Musa
4.8
2,851
Terror
Samuel Salomon, profesor de literatura, no pisa la universidad desde la trágica e inesperada muerte de su novia. Samuel sufre una recurrente pesadilla donde una mujer es brutalmente asesinada a través de un extraño ritual. De repente, la misma mujer que aparece todas las noches en su mente es hallada muerta en idénticas circunstancias a las de su sueño. Samuel se cuela decidido en la escena del crimen para averiguar la verdad, y conoce ... [+]
12 de junio de 2020
12 de junio de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el imaginario popular Balagueró es un apellido inevitablemente asociado al terror, aunque una revisión más detallada de su carrera revela una tendencia más hacia la acción con sustos y monstruos de las sagas “Rec” y “Quarentine” y al misterio con final paranormal de “Frágiles” y “Los sin nombre”. De hecho, a pesar de su fama, sus películas nunca han conseguido convencerme ni provocarme miedo. Intriga a ratos y cierta curiosidad por ver o conocer al malo, pero poco más.
“Musa” sigue en esa línea. Argumentalmente está muy bien construida con un elemento sobrenatural - esas musas generalmente asociadas a cosas positivas - que es de los más consistentes e interesantes que me venga a la cabeza. Lo que pasa es que parecería funcionar mejor como libro que como película. Mientras en pantalla aparecen elementos descriptivos y explicativos de la trama – quienes son las musas, qué poder tienen, cómo han ejercido dicho poder en la historia…- , la película capta el interés del espectador, pero ese interés se pierde en cuanto nos metemos en una parte detectivesca bastante desangelada, interpretada con poco carisma y mal ejecutada. “Musa” no da miedo en ningún momento. Ni siquiera sustos, y no será porque no lo intente, pero ni la cara de berberecho del protagonista transmite espanto ni el repetitivo esquema de los sobresaltos – atenuación de luz, atenuación de sonido, flashazo de luz que revela algo macabro, subida de volumen al máximo- ayuda a convencer a nadie de que ahí está pasando algo malo. Su atractivo está en la intriga por conocer y desvelar la naturaleza de las musas, no en lo que hagan o dejen de hacer a los protagonistas ni en un enigma final en torno al cual parece estar armada gran parte de la narración y cuya revelación, en uno de los más anticlimáticos finales que recuerde, nos deja indiferentes.
Destacaría la factura, el argumento, la estética y la ambientación, pero el desarrollo de la trama, las interpretaciones y las sensaciones no están a la altura.
“Musa” sigue en esa línea. Argumentalmente está muy bien construida con un elemento sobrenatural - esas musas generalmente asociadas a cosas positivas - que es de los más consistentes e interesantes que me venga a la cabeza. Lo que pasa es que parecería funcionar mejor como libro que como película. Mientras en pantalla aparecen elementos descriptivos y explicativos de la trama – quienes son las musas, qué poder tienen, cómo han ejercido dicho poder en la historia…- , la película capta el interés del espectador, pero ese interés se pierde en cuanto nos metemos en una parte detectivesca bastante desangelada, interpretada con poco carisma y mal ejecutada. “Musa” no da miedo en ningún momento. Ni siquiera sustos, y no será porque no lo intente, pero ni la cara de berberecho del protagonista transmite espanto ni el repetitivo esquema de los sobresaltos – atenuación de luz, atenuación de sonido, flashazo de luz que revela algo macabro, subida de volumen al máximo- ayuda a convencer a nadie de que ahí está pasando algo malo. Su atractivo está en la intriga por conocer y desvelar la naturaleza de las musas, no en lo que hagan o dejen de hacer a los protagonistas ni en un enigma final en torno al cual parece estar armada gran parte de la narración y cuya revelación, en uno de los más anticlimáticos finales que recuerde, nos deja indiferentes.
Destacaría la factura, el argumento, la estética y la ambientación, pero el desarrollo de la trama, las interpretaciones y las sensaciones no están a la altura.
