseo de hacer su última obra. Esta joven será la musa y fuente de inspiración del artista. Cronológicamente nos sitúa en un lugar de la Francia ocupada en el verano de 1943. El papel del escultor está interpretado de manera notable por Jean Rochefort y la musa será la joven Aida Folch quien nos sorprenderá convirtiendo el desnudo en algo natural y sensual. El resto del reparto lo completan ni más ni menos que Claudia Cardinale y una Chus Lampreave que chapurrea francés de una manera que puede rozar la vergüenza ajena.
Técnicamente la película está muy bien rodada se nota la experiencia de Fernando Trueba, y aunque nos gustan muchos planos que parecen fotografías, nos demuestre su manejo de la luz pese a ser en blanco y negro, y nos quedemos escuchando el sonido ambiente afirmándonos que se puede rodar una película y no tener banda sonora, no consigue quitarnos esa sensación de lentitud, sopor y finalmente imperioso deseo de que pase algo.
Aunque la película como decíamos puede ser técnicamente una obra de arte y me aparece acertado el rodaje en blanco y negro para la misma, que tanto se lleva actualmente gracias a ‘The Artist’, podemos concluir que ‘El artista y la modelo’ es una película que no gustará al público en general porque se hace reiterativa y en varios momentos, aburrida, lenta o pesada, aunque desprenda arte por todos los costados. Quizás sea el momento de pisar el freno, detenerse y observar, sobre todo observar tranquilamente, sin prisas ni tiempo, las cosas pequeñas y las cosas grandes, el agua del río, la forma de una rama, cualquier cosa, observar.
Más información: http://www.zinefilos.com/estrenos/critica-el-artista-y-la-modelo
11 de octubre de 2013
11 de octubre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia nos ha acabado demostrando un axioma muy peculiar: las guerras generan arte. Con cada conflicto bélico, los sentimientos humanos afloran hasta tal punto que es en estos períodos cuando se desarrollan varias de las obras artísticas que perduran en el tiempo. Este punto de vista queda sintetizado a la perfección con una reflexión del ficticio personaje Harry Lime en la extraordinaria película El tercer hombre (Carol Reed, 1949): “En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras matanzas, asesinatos... Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!".
Con tal idea como trasfondo, Fernando Trueba dirige la vista en El artista y la modelo a un pequeño pueblo de la Francia ocupada por los nazis, y que se encuentra muy próximo a la frontera con España. Allí vive Marc (Jean Rochefort), un veterano escultor francés cuyo tema de trabajo radica exclusivamente en el cuerpo femenino. Léa (Claudia Cardinale), que otrora fue su más distinguida modelo, le presenta un día a Mercé (Aida Folch), una joven vagabunda desterrada de España y que salió recientemente de un campo de concentración. Entre ambos, el artista y la modelo, se desarrollará una relación fría, que parece plantear muy poco fuera del ámbito estrictamente laboral.
La hermosa fotografía, en blanco y negro, le sirve a Trueba para dar mayor peso a un guión con poca mordiente. En efecto, la trama apenas logra avanzar de su punto de partida y ni siquiera una emotiva (y algo forzada) escena entre los dos protagonistas puede dotar de más alma a una obra que peca de cargante durante muchos minutos. Pese a que es notable el empeño del director por huir de ciertos tópicos, existe un elevado riesgo de que el espectador se quede al final con la sensación de que desde los primeros minutos ya sabía cómo iba a terminar la película.
Más allá del aspecto visual, el punto fuerte de El artista y la modelo se encuentra en su dúo protagonista. Tanto Rochefort como Folch hacen buenos sus papeles gracias a que no los agrandan de manera artificial. En efecto, aunque resulte paradójico, el no ofrecer una actuación desmesurada, propia de un cazaoscars cualquiera, provoca que la obra no caiga en una trivialidad que hubiese sido fatal.
Asimismo, llama la atención cómo Trueba huye casi por completo del conflicto bélico que se desarrolla a la par que la acción. Salvo un par de retazos (en uno de los cuales hay que aplaudir al autor por su descripción del teórico malvado), el director se centra poco más que en el hogar del artista. Parece evidente señalar que la guerra no llega a todos los lugares, pero si atendemos a cómo otros cineastas terminan distorsionando un contexto bélico hasta transformar el producto en una película de acción, es justo admirar que en esta obra no se haya sobrepasado tal límite.
