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Días de vino y rosas

Drama. Romance Joe Clay, jefe de relaciones públicas de una empresa de San Francisco, conoce durante una fiesta a la bella Kirsten Arnesen. La muchacha se muestra cautelosa al principio, debido a la afición de Joe a la bebida, pero después sucumbe ante su simpatía y se casa con él. (FILMAFFINITY)
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Críticas 105
Críticas ordenadas por utilidad
2 de diciembre de 2020
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida a menudo te plantea situaciones propicias que te invitan al exceso, generalmente de forma irresponsable, por motivos sentimentales, problemas personales, asuntos sociales o de ámbito laboral, es éste último el que protagoniza la gran película de Edwards, quizás la más seria reflexión sobre la adicción al alcohol y sus devastadoras consecuencias. El alcoholismo es una enfermedad mucho más peligrosa de lo que pensamos, porque degrada progresivamente la dignidad humana y provoca una profunda y lacerante angustia a tus seres queridos. La embriaguez está socialmente aceptada en ciertos momentos, porque inhibe al sujeto de cualquier prejuicio o pudor, lo transforma y lo domina hasta hacerlo esclavo y dependiente. Es entonces cuando esa misma sociedad te repudia y margina, empujándote al infierno de la abstinencia.

Prefiero al Blake Edwards de los dramas y thrillers (Chantaje contra una mujer, Días de vino y rosas), al de las comedias, seguramente porque su humor del absurdo nunca me cautivó. Comedias en las que por otra parte la industria le encasilló apresuradamente. Debo ser de los pocos que no ensalzan esas comedias tan famosas como “El guateque” o “La pantera rosa”, entre otras, aunque no desmerecen, sólo me quedaría con “Desayuno con diamantes”, por Audrey, "Moon river" y su delicioso romanticismo. El origen de esta sobrecogedora película fue un telefilm realizado cinco años antes por John Frankenheimer con Clift Robertson como protagonista. Nadie podía esperar que un habitual director de comedias y el mayor comediante de ese tiempo que era Jack Lemmon, pudieran hacer una obra tan amarga y emotiva como ésta.

Una fábula de corte moralista que debe su eficacia en gran medida al esmerado trabajo de sus actores y a la fotografía en claroscuro de blanco y negro, donde dominan los primeros planos extenuantes sobre unos personajes en situación límite, muy adecuado al drama sórdido y patético en ocasiones que rezuma el film. Curiosamente la película comienza como una comedia estilizada y lúdica, se nos presenta el personaje central Joe Clay (Lemmon), como un hombre afable y sumiso, empleado en relaciones públicas que conocerá mediante el clásico equívoco a una secretaria, Kirsten (la bellísima Lee Remick), formando una familia de clase media, importante personaje es el suegro de Joe, un excelente secundario, Charles Bickford.

El clima desenfadado y amable deriva rápidamente hacia un drama autodestructivo de un realismo social apabullante, mediante el alcohol, las necesidades afectivas, los sueños rotos y los fracasos profesionales derivados de una competencia insensata y poco civilizada. La película está poblada de escenas impactantes y terroríficas cercanas a la locura de una atroz dependencia insalvable, una espeluznante diatriba sobre la adicción y sus nefastas consecuencias. Más que un film sobre el alcoholismo, es un film sobre dos personas que beben casi siempre con fruición. Eso ayuda a dar al film un tono adulto, alternativamente ligero y sombrío, que es su mejor propuesta. Destacar la música siempre delicada y maravillosa del maestro Henry Mancini, habitual en el cine de Edwards. Obra muy recomendable que gana prestigio con el paso del tiempo.
EL ALBATROS
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25 de abril de 2006
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un director de comedias como Blake Edwards se metió de lleno en el drama con esta gran película, impactante por el realismo y la crudeza con que se trata el tema del alcoholismo.
La historia muestra la evolución de la pareja protagonista desde el inicio en que es sólo él quien bebe, utilizando la bebida como un elemento social más de su trabajo; ella no lo hace, aunque se ve forzada a ello para sintonizar mejor con éste cuando llega a casa "alegre" después de la jornada laboral.
Su proceso de degradación se narra con credibilidad y dramatismo y sin concesiones, las interpretaciones de Jack Lemmon y Lee Remick son inmejorables y van convincentemente de la euforia a la desolación, de la entereza al patetismo, según les dicta su estado emocional.
Es una película profunda que consigue ahondar en un problema como es la adicción, en este caso al alcohol, e incluso evita una conclusión fácil y complaciente.
Ennis
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7 de noviembre de 2011
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A día de hoy, y me temo que hasta el mismo instante en que exista una vacuna efectiva contra el alcoholismo, "Días de vino y rosas", sigue gozando de una aterradora actualidad.
La vida de una pareja que se quiere, y que quieren todo aquello que alguna vez les hizo encontrarse y ser felices; hasta el preciso momento en que dejan de ser dos y el tercero en discordia, que no es su hija, crece de manera exagerada.
El que ha llegado al hogar de Joe y Kirsten, con intenciones de quedarse, es un elemento que va de simpático pero que tiene un irascible temperamento; hace valer su alta graduación, no menos de 40º; varía de color, sabor y hasta de nombre; acaba desquiciando cuando desaparece y gusta de vivir dentro de las botellas. En sus buenos momentos tenía en la caricia sedosa su arma más persuasora; ahora, cuando las rosas yacen marchitas en el vacío frasco de ginebra, utiliza denigrantes métodos para acentuar su presencia, y sádicas fórmulas para torturar con su ausencia.

