Leviatán
2014 

7.2
7,367
Drama
Kolia vive en un pueblito a orillas del mar de Barents, al norte de Rusia. Tiene un taller de mecánica al lado de su casa, donde vive con su joven esposa y su hijo, fruto de una relación anterior. El alcalde del pueblo está decidido a apropiarse de la casa y del taller de Kolia a toda costa. Primero intenta comprar el terreno, pero Kolia no está dispuesto a vender. (FILMAFFINITY)
27 de diciembre de 2014
27 de diciembre de 2014
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a empezar con una cinta tremendamente personal y simbólica como El regreso, Andrei Zvyagintsev ha ido abordando temas sociales de manera ascendente, llegando a una disección de la sociedad rusa en Leviathan. La fuerza narrativa que aporta el ruso a sus trabajos ya se apreciaba en su ópera prima, pese a ser la cinta menos narrativa de su filmografía; pero es en Leviathan donde vislumbramos su potencial narrativo en todo su esplendor, siendo ésta un verdadero torrente de principio a fin.
Kolya tiene un taller de mecánica junto a su casa, en la cual vive con su mujer y su hijo, fruto de una relación anterior. El alcalde quiere el terreno en el cual están instalados el taller y la casa, por lo que hará lo posible por conseguirlo. Ésto sería imposible de ser al revés, pero no siendo así, nos sumergimos en un retrato de la corrupción existente en el sistema ruso.
Zvyagintsev se aleja en cierto modo de su estilo, dejando a un lado el virtuosismo visual para concentrar toda la fuerza en planos interiores - casi fijos -. Los símbolos se ven reducidos prácticamente al monstruo que da nombre a la película, que simboliza a un mal que bien podría ser el alcalde físicamente, o las altas esferas del poder en su conjunto - desgraciadamente, la corrupción no es exclusiva de Rusia -. Lo que es un hecho es que ésta es su obra menos personal, pero a la vez la más completa y sobria. He mencionado anteriormente que deja de lado el virtuosismo visual, lo cual no quita que visualmente sea una gozada, acompañando a la fotografía los ya clásicos tonos fríos en sus películas, que en esta ocasión retratan a la perfección una Rusia muy gélida.
Las interpretaciones de todo el elenco son de un nivel muy alto, destacando a Roman Madyanov en el papel del alcalde, en el cual ves reflejado a mucho politicucho actual, El guión - premiado en Cannes - es una absoluta genialidad, con unos diálogos cargados de fuerza y que se permiten ciertos toques de humor negro fantásticos (los cuadros de los líderes políticos y el comentario sobre Yeltsin). Zvyagintsev vuelve a tratar las relaciones de pareja de una manera fantástica, como lleva haciendo a lo largo de toda su filmografía - aunque en El regreso lo hiciera muy de refilón -. También recalcar la coincidencia de los planos iniciales del metraje con los de su final (como ya hiciera en Elena), advirtiendo que el monstruo sigue ahí tras la batalla, pues se antoja imperecedero.
Las virtudes de esta película y del cine de Zvyagintsev en general son innumerables, pero pese a ello me ha faltado algo; quizás algo más de garra en determinadas situaciones; quizás un poco más de la esencia o estilo del ruso, porque aquí se aleja de su personalidad - sin perderla - para traernos este viaje a los infiernos de Kolya, de una manera completísima y desgarradora. Pero como ya digo, me ha faltado algo, algo que de momento se me escapa. Veo a Zvyagintsev un autor maravilloso, un referente en el cine moderno, pues sus cuatro películas me parecen notables, rozando algunas de ellas el sobresaliente - la propia Leviathan -, por lo que hay que confiar en sus cualidades y esperar con paciencia que llegue una obra que coloque al ruso donde se merece.
Es curioso que una película que se estrena el primer día del año vaya a ser sin ningún atisbo de duda una de las más grandes del 2015. Los que hayáis seguido la trayectoria del director esperaréis Leviathan con ganas, los que no: dadle una oportunidad, no os arrepentiréis.
