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Antes de la revolución

Drama. Romance A la edad de 22 años, Bertolucci dirige este drama político que relata la historia de un joven que se acerca al comunismo mientras mantiene una relación incestuosa con su tía. (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
21 de marzo de 2007
30 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra de un Bernardo Bertolucci con tan sólo 23 años, Prima della rivoluzione supone la segunda estación en la rica trayectoría fílmica que emprendería el autor italiano, justamente dos años después de su primera producción, 'La commare secca' (1962), cuyo guión fue elaborado con la colaboración de dos pesos pesados como Pier Paolo Pasolini o Sergio Citti.
Estamos ante una película que establece vínculos insoslayables con la facción poética de la realidad, a partir de la defensa de unos valores que tienen mucho de incertidumbre existencial; ideología y emotividad, razón y sentimiento, se distinguen como los elementos determinantes de la crónica de un período histórico concreto, imbuido por el clásico aroma literario de 'La cartuja de Parma' stendhaliana.
Fabrizio, Gina, Clelia, operan a la usanza de un triángulo amoroso que representa la búsqueda metafórica del ideal político, la confrontación de dos conceptos de la moralidad resueltos a no entenderse. Los propósitos burgueses en oposición a las motivaciones comunistas determinan la actitud de Fabrizio, en la que resignación y conformismo moldean la lectura última de la historia, aplicable, en buena medida, a los tiempos que corren.
Solal
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25 de diciembre de 2007
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vanos intentos por llenar el vacío. En ello está empeñada la pareja protagonista, como esa burguesía sobre la que a veces discurre Fabrizio y a la que tanto él como Gina pertenecen.
Cuando uno llega a un nivel de necesidades cubiertas, satisfechas; cuando la vida más elemental, biológica, ya no requiere nada de nosotros, ya no la escuchamos porque ya la hemos complacido con creces, llegamos al final de un camino y nos encontramos con un alto y grueso muro ante cuya visión algunos, los conscientes de tal barrera, quedan paralizados y debatiéndose dentro de si. Esto es lo que parece ocurrirles a Fabrizio y Gina. No pueden, como otros, deambular a lo largo del muro placiéndose en ficciones ilusorias: la quintaesencia burguesa. Necesitan una revolución, franquear esa muralla, pero no saben como hacerlo. No saben si ha de desaparecer fortuitamente; si deben desandar el camino y buscar otro; si han de coger carrerilla y lanzarse contra él a riesgo de romperse la cabeza en el intento. Fabrizio y Gina no parecen comprender que esa revolución que buscan ha de ser personal, que ese muro es interior y que difícilmente se derribará viéndolo como algo externo, por ello se lanzan a una desesperada búsqueda de actividad y conmoción, de objetivos y empresas ajenos a ellos mismos, para mantenerse siempre en movimiento, distrayendo la conciencia de estar estancados. Fabrizio habla de la inutilidad de las revoluciones de un día, que como una chispa iluminan una insustancial esperanza de cambio, pero que hacen más dura la caída y la vuelta a la realidad, porque nuestros esfuerzos acaban por no repercutir en nosotros mismos. Ambos llegan a la evidencia de que no pueden cambiar, por mucho que lo intenten, sin saber que lo erróneo es la vía por la que intentan conseguirlo. Parece que han visto en el otro una vida que vivir, alguien en quien proyectarse y no tener que vivir dentro de si mismo, sino por y a través de otra persona en quien vislumbran un sentido y una razón de ser, de lo que creen estar faltos ambos. Pero como no ven que el otro está inmerso en la misma dinámica, no hay esperanza, la película es bastante desoladora al respecto, y ya tenemos a Fabrizio y Gina enfrascados en otra revolución de un día.
Los protagonistas se desesperan por su revolución, la que intentan forzar y ensayar de mil maneras, pero que nunca llega, y así llega la seguridad de que hemos tocado “techo”: “siempre es antes de la revolución cuando se es como yo”. Desesperación.
De Bertolucci conocía sus últimos films y no me habían incitado a hacerme con anteriores trabajos suyos, pero “Antes de la Revolucion” me ha impresionado. Me ha encantado la música que acompaña la película; una pareja protagonista fabulosa; una Adriana Asti maravillosa; pasajes a lo Godard, al que los personajes hacen referencia.
irian hallstatt
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29 de junio de 2014
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una secuencia en Prima della Rivoluzione (Antes de la revolución, 1964) que nos deja muy patente que estábamos en un momento de importantes cambios dentro del mundo del cine. Dicha secuencia tiene lugar en un bar cercano a un cine, donde se reúne nuestro protagonista principal, interpretado por Francesco Barilli, y un amigo suyo, declaradamente cinéfilo. El personaje de Barilli está en su mundo y no escucha a su amigo, que empieza a desarrollar un discurso sobre el cine. En realidad este personaje podría ser perfectamente un alter ego del director del filme, Bernardo Bertolucci, y en el discurso que desarrolla se ponen en el tintero las cintas más admiradas del cineasta italiano: “He visto más de ocho veces Vértigo” comenta.

