El gran Gatsby
2013 

6.2
46,263
Drama. Romance
Nueva York, años 20. En la alta sociedad norteamericana, llama la atención la presencia de Jay Gatsby, un hombre misterioso e inmensamente rico, al que todos consideran un advenedizo, lo que no impide que acudan a sus fastuosas fiestas en su gran mansión de Long Island. Gatsby vive obsesionado con la idea de recuperar al amor que dejó escapar años atrás. Para ello se hará amigo de su vecino recién llegado, el joven Nick Carraway. (FILMAFFINITY) [+]
26 de diciembre de 2013
26 de diciembre de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leí la novela, la original en inglés, hace unos diecisiete años, como lectura para la universidad. No me entusiasmó en absoluto y así se lo comenté al profesor cuando realicé su análisis. Aquel ambiente decadente de ríos de dinero, jazz, charlestón, alcohol, superficialidad y desidia no es que me transportara a las dimensiones celestes. Ningún personaje me despertaba especial simpatía, tan sólo Jay Gatsby y Nick Carraway estaban un poco por encima, y con reservas.
Nick es el arquetípico narrador y observador que presencia las acciones ajenas y que actúa como el sempiterno convidado e intermediario, influyendo apenas en el devenir de los acontecimientos e intentando no juzgar a nadie a la ligera, una enseñanza que su padre le ha inculcado. Efectivamente, Nick derrocha paciencia y capacidad de comprensión por muy disparatado que sea lo que ocurra a su alrededor. Es el personaje más equilibrado (todo lo equilibrado que puede ser un joven en los "Locos años 20"), y el punto de conexión entre los hechos y el lector.
Gatsby es la encarnación del romanticismo más exacerbado. Tanto, que me pasó como me pasa a menudo con quienes tienen demasiados pájaros en la cabeza; a veces me irritaba. No mucho, lo suficiente para no caerme antipático. Al contrario, la enorme vulnerabilidad de sus sueños me daba un poco de lástima. No eran aires de grandeza de un hombre arrogante, sino las frágiles ilusiones de un hombre sensible y enamorado que había tenido la desgracia de idealizar al objeto de su amor, y de cometer el error de creer que ella le correspondía. De acuerdo, ella le correspondió, alguna vez, pero no como él esperaba ser correspondido.
El resto de los personajes eran francamente vulgares, incluida la preciosa Daisy, que pese a sus aires de mosquita muerta a mí me parecía una lagartona de cuidado. Ya sé que la cosa no es tan simple y que para aquella chica ricachona de familia rancia la elección entre Gatsby y Buchanan no fue sencilla y que las circunstancias no fueron sencillas (Gatsby era un muchacho gentil que la adoraba pero era un pobretón, mientras que Buchanan era un bruto machista prepotente pero estaba podrido de pasta). Ella hizo su elección y, bueno, pues que se aguante con lo que escogió, siempre he pensado que Daisy tenía lo que se merecía. Que desde luego no era Gatsby, demasiado hombre para ella.
La futilidad de aquellos años de la Ley Seca (nunca corrió tanto el alcohol como entonces, basta una prohibición para que todo el mundo se pirre por pasársela por los forros), la fiebre de Wall Street y aquella burbuja de bonanza económica dispararon una década puramente hedonista. Las chicas flappers y los petimetres con las carteras bien llenas enlazaban noche tras noche de juergas sin fin. Fitzgerald describió a la perfección esa breve época de esplendor bizarro y hueco.
Entre tanta vulgaridad, Gatsby se había reinventado a sí mismo porque odiaba sus orígenes humildes, pero no al estilo de un snob insufrible y avaro, sino de un soñador que aspiraba a una vida realmente elevada, para quien las turbiedades de los negocios y de amasar millones de dudosa procedencia no eran la meta, sino un medio inevitable y hasta engorroso por necesidad de labrarse un microuniverso que la impresionara a ella, porque otro de los errores que Gatsby cometió fue creer que el dinero le conseguiría lo que quería de verdad.