Kolya tiene un taller de mecánica junto a su casa, en la cual vive con su mujer y su hijo, fruto de una relación anterior. El alcalde quiere el terreno en el cual están instalados el taller y la casa, por lo que hará lo posible por conseguirlo. Ésto sería imposible de ser al revés, pero no siendo así, nos sumergimos en un retrato de la corrupción existente en el sistema ruso.
Zvyagintsev se aleja en cierto modo de su estilo, dejando a un lado el virtuosismo visual para concentrar toda la fuerza en planos interiores - casi fijos -. Los símbolos se ven reducidos prácticamente al monstruo que da nombre a la película, que simboliza a un mal que bien podría ser el alcalde físicamente, o las altas esferas del poder en su conjunto - desgraciadamente, la corrupción no es exclusiva de Rusia -. Lo que es un hecho es que ésta es su obra menos personal, pero a la vez la más completa y sobria. He mencionado anteriormente que deja de lado el virtuosismo visual, lo cual no quita que visualmente sea una gozada, acompañando a la fotografía los ya clásicos tonos fríos en sus películas, que en esta ocasión retratan a la perfección una Rusia muy gélida.
Las interpretaciones de todo el elenco son de un nivel muy alto, destacando a Roman Madyanov en el papel del alcalde, en el cual ves reflejado a mucho politicucho actual, El guión - premiado en Cannes - es una absoluta genialidad, con unos diálogos cargados de fuerza y que se permiten ciertos toques de humor negro fantásticos (los cuadros de los líderes políticos y el comentario sobre Yeltsin). Zvyagintsev vuelve a tratar las relaciones de pareja de una manera fantástica, como lleva haciendo a lo largo de toda su filmografía - aunque en El regreso lo hiciera muy de refilón -. También recalcar la coincidencia de los planos iniciales del metraje con los de su final (como ya hiciera en Elena), advirtiendo que el monstruo sigue ahí tras la batalla, pues se antoja imperecedero.
Las virtudes de esta película y del cine de Zvyagintsev en general son innumerables, pero pese a ello me ha faltado algo; quizás algo más de garra en determinadas situaciones; quizás un poco más de la esencia o estilo del ruso, porque aquí se aleja de su personalidad - sin perderla - para traernos este viaje a los infiernos de Kolya, de una manera completísima y desgarradora. Pero como ya digo, me ha faltado algo, algo que de momento se me escapa. Veo a Zvyagintsev un autor maravilloso, un referente en el cine moderno, pues sus cuatro películas me parecen notables, rozando algunas de ellas el sobresaliente - la propia Leviathan -, por lo que hay que confiar en sus cualidades y esperar con paciencia que llegue una obra que coloque al ruso donde se merece.
Es curioso que una película que se estrena el primer día del año vaya a ser sin ningún atisbo de duda una de las más grandes del 2015. Los que hayáis seguido la trayectoria del director esperaréis Leviathan con ganas, los que no: dadle una oportunidad, no os arrepentiréis.
15 de enero de 2015
15 de enero de 2015
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son Job y Hobbes, dos influencias claras, de pronunciación semejante y con bestia marina de fondo, las que, parece ser, llevaron a este formidable cineasta a enfrentarse al Leviatán. El estoicismo del santo ante las pruebas opresivas de Satanás —con permiso de Dios, eso sí— y la filosofía política del pensador inglés comparecen constantes durante el intenso argumento. "Si dos hombres desean una cosa que no pueden ambos gozar, devienen enemigos en su camino hacia su fin (que es principalmente su propia conservación, y a veces sólo su delectación) y se esfuerzan mutuamente en destruirse o subyugarse", decía Thomas Hobbes hace casi cinco siglos. Pero si uno de los hombres ostenta el poder establecido, el nivel de enemistad y sobre todo el de destrucción y subyugo se ve descompensado. Hobbes vertebró su afamada obra en el hombre, el estado y la iglesia, contribuyendo y casi marcando los actos de la película de Andrei Zvyagintsev. A pesar de su reciente galardón en los Globos de Oro (ahí están los estadounidenses premiando un film que expone una Rusia corrupta; grandísimo film sin embargo) y su nominación a los Oscar como mejor película de habla no inglesa, espero que hagan su aportación, en forma de espectadores, a una película potentísima.
