Los niños del paraíso
1945 

8.1
3,862
Romance. Drama
París, 1820. Dos jóvenes artistas, Baptiste Debureau y Frédéric Lemâitre, debutan en el teatro de los Funámbulos y entablan amistad. Un día, Garance, una misteriosa y atractiva mujer, irrumpe en sus vidas. Mientras que el tímido Baptiste no se atreve a declararle su amor, Frédéric la convierte en su amante. Sin embargo, al estar implicada en una serie de crímenes, la mujer desaparece. (FILMAFFINITY)
3 de agosto de 2013
3 de agosto de 2013
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Preciosa película, donde asistimos al "gran teatro del mundo" o en este caso, a la gran pantomima. Todo absolutamente es ficción dentro de más ficción, hábilmente conjugada, repleta de un juego de máscaras entre los personajes; que al final se desbarata... hermosa, aunque tristemente...
El tratamiento de las relaciones amorosas es excelente, y me ha sorprendido mucho el tratamiento de Natalie, me ha alegrado que no sea la típica mujer despechada, sino, una joven inteligente y sensata, a la vez que sensible y extremadamente enamorada, pero con los pies en la tierra.
La actriz que interpreta a Garance no me convenció, aunque al final sí encaja su belleza fría y distante. Como también me parecieron menores el resto de interpretaciones (Frederic, el asesino, etc.), que parecían más estereotipados.
Otra pega que he encontrado es el ritmo, la primera parte se me hizo pesada y larga, puede que sea la de argumento más convencional; en la segunda parte es cuando el contenido toma forma y fuerza, y mejora, tanto en personajes, como en el desarrollo final.
"Los niños del paraíso" ha envejecido mal, sobre todo de cara al público mayoritario, que se quedaría con la trillada historia de amor, y el ritmo narcótico.
Hay aspectos de crítica social acertados, como la preferencia de Baptiste por el público del paraíso (¿este término se habrá tomado como metáfora por la proximidad con el "paraíso"? Si es así, enriquecería mucho más las interpretaciones).
Las referencias literarias (Gautier, Shakespeare, etc.) también son buenas, en cuanto están insertadas en la historia, con paralelismos e intertextualidades.
También me encantaron las actuaciones del mimo protagonista, de una sensibilidad y una agilidad inocentes y pueriles, pero brillantes y alegres, aniñaban los ojos del espectador.
El tratamiento de las relaciones amorosas es excelente, y me ha sorprendido mucho el tratamiento de Natalie, me ha alegrado que no sea la típica mujer despechada, sino, una joven inteligente y sensata, a la vez que sensible y extremadamente enamorada, pero con los pies en la tierra.
La actriz que interpreta a Garance no me convenció, aunque al final sí encaja su belleza fría y distante. Como también me parecieron menores el resto de interpretaciones (Frederic, el asesino, etc.), que parecían más estereotipados.
Otra pega que he encontrado es el ritmo, la primera parte se me hizo pesada y larga, puede que sea la de argumento más convencional; en la segunda parte es cuando el contenido toma forma y fuerza, y mejora, tanto en personajes, como en el desarrollo final.
"Los niños del paraíso" ha envejecido mal, sobre todo de cara al público mayoritario, que se quedaría con la trillada historia de amor, y el ritmo narcótico.
Hay aspectos de crítica social acertados, como la preferencia de Baptiste por el público del paraíso (¿este término se habrá tomado como metáfora por la proximidad con el "paraíso"? Si es así, enriquecería mucho más las interpretaciones).
Las referencias literarias (Gautier, Shakespeare, etc.) también son buenas, en cuanto están insertadas en la historia, con paralelismos e intertextualidades.
También me encantaron las actuaciones del mimo protagonista, de una sensibilidad y una agilidad inocentes y pueriles, pero brillantes y alegres, aniñaban los ojos del espectador.
