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Crímenes y pecados

Drama. Comedia Judah y Clifford son dos hombres enfrentados a sendos dilemas morales de diferente gravedad. Cuando Judah, un reputado oftalmólogo, pretende poner fin a su relación extraconyugal, su amante lo amenaza con arruinar su vida contándoselo todo a su esposa; según su hermano Jack la única solución es asesinarla. Por su parte, Clifford es un director de documentales que se ve obligado a rodar una película sobre su cuñado, al que desprecia. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 106
Críticas ordenadas por utilidad
5 de noviembre de 2013
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Otra buena comedia-drama del estilo personal que puede esperarse de Woody Allen. Cuenta las historias paralelas de dos personajes que están cometiendo errores en su vida de los que no están orgullosos, pero uno es más culpable que el otro. Me sorprendió encontrar muchos paralelismos con la posterior obra maestra del director (Match Point).
FJ García
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11 de junio de 2016
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Conozco quien a menudo asegura que “en esta vida hay que ser un hijodeputa”. Él, un buen hombre, pobre pero honrado, procurando hacer siempre las cosas bien, intentando perjudicar lo menos posible al prójimo, anteponiendo a los demás a sí mismo…ve en su día a día cómo el que es hijodeputa es el que sale ganando. Y ya no solo yéndose a los políticos corruptos, que pudiéramos pensar (y que también), ni a los empresarios explotadores, si no centrándonos en esos actos cotidianos, sin importancia relativa, como aquel que se cuela en la cola, como ese que no cede su asiento, como el otro que no da golpe y copiando siempre saca mejores notas (y nunca le pillan), o ese otro que aún viéndote intentando aparcar te quita el sitio, o esa que consigue todo lo que quiere a base de mentiras, aquella que no te saluda en el portal o esa otra que ni siquiera te aguanta la puerta.

Sobre lo injusta que es la vida, sobre el crimen sin castigo, sobre la suerte de los hijosdeputa y la desdicha de los pobres hombres trata Delitos y faltas.

Muy buena.
DaniBalboa
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18 de julio de 2017
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Delitos y faltas es la suma de (hasta 1989) la evolución de una singularidad cinematográfica única, reconocible para los anales de la cinematografía. Desde sus lejanos principios en el cine en 1965 fue el cómico y chistoso de sus primeras películas, moralmente implicado en La tapadera, él mismo en Lily…, representante de trasnochados artistas en Broadway… bergmaniano en Interiores, o narrador en Días de radio entre otros. Woody Allen ha sabido crear su propio mundo, su lenguaje cinematográfico identificable, su total singularidad en pantalla con las inestimables pinceladas de sus habituales colaboradores que desde el casting, la fotografía, el vestuario, la música, o la producción, han contribuido generosamente al resultado de su vasta obra que podemos disfrutar. Debemos añadir además a sus inspiradores y admirados maestros entre los cuales Charlot, Bergman, Groucho Marx, Bob Hope y tantos otros que guiaron su formación cinematográfica desde donde quieran que se encuentren.

En Crimes and Misdemeanors, Judah Rosenthal (Martin Landau) es la representación de la moral y de la conciencia callada ante la sociedad de la que vive. Recordando su largo y tortuoso periplo se retrotrae a los acontecimientos vividos con trágicos e inconfesables resultados: la supervivencia le hace hueco entre la variable moral humana. Miriam Rosenthal (Claire Bloom) es la acomodada y confiada esposa segura de la fidelidad de Judah, su aclamado y homenajeado marido, reconocido profesional en oftalmología. Dolores Paley (Anjelica Huston) es la amante, temperamental, socialmente inestable, necesaria acaparadora de los afectos de Judah que no duda en sacar a la luz la prolongada relación entre ambos. Encontrar una salida a la peligrosa e inestable aventura amorosa, no resultará tarea fácil para el infiel marido.

Paralela a Judah, nuestro director presenta a Cliff Stern (Woody Allen) que se dedica a la dirección de documentales y casado con Wendy Stern (Joanna Gleason) son un matrimonio cansado y aburrido de la monotonía que les envuelve su vida conyugal, por si no fuera poco, su hermano Lester Stern (Alan Alda) productor de televisión, neurótico, egocéntrico y sospechosamente bondadoso, intenta acaparar los focos de atención posibles para benefició de su ansiada notoriedad, a lo que Cliff ni está de acuerdo ni comparte. Halley Red (Mia Farrow) es productora, interesada en la obra de Lester , cruzándose en su camino está Cliff que no pierde oportunidad para atraer la atención profesional de Halley, intenta convencerla que su trabajo en documentales es digno y merece producirse, entrando en juego de intereses, enfrentamientos y degradaciones profesionales entre los dos implicados.

Jack Rosenthal (Jerry Orbach) es hermano de Judah, llamado por este para que le solucione el problema de infidelidad generado por la negativa de la amante a dejarlo correr todo. Los prejuicios morales, el profundo pozo de la moral humana, el cargo de conciencia, la moral y la fe, entre otras afectaciones morales, impiden a Judah dar el paso para solucionar el problema; su hermano le da finalmente la solución.