Por un lado las olas rompen furiosas contra un acantilado del mar de Barents; y por el otro, vemos un paraje tan hermoso como frío, salpicado de casas racionalistas y políticos irracionales. Una jaula en la que reside y trabaja Kolia: en una casa que un Lucifer personificado en alcalde desea expropiarle. Esa es la historia de 'Leviatán'. Una historia de muchas historias, de allá y de acá. No obstante, esta escueta sinopsis es sólo el principio. Después, regado en Vodka y con, aunque parezca mentira, ciertos toques de humor, la vida de Kolia y su familia entrará en un bucle de desmoralización. No existe la resaca porque la borrachera no reposa. El director de Elena es un gran narrador y sabe llevarnos. Una catarsis en forma de picnic soviético, con tiro a la lata y a los retratos de los históricos líderes rusos como forma de pasar el rato —con dos cojones—, es un momento en el relato que parecía nos dejaba coger aire. Iluso que es uno.
Ni Putin se libra. Un Vladímir enmarcado preside, como dando fe y consentimiento, las reuniones del alcalde de la ciudad con los poderes militares, policiales, judiciales y eclesiásticos. Porque esa es otra: la iglesia ortodoxa tiene papelón en 'Leviatán'. Ortodoxa, o católica, apostólica y romana, es consejera silenciosa del capo, sabedora de que intercambian sosiego mental a cambio de beneficios. Y mientras, ese Job protagonista, que es ateo el pobre, se deviene sin apoyos divinos contra un sistema y un entorno que le engulle. Entretanto, la naturaleza mira impasible en ese paraje con esqueletos de ballena, demostración de que ella es la única que puede con todo, incluso con las grandes criaturas marinas. Enorme película.
www.apositivar.com
Por un lado las olas rompen furiosas contra un acantilado del mar de Barents; y por el otro, vemos un paraje tan hermoso como frío, salpicado de casas racionalistas y políticos irracionales. Una jaula en la que reside y trabaja Kolia: en una casa que un Lucifer personificado en alcalde desea expropiarle. Esa es la historia de 'Leviatán'. Una historia de muchas historias, de allá y de acá. No obstante, esta escueta sinopsis es sólo el principio. Después, regado en Vodka y con, aunque parezca mentira, ciertos toques de humor, la vida de Kolia y su familia entrará en un bucle de desmoralización. No existe la resaca porque la borrachera no reposa. El director de Elena es un gran narrador y sabe llevarnos. Una catarsis en forma de picnic soviético, con tiro a la lata y a los retratos de los históricos líderes rusos como forma de pasar el rato —con dos cojones—, es un momento en el relato que parecía nos dejaba coger aire. Iluso que es uno.
Ni Putin se libra. Un Vladímir enmarcado preside, como dando fe y consentimiento, las reuniones del alcalde de la ciudad con los poderes militares, policiales, judiciales y eclesiásticos. Porque esa es otra: la iglesia ortodoxa tiene papelón en 'Leviatán'. Ortodoxa, o católica, apostólica y romana, es consejera silenciosa del capo, sabedora de que intercambian sosiego mental a cambio de beneficios. Y mientras, ese Job protagonista, que es ateo el pobre, se deviene sin apoyos divinos contra un sistema y un entorno que le engulle. Entretanto, la naturaleza mira impasible en ese paraje con esqueletos de ballena, demostración de que ella es la única que puede con todo, incluso con las grandes criaturas marinas. Enorme película.