25 de junio de 2013
25 de junio de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 1979 la academia francesa de cine la declaró la mejor película francesa de todos los tiempos. Y los franceses no son precisamente mancos en este invento del cine, ellos lo crearon, y produjeron también innumerables películas, de las cuales bastantes tienen un nivel excepcional. Un enorme puñado de directores, guionistas, intérpretes y demás artistas de ese mundo tienen esa nacionalidad, y muchas de sus obras el sello especial que solo ellos le saben dar, y que el espectador que se haya perdido los créditos o que no haya leído ni escuchado referencias enseguida se daría de cuenta de que está viendo un film de ese país. Allí es esta una película de culto, un auténtico clásico, se puede comparar perfectamente con lo que para los americanos es LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ o CIUDADANO KANE.
Una obra vibrante, valiente, un canto a la libertad, con un guión plagado de frases geniales, de romanticismo, de poesía. Nació durante la ocupación alemana, la entrada aliada retraso en unos dos meses su rodaje, encareciendo enormemente su producción. A l final costó 60 millones de francos de la época, bastante más de lo previsto, se rodaron el doble de metros de lo estipulado, se manejaron cantidades enormes de extras, y fue la primera película que se estrenó en Francia después de la liberación. Sus personajes son entrañables. Baptiste, Frédéric, Garance, o Nathalie interpretada por María Casares, actriz española, gallega para ser más exactos, que desarrolló en Francia una gran carrera, especialmente en el teatro.
Como pretenden en algún momento esos personajes, emociona, conmueve, este homenaje al teatro ambientado en el turbulento Paris de 1830 no deja indiferente, ni incluso su título, en alusión a los jóvenes que llenaban la parte alta de los teatros, metafóricamente hablando la que está más cerca del paraíso, donde las entradas eran más económicas. Aquellos jóvenes estaban literalmente ubicados en el paraíso, y a mí durante tres horas, esta cinta en muchos momentos, aunque no en todos, también me llevó al paraíso de los sentidos.
Una obra vibrante, valiente, un canto a la libertad, con un guión plagado de frases geniales, de romanticismo, de poesía. Nació durante la ocupación alemana, la entrada aliada retraso en unos dos meses su rodaje, encareciendo enormemente su producción. A l final costó 60 millones de francos de la época, bastante más de lo previsto, se rodaron el doble de metros de lo estipulado, se manejaron cantidades enormes de extras, y fue la primera película que se estrenó en Francia después de la liberación. Sus personajes son entrañables. Baptiste, Frédéric, Garance, o Nathalie interpretada por María Casares, actriz española, gallega para ser más exactos, que desarrolló en Francia una gran carrera, especialmente en el teatro.
Como pretenden en algún momento esos personajes, emociona, conmueve, este homenaje al teatro ambientado en el turbulento Paris de 1830 no deja indiferente, ni incluso su título, en alusión a los jóvenes que llenaban la parte alta de los teatros, metafóricamente hablando la que está más cerca del paraíso, donde las entradas eran más económicas. Aquellos jóvenes estaban literalmente ubicados en el paraíso, y a mí durante tres horas, esta cinta en muchos momentos, aunque no en todos, también me llevó al paraíso de los sentidos.
16 de octubre de 2015
16 de octubre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuanto mayor me hago menos tolero el cine clásico. No es exactamente que no me guste: es que tengo que estar en un estado de ánimo tan particular, que pocas veces puedo con la lentitud del cine añejo. Pero Los niños del paraíso es una excepción, porque me parece más literatura que cine. Tiene que ver con la dama de las camelias, con Madame Bovary, la Naná de Zola, con la Albertina de Marcel Proust. Ese tipo de novelas francesas que tiene una mujer en el centro, una mujer que frecuentemente vive de su belleza, o que al menos quiere vivir ella, y que en la mayoría los casos lo consigue, aunque eso implique una posterior degeneración. En este caso las tres horas del metraje de la película giran en torno al personaje de Garance. Todos la quieren, todos la desean, y ella se deja querer y desear. Y entre Baptiste, el mejor mimo de París, y Frederick, el mejor actor de la capital, se genera un trío que acaba en cuarteto cuando aparece el barón que convierta a Garance en una apática mantenida.