5 de septiembre de 2022
5 de septiembre de 2022
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Si hay algo que es innegable en Jaume Balagueró, es su talento y capacidad para crear auténticas atmósferas y entornos fascinantemente terroríficos, tanto en el plano estético como en el conceptual. Si ponemos a parte sus dos entregas de REC (tanto la de 2007 como la de 2009, en las que el escenario y la temática cambian totalmente de tercio en la tónica general del cineasta), la construcción de contextos sobrecogedores, asfixiantes y lúgubres es el eficiente recurso del que se sirve para atraparnos en historias como ”Los Sin Nombre” (1999), “Darkness” (2002), “Frágiles” (2005) o “Mientras Duermes” (2011), sin contar con su considerable colección de cortos del género, en los que se prodiga en recrear tanto el recipiente como el contenido de sus elixires espiritosos del horror.
Por un lado, mima una factura técnica para que se confabulen siempre, en la mejor medida de lo posible, imagen, sonido, efectos, actores… para que el espectador viva la experiencia de las historias contadas como uno más de todos los elementos del set; y, por otra parte, consigue destilar, de conceptos y valores que fluyen de esas narraciones, el “Mal”, casi en lo que podría ser en esencia. Por ejemplo, en “Darkness” (2002) prima un progresivo sumergimiento del espectador en un túnel negro de maldad, magníficamente representado por la estructura de componentes gráficos, y el lenguaje simbólico de trasfondo de la película; y en “Mientas Duermes” (2011), extrae la pura vileza de un personaje que parece feliz por esto: por placer, sometiendo, humillando y hundiendo a todos los que están a su alrededor.
Sin embargo, lo hábil que se demuestra Balagueró en el despliegue de encuadres, ambientes, situaciones y personajes espeluznantes con los que describir una sobrecogedora e inhumana perniciosidad, no va parejo, por lo menos aparentemente, con una igual destreza y/o disposición para desarrollar guiones mínimamente comprensibles, funcionales y con un mínimo de estructura interna, sin que el público necesite imperiosamente una brújula o un navegador digital, para entender bién en qué punto se halla, del desarrollo de la trama, en un momento dado.
Podemos elaborar un sinfín de especulaciones sobre las razones por las que el propio director aparezca “de bracito” con otro coguionista cada vez que se lanza uno de sus estrenos: pura egolatria…; o necesidad de control en la realización de la película, en cuanto a plasmar la idea que él ya ha concebido en un principio…; o que, elaborado el “storyline”, se le haga demasiado indigesto hilvanar un libreto de probada complejidad, como suelen ser los de sus filmes…; y un largo etcétera de posibles motivaciones que hayan inducido a que nombres como Fernando de Felipe, Jordi Galcerán o, en el caso que nos ocupa, Fernando Navarro y el propio José Carlos Somoza, autor de la novela (“La Tercera Dama”), que presuntamente adapta “Musa” a la gran pantalla, figuren junto a Balagueró, como firmantes adjuntos del script (en el caso del primero, a quien tuve el placer de tener como profesor, la mejor de las contribuciones, sin duda, para “Darkness”).
Vistos sus largometrajes (excepto REC, ya que a mí me cuesta esto de las películas de cámara en mano, casi en formato videojuego), me reafirmo en la idea que he sostenido siempre, de que esto es como tocar el piano: una pieza a cuatro manos requiere una absoluta compenetración, y mucha coordinación entre los ejecutantes. Y el desigual resultado de las películas de marca “Balagueró”, en cuanto al desarrollo argumental me refiero, no siempre funcionan.
El leridano acostumbra a tener claro qué es lo que quiere, hasta donde quiere llegar, partiendo de una idea básica, embrionaria, que define la temática de cada uno de sus proyectos: sabe sentar los fundamentos, tiene muy visualizados los planos, y hasta es capaz de empezar a montar los andamios. Pero le pasa, sin que esté a su altura ni mucho menos, un poco como al genio Gaudí, que acababa perdiéndose en su universo, y acababa construyendo, y después dibujando (para desesperación, a veces, de los que con él, o bajo sus órdenes trabajaban).