También es interesante comprobar que se citan películas coetáneas al director, y aparece el nombre de Godard entre varios cineastas (viendo los diversos saltos de eje que tiene la película, parece lógico pensar que Bertolucci debió de ver Al final de la escapada). Finalmente queda para el recuerdo una frase que tiene un significado muy especial y que resume la condición de lucha y participación social que emana del film del italiano. Y es que no podemos vivir sin Rossellini. Es evidente que este sistema de citas y referencias cinematográficas forman parte de la modernidad que se estaba abriendo en Europa en los años sesenta.

El neorrealismo italiano siempre estuvo muy presente en el nuevo cine italiano. Fue como una especie de influencia que no dejó nunca indiferente a los posteriores cineastas italianos. Por este motivo Bertolucci nos hace recordar la importancia de un director como Rossellini. Recordemos que fue el director de Roma, citta apertà (Roma, ciudad abierta, 1945) el que vaticinó que el cine estaba muerto y que por este motivo se trasladaba a la pequeña pantalla (donde sin embargo tendría más espectadores). Además Rossellini siempre ha sido un director que ha cargado sus películas con una potente carga ideológica, en ocasiones con la (imposible) misión de transformar el país (si olvidamos, claro, su trilogía dirigida durante el período fascista, con películas que en realidad estaban a favor del régimen dictatorial).

Precisamente por eso Antes de la Revolución es una película que trata de dinamitar toda la autoridad establecida. Nuestro protagonista principal es un joven (Bertolucci tenía 22 años cuando dirigió la película) que profesa ideas revolucionarias y que tiene la intención de transformar el país. Bertolucci simpatiza con las ideas comunistas, y utiliza la película como plataforma para expresar muchas de sus ideas. Sin embargo el final resulta poco optimista. Nuestro protagonista, que en realidad tiene raíces burguesas, aclara en la secuencia final que el progreso no existe, y que el proletariado no se revolucionará nunca, porque en realidad ha sufrido un proceso de aburguesamiento. Proféticas palabras del cineasta. Por otra parte, Antes de la Revolución explota un tema bastante candente como el incesto y el amor torturado. Nuestro protagonista acaba enamorándose de su tía, a la que sin embargo habrá de dejar hacía el final. Otra vez la película adopta una clara postura negativa. Nuestro personaje acaba aceptando la realidad material y realista de su alrededor. Pero en realidad, Antes de la Revolución, es una película que es demasiado etérea. En ocasiones da la sensación de que Bertolucci acaba emperifollándose en su propio discurso. Lo que está claro es que en el filme predomina la poética antes que la narrativa (otro distintivo de la modernidad).

Pero aún podemos sacar más jugo a la conversación citada en el comienzo de la crítica. Y es que el personaje cinéfilo espeta que el estilo, en términos cinematográficos, es una cuestión de moral. Esta frase resulta algo más que significativa, e inmediatamente nos puede recordar aquella frase que encontrábamos en Cáhiers du cinema, cuando Godard dijo (en realidad ya Jacques Rivette la había pronunciado con anterioridad) que un travelling era una cuestión de moral. Y a fe que Bertolucci desarrolla esta idea en todo momento.