El misterioso gentleman lo hace todo con un único propósito, y Nick, que observa fascinado a su casi ídolo, siente crecer en su interior la simpatía y la compasión hacia ese personaje que se ha construido un delirante castillo de naipes, y se da cuenta de que nadie lo conoce de veras, nadie excepto él, el modesto corredor de bolsa que mira y tiene que callarse muchas cosas.
Luhrmann, aunque como acostumbra, se ha pasado un poco de la raya en su recreación del universo Fitzgerald, refleja bien su espíritu tan sórdido como idealista. Ese Valle de las Cenizas tan cerca de la luz verde.
Y el sueño imposible de su romántico protagonista. Uno de los escasos que quedan en este mundo de cínicos e indolentes.
Lástima que siempre exista un Valle de las Cenizas que lo mancille.
Como dice el refrán, no se han hecho las margaritas para los cerdos.
Nick es el arquetípico narrador y observador que presencia las acciones ajenas y que actúa como el sempiterno convidado e intermediario, influyendo apenas en el devenir de los acontecimientos e intentando no juzgar a nadie a la ligera, una enseñanza que su padre le ha inculcado. Efectivamente, Nick derrocha paciencia y capacidad de comprensión por muy disparatado que sea lo que ocurra a su alrededor. Es el personaje más equilibrado (todo lo equilibrado que puede ser un joven en los "Locos años 20"), y el punto de conexión entre los hechos y el lector.
Gatsby es la encarnación del romanticismo más exacerbado. Tanto, que me pasó como me pasa a menudo con quienes tienen demasiados pájaros en la cabeza; a veces me irritaba. No mucho, lo suficiente para no caerme antipático. Al contrario, la enorme vulnerabilidad de sus sueños me daba un poco de lástima. No eran aires de grandeza de un hombre arrogante, sino las frágiles ilusiones de un hombre sensible y enamorado que había tenido la desgracia de idealizar al objeto de su amor, y de cometer el error de creer que ella le correspondía. De acuerdo, ella le correspondió, alguna vez, pero no como él esperaba ser correspondido.
El resto de los personajes eran francamente vulgares, incluida la preciosa Daisy, que pese a sus aires de mosquita muerta a mí me parecía una lagartona de cuidado. Ya sé que la cosa no es tan simple y que para aquella chica ricachona de familia rancia la elección entre Gatsby y Buchanan no fue sencilla y que las circunstancias no fueron sencillas (Gatsby era un muchacho gentil que la adoraba pero era un pobretón, mientras que Buchanan era un bruto machista prepotente pero estaba podrido de pasta). Ella hizo su elección y, bueno, pues que se aguante con lo que escogió, siempre he pensado que Daisy tenía lo que se merecía. Que desde luego no era Gatsby, demasiado hombre para ella.
La futilidad de aquellos años de la Ley Seca (nunca corrió tanto el alcohol como entonces, basta una prohibición para que todo el mundo se pirre por pasársela por los forros), la fiebre de Wall Street y aquella burbuja de bonanza económica dispararon una década puramente hedonista. Las chicas flappers y los petimetres con las carteras bien llenas enlazaban noche tras noche de juergas sin fin. Fitzgerald describió a la perfección esa breve época de esplendor bizarro y hueco.
Entre tanta vulgaridad, Gatsby se había reinventado a sí mismo porque odiaba sus orígenes humildes, pero no al estilo de un snob insufrible y avaro, sino de un soñador que aspiraba a una vida realmente elevada, para quien las turbiedades de los negocios y de amasar millones de dudosa procedencia no eran la meta, sino un medio inevitable y hasta engorroso por necesidad de labrarse un microuniverso que la impresionara a ella, porque otro de los errores que Gatsby cometió fue creer que el dinero le conseguiría lo que quería de verdad.
