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Fulano y Mengano

Comedia Eudosio y Carlos estuvieron en la cárcel por un delito que no habían cometido. Una vez en libertad, intentan conseguir un trabajo y adaptarse a una sociedad que los rechaza. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
17 de julio de 2016
17 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine español de los años cincuenta fueron años de sosiego y de grandes miserias, de represión intelectual y de determinación rebelde marcada por el ingenio. Destaca en particular un plantel de realizadores que llevarían el cine español a los pilares más altos. Hablamos de Bardem, Berlanga, Juan de Orduña, Ladislao Vajda y, por supuesto, Juan Romero Marchent, autor de la obra que nos ocupa.
La cámara desvela en ocasiones imágenes significativas. La casa medio derruida en la que se albergan los protagonistas todavía tiene las huellas de los combates de la guerra civil acabada dieciséis años antes. La miseria es palpable, como el hambre, aunque la vida sigue. El Fuero de los Españoles de 1945 reconoce el derecho a la asistencia en la vejez, enfermedad o paro forzoso, pero sus disposiciones todavía no estaban generalizadas. Cientos de miles de ciudadanos estaban abocados a morir como indigentes.
Es el caso de la mayoría de nuestros personajes. El soldador agonizante al que su hija no puede comprar medicamentos sin la ayuda financiera de los dos miserables excarcelados es una aguda y en nada velada crítica social de un régimen que no garantiza el acceso a la sanidad de todos sus ciudadanos. Ni al trabajo, prohibiendo además la mendicidad, lo que les condenaba a malvivir, preludio de las emigraciones masivas a Alemania en los años venideros.
El argumento, en sí, se basa en una historia aparentemente sencilla de redención y de solidaridad que el amor y la inocencia impulsan. La tradicional picaresca española también se perfila en diversas secuencias y personajes, agudizando la imaginación para sobrevivir en aquellos tiempos revueltos. Juanjo Menéndez se enamora de Julieta Martínez, algo muy comprensible, y Pepe Isbert aporta esa luz propia y divina que ilumina las escenas.
La secuencia del baile en el merendero, en tierra casi de nadie, entre cuatro miserables muros que un soplo de viento derribaría sin pena, se me antoja una de las más interesantes, tanto por lo que sugiere como por lo que nos enseña. Los banderines que el aire agita consiguen dar un toque festivo a ese lugar tan humilde como indispensable. Una jarra de sangría compartida y un puñado de aceitunas bastarán para que ese instante sea una fiesta. He de añadir, por supuesto, que el baile de mi abuelo con Julieta me ha dejado boquiabierto. Nunca le vi bailar con esa gracia y esa naturalidad propias de un artista completo.
Conocí a Julieta Martínez años más tarde, cuando trabajaba en TVE en aquella famosa serie de “La casa de los Martínez”. Mi madre María interpretaba un personaje ocasional, la Locatiwisky, una americana excéntrica que en una ocasión llegó al programa con alguno de sus hijos, entre los que me contaba. Julieta Martínez seguía siendo esa mujer bondadosa y bella de la que guardo un grato recuerdo.
En la película aparecen una vez más las dos Españas tan distintas y a las que tanto opone. Hay una clase integrada en el sistema, que progresa o sobrevive, y la otra que no salió de la miseria, tanto la existencial como la humana. La imagen de ese niño tocando la armónica en lo alto de una valla es un plano que me llegó al alma. Yo fui un niño así también, tocando la armónica encima de un muro medio derruido pocos años más tarde.
La fotografía de Ricardo Torres añade realismo, sensibilidad y emoción a la obra, en particular en sus planos cortos que cincela con maestría.
En cuanto a la interpretación, Joaquín Romero Marchent sabe sacar un excelente partido de los personajes secundarios, tanto por la acertada elección de los actores como por la intensidad de las secuencias en las que aparecen. Arropan y dan solidez a la historia, al mismo tiempo que nos dibujan una España que tantos han olvidado.
Los personajes principales son exactos. Juanjo Menéndez consigue marcar ese perfil agridulce del desengañado, al que la bondad y la sonrisa de una mujer redimen. Julita Martínez enamora desde que aparece. Irradia hermosura y bondad, es la hermana o la esposa o la amiga con la que todos hemos soñado.
Sin embargo, y que se me perdone quizás mi parcialidad, encontré que Pepe Isbert resplandece. Lleva la película en los hombros con esa naturalidad tan suya. Hay secuencias de una calidad que impresiona Mi yeye era así, un hombre sencillo, entrañable y bueno al que adoraremos siempre. Es el abuelo de todos, y lo compartiré con dicha.
josesisbert
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22 de agosto de 2012
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leoncio el Anguila es uno de los personajes de la película. Justo el que menos me gusta. Está perfectamente creado, me refiero a que es el típico tío que se puede llegar a odiar. A mi me resulta muy difícil llegar hasta el conocimiento del odio cuando se habla de personas. Sí se puede odiar fácilmente el hecho que a personas como la pareja protagonista les tenga que pasar lo que les pasa, que está claro que ocurría y, por desgracia, ocurre y seguirá ocurriendo. Me refiero a sufrir la pobreza en el mayor de los desamparos (y en este caso encima después de haber estado en la cárcel injustamente).