En sus películas siempre está el tema de la raíz de la presencia del Mal; algo muy arraigado en nuestro imaginario colectivo, como para que un artista lo pase por alto en una de las obras en las que participa; de hecho, esta es la base que define el invento maligno que es la “etiqueta” del cine de terror. Lo llamo “invento maligno”, porque Balagueró introduce y se explaya también aquí en el drama y el romance: apela a la poesía como canal o medio (aunque sea al servicio de la atrocidad despiadada).
En cada trabajo suyo, Balagueró ha partido del Mal desde la visión de las mitologías y cultos arcaicos; de la perversa y enfermiza atracción por el Mal en sí mismo…; del Mal que proviene de seres del “más allá”, léase almas atormentadas y vengativas…; del Mal como “agujero negro” presente en la mente humana como motor y fuente de inspiración de sus acciones…; y, en “Musa” (2017), el Mal como expresión del vínculo del Ser Humano con poderosas entidades supra naturales que se vengan del poeta, al modo que los dioses lo hicieran con Prometeo, por robarles el fuego.
Un serio reto, puesto que en principio se trataba de trasladar una enrevesada urdimbre literaria, a la semiótica cinematográfica. Pero si tengo personalmente,algo bastante claro, para desesperación o avinagramiento de los lectores de José Carlos Somoza, es que Balagueró jamás tuvo en mente hacer, ni por asomo, una adaptación fidedigna de la novela del consagrado escritor. Como mucho, hablaríamos de “inspirada en…” o ”basada en…”. Pero de la manera en la que el realizador se pasa por el forro varios ingredientes contextuales y narrativos de la historia original, por no decir del corpus básico mitológico de las musas (en cuanto a su número, sus nombres, sus funciones… ) , tomándose las licencias que le vienen en gana, uno puede concluir que se trata de un simple intercambio de imagen publicitaria;
Por un lado, mima una factura técnica para que se confabulen siempre, en la mejor medida de lo posible, imagen, sonido, efectos, actores… para que el espectador viva la experiencia de las historias contadas como uno más de todos los elementos del set; y, por otra parte, consigue destilar, de conceptos y valores que fluyen de esas narraciones, el “Mal”, casi en lo que podría ser en esencia. Por ejemplo, en “Darkness” (2002) prima un progresivo sumergimiento del espectador en un túnel negro de maldad, magníficamente representado por la estructura de componentes gráficos, y el lenguaje simbólico de trasfondo de la película; y en “Mientas Duermes” (2011), extrae la pura vileza de un personaje que parece feliz por esto: por placer, sometiendo, humillando y hundiendo a todos los que están a su alrededor.
Sin embargo, lo hábil que se demuestra Balagueró en el despliegue de encuadres, ambientes, situaciones y personajes espeluznantes con los que describir una sobrecogedora e inhumana perniciosidad, no va parejo, por lo menos aparentemente, con una igual destreza y/o disposición para desarrollar guiones mínimamente comprensibles, funcionales y con un mínimo de estructura interna, sin que el público necesite imperiosamente una brújula o un navegador digital, para entender bién en qué punto se halla, del desarrollo de la trama, en un momento dado.
Podemos elaborar un sinfín de especulaciones sobre las razones por las que el propio director aparezca “de bracito” con otro coguionista cada vez que se lanza uno de sus estrenos: pura egolatria…; o necesidad de control en la realización de la película, en cuanto a plasmar la idea que él ya ha concebido en un principio…; o que, elaborado el “storyline”, se le haga demasiado indigesto hilvanar un libreto de probada complejidad, como suelen ser los de sus filmes…; y un largo etcétera de posibles motivaciones que hayan inducido a que nombres como Fernando de Felipe, Jordi Galcerán o, en el caso que nos ocupa, Fernando Navarro y el propio José Carlos Somoza, autor de la novela (“La Tercera Dama”), que presuntamente adapta “Musa” a la gran pantalla, figuren junto a Balagueró, como firmantes adjuntos del script (en el caso del primero, a quien tuve el placer de tener como profesor, la mejor de las contribuciones, sin duda, para “Darkness”).
