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Matar a un ruiseñor

Drama Adaptación de la novela homónima de Harper Lee. En la época de la Gran Depresión, en una población sureña, Atticus Finch (Gregory Peck) es un abogado que defiende a un hombre negro acusado de haber violado a una mujer blanca. Aunque la inocencia del hombre resulta evidente, el veredicto del jurado es tan previsible que ningún abogado aceptaría el caso, excepto Atticus Finch, el ciudadano más respetable de la ciudad. Su compasiva y ... [+]
Críticas 203
Críticas ordenadas por utilidad
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9
9 de enero de 2009
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil no sentir admiración por el personaje de Gregory Peck en esta película, encarna lo que todos deberíamos ser rectos, tolerantes, pacientes, justos... y una larga lista de virtudes que sería interminable mencionar. En frente una sociedad racista, inculta, ignorante, intolerante... vamos como era USA en los años 20.
El duelo esta servido una batalla desigual, épica, de un hombre para no defraudarse a si mismo ni a sus hijos evitando el camino fácil, complicándose la vida por defender a los demás. Todo ello ante la mirada de sus 2 hijos que aprenderán de el a evitar los prejuicios y a ser rectos y justos.
Sin duda una obra maestra y uno de los personajes mas "buenos" en todos los sentidos que la palabra comporta que ha pasado por el cine.
9
24 de mayo de 2010
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría quién es el monstruo que duerme en la casa de enfrente.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría quién fue mi madre si es que alguna vez dejé de verla.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría a mis viejos por el fin de las deudas monetarias.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría el porqué de mi abnegación por la armas.
Si yo fuese niño alguna vez, preguntaría una y otra y otra vez.

Si yo fuese padre alguna vez, respondería persintentemente con el abandono al incordio.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería con calor al silencio frío de cada madrugada maternal.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería con el lirismo idealista de los pagos con trueque.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería mediante el uso consciente de un arma que no es mía.
Si yo fuese padre alguna vez, respondería otra y una y otra vez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por si acaso los mecanismos de la distancia temporal no me permitieran levar la voz, allí estarían los ladrones de dignidad para demostrar con su rudeza los atisbos de la irresponsabilidad ciudadana. Y apartados, los don Nadies se pondrían de pie ante el paso ardiente y moribundo de la defensa subyugada por la voluntad popular. Aún con todo y bajo la vergüenza del disfraz público, serían los niños atacados por la urticaria de la botella agarrada y sin soltar, para tras ello poder verse salvados por el virtuosismo del pájaro ortográfico que compensa la sureña monstruosidad del encierro y juicio de la inocencia indemostrable.
9
14 de septiembre de 2010
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravillosa descripción del mundo infantil en contraste con el de los adultos a través de la visión constante de la mirada de unos niños.
La estructura de la película está conformada en tres bloques.
1) El mundo infantil, sus juegos y travesuras en su pequeño entorno.
2) El ambiente adulto, con su intolerancia, racismo y violencia.
3) La yuxtaposición de ambos mundos para llegar a ese desenlace donde algún valor ético deberá ser pervertido en pro de la vida.

Toda la película está descrita y narrada extraordinariamente, sin agitados movimientos de cámara, con encuadres que se limitan a mostrar lo que sucede y suaves panorámicas descriptivas. La primera parte de los niños, ayudada por la impecable y emotiva actuación de sus adolescentes protagonistas, es sencillamente genial; como ese ambiente familiar, con la figura del padre que impone su ética, ante la vida y el mundo, como mensaje al futuro que les espera a sus hijos.
El tránsito hacia el mundo adulto donde se acredita que la violencia, la intolerancia y el racismo llevan hasta la injusticia y la perversión del ser humano, es mostrado de forma serena y sin estridencias, condensando en las imágenes y las frases toda la fuerza que transmite. Y como colofón, el largo desenlace donde todo ese futuro, que los niños han ido asimilando, está a punto de quebrarse por un nuevo acto de violencia, y deberá ser esta vez un personaje, cuya sombra planea en todo el film como inmerso en la locura, quien deberá establecer el orden moral y físico en la vida de esos niños.