El misterioso gentleman lo hace todo con un único propósito, y Nick, que observa fascinado a su casi ídolo, siente crecer en su interior la simpatía y la compasión hacia ese personaje que se ha construido un delirante castillo de naipes, y se da cuenta de que nadie lo conoce de veras, nadie excepto él, el modesto corredor de bolsa que mira y tiene que callarse muchas cosas.
Luhrmann, aunque como acostumbra, se ha pasado un poco de la raya en su recreación del universo Fitzgerald, refleja bien su espíritu tan sórdido como idealista. Ese Valle de las Cenizas tan cerca de la luz verde.
Y el sueño imposible de su romántico protagonista. Uno de los escasos que quedan en este mundo de cínicos e indolentes.
Lástima que siempre exista un Valle de las Cenizas que lo mancille.
Como dice el refrán, no se han hecho las margaritas para los cerdos.
27 de septiembre de 2013
27 de septiembre de 2013
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La gran fanfarronada". Película artificial, grandilocuente, carente de sentimientos y llena de artificios (como los de las fiestas del compañero). Diálogos que rozan lo ridículo. Esta película solo tiene envoltura. Abuso de efectos digitales que solo sirven para resaltar la impostura de todo lo que estamos viendo.
Otro remake del remake del remake de una famosísima novela. ¿Será esta la versión definitiva? Todavía nos queda mucho refrito modernito que ver para mostrarnos cuánto avanza la tecnología y cuánto disminuye las buenas ideas en el cine actual. Coming soon!!!!!!
Otro remake del remake del remake de una famosísima novela. ¿Será esta la versión definitiva? Todavía nos queda mucho refrito modernito que ver para mostrarnos cuánto avanza la tecnología y cuánto disminuye las buenas ideas en el cine actual. Coming soon!!!!!!
24 de mayo de 2013
24 de mayo de 2013
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si conoces algo la vida de Scott Fitzgerald no hace falta decir que “El Gran Gatsby”, su novela más conocida, tiene mucho de autobiográfica. Es la crónica social de una época. Para luchar contra el sentimiento de provisionalidad que se apoderó del mundo tras la guerra, los jóvenes de las clases privilegiadas, arropados por su dinero, se sumergieron de lleno en una vorágine de fiestas, música y alcohol, envueltos en una perenne lasitud que los aislaba de la miseria y el desencanto; una existencia de relajamiento moral e infranqueable separación de clases sociales.
La lucha de un hombre en busca de un sueño que, cuando cree alcanzar, se le deshace entre las manos. Para contarnos la vida hueca de los ricos, egoístas y vacíos, Scott Fitzgerald se desdobla en el libro, protagonista y narrador a la vez, y nos hace participes de su propia decepción.
Gatsby representa el mundo exterior, el ELLO, el polo pulsional, esa caldera de hirvientes estímulos llena de impulsos contradictorios; Nick Carraway representa el mundo interior, el SÚPER-YO, la conciencia moral que castiga con sentimientos de culpa e inferioridad al YO, parte mas o menos racional y reflexiva de la personalidad, abierta al mundo, esa que debe ejercer de agente de adaptación y que, al fracasar en su labor, aboca al SÚPER-YO, incapaz de soportar la conciencia adquirida del vacío existencial, a la nausea y al rechazo del genero humano.
Nick Carraway ejerce de Pepito Grillo de todos los demás, haciéndoles ver sin palabras, a través de su desencanto más que palpable, lo vacua y demencial que es la vida que llevan. Darse cuenta de que nos les importa, adquirir conciencia de su extrema crueldad, de tanta superficialidad, le lleva a recluirse en un sanatorio porque llega a odiar a la humanidad entera.
Como terapia, y para tratar de reconciliarse con el mundo exterior, extraño y hostil, el escritor mata a Gatsby, su parte pública, de una manera tan triste y absurda como triste y absurda ha sido su imaginaria vida, buscando con ello su redención.
Estamos condenados a ser libres y eso asusta, pero rechazar el uso de esa libertad y dejarte adormecer por el alcohol, los falsos oropeles y los asfixiantes convencionalismos sociales te acaba asqueando.