Vistos sus largometrajes (excepto REC, ya que a mí me cuesta esto de las películas de cámara en mano, casi en formato videojuego), me reafirmo en la idea que he sostenido siempre, de que esto es como tocar el piano: una pieza a cuatro manos requiere una absoluta compenetración, y mucha coordinación entre los ejecutantes. Y el desigual resultado de las películas de marca “Balagueró”, en cuanto al desarrollo argumental me refiero, no siempre funcionan.
El leridano acostumbra a tener claro qué es lo que quiere, hasta donde quiere llegar, partiendo de una idea básica, embrionaria, que define la temática de cada uno de sus proyectos: sabe sentar los fundamentos, tiene muy visualizados los planos, y hasta es capaz de empezar a montar los andamios. Pero le pasa, sin que esté a su altura ni mucho menos, un poco como al genio Gaudí, que acababa perdiéndose en su universo, y acababa construyendo, y después dibujando (para desesperación, a veces, de los que con él, o bajo sus órdenes trabajaban).
En sus películas siempre está el tema de la raíz de la presencia del Mal; algo muy arraigado en nuestro imaginario colectivo, como para que un artista lo pase por alto en una de las obras en las que participa; de hecho, esta es la base que define el invento maligno que es la “etiqueta” del cine de terror. Lo llamo “invento maligno”, porque Balagueró introduce y se explaya también aquí en el drama y el romance: apela a la poesía como canal o medio (aunque sea al servicio de la atrocidad despiadada).
En cada trabajo suyo, Balagueró ha partido del Mal desde la visión de las mitologías y cultos arcaicos; de la perversa y enfermiza atracción por el Mal en sí mismo…; del Mal que proviene de seres del “más allá”, léase almas atormentadas y vengativas…; del Mal como “agujero negro” presente en la mente humana como motor y fuente de inspiración de sus acciones…; y, en “Musa” (2017), el Mal como expresión del vínculo del Ser Humano con poderosas entidades supra naturales que se vengan del poeta, al modo que los dioses lo hicieran con Prometeo, por robarles el fuego.
Un serio reto, puesto que en principio se trataba de trasladar una enrevesada urdimbre literaria, a la semiótica cinematográfica. Pero si tengo personalmente,algo bastante claro, para desesperación o avinagramiento de los lectores de José Carlos Somoza, es que Balagueró jamás tuvo en mente hacer, ni por asomo, una adaptación fidedigna de la novela del consagrado escritor. Como mucho, hablaríamos de “inspirada en…” o ”basada en…”. Pero de la manera en la que el realizador se pasa por el forro varios ingredientes contextuales y narrativos de la historia original, por no decir del corpus básico mitológico de las musas (en cuanto a su número, sus nombres, sus funciones… ) , tomándose las licencias que le vienen en gana, uno puede concluir que se trata de un simple intercambio de imagen publicitaria;
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
una simbiosis en la que ambos, novelista y director, salen beneficiados en cuanto a sus respectivos productos. Ambos resultan eficaces instigadores para consumir el del otro; prueba más fehaciente que mi deseo de leer, desde que vi “Musa”, la “Dama Número Trece”, y ahora está en mi lista prioritaria de libros de cabecera, al menos por mi parte, no hay.