Entre la pantomima y el teatro hay un juego de antecedentes del cine. La gente se entretiene con historias mudas o habladas, saltimbanquis y óperas. Cada uno al nivel del poder adquisitivo que tenga. Unos en palcos reservados y otros en el gallinero, allí arriba, lejos del escenario pero cerca del cielo, cerca del paraíso. Son Los niños del paraíso, las clases bajas a las que todos los cómicos quieren agradar, esos que heredaron el hábito del cine como pasatiempo barato y democrático.
Entre la pantomima y el teatro hay un juego de antecedentes del cine. La gente se entretiene con historias mudas o habladas, saltimbanquis y óperas. Cada uno al nivel del poder adquisitivo que tenga. Unos en palcos reservados y otros en el gallinero, allí arriba, lejos del escenario pero cerca del cielo, cerca del paraíso. Son Los niños del paraíso, las clases bajas a las que todos los cómicos quieren agradar, esos que heredaron el hábito del cine como pasatiempo barato y democrático.
4 de agosto de 2021
4 de agosto de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que esta película se rodara en la Francia invadida por los nazis es un milagro. Pero que sea además una de las mejores películas de todos los tiempos (para la crítica francesa, la mejor) escapa de toda valoración.
Los "enfants", esa palabra con tantos significados en francés, no es aquí "los niños", sino, en un teatro, "la gente del gallinero". de la que dependía en gran parte el éxito o el fracaso.
Porque toda la película es un homenaje, lleno de una gran y profunda poesía, al teatro. A la vez una historia de amor imposible y posible a la vez, y una historia de crímenes. Los diálogos de Jacques Prévet, poeta de verdad, distan infinitamente de la mayoría de los diálogos que vemos en películas.
Y los actores están en estado de gracia: ellos, Barrault y Brasseur y ellas, Arletty y Maria Casares.
No se olvide que se rueda en 1944. Cuando escribo esto, han pasado 77 años de eso. Una prueba más, si hiciera falta, de que en el arte el tiempo no cuenta.
Los "enfants", esa palabra con tantos significados en francés, no es aquí "los niños", sino, en un teatro, "la gente del gallinero". de la que dependía en gran parte el éxito o el fracaso.
Porque toda la película es un homenaje, lleno de una gran y profunda poesía, al teatro. A la vez una historia de amor imposible y posible a la vez, y una historia de crímenes. Los diálogos de Jacques Prévet, poeta de verdad, distan infinitamente de la mayoría de los diálogos que vemos en películas.
Y los actores están en estado de gracia: ellos, Barrault y Brasseur y ellas, Arletty y Maria Casares.
No se olvide que se rueda en 1944. Cuando escribo esto, han pasado 77 años de eso. Una prueba más, si hiciera falta, de que en el arte el tiempo no cuenta.
29 de junio de 2024
29 de junio de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los niños del paraíso (Les enfants du paradis, 1945), de Marcel Carné es una cautivadora obra sobre los frágiles límites entre la vida y el teatro, la actuación y el sentimiento. Y en particular sobre diferentes formas de amar y desear, ejemplificado en cómo los cuatro protagonistas aman o desean a la protagonista femenina. Es decir, qué representa para cada uno de ellos. El germen de esta espléndida obra surgió en una conversación en Niza, durante la que el actor Jean Louis Barrault sugirió a Marcel Carné que realizará una película acerca del mimo Baptiste Debureu y el actor Frederick Lemaitre. Jacques Prevert, en una nueva colaboración con Carné, escribiría otro gran guion, incentivado, sobremanera, por la posibilidad de incluir como personaje a la figura del dandy del crimen, Pierre Lacenaire. El rodaje se realizaría durante tres años, entre 1943 y 1945, con algunos de los colaboradores trabajando desde la clandestinidad, como el decorador Alexandre Trauner. Aunque la obra tuviera que rodarse en dos partes porque el Gobierno de Vichy no permitía rodar obras de duración más allá de hora y media, se podría diferenciar ambas partes, la primera, El bulevar del crimen, como el planteamiento o vivencia de la vida y del amor como escenario, y la segunda, El hombre blanco, como aquella que lo desentraña (su maraña), o como acaba