Cliff no consigue (ni con ayuda de la filosofía) su propósito de enamorar a Halley, quien, para sorpresa de este, se lía con su egocéntrico cuñado. Ambos, por motivos diferentes asumen sus destinos, la aceptación de la realidad a veces más dura que las irreales y perecederas situaciones en las que ambos han estado inmersos. Severo alegato en clave de tragicomedia con el que Woody Allen nos muestra desde la imposible perspectiva del crimen no resuelto, salvarse por medio de la falsa moral y de la supervivencia, para lo que cualquier cosa vale, hasta que finalmente el peso de la conciencia revierte en insoportable.
avanti
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2 de noviembre de 2017
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Delitos o faltas más o menos graves por actuaciones irregulares, de pensamiento, por deseo o por omisión. Nadie está libre, aunque parezca lo contrario, de faltas e incluso delitos de diferente grado, pero ignominiosos. Agresiones, incumplimientos, fraudes, hurtos, mentiras de calado, asesinatos físicos o morales, etc. y hay quien se indigna con estas cuestiones. Pero como decía Marshall McLuhan en uno de sus aforismos más conocidos: "La indignación moral es una estrategia estándar del imbécil para parecer digno."

Es, entre otras, una película de dilemas, que toca a la moral y al derecho a la vida de pleno, que alude a importantes dimensiones de la existencia. También en lo social refiere cómo la burguesía se resiste a perder su lugar, aunque para ello deba incluso saltarse las más básicas normas de convivencia, o sea, aunque para ello haga falta incluso matar.

Allen, con su batuta y su guión hacen una auténtica joya donde se combina drama y comedia, sin que en ningún momento chirríe el argumento. Es un film genial y una verdadera obra maestra y memorable. La música es magnífica y excelente la fotografía de Sven Nykvist.

El reparto es de relumbrón. Woody Allen en su zénit como actor, en el rol del pobre Cliff; Martin Landau es el gran inmoral de la historia: magnífico; Alan Alda se sale como engreído productor de documentales; Claire Bloom estupenda como amantísima esposa; Anjelica Huston maravillosa y a la que el papel de amante despechada le va de perlas; Mia Farrow sobresaliente como mosquita muerta pero ambiciosa mujercita; y acompaña un elenco de primera división.

Merece esta película evidenciar cómo Allen tiene el cine muy presente a lo largo de toda la película. Como que el cine rodeara nuestras existencias dotándolas de cierto sentido. De hecho, desde su sobrino en la cinta a todo el resto de personajes están emparentados con el cine. Cliff es un cineasta frustrado que meramente puede aspirar a rodar un documental a mayor gloria de su odioso y odiado cuñado.

Por otra parte, en el film se puede visionar un documental con reflexiones de un pensador desconocido de nombre Louis Levy, quien con su infausta conclusión desvela las contradicciones de toda creación.

Hay que recordar y poner negro sobre blanco las reveladoras conversaciones del oftalmólogo Judah con el paciente rabino que se va quedando ciego. Allen trata aquí desde su óptica la decadencia de la religión, que es otro de los temas latentes. Sostiene la incapacidad de la fe para juzgar o contener un mundo que niega la culpa y supera el temor a sus más arraigadas creencias, con una buena sobredosis de cinismo.

En fin, obra con muchos ángulos y matices, propiamente para un psicoanalista, o varios, en la que se percibe un afán ciertamente naturalista a la hora de hurgar en los motivos que derivan en violencia, que se mete de lleno en las expresiones de la debilidad humana y en los conflictos morales. Y Allen, además, traslada esos conflictos al espectador. El crimen y la violencia son abordados con cautela e ironía, lo cual que subraya una valoración psicológica más que de enjuiciamiento. Y siempre, sobre los cargos de conciencia, la culpa, o el sufrimiento pivota el azar, otro elemento que habla del naturalismo de la exposición.
Kikivall
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15 de enero de 2018
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¿Qué nos puede quedar cuando despojamos a la Humanidad de un fuerte sentimiento de culpa consecuencia de un horrible crimen?
El vacío más absoluto, quizás, el alma precipitándose a la negrura del nihilismo.

Para muchos es difícil imaginar un decenio más brillante que los años '80 del neoyorkino. Se abrió una nueva etapa en su cine cuando mostró a todos su talento como director serio gracias a "Interiores" (una etapa que iría a cerrar "Maridos y Mujeres"), y en 1.989 ya lleva nueve años unido a la aviesa y empalagosa Mia Farrow, elevando su arte a través de títulos apasionantes y perfeccionistas; cada otoño rueda un proyecto ambicioso y al acabar la década entrega otro, pero no halla su estructura hasta el montaje, donde se eliminará gran parte del metraje.
Utiliza a Dostoyevsky de principal inspiración y enfrenta la filosofía existencialista que en su juventud tanto había leído con los principios religiosos que le inculcaron en su infancia; mientras, la trama de "Delitos y Faltas", titulada inicialmente "Hermanos", está precisamente construida alrededor de dos pares de hermanos de raíces judías: por una parte Judah y Jack, un oftalmólogo de gran prestigio y un gángster duro y expeditivo; por otra Ben y Lester, un rabino dedicado y un productor de televisión pretencioso y superficial (parodia del tiránico dramaturgo y guionista Larry S. Gelbart).