Los cuatro actores principales, Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan y Joel Edgerton, están magníficos. En cuanto al exceso visual que tanto se le critica (las fiestas, las luces, los colorines) me parece muy acertado porque cuando cesa, y lo hace, te permite la introspección que una historia como esta necesita para llegar a identificarte con ella.
¿Por qué creó que es una buena adaptación del libro? Porque cuando terminó sentí lo mismo que al leer éste: una profunda tristeza.
La lucha de un hombre en busca de un sueño que, cuando cree alcanzar, se le deshace entre las manos. Para contarnos la vida hueca de los ricos, egoístas y vacíos, Scott Fitzgerald se desdobla en el libro, protagonista y narrador a la vez, y nos hace participes de su propia decepción.
Gatsby representa el mundo exterior, el ELLO, el polo pulsional, esa caldera de hirvientes estímulos llena de impulsos contradictorios; Nick Carraway representa el mundo interior, el SÚPER-YO, la conciencia moral que castiga con sentimientos de culpa e inferioridad al YO, parte mas o menos racional y reflexiva de la personalidad, abierta al mundo, esa que debe ejercer de agente de adaptación y que, al fracasar en su labor, aboca al SÚPER-YO, incapaz de soportar la conciencia adquirida del vacío existencial, a la nausea y al rechazo del genero humano.
Nick Carraway ejerce de Pepito Grillo de todos los demás, haciéndoles ver sin palabras, a través de su desencanto más que palpable, lo vacua y demencial que es la vida que llevan. Darse cuenta de que nos les importa, adquirir conciencia de su extrema crueldad, de tanta superficialidad, le lleva a recluirse en un sanatorio porque llega a odiar a la humanidad entera.
Como terapia, y para tratar de reconciliarse con el mundo exterior, extraño y hostil, el escritor mata a Gatsby, su parte pública, de una manera tan triste y absurda como triste y absurda ha sido su imaginaria vida, buscando con ello su redención.
Estamos condenados a ser libres y eso asusta, pero rechazar el uso de esa libertad y dejarte adormecer por el alcohol, los falsos oropeles y los asfixiantes convencionalismos sociales te acaba asqueando.
Los cuatro actores principales, Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan y Joel Edgerton, están magníficos. En cuanto al exceso visual que tanto se le critica (las fiestas, las luces, los colorines) me parece muy acertado porque cuando cesa, y lo hace, te permite la introspección que una historia como esta necesita para llegar a identificarte con ella.
¿Por qué creó que es una buena adaptación del libro? Porque cuando terminó sentí lo mismo que al leer éste: una profunda tristeza.
2 de junio de 2013
2 de junio de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por esa maldita certeza que algunos definieron con notable exactitud como "la esencia del arte que casi acariciamos y la perdemos justo en el siguiente instante" me veo a mí mismo, sé que relativamente pronto, solo, mirando los cuadros de Sorolla, en el museo que lleva su nombre en Madrid.
Esto no es una apología ni engreimiento, ni muchísimo menos una pose al saberme visto desde el pasado por mí mismo en este momento que escribo. No quiero despertar misterio, ni ostentar de cierto gusto refinado. Sorolla me fascina en este momento, no sé por cúal motivo. "Ahora estoy con Sorolla", le comenté a mi prima por teléfono el otro día. Lo que busco, y encuentro cristalizándose en un instante para perderlo otra vez, lo he buscado antes en otras obras que ahora no me ofrecen ese resplandor repentino e intermitente. Algunos hablarán de que me aferro a un ideal estético, y quiero comentar que si quizás también pudo haber algo de eso en un principio, al final esa búsqueda hace ya un tiempo me engulló totalmente.
