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España España · barcelona
Críticas de avanti
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Críticas 313
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
28 de junio de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya algunas décadas que me quedé impresionado por la genialidad de Woody Allen, disfrutando de sus películas así como de los personajes que las inundan. Ahora, en 2023 sigo pensando lo mismo. Su iconografía no ha envejecido, su obra (como la de los grandes cineastas) es el legado de un genio del séptimo arte que siempre lo tendremos a mano.

Lo genial del neoyorquino es su constancia en tratar los temas espirituales, filosóficos, de la creencia puesta en duda y de la metafísica aplicada a las incógnitas humanas. A Woody siempre le han inquietado el alma y sus vaivenes, siendo fiel en la temática con la que viste a sus personajes en un abanico de caracteres que van desde el inocente Virgil Starkwell en Toma el dinero y corre al desencantado Mort Rifkin (Wallace Shan) en Rifkin’s Festival, personaje en torno al cual gira la película invitándonos de nuevo a sumergirnos en las peculiaridades de sus cambiantes (a menudo inestables) personajes.

Woody Allen deja constancia in aeternum de la admiración que siempre ha tenido por los realizadores que influenciaron a lo largo de su vida creativa: Fellini, Godard, Buñuel, Welles, Bergman entre otros, parafraseándolos en las diferentes escenas clásicas en un entorno acertadamente escogido como es el Festival de cine de San Sebastián acompañado por un elenco diverso propio de la simbología woodiliana como Gina Gerson (Sue), Louis Garrel (Philippe) o Elena Anaya (Dra. Jo Rojas) entre otros.

Rifkin’s Festival es Woody Allen, son las multitudes de personajes que han poblado sus películas, es un sinfín de delicadas situaciones sociales, un homenaje a los maestros de la cinematografía y la confirmación de que siempre fue, ha sido y será otro gran maestro del cine junto a su extensa, reconocida y apreciada filmografía.
avanti
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8
20 de febrero de 2022
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En 2019 Woody Allen estrenó A Rain Day in New York (Día de lluvia en Nueva York) con fotografía del veterano Vittorio Storaro. Desencuentros, imprevistos, intereses no deseados y cruce de situaciones se interponen en el camino de Ashleigh (Elle Fanning) ante su primera gran oportunidad escribiendo un artículo sobre el afamado director Roland Pollard (Liev Schreiber), en un conjunto de situaciones que de alguna manera afectarán a su pareja Gatsby (Timothée Charlamet).

Conflictos, intereses sentimentales y profesionales de los protagonistas sufren cierta alteración emocional ante la figura del galán Francisco Vega (Diego Luna) donde la inoportunidad de los personajes entre los cuales el metomentodo Alvin Troller (Ben Warheit) y la hermosa Chan (Selena Gómez) entra en juego, creando situaciones propias en la filmografía de Woody Allen.

El gran lío está servido, nuestro protagonista cumpliendo los deseos de la señora Welles (Cherry Jones), recala en la gran fiesta de sociedad donde la exuberante Terry (Kelly Rohrbach) hará remover conciencias del pasado sorprendentemente ocultadas. Allen crea la situación perfecta para que confluyan los problemas entre dudas y aclaraciones frente a un mapa de despropósitos al más puro estilo woodiliano.

La confusión emocional de los protagonistas está en juego: son muchas sorpresas para compartir con las que Allen utiliza recursos para resituar a sus personajes en el lugar que realmente les corresponde tras los entuertos vividos en el entorno lluvioso entre "la bruma de Nueva York, el rugido de los taxis, el cielo gris y el monóxido de carbono", toda una declaración de intenciones propias del realizador neoyorquino.
avanti
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6
4 de noviembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Surviving Picasso (Sobrevivir a Picasso) es una película dirigida por James Ivory en 1996, sobre un guión de Ruth Prawer Jhabvala según el libro de Arianna Huffington), música de Richard Robbins y fotografía de Tony Pierce-Roberts. El realizador utiliza el egocentrismo como tema destacado de un personaje al que se le valora por su carácter y, en segundo término por su obra, aunque se ha de reconocer que en el resultado final todo cuenta, así las cosas, parece inevitable separar el temperamento de la creación artística, claro que entonces el morbo sería otro en el que incluiríamos a las mujeres picassianas que ocuparon su vida.