Blake Edwards construyó, con la inestimable ayuda de los dos protagonistas (Lemmon y Remick) uno de los mejores tratados sobre el alcohol y sus devastadores efectos, sin dejarse llevar por facilones efectismos propios de los temas que tienen que ver con las adicciones.
Yo considero imprescindible su visionado y supongo que quienes luchan contra la terrible enfermedad la utilizarán como manual de autoayuda.
Sinhué
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8 de julio de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Days of wine and roses (Dias de vino y rosas, 1962) es una de las películas dirigidas por Blake Edwards más bien recibidas por la crítica. Lo cierto es que es una película irregular, que muestra una vena dramática demasiado sensiblera, en relación al tema tan contundente que trata el filme, como es el Alcoholismo.

La película tiene dos problemas principales. Uno de ellos es el montaje. La película nos presenta la caída en el tenebroso mundo del alcohol de la pareja protagonista, interpretada respectivamente por Jack Lemmon y Lee Remick. En realidad, una estructura que tiene más bien parecido con la montaña rusa, porque continuamente vemos la caída y redención (y otra vez caída) de nuestros protagonistas. Es decir, el proceso natural de cualquier adicto, fases de recuperación alternadas con otras de recaída. A pesar de que en estas recaídas la película consigue plasmar algunas secuencias maravillosas y ciertamente inquietantes, como en la que Jack Lemmon busca desesperadamente una de las botellas de Whisky que tiene guardadas en el invernadero, y frustrado por no conseguirla, rompe con todo lo que encuentra a su paso. Pero lo cierto es que el montaje nos muestra unas imágenes poco conectadas, porque de un plano a otro pueden haber transcurrido cuatro meses perfectamente. El espectador es el que ha de recomponer la historia argumental, y el film no da coordenadas temporales acerca de la existencia vital de los personajes durante estos intervalos, que además son reiterados en la película.

En segundo lugar, la película destapa una vena que en ocasiones roza la sensiblería más sensacionalista. Es cierto que tratar un tema como una adicción es complicado, más aún si la película, como es el caso de Días de Vino y Rosas utiliza casi la totalidad del metraje para abordar el tema, pero el guión no es capaz de desarrollar el eje principal en muchas ocasiones. En cierto sentido, la película tiene un gran parecido con el cine explotaition de Dwain Esper, en películas como Marihuana (Marihuana, 1936). Hay algunas escenas bastante significativas que nos pueden indicar por dónde van los tiros.

Y es que, ¿A quién no le recuerda la secuencia en la que la mujer interpretada por Remick se descuida a su hija por ir ebria a cualquiera del director de cine exploitation ya citado? A pesar de que los dos intérpretes brillan con luz propia a lo largo de la película, lo cierto es que hay varias secuencias conjuntas que no acaban de convencer, por repetitivas y por unos diálogos que dejan bastante que desear. Detalle aparte es la inclusión del personaje de Jack Lemmon en un sanatorio, casi sin que entendamos que hace recluido (será que no hay alcohólicos en el mundo como para que tengan que internarlos a todos).

Está claro que pese a todo, Días de Vino y Rosas no es una mala película. Pero si decepcionante. Y creo que el problema está detrás de las cámaras, porque no podemos dejar de olvidar que la película está muy lejos de las otras películas del director, Blake Edwards, que se hizo principalmente famoso por sus estúpidas películas acerca de las investigaciones del Dr. Closeau y la Pantera Rosa.

Parece evidente que para esta obra Edwards se empapó de ciertas películas europeas, y del movimiento de los Nuevos cines que estaba empezando a latir en el viejo continente, y así lo demuestra no sólo la temática social de la película (que se agradece que por una vez que una película de Hollywood se atreva a bajar a los mismísimos infiernos), sino también una interesante fotografía en Blanco y negro, así como algún recurso formal (aunque sólo en contadas ocasiones) bastante atípico. Ejemplo de esto último podría ser el travelling inicial (mostrándonos un ambiente festivo en el que la juerga está yendo más allá de lo normal) o el plano intercalado entre la ducha que se toma Lee Remick obligada por su padre (después de ir ebria y molestarlo), con un plano detalle de la ducha con el primer plano de la cara de Lemmon internado ya en el sanatorio y con su camisa de fuerza pegada a su piel.

Días de Vino y Rosa no es una mala película, pero se sostiene casi exclusivamente porque tiene a dos brillantes actores detrás, y porque la película está hecha para que los dos luzcan con fuerza. La química de los dos es notable, Lemmon interpretando a un personaje con aura de malditismo, y que es el culpable de introducir la adicción a su mujer, a pesar de que es el único que conseguirá rehabilitarse totalmente. Y por supuesto Lee Remick, interpretando una agónica alcohólica que acaba en la apatía máxima. Increíble las dos actuaciones.

http://neokunst.wordpress.com/2014/07/08/dias-de-vino-y-rosas-1962/
Kyrios
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25 de diciembre de 2022
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos los días hay que comer para sobrevivir. Beber, también. Si optas por el agua, lo más sano y lo recomendable, comprobarás en seguida que, aparte de ser necesaria, está llena de gérmenes, bacterias y demás porquería. Por muy destilada que esté, es claramente insuficiente...

Días de vino y rosas es una película sobre alcoholismo, fundamentalmente. También sobre la soledad, la sociedad, el encuentro, el desencuentro y el Amor, siempre a tres bandas, uno, otro y lo de fuera. Tiene escenas muy potentes, actuaciones increíbles (Lemmon puede hacer lo que le dé la gana, Remmick también) y te deja un poso amargo, como la vida misma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Razumikhin
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