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30 de marzo de 2015
30 de marzo de 2015
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un gran drama social y familiar, los actores de 10! que capacidad. Fotografía inmensa, espectacular. Pero también debo añadir que es una película sin ritmo alguno, muy parada que hace desesperar por momentos, el guión esta bien, pero da la impresión de que se quiere ir por la ramas con tal de hacer la película mas larga. Si quiere explicar la corrupción y añadirle un drama personal, se podría hacer en la mitad de tiempo. Lo del leviathan a mi parecer está cogido por pinzas, como si se introdujera para dar algo mas de peso a le película.
So no fuese por la brillantez de los actores, esta película sería del montón malo.
So no fuese por la brillantez de los actores, esta película sería del montón malo.
2 de marzo de 2015
2 de marzo de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenemos tan interiorizado que si la corrupción tiene una madre patria, esa madre se llama Rusia. Tal vez por eso no nos sorprende el planteamiento de esta obra cuyo desenlace no deja resquicio a la esperanza. Emergen aquí como si el tiempo se hubiera paralizado en la Edad Media, los viejos poderes de entonces. El Alcalde-Señor Feudal con su corte de papanatas aduladores y ejecutores. El Pope de la iglesia ortodoxa que insufla soflamas tanto desde el púlpito como desde los salones. Y la aséptica Justicia con esa vara de medir tan acartonada que distribuye sentencias al dictado con un lenguaje y un vocabulario en el que no queda resquicio para el recurso. Planea en la atmósfera de la película que nada puede acabar bien en un ambiente tan sórdido y aunque las expectativas acaban cumpliéndose, no es menos cierto que el director nos lleva por diferentes derroteros tratando de insuflar algo de ánimo a estas familias, personajes desdibujados que llevan la maldición del lugar -esa playa con restos de naufragios y desperdicios- impresa en sus rostros. Donde parece atisbarse alguna esperanza termina por desencadenarse la tragedia. Como si los viejos dioses de la mitología griega no se hubieran ido nunca y emergieran con todo su furor de ese poderoso océano que hace de las vidas que desfilan por la pantalla un ejercicio de continua supervivencia.
31 de julio de 2015
31 de julio de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el cine de Zvyagintsev , las historias emergen como parábolas existenciales bañadas por una profunda melancolía, que desarrollan preocupaciones estilísticas y conceptuales de gran calado. Sus nociones y ambiciones cinematográficas colocan al cineasta en la estela del esencialismo poético ruso de Andrei Tarkovsky. En esta ocasión nos ofrece un film ambicioso temáticamente y depurado estilísticamente, aunque algo frío, en mi opinión, combinando las tensiones de la lucha de clases en la Rusia contemporánea del “zar” Vladimir Putin. En la amplitud panorámica del encuadre y una preciosa fotografía, “Leviatán” emerge como un fresco tragicómico – el humor negro de la primera parte da paso a unos posteriores sucesos lamentables – y un resonante drama familiar capaz de aglutinar la gangrena de la corrupción institucionalizada en la Rusia post soviética.
Los parajes fósiles y geológicos aparecen en “Leviatán” enmarcados en la espectacular belleza que ofrece las costas del Mar de Barents donde transcurre el film, concentrando el amplio retrato humano y sociopolítico del país en los enfrentamientos de Kolya (Aleksey Serebryakov), su amigo el abogado moscovita Dimitri (Vladimir Vdovichenkov) y el corrupto y despreciable alcalde de la ciudad, Vadim (Roman Madyanov) que pretende expropiar la casa de Kolya. El cineasta junto a su guionista Oleg Negin tejen un entramado mundo mafioso y gansteril bajo el beneplácito de la iglesia ortodoxa. En el desarrollo de la trama intervienen también con consecuencias imprevisibles las pulsiones del deseo romántico de Lilya (Elena Lyadova) la segunda y bella esposa de Kolya, hombre rudo e impulsivo que ahoga sus penas en el vodka. Y que, abrirá una fisura en los sentimientos de amor y lealtad de la pareja.