Françoise Gilot se convierte en el centro de la narración que enmarca diez años en la vida de Picasso, un periodo de tiempo suficiente para retratar a una mujer que, a diferencia de sus otros amores entre los cuales Fernande, Eva, Olga, Marie Thérèse, Dora o Jacqueline, sucumbió de un modo menos agresivo al temperamento de Pablo. Anthony Hopkins asume en su totalidad el carácter teatral y dramático del artista con el que Ivory decidió en su día filmar al que tantas veces ha sido homenajeado en el cine desde su otoñal nacimiento en 1881 hasta sus últimos días en la primavera de 1973.

Bautizado como Pablo, Diego, José, Francisco de Paula, Juan Nepomuceno, Cipriano, Crispín, Pristiniano de la Santísima Trinidad, María de los Remedios, Ruiz Picasso, es el artista al que se le destaca su carácter dominante, intransigente, algo violento y radical frente a las relaciones sociales, contrastado con cierta condescendencia por parte del realizador en mostrar de forma breve alguna debilidad emocional del malagueño ante la decisión de Françoise. Lo único que perseguía Picasso era pintar, crear, no repetirse, abrir nuevas ideas al mundo del arte brevemente esbozadas en este interesante film.

Contemplando Surviving Picasso desde lo que nos ofrece se podrían subrayar varios elementos interpretativos entre los cuales la caracterización algo exagerada del actor, el excesivo repertorio del gesto que por lo visto lucía el artista o el trato cuasi expeditivo que utilizaba en la vida diaria entre altibajos con su propia pareja durante la convivencia del periodo narrado junto a Françoise Gilot (Natascha McElhone) destacada coprotagonista de este atrayente film rodeada de algunas de las mujeres que en su día mantuvieron relación sentimental con el malagueño.

Según guión Picasso organizaba su vida diaria con la ayuda de Sabartés (Peter Eyre) su inseparable amigo y secretario particular en mitad de la convulsa y desinhibida vida sentimental del artista junto a la vitalidad del minotauro picassiano ocupado además en pintar como imperiosa necesidad junto al mero interés pecuniario sobre su obra; así las cosas asistimos a la visión de un periodo específico en la vida del malagueño envuelto en turbulentas relaciones familiares, intrigas amorosas, incontenibles deseos carnales, enfrentamientos temperamentales y su relación profesional con artistas del periodo narrado.
avanti
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8
31 de octubre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
The best man (El mejor hombre), es una película dirigida por Franklin J. Schaffner en 1964, guión de Gore Vidal, música de Mort Lindsey y fotografía de Haskell Wexler. El realizador se inmiscuye en el mundo de la política de forma abierta, entrando sin pudor alguno en la trastienda de nuestros dos protagonistas: el afable William Russell (Henry Fonda) y el incontenible ambicioso de poder Joe Cantwell (Cliff Robertson).

Algo, o muy poco ha cambiado la política actual desde los tiempos en los que se desarrollan los acontecimientos narrados donde: las artimañas se imponen, el pasado de los aspirantes inquieta, el juego sucio se convierte en un arma electoral prioritario, el estado social, emocional y psicológico tienen un peso fundamental sobre los candidatos y sus vidas privadas; todo, sin excepción se convierte en armas arrojadizas para el contrario.

Uno pretende jugar limpio, otro quiere utilizar todos los recursos posibles para conseguir ser el elegido, creyendo el candidato Joe Cantwell que con la información conseguida de forma no demasiado ortodoxa sobre su contrincante se muestra seguro del triunfo topándose con su propio pasado de la mano de un viejo conocido: Sheldon Bascomb (Shelley Berman) que pondrá en un serio aprieto las posibilidades de triunfo del codicioso Cantwell si sale a la luz temas demasiado íntimos como para mantenerlos silenciados.

La presidencia saliente en su discreción consigue hablar con los dos candidatos con más posibilidades; de sus conversaciones saldrán las razones por las que la influyente opinión del Presidente Art Hockstader (Lee Tracy) decidirá girar la balanza hacia uno de ellos y su futuro entre carreras de última hora, informes robados sobre los candidatos, acusaciones, reproches, dudas sin fundamento, y la peligrosa acción de airear problemas personales de uno de los aspirantes poniendo en peligro su continuidad en la carrera por conseguir la nominación a la presidencia.