asumiendo, discerniendo, el artista de pantomima, Baptiste (Jean Louis Barrault), de acuerdo a palabras de su amada, Garance (Arletty), el amor es más simple. En las primeras secuencias, alrededor de 1827, tiene lugar un conflicto entre dos clanes en el teatre de funambules, un teatro de variedades en el que hablar durante las representaciones está penalizado (como también realizar sonidos estridentes entre bambalinas), lo que determina que uno de ellos abandone el teatro. Destacan Baptiste, mimo que cultiva el arte de la pantomima callejera, y un recién llegado, Frederick (Pierre Brasseur), aspirante al teatro oficial, el de la declamación. Cada uno vive el sentimiento de un modo diferenciado. Y ambos se sienten atraídos por la misma mujer, Garance, a la que aman de distinto modo. Frederick es pura seducción verbal, epicúreo que navega en las superficie como si fuera el centro de un escenario. Baptiste, inseguro y tímido, se ve desbordado por las emociones, por la torpeza de reverenciar excesivamente a la mujer que ama, o lo que es lo mismo, considerarla más una idea, una estatua de un sentimiento elevado, que una mujer real a la que aproximarse con los ojos abiertos (mientras que el mendigo que conoce en uno de sus paseos nocturnos se hace pasar por ciego, él está cautivo de la ceguera de su ofuscación idealizadora).
La sutilidad de esta extraordinaria obra queda evidenciada en la obra en que actúan los tres, Garance, interpretando precisamente a una estatua, Baptiste a un ensoñador enamorado, y Frederick a un trovador que logra animar a la estatua, cuando consigue que el pedestal descienda, y ella por tanto se anime. En plena representación, por la gestualidad de los otros dos entre bambalinas, Baptiste comprenderá que ambos son amantes. Dentro del escenario advertirá lo real. De hecho, en la primera noche que conversan Baptiste y Garance, tras que Baptiste se decida a pedirle que baile con él, en la habitación, aunque entrevea su desnudez, no se aproxima a ella, aunque esta le diga que el amor es simple, sino que, reverencial, se marcha, como si la idealización se interpusiera en la realización. Casualmente, en la habitación de al lado está alojado Frederick, quien había usado con ella previamente, en la calle, el mismo repertorio de seducción que utiliza con otras mujeres. En esta ocasión, ella accede a hacer el amor con él, aunque se sienta enamorada de Baptiste (pero entre ambos ha colisionado su divergente concepción del amor, para ella es simplicidad, mientras que él se retuerce en las sublimaciones de la idealización). Su concepción sí coincide con la de Frederick, alguien con un planteamiento vital lúdico, en las superficies de la vida.
Pero hay otros dos hombres más que se sienten atraídos por Garance, también a su modo, y que representan a dos estamentos sociales: Lacenaire ( Marcel Herrand), escritor que oculta su doble vida, la de ladrón de guante blanco que no tiene reparos en mancharse, tendente a los extensos soliloquios (lo que divierte a Garance), quien no se considera capaz de amar a nadie, pero desea a Garance, y Montray (Louis Salou), el aristócrata que resulta el más posesivo de todos (como dice Garance, para él lo más importante es que no quiera a otro; incluso un flirteo puede ser causa de reto a duelo). Si Baptiste es incapaz de advertir que Garance también le ama, cautivo de sus ofuscaciones (obstinado en que use el mismo lírico y grandilocuente lenguaje que él, o sea, que le ame en los mismos términos o misma concepción que él) y abandona (casándose con quien le ama, la actriz que interpreta Maria Casares), Montray no dudará en enfrentarse a quien sea un aspirante (rival) amoroso, da igual lo que sienta Garance (importa que la tenga). En el segundo tramo de la película, tras que pasen siete años, hay otro momento teatral que condensa lo que señalaba sobre esta trama que desentraña los escenarios de la vida y el sentimiento. Frederick no está de acuerdo con las indicaciones de los tres autores de la obra en la que trabaja, y ya en la actuación ante el público, se dedica a reventar la actuación, incluso saliéndose del escenario y situándose en un palco, rompiendo esos límites entre escenario y vida.