La esencia de “Muse” no habría cambiado si en vez de musas y poesía, Balagueró hubiese recurrido al recurso de las brujas, los conjuros y los aquelarres (que es de lo que indiscutible pinta tiene, el contubernio de las siete pajarracas malas que aparecen ahí). Por un lado ya demasiado manido en nuestro castizo imaginario, pero sin embargo todavía para la constelación de consumidores anglosajones (target incluído en esta película, por ser de coproducción de varios países, y con participación de artistas yanquis) que, aunque avezados al tema de la hechicería, el que ésta sea marca “spanish”, les da el morbillo de lo exótico (vale decir que para oprobio de los locales). Sin embargo, se salpimienta y ornamenta el guiso con la ficción renacentista de las tipas que se supone inspiraban las mentes de los artistas. Sobra decir, que estas criaturas de la mitología griega no poseían el carácter malévolo que en esta ficción se les confiere (ahí dejo en el aire el simbolismo que pueda representar, o no, el punto de perfídia y sadismo encarnado en una figura femenina hacia un atormentado anciano, encarnado por el veterano Christopher Lloyd, agradable sorpresa en el elenco de reparto).
Los hombros de la pareja protagonista son demasiado enclenques y poco entrenados para soportar el peso de tamaño monumento, que es “Muse”… hay esfuerzo, pero poca eficiencia en los procesos interpretativos, que en cambio sí veíamos en Karra Elejalde, Emma Vilarassau en “Los Sin Nombre” (1999), o la garra de Iain Glen, Giancarlo Giannini, Fermí Reixach o Felé Martínez en “Darkness” (2002).
La fotografía de Pablo Rosso da buena cuenta de las expectativas en la recreación de espacios (tanto interiores como exteriores) lúgubres e inquietantes, reforzado con la localización escénica en Irlanda, un país que de por sí ya nos inspira melanconía, tristeza, cielos plumbizos y paisajes chubascosos en los que la semioscuridad y la penumbra son más eficientes en el infundio del desasosiego como preludio del pánico, que el mismísmo terror de la oscuridad.
Por el contrario, este “mood” creado contribuye a la penosa y pesada marcha lenta de una acción que requiere un ritmo parsimonioso (incluída la personaja interpretada por Joanne Whalley, que las veces hace de apuntador o guía turístico para rellenar con sus explicaciones los huecos o elipsis en la historia), a fin de evitar que los espectadores se pierdan con facilidad.
La poderosa banda sonora sinfónica de Stephen Rennicks, en cambio, procura conceder a la cinta el aire de tensión, misterio y frenetismo que otros elementos le restan, excepto en los momentos en los que la languidez de las notas del piano se deben al cariz nostálgico y romántico (oh novedad en Balagueró!), que se quiere imprimar. De hecho, esta parte más dramática, en la que la parte más cándida de los protas queda al desnudo, es el motor, el valor que motivará en la resolución a un mediocrillo Elliot Cowan (Salomon), a no dejarse engatusar por las tipas malas, y decidir rebanarle al cuello a la que, de ellas, se hace pasar por su verdadero y eterno amor; la que, por éste, se autoinmola al principio para intentar al final, jugársela.
No hay que ver el film bajo el prisma de la adaptación cinematográfica de unalibro, en su más puritano y estricto sentido, pues desde este punto de vista estaríamos hablando de un auténtico fraude o churro; sino que, partiendo de la óptica genuina de Balagueró, pues ya le conocemos lo suficiente como para hacerle tal concesión, estamos ante un artículo de propia manufactura artesana, sólo que inspirado (y nada más que eso), en el mito de las musas.
La esencia de “Muse” no habría cambiado si en vez de musas y poesía, Balagueró hubiese recurrido al recurso de las brujas, los conjuros y los aquelarres (que es de lo que indiscutible pinta tiene, el contubernio de las siete pajarracas malas que aparecen ahí). Por un lado ya demasiado manido en nuestro castizo imaginario, pero sin embargo todavía para la constelación de consumidores anglosajones (target incluído en esta película, por ser de coproducción de varios países, y con participación de artistas yanquis) que, aunque avezados al tema de la hechicería, el que ésta sea marca “spanish”, les da el morbillo de lo exótico (vale decir que para oprobio de los locales). Sin embargo, se salpimienta y ornamenta el guiso con la ficción renacentista de las tipas que se supone inspiraban las mentes de los artistas. Sobra decir, que estas criaturas de la mitología griega no poseían el carácter malévolo que en esta ficción se les confiere (ahí dejo en el aire el simbolismo que pueda representar, o no, el punto de perfídia y sadismo encarnado en una figura femenina hacia un atormentado anciano, encarnado por el veterano Christopher Lloyd, agradable sorpresa en el elenco de reparto).