Con todo, El artista y la modelo es una película que termina haciendo justicia al mundo del arte que su director intenta glorificar, pero que no deja excesivo poso ante su flagrante conservadurismo. ¿Hubiera merecido la pena correr un mayor riesgo a expensas de que el resultado final pudiese haber sido grotesco? Sólo lo sabrán Trueba y el co-autor del guión, Jean-Claude Carriere, pero lo que sí está probado es que muchos espectadores no reservarán un pedazo de su corazón cinematográfico a una obra que no conmueve ni hace reflexionar, por muy bien trabajada que esté desde el punto de vista estético.
Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Con tal idea como trasfondo, Fernando Trueba dirige la vista en El artista y la modelo a un pequeño pueblo de la Francia ocupada por los nazis, y que se encuentra muy próximo a la frontera con España. Allí vive Marc (Jean Rochefort), un veterano escultor francés cuyo tema de trabajo radica exclusivamente en el cuerpo femenino. Léa (Claudia Cardinale), que otrora fue su más distinguida modelo, le presenta un día a Mercé (Aida Folch), una joven vagabunda desterrada de España y que salió recientemente de un campo de concentración. Entre ambos, el artista y la modelo, se desarrollará una relación fría, que parece plantear muy poco fuera del ámbito estrictamente laboral.
La hermosa fotografía, en blanco y negro, le sirve a Trueba para dar mayor peso a un guión con poca mordiente. En efecto, la trama apenas logra avanzar de su punto de partida y ni siquiera una emotiva (y algo forzada) escena entre los dos protagonistas puede dotar de más alma a una obra que peca de cargante durante muchos minutos. Pese a que es notable el empeño del director por huir de ciertos tópicos, existe un elevado riesgo de que el espectador se quede al final con la sensación de que desde los primeros minutos ya sabía cómo iba a terminar la película.
Más allá del aspecto visual, el punto fuerte de El artista y la modelo se encuentra en su dúo protagonista. Tanto Rochefort como Folch hacen buenos sus papeles gracias a que no los agrandan de manera artificial. En efecto, aunque resulte paradójico, el no ofrecer una actuación desmesurada, propia de un cazaoscars cualquiera, provoca que la obra no caiga en una trivialidad que hubiese sido fatal.
Asimismo, llama la atención cómo Trueba huye casi por completo del conflicto bélico que se desarrolla a la par que la acción. Salvo un par de retazos (en uno de los cuales hay que aplaudir al autor por su descripción del teórico malvado), el director se centra poco más que en el hogar del artista. Parece evidente señalar que la guerra no llega a todos los lugares, pero si atendemos a cómo otros cineastas terminan distorsionando un contexto bélico hasta transformar el producto en una película de acción, es justo admirar que en esta obra no se haya sobrepasado tal límite.
Con todo, El artista y la modelo es una película que termina haciendo justicia al mundo del arte que su director intenta glorificar, pero que no deja excesivo poso ante su flagrante conservadurismo. ¿Hubiera merecido la pena correr un mayor riesgo a expensas de que el resultado final pudiese haber sido grotesco? Sólo lo sabrán Trueba y el co-autor del guión, Jean-Claude Carriere, pero lo que sí está probado es que muchos espectadores no reservarán un pedazo de su corazón cinematográfico a una obra que no conmueve ni hace reflexionar, por muy bien trabajada que esté desde el punto de vista estético.
Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
28 de febrero de 2014
28 de febrero de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un anciano artista refugiado de la ocupación alemana en el sur de Francia, en plena IIGM, recupera su ilusión ante una nueva modelo y decide crear su última gran obra escultórica, que resulta ser la "Mediterránea" del franco-catalán Aristide Maillol, un escultura bien conocida, gestada y creada veinte años antes de la guerra. Y aunque esta película no es un declarado biopic de Maillol, la elección de su obra resulta muy significativa.
Maillol alcanzó gran popularidad internacional en las primeras décadas del siglo XX por sus esculturas de rotundos desnudos femeninos que buscaban una vuelta a la equilibrada y atemporal estética del clasicismo griego. Sus obras no eran retratos, sino representaciones de un ideal inspirado por la naturaleza, pero despojado de anécdota. Su objetivo no era la expresividad, sino el equilibrio. Sus años de triunfo coincidieron con el desarrollo de las vanguardias. Ante tantas novedades, el arte de Maillol quedó anacrónico y puede ser considerado el último gran representante del clasicismo.
Trueba y Carriere recuperan en esta película el ritmo y los pequeños placeres de una vida anterior a la aceleración del mundo contemporáneo, en un lugar apenas sacudido por el estremecimiento del mundo, atemporal como el viejo clasicismo mediterráneo. Un contexto ideal para este canto del cisne del irrecuperable equilibrio clásico. Una natural Aida Folch da la réplica a un contenido Jean Rochefort, el viejo artista que se despide de la vida. Claudia Cardinale es un auténtico acierto de casting, no tanto por su talento interpretativo como por ser la encarnación ideal de lo que el tiempo hace con eso tan difícil de aprehender como es la belleza. Sic transit...