Una luz verde que parpadea, un farolillo que gira ininterrumpidamente en la otra orilla. Jay Gatsby, Carraway y Fitzgerald son los mismos. Gatsby, sabiendo que Carraway mira su figura recorta sobre el embarcadero de West Egg, ha de fijarse en ese misterio que aparece y desaparece, pues ha de rendirle cuantas sobre esto a Fitzgerald, quién a su vez ha de callar y seguir haciéndolo respirar a pesar de saber que con Daisy en sus brazos la persistente luz verde seguirá apareciendo en las noches claras, cuando no se levanta la niebla de la bahía de Hudson.
No es posible hacer una más fiel adaptación al libro. Por ello como film no termina de funcionar. El director de Moulin Rouge refleja todas las sutilezas y las obviedades de los personajes. La escena del té es cursi; no porque Gatsby lo sea, sino porque en el sur las cosas se hacían así. Y a pesar de que el tecleo de una máquina aparezca en la pantalla con frases textuales del libro, echo de menos precisamente eso, que Bar Luzhman no citará el lamento de Carraway de que al final ese verano en Nueva York era otra historia del sur. De personajes faéricos, odiosamente etéreos en ocasiones, y duendes enamorados de luciérnagas en la noche, malditos desde el comienzo de su existencia. De todo eso habla la película, con una fidelidad al libro casi enfermiza, escena por escena. Pero ya puestos a remarcarlo, que mejor que citar el sur y sus formas como contexto, sin exculpar ni volcar todas las explicaciones de los hecho dramáticos del libro o film, sino como un punto más para dar una idea del autor, su queja y de una idiosincracia ajena, pero embriagada en ese nuevo jardin.
Pues sí, Luzhman no sólo ha sido el adaptador de Gatsby que más ha entendido el libro, sino también el que más lo amado, con todos los inconvenientes que eso conlleva.
Esto no es una apología ni engreimiento, ni muchísimo menos una pose al saberme visto desde el pasado por mí mismo en este momento que escribo. No quiero despertar misterio, ni ostentar de cierto gusto refinado. Sorolla me fascina en este momento, no sé por cúal motivo. "Ahora estoy con Sorolla", le comenté a mi prima por teléfono el otro día. Lo que busco, y encuentro cristalizándose en un instante para perderlo otra vez, lo he buscado antes en otras obras que ahora no me ofrecen ese resplandor repentino e intermitente. Algunos hablarán de que me aferro a un ideal estético, y quiero comentar que si quizás también pudo haber algo de eso en un principio, al final esa búsqueda hace ya un tiempo me engulló totalmente.
Una luz verde que parpadea, un farolillo que gira ininterrumpidamente en la otra orilla. Jay Gatsby, Carraway y Fitzgerald son los mismos. Gatsby, sabiendo que Carraway mira su figura recorta sobre el embarcadero de West Egg, ha de fijarse en ese misterio que aparece y desaparece, pues ha de rendirle cuantas sobre esto a Fitzgerald, quién a su vez ha de callar y seguir haciéndolo respirar a pesar de saber que con Daisy en sus brazos la persistente luz verde seguirá apareciendo en las noches claras, cuando no se levanta la niebla de la bahía de Hudson.
No es posible hacer una más fiel adaptación al libro. Por ello como film no termina de funcionar. El director de Moulin Rouge refleja todas las sutilezas y las obviedades de los personajes. La escena del té es cursi; no porque Gatsby lo sea, sino porque en el sur las cosas se hacían así. Y a pesar de que el tecleo de una máquina aparezca en la pantalla con frases textuales del libro, echo de menos precisamente eso, que Bar Luzhman no citará el lamento de Carraway de que al final ese verano en Nueva York era otra historia del sur. De personajes faéricos, odiosamente etéreos en ocasiones, y duendes enamorados de luciérnagas en la noche, malditos desde el comienzo de su existencia. De todo eso habla la película, con una fidelidad al libro casi enfermiza, escena por escena. Pero ya puestos a remarcarlo, que mejor que citar el sur y sus formas como contexto, sin exculpar ni volcar todas las explicaciones de los hecho dramáticos del libro o film, sino como un punto más para dar una idea del autor, su queja y de una idiosincracia ajena, pero embriagada en ese nuevo jardin.