Los hombros de la pareja protagonista son demasiado enclenques y poco entrenados para soportar el peso de tamaño monumento, que es “Muse”… hay esfuerzo, pero poca eficiencia en los procesos interpretativos, que en cambio sí veíamos en Karra Elejalde, Emma Vilarassau en “Los Sin Nombre” (1999), o la garra de Iain Glen, Giancarlo Giannini, Fermí Reixach o Felé Martínez en “Darkness” (2002).
La fotografía de Pablo Rosso da buena cuenta de las expectativas en la recreación de espacios (tanto interiores como exteriores) lúgubres e inquietantes, reforzado con la localización escénica en Irlanda, un país que de por sí ya nos inspira melanconía, tristeza, cielos plumbizos y paisajes chubascosos en los que la semioscuridad y la penumbra son más eficientes en el infundio del desasosiego como preludio del pánico, que el mismísmo terror de la oscuridad.
Por el contrario, este “mood” creado contribuye a la penosa y pesada marcha lenta de una acción que requiere un ritmo parsimonioso (incluída la personaja interpretada por Joanne Whalley, que las veces hace de apuntador o guía turístico para rellenar con sus explicaciones los huecos o elipsis en la historia), a fin de evitar que los espectadores se pierdan con facilidad.
La poderosa banda sonora sinfónica de Stephen Rennicks, en cambio, procura conceder a la cinta el aire de tensión, misterio y frenetismo que otros elementos le restan, excepto en los momentos en los que la languidez de las notas del piano se deben al cariz nostálgico y romántico (oh novedad en Balagueró!), que se quiere imprimar. De hecho, esta parte más dramática, en la que la parte más cándida de los protas queda al desnudo, es el motor, el valor que motivará en la resolución a un mediocrillo Elliot Cowan (Salomon), a no dejarse engatusar por las tipas malas, y decidir rebanarle al cuello a la que, de ellas, se hace pasar por su verdadero y eterno amor; la que, por éste, se autoinmola al principio para intentar al final, jugársela.
No hay que ver el film bajo el prisma de la adaptación cinematográfica de unalibro, en su más puritano y estricto sentido, pues desde este punto de vista estaríamos hablando de un auténtico fraude o churro; sino que, partiendo de la óptica genuina de Balagueró, pues ya le conocemos lo suficiente como para hacerle tal concesión, estamos ante un artículo de propia manufactura artesana, sólo que inspirado (y nada más que eso), en el mito de las musas.
16 de febrero de 2024
16 de febrero de 2024
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Como siempre, sus propuestas iniciales son magníficas, como quizá no pueda ser de otra manera en películas de miedo. Quiero decir que hay que cuidar mucho los principios, las exposiciones iniciales, la presentación de personajes, las tramas iniciaticas.
Hay algo confuso en el comienzo, no es un fallo de guión exactamente, porque crees que más tarde, a lo largo de la película, te lo va a contar. Pero no es una base argumental sólida la que edifica la cinta. Es algo raro.
La exposición de los títulos de créditos es una maravilla. Visualmente muy atrayentes y sugestivos y, al mismo tiempo, perturbadores y retorcidos.
El actor principal es demasiado limitado para un papel como éste. Nada más ver cómo evolucionaba pensé en cómo lo hubiera hecho John Malkovich. El aire descarnado y falto de identidad, fuera de sí mismo y recomido por sus angustias y su resquemores previos no se transmiten bien en su actitud corporal y su posicionamiento en la historia. Es mucho papel para un actor tan poco dotado.
