Evita

Al margen de la veracidad de los hechos que narra, la cinta de Alan Parker es efectiva. Posee la grandilocuencia característica de sus producciones más pretenciosas. Se exponen personajes magnificados con la fórmula favorita de su director. Se derrama en ellos la importancia necesaria para generar un espectáculo abrumador y ruidoso.

La polémica es un elemento con el que Parker y Stone han aprendido a convivir. Queda claro que un personaje tan icónico y activo en política pueda quedar alejado de la subjetiva realidad con la que se mire. La cinta siempre estará sujeta al hecho de que es un producto extranjero al icono referenciado.

La producción posee una puesta en escena envidiable y unos personajes potentes. Su crítica puede parecer un panfleto con destino yanqui. Se siente vacía. Como un resumen que pueda encerrarse en un par de horas. Se simplifica con ego promocional y se contenta a una audiencia con expectativas lacrimógenas sin exigencias perfeccionistas.

No esperaba otra cosa del Sr. Parker y Cia.

Si hay películas infravaloradas, "Evita" es sin duda una de ellas. Desde el principio se supo que en nuestro país la crítica no iba a ser en absoluto benevolente con el film. Nada más que el nombre de los dos artistas principales del elenco de actores, echó para atrás a mucha gente (que no personas) de la cómoda y hasta sensual butaca de la sala de cine. No entraré en detalles de que esta misma...gente, es de las que no ha visto un musical en su vida porque:
A): "Yo paso de ver una película en la que están hablando y de golpe y por el morro, se ponen a cantar".
B): "¡Qué no hablan! ¿!Qué se pasan dos horas cantado sin parar y encima en inglés y con los letreros de abajo...!?. "¡Yo paso de ver ese rollo!".
Eso sí; en ambos casos habrán votado con un muy mala la película simplemente por ese hecho. La verdad es que es de agradecer, pues todavía hay mucho ignorante que por no leer los carteles, aún no saben que "Sayonara, baby!" es una mentira como una casa.
Pero hablemos de la película que en este caso nos concierne... "Evita". Su nombre sabe a mandioca y fresas, y cuando canta, sus melodías se convierten en el asomo de una princesa que no pudo llegar a ser reina porque la muerte con su guadaña se anticipó a todos dejándonos sin una de las personas más... increíbles del siglo veinte. El director de esta cinta lo sabía, por lo que no dudó en introducir en la misma, ha otra de las figuras más influyentes (le pese a quien le pese) del citado siglo: Madonna, que aunque no sabe tan dulce como a quien te tocó interpretar, nos deja un sabor ácido en las canciones de la película. Canciones que más que tales son un delirio para los sentidos, si se tienen en algún lugar de tu cuerpo... Aunque sea en el culo. Porque escuchar ciertos temas de este film y quedarse impasible debe de ser tan doloroso como el no alucinar con una puesta de sol. ¿Quién sabe? Hasta podría ser en "la isla Bonita".
La puesta en escena de la película es genial; de hecho y por primera vez, los carteles de la gente en las huelgas y/o manifestaciones están escritos en español, ya que nos encontramos en Argentina . Lo digo porque antes de esta cinta los carteles de fuera adónde fuera; siempre estaban escritos en inglés.
Diría mucho más, pero como se habrán dado cuenta, no escribo los títulos de las canciones y no nombro a nadie porque debajo del nombre se pone una línea roja y tal vez por eso, no pueda enviar la crítica. Siento no haberlo hecho mejor
Y de veras, no sean ignorantes y miren con buenos ojos a algo más que una película..

Alguien puede pensar que una película que dura dos horas y cuarto, en la que el 99% de ella se compone de canciones, puede aburrir… eso pensaba yo también, pero con esta película me equivoqué.

Hoy que me animé a verla, pude comprobar que no sólo no cansa, sino que las canciones la hacen todavía más amena.

Apenas he notado el transcurrir del tiempo mientras iba siguiendo la película, canción tras canción.

Por otro lado, nunca he sido muy seguidora de Madonna, pero me quito el sombrero ante su actuación en esta película: sublime.

Antonio Banderas también me ha encantado en su papel. Aunque no entiendo porqué lo ponen como al Ché, ya que a mí me parece que lo que representa es la voz del pueblo, la parte que la admira y luego la otra, que es más recelosa.

Gran acierto eso de dejarla en su idioma original… me chirría un poco cuando doblan los diálogos de los musicales y luego notas cómo las voces cambian de la parte hablada a la cantada.

Otro gran acierto es incorporarle los subtítulos a las canciones… que también odio cuando en un musical no los ponen, y no tienes pajolera idea de qué están cantando.

En fin, la película me ha encantado. De haber sabido que iba a ser así, la habría visto antes. Por mi parte sí que la recomiendo.

No descubro nada nuevo si afirmo que Madonna no está especialmente dotada para la interpretación. Eso sí, no se puede negar que la cantante le pone ganas. Y aunque su filmografía está compuesta básicamente por desastres de considerable envergadura, también incluye algunos trabajos salvables, como por ejemplo la comedia Buscando a Susan desesperadamente (Desperately Seeking Susan) o el musical que nos ocupa, en el cual se dejó la piel, ofreciendo la que es, con diferencia, su mejor actuación hasta la fecha.

La película nos relata, a través de un narrador algo cínico (Antonio Banderas), la vida de Evita Duarte (Madonna), desde sus inicios y posterior matrimonio con Juan Perón (Jonathan Pryce), futuro presidente de Argentina, hasta su prematura muerte.