Pues sí, Luzhman no sólo ha sido el adaptador de Gatsby que más ha entendido el libro, sino también el que más lo amado, con todos los inconvenientes que eso conlleva.
2 de mayo de 2014
2 de mayo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a estas alturas, y después de cinco películas, alguien todavía se sigue sorprendiendo de que las películas de Baz Luhrmann sean como son, es que no se ha enterado de que va la fiesta. Da igual que haga musicales, melodramas románticos o adaptaciones de grandes obras literarias, las películas del director australiano están todas cortadas por el mismo patrón. Y ahí o entras o no entras. Ni siquiera creo que Australia, su película peor considerada, sea tan inferior al resto de su filmografía.
Desmesura visual, desmesura melodramática, e incluso desmesura musical, son las principales características del cine de Luhrmann, un director que desde su primera película se propuso llevar a su terreno los códigos básicos del cine más clásico y tradicional.
En esta ocasión Luhrmann adapta, como ya hiciera con el mismísimo Shakespeare, uno de los clásicos indiscutibles de la novela norteamericana, El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald. La novela se considera como una de las cumbres de la literatura de su época, y ya conoció una adaptación cinematográfica en los años setenta, que paso con más pena que gloria.
Tengo que reconocer que el libro de Fitzgerald no me dejó una huella especial. Su retrato de la alta sociedad estadounidense de los años veinte resulta tan fidedigno, como aséptico y desapasionado. El temor de la mayoría ante la adaptación de Luhrmann era que el director desvirtuase el sentido y la intención del libro. En mi caso resultó una buena noticia ya que Lurhmann le iba a dar, seguro, un brío (para bien bien o para mal), del que el libro carecía. El resultado final, con sus altibajos, no me ha decepcionado en absoluto, por más que ya desde su estreno en el Festival de Cannes del año pasado, la película haya despertado tanto odios como pasiones (algo, por otra parte, habitual en el cine de Luhrmann).
La película cuenta la historia de Jay Gatsby, joven millonario y triunfador, del que nadie conoce su origen, pero al que todo el mundo se arrima tratando de aprovecharse del lujo que le rodea. Junto a su mansión, en una pequeña casa, vive Nick Carraway, un joven que trata de abrirse camino en la abrumadora ciudad de Nueva York. Nick es primo de Daisy Buchanan, una jovencita casada con un famoso deportista, con la que Gatsby vivió un romance años atrás, que ninguno de los dos ha conseguido olvidar. El encuentro entre los dos antiguos amantes pondrá en evidencia la vacuidad del mundo en el que viven, y la superficialidad de las relaciones personales que mantienen.
Baz Luhrmann aprovecha el lujo que rodea al personaje principal para dar rienda suelta a su desbordante (y agotadora) inventiva visual y compone un relato que golpea, con escasa sutileza pero infinito brillo, en las retinas del espectador. La decisión de rodar la película en 3D hace que algunas resoluciones visuales sean a todas luces excesivas e innecesarias, pero en líneas generales el espectáculo visual, sumado a una particular selección musical, le da un empaque y una fuerza a la historia de la que carece en la novela.
El acierto de Lurhmann es que, pese a lo abrumador de la propuesta visual, nunca pierde de vista la esencia de la historia, y en la segunda parte de la película, cuando los fuegos artificiales han pasado a segundo plano, El gran Gatsby recupera el vuelo dramático con un ritmo arrollador, y encuentra el equilibrio perfecto entre contenido y continente, algo en lo que no siempre funciona en el cine del director australiano.
Uno de los principales aciertos de la película es la elección de Leonardo Di Caprio para interpretar al protagonista. Y es que más allá de su buen trabajo, el carisma que Di Caprio desprende en la pantalla está al mismo nivel que la fascinación que Jay Gatsby genera entre las personas que le rodean. Una etérea Carey Mulligan y Tobey McGuire cumplen en un reparto donde destacan los personajes más secundarios.