La conclusión última será ese mínimo, pero conciso, debate ético sobre el bien y el mal ante la justicia, entre dos personajes cuyos puntos de vistas se adivinan diferentes.
El padre, cuya moralidad se basa en la integridad, deberá ceder ante la certeza que justicia y ley son conceptos distintos. Será él, el encargado de defender esa justicia en la legalidad, quien deberá transigir (anterior diálogo con su hija), ante las palabras del sheriff que concibe que sea la justicia la que se imponga al margen del deber de acatar la ley.

Magnífico colofón para ese discurso relajado y sereno que acompaña toda la película, sobre cómo vivir con integridad ante la indignidad de la que tantas muestras dan los seres humanos. Matar un ruiseñor es un crimen, por la inocencia de su existencia en el mundo que habita. Ante tanta violencia y maldad algunos ruiseñores conseguirán seguir volando.
7
2 de octubre de 2009
16 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según el diccionario de inglés, ruiseñor es "nightingale".
Análogamente, "mockingbird" (del título original) es pájaro bobo.
El título quizá debería ser: "Matar un pájaro-bobo".

Obviamente, el ruiseñor es granívoro (yo lo he tenido como mascota) y, aunque encantador, sería perjudicial para el jardín, al contrario de lo que, curiosamente, se afirma en la película.

Por otra parte, la película resulta excesivamente larga, cuando el desenlace es perfectamente previsible.

Creo que el óscar deberían habérselo dado al chico de 10 años, que es el que lleva el peso de la trama y realmente su actuación sobresale, y no a Peck. Es una opinión.
10
26 de agosto de 2008
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda el mejor trabajo de Robert Mulligan, entre los dos ó tres mejores de Gregory Peck (y éste tiene unos cuantos) y entre las mejores películas de la historia del cine. Estos son los poderes de Matar a un ruiseñor, film sobre el racismo más radical, el de los 60 en los Estados sureños estadounidenses, basado en una obra magistral de la escritora nacida en Alabama, Harper Lee, premiada con el Pulitzer de 1961 por este libro que se ha convertido, por derecho propio, en objeto de estudio y punto de referencia obligada en los Institutos norteamericanos.

Pero ¿cuántas veces un mal guión ha destrozado una espléndida novela?. No es el caso. Hasta el punto que la estatuilla al mejor guión adaptado es de las que no admiten discusión. Porque, sin necesidad de ser eruditos en estructuras argumentales cinematográficas, los espectadores nos damos cuenta que la trama que tejen la novela, el guión y el propio Mulligan nos envuelve con suavidad, nos va llevando de una cosa a la otra, de la casa misteriosa al niño de vacaciones, de la señora gruñona en su mecedora a la conmoción popular por la violación de una muchacha blanca. Son las crónicas de un pueblo versión USA. Una sucesión de aleluyas cantadas y contadas por Scout, la niña con modales de chico cuyo crecimiento será marcado a fuego por una sucesión de acontecimientos que, rompiendo la ardiente monotonía sureña, se incrustarán en sus recuerdos.

Sin embargo, esos acontecimientos aparentemente deshilvanados, acaban perfectamente conjuntados en un desenlace tan hermoso como sorprendente, donde la cordura parece imponerse al desatino y el sentido común reclama su lugar en la función. Donde aquellos hilos aparentemente dispersos durante toda la película se cruzan un instante para hacernos un regalo que ningún amante del cine podrá olvidar.

Dejo para el final a Gregory Peck no por olvido sino por deferencia y respeto al que seguirá siendo nuestro eterno capitán Ahab, a quien, por esta excepcional interpretación, justamente premiada con el Oscar al mejor actor, no nos queda más remedio que rebautizar con el apellido Atticus.
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