Los saltos de eje son constantes en la película. Si aún hoy en día resulta impactante comprobar la frescura de la puesta en escena, seguro que en su día fue aún mucho más inquietante. El cine clásico se estaba derrumbando y Bertolucci fue uno de los que puso su particular granito de arena para que esto sucediera. En todo momento Bertolucci realiza una puesta escena que dinamita todos los preceptos de la linealidad narrativa convencional.

http://neokunst.wordpress.com/2014/06/29/antes-de-la-revolucion-1964/
Kyrios
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1 de agosto de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película se confunde inicialmente con una película de Pasolini, tal es su estilo de similar, los diálogos que se encaminan a la reflexión política, aun las tomas.

Los protagonistas de ese romance encuentran un sentido profundo a su existencia en sus propios encuentros como pareja, que no son simplemente el resultado de un vacío que podría haber sido llenado por cualquier otro, sino un encuentro entre dos seres, con las necesidades de sus subjetividades, la contingencia y el interrogante de sus destinos en la vida. Son dos seres conscientes de lo que acontece a su alrededor, pero quizás demasiado conscientes como para perderse en la adhesión total a una ideología. Son tan conscientes que saben que la respuesta al dolor del hombre individual, no la soluciona ni el sistema que se postule como más solidario del hombre y su inermidad social.

Son tan enormemente conscientes, a la vez, que comprenden que la diferencia de sus edades pondrá un fin necesario a esa etapa de su relación, en algún momento, que no queda cerrada por su separación, sino que persiste y subsiste a la nueva unión del protagonista -ahí sí, en cumplimiento de un mandato social.

El vínculo entre los protagonistas fue auténtico y por eso no se va de ellos, aún en la separación.
bransle
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10 de agosto de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película funciona en su declaración estética. Bertolucci, sabiendo que el estilo de la película era transgresor y rupturista, introduce un personaje diletante o conocedor del cine para explicar, legitimar o fundamentar ciertos vacíos que de otro modo se podrían considerar garrafales. Pareciera operar como excusa, como una disculpa ante la falta de desarrollo de los personajes. Poco se sabe de ellos, a la vez que se mezclan y relacionan en secuencias y montajes extrañísimos. El espectador pareciera tener que encontrarse con esta relación incestuosa de pronto, sabemos de ella sólo el final: el quiebre entre Fabrizzio y Gina; otro poco sabemos del profesor del protagonista y otro poco del amigo que aparece al comienzo de la película (sin dejar huella de cuál fue su función dentro de la obra). El amante provisorio de Gina ni habló, como tampoco lo hizo la futura esposa de Fabrizzio. Los familiares no son más que agregados, accesorios. Todo pareciera ocurrir en torno la relación de la pareja protagonista, o antagonista, si se quiere. El estilo perdona la película y estas faltas, estas precariedades dramáticas. Se podría perdonar, además de la declaración estética,, que pareciera el propio Bertolucci hablando sobre cine, porque los personajes representan otra cosa que no son necesariamente personas o perfiles psicológicos, pues son una manifestación política. Fabrizzio, un joven de expresiones apagadas y melancólicas, de sonrisas tenues y poco carismático, como desesperanzado de la revolución, como si no tuviera ganas por seguir la lucha revolucionaria, después nos comentaría por qué ese desgano. Se citan a Oscar Wilde, a Rossellini, a Verdi, a Hitchcock, a Mozart, a Godard. Se hace un pastiche de discursos apelando tanto a la cultura popular de arte y cultura como al sentimiento o noción revolucionaria. La amante, que se entiende emparentada con el protagonista, es representación de lo femenino, de lo irracional, nada más irresoluto que ella: insegura de lo que dice, despistada, de emociones bipolares, poco resuelta, en fin. Lo busca "porque todavía es un niño", aún es un romántico, aún es un iluso, un crédulo. ES decir, se emparenta lo irracional con lo ingenuo, lo femenino con la esperanza y el sueño. Cuando Fabrizzio ya casa, ya se enreda en la institucionalidad burguesa por excelencia, el matrimonio y futura familia, Gina ya pierde el interés en él, dejando la película bastante claro el discurso que hacía un momento vociferaba el protagonista, que el pueblo se había aburguesado, que había perdido su consciencia de clase. La película cumple bien su discurso y la función representativa de estos dos personajes está bien lograda, sin embargo el desorden narrativo, la incompletitud de otros personajes como el fragmentar la película en dos o tres partes sin saber con qué fin, dejan la película algo mediocre.
Pedroanclamar
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