El gran Gatsby es un paso más, absolutamente coherente, en la filmografía de Luhrmann. Corre el riesgo de que lo que hasta ahora resulta brillante, y hasta original, acabe siendo una marca de fábrica más, y que llegue el momento en que sus películas solo provoquen indiferencia, que sería lo peor que les podría pasar. De momento funcionan.
Desmesura visual, desmesura melodramática, e incluso desmesura musical, son las principales características del cine de Luhrmann, un director que desde su primera película se propuso llevar a su terreno los códigos básicos del cine más clásico y tradicional.
En esta ocasión Luhrmann adapta, como ya hiciera con el mismísimo Shakespeare, uno de los clásicos indiscutibles de la novela norteamericana, El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald. La novela se considera como una de las cumbres de la literatura de su época, y ya conoció una adaptación cinematográfica en los años setenta, que paso con más pena que gloria.
Tengo que reconocer que el libro de Fitzgerald no me dejó una huella especial. Su retrato de la alta sociedad estadounidense de los años veinte resulta tan fidedigno, como aséptico y desapasionado. El temor de la mayoría ante la adaptación de Luhrmann era que el director desvirtuase el sentido y la intención del libro. En mi caso resultó una buena noticia ya que Lurhmann le iba a dar, seguro, un brío (para bien bien o para mal), del que el libro carecía. El resultado final, con sus altibajos, no me ha decepcionado en absoluto, por más que ya desde su estreno en el Festival de Cannes del año pasado, la película haya despertado tanto odios como pasiones (algo, por otra parte, habitual en el cine de Luhrmann).
La película cuenta la historia de Jay Gatsby, joven millonario y triunfador, del que nadie conoce su origen, pero al que todo el mundo se arrima tratando de aprovecharse del lujo que le rodea. Junto a su mansión, en una pequeña casa, vive Nick Carraway, un joven que trata de abrirse camino en la abrumadora ciudad de Nueva York. Nick es primo de Daisy Buchanan, una jovencita casada con un famoso deportista, con la que Gatsby vivió un romance años atrás, que ninguno de los dos ha conseguido olvidar. El encuentro entre los dos antiguos amantes pondrá en evidencia la vacuidad del mundo en el que viven, y la superficialidad de las relaciones personales que mantienen.
Baz Luhrmann aprovecha el lujo que rodea al personaje principal para dar rienda suelta a su desbordante (y agotadora) inventiva visual y compone un relato que golpea, con escasa sutileza pero infinito brillo, en las retinas del espectador. La decisión de rodar la película en 3D hace que algunas resoluciones visuales sean a todas luces excesivas e innecesarias, pero en líneas generales el espectáculo visual, sumado a una particular selección musical, le da un empaque y una fuerza a la historia de la que carece en la novela.
El acierto de Lurhmann es que, pese a lo abrumador de la propuesta visual, nunca pierde de vista la esencia de la historia, y en la segunda parte de la película, cuando los fuegos artificiales han pasado a segundo plano, El gran Gatsby recupera el vuelo dramático con un ritmo arrollador, y encuentra el equilibrio perfecto entre contenido y continente, algo en lo que no siempre funciona en el cine del director australiano.
Uno de los principales aciertos de la película es la elección de Leonardo Di Caprio para interpretar al protagonista. Y es que más allá de su buen trabajo, el carisma que Di Caprio desprende en la pantalla está al mismo nivel que la fascinación que Jay Gatsby genera entre las personas que le rodean. Una etérea Carey Mulligan y Tobey McGuire cumplen en un reparto donde destacan los personajes más secundarios.
El gran Gatsby es un paso más, absolutamente coherente, en la filmografía de Luhrmann. Corre el riesgo de que lo que hasta ahora resulta brillante, y hasta original, acabe siendo una marca de fábrica más, y que llegue el momento en que sus películas solo provoquen indiferencia, que sería lo peor que les podría pasar. De momento funcionan.
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