La sutilidad de esta extraordinaria obra queda evidenciada en la obra en que actúan los tres, Garance, interpretando precisamente a una estatua, Baptiste a un ensoñador enamorado, y Frederick a un trovador que logra animar a la estatua, cuando consigue que el pedestal descienda, y ella por tanto se anime. En plena representación, por la gestualidad de los otros dos entre bambalinas, Baptiste comprenderá que ambos son amantes. Dentro del escenario advertirá lo real. De hecho, en la primera noche que conversan Baptiste y Garance, tras que Baptiste se decida a pedirle que baile con él, en la habitación, aunque entrevea su desnudez, no se aproxima a ella, aunque esta le diga que el amor es simple, sino que, reverencial, se marcha, como si la idealización se interpusiera en la realización. Casualmente, en la habitación de al lado está alojado Frederick, quien había usado con ella previamente, en la calle, el mismo repertorio de seducción que utiliza con otras mujeres. En esta ocasión, ella accede a hacer el amor con él, aunque se sienta enamorada de Baptiste (pero entre ambos ha colisionado su divergente concepción del amor, para ella es simplicidad, mientras que él se retuerce en las sublimaciones de la idealización). Su concepción sí coincide con la de Frederick, alguien con un planteamiento vital lúdico, en las superficies de la vida.
Pero hay otros dos hombres más que se sienten atraídos por Garance, también a su modo, y que representan a dos estamentos sociales: Lacenaire ( Marcel Herrand), escritor que oculta su doble vida, la de ladrón de guante blanco que no tiene reparos en mancharse, tendente a los extensos soliloquios (lo que divierte a Garance), quien no se considera capaz de amar a nadie, pero desea a Garance, y Montray (Louis Salou), el aristócrata que resulta el más posesivo de todos (como dice Garance, para él lo más importante es que no quiera a otro; incluso un flirteo puede ser causa de reto a duelo). Si Baptiste es incapaz de advertir que Garance también le ama, cautivo de sus ofuscaciones (obstinado en que use el mismo lírico y grandilocuente lenguaje que él, o sea, que le ame en los mismos términos o misma concepción que él) y abandona (casándose con quien le ama, la actriz que interpreta Maria Casares), Montray no dudará en enfrentarse a quien sea un aspirante (rival) amoroso, da igual lo que sienta Garance (importa que la tenga). En el segundo tramo de la película, tras que pasen siete años, hay otro momento teatral que condensa lo que señalaba sobre esta trama que desentraña los escenarios de la vida y el sentimiento. Frederick no está de acuerdo con las indicaciones de los tres autores de la obra en la que trabaja, y ya en la actuación ante el público, se dedica a reventar la actuación, incluso saliéndose del escenario y situándose en un palco, rompiendo esos límites entre escenario y vida.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Más adelante, Frederick interpretará otra obra, Otelo, de William Shakespeare, en la que refleja o materializa lo que ha visto en el escenario de la vida, las reacciones por ejemplo de Montray, pero veladamente las suyas: fabuloso ese intercambio de primeros planos, que quiebran distancias, entre él y Garance en un palco, junto a quién está Montray, el cuál piensa que es Frederick su rival. Garance le ha dicho que si quiere puede clamar por todo París que Montray es el hombre que ama (para que su imagen esté a salvo), pero él tiene que saber que nunca le amará, que ella ha amado y ama a otro (cuyo nombre no le revelará), otro a quien contempla en su actuación, oculta bajo un velo, en otro palco, a Baptiste. Destaca otro momento en que se evidencian esos difusos límites entre vida y escenario: Montray intenta provocar, sin éxito, a Frederick (su ironía le distancia hasta de sus propios celos), tras la representación del Otelo, a ver si le solivianta para acabar retándose a duelo. Lacenaire reacciona a los desprecios arrogantes ( de clase) de Montray, corriendo las cortinas, para mostrar (cual telón que se descorre) cómo en el balcón están juntos Baptiste y Garance. Los sentimientos no dejan de confundirse entre los velos y las máscaras, y el histrionismo de las reacciones viscerales parece avasallar la luminosidad del amor entregado, simple, tan simple.
Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
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