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España España · Madrid, Jaca
Voto de jaly:
8
Musical. Drama En 1952, muere Eva Perón, y Argentina entera está conmocionada por la desaparición de un mito. Tras una infancia difícil, Eva, una joven provinciana, se convirtió en la primera dama de la República Argentina. Alan Parker lleva su vida al cine adaptando el musical de Broadway con la música de Sir Andrew Lloyd Webber (El fantasma de la Ópera, Cats) y el libreto de Tim Rice. (FILMAFFINITY)
14 de mayo de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿El tiempo todo lo cura? ¿O el tiempo es la peor de las dictaduras? Los casi veinte años que han pasado desde el estreno de Evita, la película, parecen dar cierta perspectiva para valorar este film sin tener en cuenta las controversias (la mayoría absurdas) que tuvieron lugar en el momento de su estreno; pero es que muchas cartas estaban en juego: por un lado, y con una visión histórica de la industria, el género musical en la década de los 90 brillaba por su ausencia, parecía absolutamente olvidado por productores y audiencias, y lanzarse a construir uno de los grandes musicales de Andrew Lloyd Webber sin apenas una línea de diálogo era poco menos que un suicidio económico. Los responsables del mismo eran además Alan Parker y Oliver Stone, abanderados de las posiciones más izquierdistas del cine de Hollywood, que temía a esta película como una especie de glorificación del movimiento obrero y el levantamiento radical, algo que (en teoría) habían defendido los propios Eva Duarte y Juan Perón en la historia reciente de Argentina. Y el último punto era la elección de su protagonista. Medio Hollywood fue probado para dar vida a Evita (Barbra Streisand, Liza Minnelli, Cher, Glenn Close, Olivia Newton-John, y las que estuvieron más cerca de conseguirlo: Michelle Pfeiffer y Meryl Streep), y cuando la ambición rubia, el icono pop y la provocadora natural que era aún entonces Madonna consiguió el papel tras una insistente campaña para conseguirlo, muchos se llevaron precipitada y exageradamente las manos a la cabeza.

Pero ha pasado el tiempo, y de todo aquello poco queda, sólo la realidad de encontrarnos ante una de las adaptaciones musicales más fieles al original teatral que se han hecho; un verdadero espectáculo pre-digital, prodigio del cine en escenarios naturales, con extras reales, con complejas y detalladas escenas de masas; una cinta tal vez excesiva y un tanto arrítmica, pero de interesantes lecturas sociopolíticas, sobre todo por hacer aquello que no se esperaba de Parker y Stone, que es ser ambiguos en el planteamiento y juicio de las ideologías populistas de Evita y Perón; y ante todo lo que queda es el indiscutible mejor trabajo como actriz que la errática carrera cinematográfica de Madonna ha dejado ante la cámara.

Stone y Parker parecen respetar al pie de la letra lo que Webber dejó en los escenarios, pero lejos de caer en fallos futuros por aquello del respeto (y ser literales hasta la agonía, como Rob Marshall en Nine), guionista y director saben que aunque respeten la composición y la letra, el cine es cine, y como tal es imagen. Por eso el diseño de producción, la fotografía y la increíble movilización de los extras juegan a favor de esta historia bigger than life, añadiendo espectacularidad y épica al abrupto camino de su Evita hasta ser “la líder espiritual del pueblo Argentino”. Pero en ese respeto por el original también entra ese narrador omnisciente, catalizador de las contradicciones de la verdadera Evita, Eva Duarte, ese voluble e irónico espectador y juez a la vez que Antonio Banderas interpretó con gracia, aplomo y carisma, en una valiente jugada que sigue siendo para mí uno de sus mejores trabajos.

Evita no es un musical de grandes coreografías, aunque la música sí lo sea. De su hermosa partitura queda prácticamente todo, y esa concatenación constante entre números musicales, montaje raudo, y hechos públicos y privados de la historia de Evita y Argentina, puede llegar a resultar agotadora, abrumadora incluso, pero quedan momentos tan hermosos como el tango On This Night of a Thousand Stars, la balada Another Suitcase in Another Hall, el poderoso himno Don’t Cry for Me Argentina, el duelo dialéctico A Waltz for Eva and Che, o los enormes numeros de masas.

Finalmente, la mayor controversia que surgió en torno a Evita es posiblemente su mayor virtud: la encarnación que Madonna hace de Evita. Porque además de adquirir el mejor rango vocal con el que ha cantado en toda su carrera (y que coincide en el tiempo con su mejor disco, la obra maestra Ray of Light), Madonna, cuya personalidad pública siempre ha sido tan potente y rotunda, consigue amoldar su cuerpo y sus intenciones a una ambición diferente y mucho más frágil, de hondos sentimientos que solo pueden aflorar a través de las notas de Webber; y que lo hacen, desde la vanidad de los primeros compases a la emocionalidad de sus arengas en la Casa Rosada, o las fugaces notas de amargura finales. El caso de Madonna en Evita es uno de esos pocos casos en que la personalidad pública del artista benefició a su trabajo como intérprete, desde la historia a la suprahistoria del protagonista al que da vida. Y esa empatía intérprete-personaje es lo que da el trascendente cariz emocional que tiene esta Evita.
jaly
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