Todo vale en campaña con tal de conseguir los compromisarios necesarios para salir elegido en el mágico día de las delegaciones que deberán posicionarse sobre los candidatos. La situación generará una acción no esperada por nadie, ni tan siquiera por Dick Jensen (Kevin McCarthy) secretario de campaña del afable candidato. Es lo que en ocasiones ofrece la política, cuando alguien cree que lo tiene, el valor de la conciencia de un candidato remueve los cimientos de la moral y de los resultados.
avanti
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7
28 de octubre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muertos de risa es una película guionizada y dirigida por Álex de la Iglesia en 1999 siendo coguionista Jorge Guerricaechevarría, música de Roque Baños y fotografía de Flavio Martínez Labiano. Las parejas cinematográficas siempre, o casi, han dado buen resultado, sobre todo si los protagonistas son Bruno (El Gran Wyoming) y Nino (Santiago Segura) dos artistas de la escena con recursos interpretativos más que asentados en la comedia.

El caso es que Álex de la Iglesia se ha divertido una vez más haciendo lo que más le gusta: rodar, fundirse en el proceso, integrarse en las escenas rozando la caracterización del personaje que estando gozando de todo aparece como el responsable de la fiesta que ha supuesto el rodaje de esta más que entretenida y desinhibida película en la que no puede faltar la parte lumpen de los personajes intermedios: marginados, fracasados líderes, envidiosos del destino ajeno, sumisos pelotilleros, feos sin remedio y guapos sin remisión, un montón de gente donde no falta la referencia maternal y el pasado justificado como germen de lo que se termina siendo en la edad adulta donde los antagonismos están condenados a entenderse si quieren triunfar en el mundo del espectáculo.

El bueno y el malo, el guapo y el feo, el listo y el tonto, el que da y el que recibe; en este último grupo encasillamos a nuestros dos héroes de lo absurdo exagerado al infinito: la poco agraciada imagen de Nino, crooner a la española con cierta carencia interpretativa paseada por la geografía profunda mostrando sus cualidades artísticas perfilándose así en el tragicómico personaje que se las ha de ver sobre el escenario con Bruno el guapo fullero, un buscavidas y buen tipo (en lo físico) aprovechado oportunista en todas las ocasiones que se le presenta para sobrevivir en un mundo donde lo que importa es agenciarse con lo necesario para seguir adelante pese a quien le pese menos a Julian (Álex Angulo) cazatalentos que siempre está atento a lo que le rodea para descubrir algo nuevo, diferente, espectacular, atrayente: Bruno y Nino… ¿o deberíamos decir Nino y Bruno?

Álex de la Iglesia recurre al pasado para dar cabida al magnífico final en el que la respuesta a las grandes diferencias creadas a lo largo de sus triunfales éxitos sobre la escena obtengan la respuesta adecuada para los dos exitosos artistas que desde el afecto mutuo alcanzaron el odio más profundo por medio de la venganza como recurso inmediato de Nino frente al falso compungido de Bruno, un aprovechado que siempre está buscando revancha cuando no encuentra otro modo de deshacerse de los entuertos; pero a pesar de todo, como si de un final de cuento de hadas se tratase, la respuesta a la falta de entendimiento al irremediable exceso de odio acumulado entre ambos, el realizador lo suaviza en la escena final mediante un gesto que confirma la realidad aceptada de los exitosos cómicos.

Al resultado de esta singularísima película contribuyó el habitual elenco de grandes secundarios inseparables en el cine de Alex de la Iglesia como Eduardo Gómez (Tino) o el grandísimo Manuel Tallafé (Mago Silver) además de primeras figuras como Sancho Gracia, Jesús Bonilla, Ramón Barea y algunos cameos perfectamente integrados en la trama. Dejando atrás las controversias que hayan podio generar Muertos de risa, la película se convirtió desde su estreno en un referente del humor negro hispánico. Guste o no guste, despierte admiración o rechazo Muertos de risa ya forma parte indisoluble de la comedia en general y la filmografía genuinamente liberadora en el cine de Alex de la Iglesia.
avanti
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