Maillol alcanzó gran popularidad internacional en las primeras décadas del siglo XX por sus esculturas de rotundos desnudos femeninos que buscaban una vuelta a la equilibrada y atemporal estética del clasicismo griego. Sus obras no eran retratos, sino representaciones de un ideal inspirado por la naturaleza, pero despojado de anécdota. Su objetivo no era la expresividad, sino el equilibrio. Sus años de triunfo coincidieron con el desarrollo de las vanguardias. Ante tantas novedades, el arte de Maillol quedó anacrónico y puede ser considerado el último gran representante del clasicismo.
Trueba y Carriere recuperan en esta película el ritmo y los pequeños placeres de una vida anterior a la aceleración del mundo contemporáneo, en un lugar apenas sacudido por el estremecimiento del mundo, atemporal como el viejo clasicismo mediterráneo. Un contexto ideal para este canto del cisne del irrecuperable equilibrio clásico. Una natural Aida Folch da la réplica a un contenido Jean Rochefort, el viejo artista que se despide de la vida. Claudia Cardinale es un auténtico acierto de casting, no tanto por su talento interpretativo como por ser la encarnación ideal de lo que el tiempo hace con eso tan difícil de aprehender como es la belleza. Sic transit...
3 de octubre de 2015
3 de octubre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película muy ambiciosa, llena de ideas morrocotudas, que puede confundir en cierta manera por su forma luminosa, elegante, delicada. Y esa parece "la idea" de Trueba: lograr una obra madura con esa difícil sencillez profunda, sin los alardes histriónicos de la juventud, sin los excesos de fuerza; intentar conseguir cierta "naturalidad", ir a lo esencial, con voz baja, sin prisas, observar con amor e inteligencia, con la sabiduría del que "comprende las cosas".
Y es en esta tensión, entre lo naíf, la fábula armoniosa sobre el discurrir cotidiano, inadvertido; y el cine como un modo de explicar la realidad, sentenciosamente; donde chirría un poco, desfallece varias veces, se deja caer con displicente pedantería, lánguidamente. Y al final, quizás, se le acumulan las conclusiones y las lecciones, las enseñanzas, moralejas y reflexiones.
En primer lugar, y sobre todo, es una oda a la mujer, el animal más bello del mundo, el imprescindible, el primero, la forma esencial; un homenaje emocionado a su cuerpo. Y, como consecuencia, a la Naturaleza (la película es una celebración evidente de esta, constantemente) y a la Vida.
Después, es una meditación sobre el arte y los artistas, sobre su lucha por alcanzar la obra, por atrapar la verdad de las cosas, sin aspavientos, en su efímera elocuencia y silenciosa humildad. El arte sería un instrumento; un modo de poseer o sublimar esa parte de la naturaleza tan hermosa que es la mujer, de agarrar lo inapresable.
También es, obviamente, una historia de amor sutil, imposible, emocionada y dolorosa. La última o la primera, según se vea, entre un hombre al final de sus días y una mujer al principio de todo; entre un creador refinado y una campesina sin cultivar.
Y de fondo, el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial, que llega a este pequeño pueblo de Francia a través de varios personajes y sucesos (el nazi bueno, el joven militar herido... ).
En suma y resumen, es admirable y valiosa, pero no está ni mucho menos totalmente conseguida. Quizás quede descompensada, fracturada por el deseo de decirlo todo con la apariencia de no querer decir nada. En ese sentido, se le ven las costuras, muy especialmente al final.
Y es en esta tensión, entre lo naíf, la fábula armoniosa sobre el discurrir cotidiano, inadvertido; y el cine como un modo de explicar la realidad, sentenciosamente; donde chirría un poco, desfallece varias veces, se deja caer con displicente pedantería, lánguidamente. Y al final, quizás, se le acumulan las conclusiones y las lecciones, las enseñanzas, moralejas y reflexiones.
En primer lugar, y sobre todo, es una oda a la mujer, el animal más bello del mundo, el imprescindible, el primero, la forma esencial; un homenaje emocionado a su cuerpo. Y, como consecuencia, a la Naturaleza (la película es una celebración evidente de esta, constantemente) y a la Vida.
Después, es una meditación sobre el arte y los artistas, sobre su lucha por alcanzar la obra, por atrapar la verdad de las cosas, sin aspavientos, en su efímera elocuencia y silenciosa humildad. El arte sería un instrumento; un modo de poseer o sublimar esa parte de la naturaleza tan hermosa que es la mujer, de agarrar lo inapresable.