Juanjo Menéndez en plan dramático cumple pero es que ese genio de las pantallas que es José Isbert, se sale. Para mi en su mejor papel o, al menos, a la altura de sus más famosas películas. La secuencia (por las caras y el diálogo) pidiendo limosna cuando se pone a hablarle una señora, es, sencillamente, impagable.

El señor de la tienda de ropa también me ha parecido un personaje muy real. Es un contrapunto al empresario despreciable o a esos que salen que miran por encima del hombro, mostrando que hay una sociedad que se implica en los sinsabores ajenos. El detalle de añadir que él había perdido un hijo que iba para médico me ha parecido tan auténtico que hasta me lo he creído.

De acuerdo que no se representa en toda su crudeza el drama pero a lo mejor es porque no lo persigue del todo. El baile en el merendero, ambos introducidos en el mundo laboral vendiendo corbatas y haciendo la competencia son otras andanzas que nos llevan por el mundo de la pobreza, de la picaresca y de los deseos. Una película que se deja ver agradablemente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
floïd blue
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15 de agosto de 2013
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo bueno del cine español de los años 50 era el plantel de actores con los que contaba. Sobre todo en el genero de la comédia: Una comédia popular, algo ternurista, a veces crítica pero sin hacer sangre.

Unos actores, la mayoría secundarios, que con su sola presencia salvaban las historias más sinples y facilonas que los tienpos y la censura permitian.

Es el caso de estos Fulano y Mengano, Pepe Isbert y Juanjo Menendez, estupendos los dos en su papel de expresidiarios injustamente acusados que se tienen que buscar la vida tras sair de la carcel.

El Contrapunto entre el cinismo desesperanzado de Menendez y la ingenua simpleza de Isbert para enfrentarse a los avatares que le depara el destino, y el encuentro con el angel bueno de Julita Martinez, convierten a esta película en un cuento picaresco, a veces dulce y a veces amargo.

Si se quiere leer entre lineas, se podría encontrar algunas trazas de crítica a esa España triste y gris de los tiempos del tio Paco
jpirisb
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14 de septiembre de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Romero Marchent se hizo famoso por ser pionero del western almeriense, comparable, según los entendidos, con los de Corbucci. O mejor incluso.
Pero no soporto un western en castellano, porque me parece falso.
En cambio, qué buena es esta película, con grandes actuaciones de Isbert, Menéndez y una entrañable Julia Martínez.
Una historia muy bien contada y rodada, con interesantes vistas del Madrid de entonces, por la zona de San Francisco el Grande, entonces un descampado y con un interesante muro histórico que me imagino que habrá sucumbido a la especulación inmobiliaria.
Todo está narrado con fluidez, sin exageración, con una emotiva finura. Y como solía ocurrir en el cine español de la época con unos secundarios completamente creíbles, grandes actores.
Como ya es bien conocido, aunque no siempre reconocido, el cine español tuvo un nuevo esplendor en los años cincuenta y esta es una excelente muestra,
yoparam
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25 de mayo de 2022
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comedia neorrealista y agridulce, que tiende más hacia el drama, y que pretende ser un duro retrato del Madrid de principios de los años 50. Está dirigida por Joaquín Luis Romero Marchent, y es la primera de una especie de trilogía que siguió con “El hombre que viajaba despacito” y “El hombre del paraguas blanco”. Con estas tres películas Romero Marchent firmó el mejor cine de toda su carrera, que en cambio, no obtuvo éxito comercial.

El éxito le vendría años más tarde con los ‘spaghetti-westerns’ que le hicieron famoso. El dúo protagonista de “Fulano y Mengano” está formado por un espléndido José Isbert y un joven Juanjo Menéndez. El resultado final es una entretenida película que te saca una leve sonrisa, de vez en cuando, y también te hace comparar aquellos años con los actuales, donde cuánta gente no tenía ni un miserable plato de sopa para comer y/o cenar, ni un triste jergón para descansar. Un 5,5.
Mag61
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