Los sueños premonitorios deben ser aterradores. Pero no creo que sean comunes en personas normales. Como material para una película como esta sí, por supuesto.
La historia está bien desarrollada. Tiene su gracia, quizá sea un poco larga y la música no funciona tan bien como en otras películas suyas, y la fuerza general no es tan arrolladora. De todas las que he visto suyas últimamente [Los sin nombre (1999), Darkness (2002), Frágiles (2005)] es la que menos me gusta. Las dos últimas citadas me parecen mejores.
De toda su filmografía me siguen pareciendo más valiosas [•REC] (2007, Codirigida con Paco Plaza), y Mientras duermes (2011).
Me pierdo en alguna de las tramas, no entiendo cuál es el interés en introducir a Dante y su infierno en esta historia, con sus siete musas y demás.
Llegas agotado al minuto 30, cuando comienza verdaderamente la trama. Se me hizo larga, y por momentos poco comprensible. Cómo se introduce la historia de la niña y la relación con la prostituta tiene como fuelle. Sustos, neuras, histeria y poco más.
Me ha decepcionado.
Hay algo confuso en el comienzo, no es un fallo de guión exactamente, porque crees que más tarde, a lo largo de la película, te lo va a contar. Pero no es una base argumental sólida la que edifica la cinta. Es algo raro.
La exposición de los títulos de créditos es una maravilla. Visualmente muy atrayentes y sugestivos y, al mismo tiempo, perturbadores y retorcidos.
El actor principal es demasiado limitado para un papel como éste. Nada más ver cómo evolucionaba pensé en cómo lo hubiera hecho John Malkovich. El aire descarnado y falto de identidad, fuera de sí mismo y recomido por sus angustias y su resquemores previos no se transmiten bien en su actitud corporal y su posicionamiento en la historia. Es mucho papel para un actor tan poco dotado.
Los sueños premonitorios deben ser aterradores. Pero no creo que sean comunes en personas normales. Como material para una película como esta sí, por supuesto.
La historia está bien desarrollada. Tiene su gracia, quizá sea un poco larga y la música no funciona tan bien como en otras películas suyas, y la fuerza general no es tan arrolladora. De todas las que he visto suyas últimamente [Los sin nombre (1999), Darkness (2002), Frágiles (2005)] es la que menos me gusta. Las dos últimas citadas me parecen mejores.
De toda su filmografía me siguen pareciendo más valiosas [•REC] (2007, Codirigida con Paco Plaza), y Mientras duermes (2011).
Me pierdo en alguna de las tramas, no entiendo cuál es el interés en introducir a Dante y su infierno en esta historia, con sus siete musas y demás.
Llegas agotado al minuto 30, cuando comienza verdaderamente la trama. Se me hizo larga, y por momentos poco comprensible. Cómo se introduce la historia de la niña y la relación con la prostituta tiene como fuelle. Sustos, neuras, histeria y poco más.
Me ha decepcionado.
12 de junio de 2018
12 de junio de 2018
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Balagueró y el cine de terror, siempre de la mano, hacen que se espera de él mucho más de lo que MUSA nos ofrece. Eso y un reparto estelar en el que cuesta reconocer a Potente, Watling o Vellés y a un Christopher Lloyd mítico. Pero la película se va desinflando y la trama es confusa: cuanta más explicaciones nos dan, menos nos creemos aquello que pasa. Y lo peor: el miedo, el terror, es prácticamente inexistente, más gore y sangre que otra cosa. Lo dicho, un filme muy menor para lo que se espera de Balagueró.
24 de junio de 2018
24 de junio de 2018
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que si esperamos encontrar una película de terror al uso, nos pueda decepcionar un poco, pero lo cierto es que cuenta con una historia potente que mantiene al espectador enganchado a la butaca. Tiene la esencia del director y en algún momento podríamos sentir que hemos vivido alguna situación similar en alguna de sus películas anteriores.
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