También es, obviamente, una historia de amor sutil, imposible, emocionada y dolorosa. La última o la primera, según se vea, entre un hombre al final de sus días y una mujer al principio de todo; entre un creador refinado y una campesina sin cultivar.
Y de fondo, el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial, que llega a este pequeño pueblo de Francia a través de varios personajes y sucesos (el nazi bueno, el joven militar herido... ).
En suma y resumen, es admirable y valiosa, pero no está ni mucho menos totalmente conseguida. Quizás quede descompensada, fracturada por el deseo de decirlo todo con la apariencia de no querer decir nada. En ese sentido, se le ven las costuras, muy especialmente al final.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En mi opinión, este final es demasiado explícito y solemne. Muere el artista, permanecen la modelo y la obra (esa metáfora queda plasmada en los últimos planos).
Ese escopetazo desgarra el tono de la historia, es un brochazo grueso en medio de una pintura callada, un gesto excesivo, gritón, forzado. No creo que fuera necesario ese subrayado.
Están muy bien los dos, soberbios.
Ese escopetazo desgarra el tono de la historia, es un brochazo grueso en medio de una pintura callada, un gesto excesivo, gritón, forzado. No creo que fuera necesario ese subrayado.
Están muy bien los dos, soberbios.
2 de febrero de 2016
2 de febrero de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Trueba sueña y tiene una "idea". El es el Tarkovsky "español". Ui. Español no. El Tarkovsky que vive en "este pais". Asi mejor. Entonces obtiene una subvención del Ministerio y se decide a rodar una peli "personal". Donde demostrará la anterior aseveración.
Se rodea de una chica mona que no sabe doblarse a si mismo, de un prestigioso actor francés, de una estrella internacional veterana y de una nacional.
Se pone tras la cámara y demuestra que sabe rodar, que sabe fotografiar de maravilla en blanco y negro, que Claudia Cardinale no es ya ni la sombra de si misma. Y nos tiene casi dos horas fotografiando estanques, modelos desnudas nadando, modelo desnuda posando, modelo desnuda caminando...
Poco importa que Cardinale y Lampreave sean elementos decorativos. Poco importa el risible nazi. Poco importa la Guerra Mundial. El protagonista, quizás el alter ego de Trueba, solo le importa una cosa. El mismo. Es un narcisista convencido, que se deja adular por la SS con tal de que le digan lo buen artista que es.
Las Historias paralelas mejor ni mentarlas, metidas con calzador y sin relación alguna con el resto de la Historia.
Todo lo que salga de la burbuja del Trueba/Rochefort sobra. Todo es atrezzo. Solo importa la idea (la escultura/la película).
Lo peor es que eso se explica en los únicos 5 minutos magníficos que tiene la cinta. Cuando el artista le explica a la modelo un dibujo garabateado de Rembrandt. La idea. La única que subyace en todo el repetitivo metraje. Y es francamente bonito como lo cuenta el artista a la modelo.
Hubiera sido un sobresaliente cortometraje de 5-10 minutos. Pero claro, Trueba no podría haberse creido Tarkovsky.
Se rodea de una chica mona que no sabe doblarse a si mismo, de un prestigioso actor francés, de una estrella internacional veterana y de una nacional.
Se pone tras la cámara y demuestra que sabe rodar, que sabe fotografiar de maravilla en blanco y negro, que Claudia Cardinale no es ya ni la sombra de si misma. Y nos tiene casi dos horas fotografiando estanques, modelos desnudas nadando, modelo desnuda posando, modelo desnuda caminando...
Poco importa que Cardinale y Lampreave sean elementos decorativos. Poco importa el risible nazi. Poco importa la Guerra Mundial. El protagonista, quizás el alter ego de Trueba, solo le importa una cosa. El mismo. Es un narcisista convencido, que se deja adular por la SS con tal de que le digan lo buen artista que es.
Las Historias paralelas mejor ni mentarlas, metidas con calzador y sin relación alguna con el resto de la Historia.
Todo lo que salga de la burbuja del Trueba/Rochefort sobra. Todo es atrezzo. Solo importa la idea (la escultura/la película).
Lo peor es que eso se explica en los únicos 5 minutos magníficos que tiene la cinta. Cuando el artista le explica a la modelo un dibujo garabateado de Rembrandt. La idea. La única que subyace en todo el repetitivo metraje. Y es francamente bonito como lo cuenta el artista a la modelo.
Hubiera sido un sobresaliente cortometraje de 5-10 minutos. Pero claro, Trueba no podría haberse creido Tarkovsky.
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