Evita es un espectáculo de primer orden en el que destacan los decorados, el vestuario (llegó a arrebatarle a Cleopatra, la cinta protagonizada por Elizabeth Taylor, el título de película con más cambios de ropa), la fotografía y, por supuesto, su muy reconocible banda sonora. El otro gran punto de interés radica en la labor de su famosa protagonista, quien se luce tanto a nivel interpretativo (en un papel que le va como anillo al dedo) como vocal (sus clases con una profesora de canto dieron excelentes frutos). De todas maneras, un recorte en su duración hubiese sido perfecto para agilizar tan densa biografía.

¿El tiempo todo lo cura? ¿O el tiempo es la peor de las dictaduras? Los casi veinte años que han pasado desde el estreno de Evita, la película, parecen dar cierta perspectiva para valorar este film sin tener en cuenta las controversias (la mayoría absurdas) que tuvieron lugar en el momento de su estreno; pero es que muchas cartas estaban en juego: por un lado, y con una visión histórica de la industria, el género musical en la década de los 90 brillaba por su ausencia, parecía absolutamente olvidado por productores y audiencias, y lanzarse a construir uno de los grandes musicales de Andrew Lloyd Webber sin apenas una línea de diálogo era poco menos que un suicidio económico. Los responsables del mismo eran además Alan Parker y Oliver Stone, abanderados de las posiciones más izquierdistas del cine de Hollywood, que temía a esta película como una especie de glorificación del movimiento obrero y el levantamiento radical, algo que (en teoría) habían defendido los propios Eva Duarte y Juan Perón en la historia reciente de Argentina. Y el último punto era la elección de su protagonista. Medio Hollywood fue probado para dar vida a Evita (Barbra Streisand, Liza Minnelli, Cher, Glenn Close, Olivia Newton-John, y las que estuvieron más cerca de conseguirlo: Michelle Pfeiffer y Meryl Streep), y cuando la ambición rubia, el icono pop y la provocadora natural que era aún entonces Madonna consiguió el papel tras una insistente campaña para conseguirlo, muchos se llevaron precipitada y exageradamente las manos a la cabeza.

Pero ha pasado el tiempo, y de todo aquello poco queda, sólo la realidad de encontrarnos ante una de las adaptaciones musicales más fieles al original teatral que se han hecho; un verdadero espectáculo pre-digital, prodigio del cine en escenarios naturales, con extras reales, con complejas y detalladas escenas de masas; una cinta tal vez excesiva y un tanto arrítmica, pero de interesantes lecturas sociopolíticas, sobre todo por hacer aquello que no se esperaba de Parker y Stone, que es ser ambiguos en el planteamiento y juicio de las ideologías populistas de Evita y Perón; y ante todo lo que queda es el indiscutible mejor trabajo como actriz que la errática carrera cinematográfica de Madonna ha dejado ante la cámara.

Stone y Parker parecen respetar al pie de la letra lo que Webber dejó en los escenarios, pero lejos de caer en fallos futuros por aquello del respeto (y ser literales hasta la agonía, como Rob Marshall en Nine), guionista y director saben que aunque respeten la composición y la letra, el cine es cine, y como tal es imagen. Por eso el diseño de producción, la fotografía y la increíble movilización de los extras juegan a favor de esta historia bigger than life, añadiendo espectacularidad y épica al abrupto camino de su Evita hasta ser “la líder espiritual del pueblo Argentino”. Pero en ese respeto por el original también entra ese narrador omnisciente, catalizador de las contradicciones de la verdadera Evita, Eva Duarte, ese voluble e irónico espectador y juez a la vez que Antonio Banderas interpretó con gracia, aplomo y carisma, en una valiente jugada que sigue siendo para mí uno de sus mejores trabajos.

Evita no es un musical de grandes coreografías, aunque la música sí lo sea. De su hermosa partitura queda prácticamente todo, y esa concatenación constante entre números musicales, montaje raudo, y hechos públicos y privados de la historia de Evita y Argentina, puede llegar a resultar agotadora, abrumadora incluso, pero quedan momentos tan hermosos como el tango On This Night of a Thousand Stars, la balada Another Suitcase in Another Hall, el poderoso himno Don’t Cry for Me Argentina, el duelo dialéctico A Waltz for Eva and Che, o los enormes numeros de masas.

Finalmente, la mayor controversia que surgió en torno a Evita es posiblemente su mayor virtud: la encarnación que Madonna hace de Evita. Porque además de adquirir el mejor rango vocal con el que ha cantado en toda su carrera (y que coincide en el tiempo con su mejor disco, la obra maestra Ray of Light), Madonna, cuya personalidad pública siempre ha sido tan potente y rotunda, consigue amoldar su cuerpo y sus intenciones a una ambición diferente y mucho más frágil, de hondos sentimientos que solo pueden aflorar a través de las notas de Webber; y que lo hacen, desde la vanidad de los primeros compases a la emocionalidad de sus arengas en la Casa Rosada, o las fugaces notas de amargura finales. El caso de Madonna en Evita es uno de esos pocos casos en que la personalidad pública del artista benefició a su trabajo como intérprete, desde la historia a la suprahistoria del protagonista al que da vida. Y esa empatía intérprete-personaje es lo que da el trascendente cariz emocional que tiene esta Evita.