El film es una fábula con moraleja, una de esas historias simbólicas, abstractas y casi mitológicas que componen la Biblia. Y es que, como su nombre ya deja entrever, la última película de Andrei Zvyagintsev es una relectura contemporánea del famoso mito de Job. El mal que se abate sobre Job/Kolya no es más que una apuesta entre Dios y el Diablo, un juego para demostrar la profundidad de la fe humana ante las adversidades. La película mantiene ese aspecto de injusticia y sin razón que tanta fuerza da al relato pero difiere de la Biblia en algunos aspectos importantes. ¿De dónde viene el mal? La respuesta del cineasta es clara: del estado, de la iglesia y de otras instituciones como, policías, jueces y abogados.
Este hermoso film, sin ofrecer nada nuevo – un hombre común enfrentado a un sistema adverso que conspira contra unos derechos adquiridos e inalienables – se desmarca de los convencionalismos encontrando su personalidad en los contrastes. Realista y alegórica al mismo tiempo, concede tanta importancia a lo humano y terrenal como a lo espiritual en los sucesos que acontecen. El vodka preside siempre celebraciones y agravios, la singularidad épica y cultural del pueblo ruso está siempre plasmada en la energía luminosa del paisaje con la resonante metáfora de esa playa convertida en cementerio de ballenas, donde desembocan todas las tensiones. La naturaleza depredadora del ser humano sobre la que se construye el relato, no sólo pertenece a la idiosincrasia de la cultura rusa, es una muestra de cualquier sociedad de nuestro tiempo, la indefensión civil frente a la implacable gangrena que corroe el poder. Esa es, la verdadera bestia del film.
Los parajes fósiles y geológicos aparecen en “Leviatán” enmarcados en la espectacular belleza que ofrece las costas del Mar de Barents donde transcurre el film, concentrando el amplio retrato humano y sociopolítico del país en los enfrentamientos de Kolya (Aleksey Serebryakov), su amigo el abogado moscovita Dimitri (Vladimir Vdovichenkov) y el corrupto y despreciable alcalde de la ciudad, Vadim (Roman Madyanov) que pretende expropiar la casa de Kolya. El cineasta junto a su guionista Oleg Negin tejen un entramado mundo mafioso y gansteril bajo el beneplácito de la iglesia ortodoxa. En el desarrollo de la trama intervienen también con consecuencias imprevisibles las pulsiones del deseo romántico de Lilya (Elena Lyadova) la segunda y bella esposa de Kolya, hombre rudo e impulsivo que ahoga sus penas en el vodka. Y que, abrirá una fisura en los sentimientos de amor y lealtad de la pareja.
El film es una fábula con moraleja, una de esas historias simbólicas, abstractas y casi mitológicas que componen la Biblia. Y es que, como su nombre ya deja entrever, la última película de Andrei Zvyagintsev es una relectura contemporánea del famoso mito de Job. El mal que se abate sobre Job/Kolya no es más que una apuesta entre Dios y el Diablo, un juego para demostrar la profundidad de la fe humana ante las adversidades. La película mantiene ese aspecto de injusticia y sin razón que tanta fuerza da al relato pero difiere de la Biblia en algunos aspectos importantes. ¿De dónde viene el mal? La respuesta del cineasta es clara: del estado, de la iglesia y de otras instituciones como, policías, jueces y abogados.
Este hermoso film, sin ofrecer nada nuevo – un hombre común enfrentado a un sistema adverso que conspira contra unos derechos adquiridos e inalienables – se desmarca de los convencionalismos encontrando su personalidad en los contrastes. Realista y alegórica al mismo tiempo, concede tanta importancia a lo humano y terrenal como a lo espiritual en los sucesos que acontecen. El vodka preside siempre celebraciones y agravios, la singularidad épica y cultural del pueblo ruso está siempre plasmada en la energía luminosa del paisaje con la resonante metáfora de esa playa convertida en cementerio de ballenas, donde desembocan todas las tensiones. La naturaleza depredadora del ser humano sobre la que se construye el relato, no sólo pertenece a la idiosincrasia de la cultura rusa, es una muestra de cualquier sociedad de nuestro tiempo, la indefensión civil frente a la implacable gangrena que corroe el poder. Esa es, la verdadera bestia del film.
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