Allen, que no ha aparecido como actor desde hace tres años, prefiere transmutarse de nuevo en un álter-ego (Cliff) fracasado y acosado por la figura imponente del anterior, con cuya hermana (Wendy) está casado. Tal y como aquél concibe la historia en un primer momento, tenemos dos películas separadas en distintos universos que se unirán en un final desgarrador y triste; las dos con su argumento, su estilo y su discurso, protagonizadas por Judah y Cliff. La concerniente al primero ataca sin piedad a la corrupción de la conciencia del alma, al egoísmo y a la negación de la moralidad.
La historia de Judah gira alrededor de una infidelidad cuyas consecuencias se adivinan devastadoras, y esto nos brinda la oportunidad de ver a un Allen deprimente y corrosivo, tan influenciado por el literato ruso como por Bergman y empeñado en oscurecer el sendero espiritual del ser humano hasta ahogarnos en escenarios cubiertos de un negro invasivo, los cuales llevan el sello de la brillante sutileza modelada por el legendario Sven Nykvist. Constantemente amparado por la calidez de un hogar familiar, el universo protegido del oftalmólogo se derrumba cuando su amante Dolores se vuelve contra su decisión de terminar el mágico idilio al que acudió para huir del hastío...

El rabino Ben, su paciente, le ofrece una solución justa para no empañar la moral y aceptar la culpa, pero el agnosticismo de Judah le lleva a escorarse hacia el camino inadecuado; la falta de conciencia y la asunción de la devoradora crueldad como alternativa a la destrucción personal provocan a los ojos de Ben (representación perfecta de esa divina moralidad) verse afectados de una ceguera irreversible. La mirada, en los personajes de Allen, se nubla sin dejarles atisbar un camino justo ni escoger elecciones apropiadas, y todo escapa a dicha mirada, se pierde en el vacío.
En un momento desolador, Judah se reunirá con Jack (el único capaz de ver la realidad en su plano concepto, tal y como es) para finiquitar el acoso de Dolores, y el neoyorkino, durante toda esta historia, filmada con una sobriedad angustiante, nos aprieta el estómago hasta provocarnos la úlcera; hemos conocido el delito y el debate último, en un reencuentro fatal que remite al de "Fresas Salvajes", se eleva hasta la existencia de Dios. Pero no parece equilibrarse tanto horror con la historia de Cliff, donde conocemos la falta en un entorno más propio de las tragicomedias de Allen sacadas de la costilla de "Annie Hall".

Aquí un director de humildes documentales está abocado al ataque cardíaco por culpa del hermano de su mujer, enamorada de él sin reconocerlo; como favor a ella, Lester le deja dirigir uno sobre cómo trabaja y sobre su persona, lo que revelará a éste un verdadero "yo" despótico, cínico y aborrecible que no desea ver y que escuda bajo su narcisismo encantador. Cliff tiene el apoyo en este caso de dos mujeres para esquivar la angustia de su vida: por un lado su sobrina Jenny (versión infantil de la Tracy de "Manhattan"), por otro su compañera de trabajo Halley (Farrow descrita maliciosamente una vez más y cuya actitud y personalidad no está lejos de la realidad).
Las dos historias se complementan al ver Cliff en la pantalla de cine la realidad tan atroz de Judah (plasmada en "Happy go Lucky", "Contratado para Matar", "El Último Gángster" y otros clásicos) y al final es el sabor amargo lo que todo invade: si "Manhattan" ofrecía a Tracy a modo de respuesta de Dios a Job, "Delitos y Faltas" no propone nada que aporte calidez a este glacial universo que exhala el sabor de Ira M. Levin; el crimen queda impune y se puede regresar con la esposa a la confortable vida anterior, el deseo de Cliff no se cumple y su vida se rompe, los injustos no son castigados. Dios prefiere cerrar los ojos.

Al final, Jenny es la única inocente que queda, y Jack el que ve el mundo sin oropeles, tal como es en su espesa realidad. La carrera de la película, pese a un despliegue técnico brillante y las arrolladoras interpretaciones de Martin Landau, Anjelica Huston, Jerry Orbach y Alan Alda de depredador irritante, no seduce al público pero sí a la crítica, que se deshace en halagos, y hasta llega a las nominaciones de los Oscar.
Resulta difícil cosechar éxito, pues se estrena cuando lo hace una colorida y simpática imitación de "Annie Hall" llamada "Cuando Harry encontró a Sally". Termina así la década, con una obra cómica y trágica, sobresaliendo su genio en ésta última pero donde Allen deja bien patente su dominio para lo uno y lo otro; más tarde intentará repetirlo en "Melinda y Melinda", con desiguales resultados, claro...
Chris Jiménez
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