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Carros de fuego

Drama En 1920, Gran Bretaña contaba con dos atletas excepcionales: Harold Abrahams y Eric Lidell. Las razones que los movían a correr era tan diferentes como sus vidas: pertenecían a mundos distintos, cada uno tenía sus propias creencias y su propio concepto del triunfo. (FILMAFFINITY)
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9
18 de febrero de 2014
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de muchos años, he vuelto a disfrutarla en una pantalla más grande y de mucha mejor calidad. Son unas imágenes de unos atletas con calzones y camisetas blancas corriendo por la orilla del mar, con las olas arremetiendo contra sus piernas, mientras suena la maravillosa y emotiva música de Vangelis, fotogramas que forman ya parte de la historia del cine. El intuitivo productor David Puttman, considerado un descubridor de nuevos talentos, le mostró un guión de Collin Welland titulado “Carros de fuego” a Hugh Hudson, intuyendo el director que había en él. No se equivocó. A sus 45 años, Hudson era un desconocido en el mundo del cine, pero tenía gran experiencia en publicidad, había realizado más de 1500 filmes entre documentales y cortos publicitarios.

Con este bagaje afrontó airoso el reto de convertir un tema árido y poco espectacular como el del atletismo en una película serena, humana y de impar belleza, con una puesta en escena cuidada y tradicional, basada en la historia real de dos atletas que compitieron en los Juegos Olímpicos de París en 1924. En la ceremonia de los “Oscars” pertenecientes a las películas estrenadas en 1981, esta película inglesa, modesta e independiente de las “Majors”, que no contaba entre las favoritas ganó cuatro estatuillas (Película, Guión original, música y vestuario).

¿Qué vieron los académicos en ella para premiarla? En mi opinión, descubrieron una historia de superación personal, en una bella y nostálgica evocación del periodo de entreguerras, narrada en “Flash back” y que protagonizan dos chicos que estudian en Cambridge, que no responden plenamente al modelo británico y con trayectorias convergentes. El primero. Harold Abrahams es judío, ingresa en la Universidad y el atletismo será su coartada moral para superar su complejo de inferioridad determinado por sus orígenes sociales. Abrahams compite para rebelarse socialmente contra los principios clasistas de la alta sociedad británica y para ello no duda en contratar a un entrenador profesional (excelente Ian Holm) para conseguir el triunfo deportivo y social. El segundo. Eric Liddell, es hijo de un misionero escocés, que intenta compartir sus sentimientos religiosos con sus cualidades innatas deportivas en un misticismo compartido que sólo la conciencia de una carrera en domingo logrará hacer incompatible: “Dios me hizo rápido para complacerle”. Liddell lee los versos del capítulo 40 del profeta Isaías en los que afirma: ni las naciones ni los reyes son importantes frente Dios.

Ben Cross y Ian Charleson, estupendos actores procedentes del teatro, inmersos en el deporte de competición que siempre es una metáfora de la vida, se ofrecen como modelos de triunfo, a partir de haber sido forjados por él, fueron personas fieles a su vocación en la vida. Aunque la victoria es difícil, más difícil es aceptar la derrota. La relativización del éxito. El racismo implícito en las reticencias que hay hacia Abrahams y explícito hacia su entrenador de origen italiano y árabe, ponen en cuestión los prejuicios sociales de la época. Apoyada en una excelente fotografía, si el uso de la cámara lenta por parte de un director a veces resulta molesto, en el caso de “Carros de Fuego” alcanza momentos de particular brillantez resaltando la emotividad dramática de los esfuerzos de los atletas.
6
2 de mayo de 2009
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en la historia real de dos atletas británicos preparándose para competir en los Juegos Olímpicos de París 1924.

El primero, es un corredor escocés de familia evangelista para el que su fe y su conciencia priman sobre el deseo de ganar. El segundo es un estudiante judío, el ganar es un medio para alcanzar reconocimiento para los de su raza.

La película trata sobre el deporte, más aún sobre el espíritu de superación personal, en donde el ser humano despliega sus diferentes posturas en pos de la fama y de la gloria.

La historia se centra en dos velocistas, llenos de sentimientos, sensaciones y pasiones, tan diferentes como sus pasados, cada uno con su propio Dios, uno judío y el otro un cristiano, serán rivales y su meta será la búsqueda del honor nacional y personal.

La ambientación es excepcional, y la música es emocionante no sólo en si misma sino por lo estupendamente seleccionada que está y los mensajes que manda. Sin la música, la película no hubiera sido lo que fue.

La película tuvo un presupuesto $5.5 millones y genero por venta de taquillas la cantidad de $59,0 millones, mas $30,6 millones en venta por alquiler en los videoclubes, además recibió 31 nominaciones a diferentes premios, de los cuales gano16 de ellos.

La película gano cuatro Oscar: mejor película, mejor guión original, mejor banda sonora original y mejor vestuario, además obtuvo tres nominaciones más: mejor director, mejor actor secundario: Ian Holm y mejor montaje.

Harold Abrahams (1899-1978). Atleta británico, hijo de un inmigrante judío, fue campeón olímpico de los 100 metros lisos en los Juegos de París 1924. Abrahams se convirtió al catolicismo en 1934. Abrahams falleció en Enfield en 1978 a los 78 años.

Eric Henry Liddell (1902-1945). Atleta escocés que fue campeón olímpico de los 400 metros lisos en los Juegos de París 1924, y que sirvió como misionero protestante en China. En marzo de 1943, fue internado en un campo de prisioneros, donde falleció en 1945 debido a un tumor cerebral.
23 de marzo de 2006
12 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mejor película sobre el mundo del deporte, y sobre los sentimientos y sensaciones de los que lo practican.
Carros de fuego ofrece el intenso relato de las vidas de sus dos protagonistas, Lidell y Abrahams, unos atletas tan distintos en los medios como iguales en el fin. Pero ofrece también una recreación excepcional de la época y los lugares en los que transcurre la película (inolvidables las escenas en el colegio de Cambridge y, por supuesto, las de los Juegos Olímpicos de París 1924, con ceremonia de inauguración incluida).
Y por encima de todo, la escena con la que empieza y termina la película, que aparentemente no influye en el desarrollo de la historia, pero que resulta imprescindible, de hecho esa escena es la película. Y es que cuando vemos a ese grupo de atletas corriendo por la playa acompañados por la maravillosa, y archiconocida, música de Vangelis, estamos asistiendo a uno de los momentos más bonitos que ha dado el cine.
9
6 de enero de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película espléndida y muy positiva, defendiendo valores humanos muy importantes: el juego limpio, la tolerancia religiosa, la superación de uno mismo...

Una película que mantiene vivo el espíritu olímpico, de obligada visión para todas las edades y sin el menor asomo de violencia, sexo, malos rollos y palabras malsonantes. No hay siquiera malvados de importancia, todos los personajes principales son positivos y los conflictos son de una competitividad deportiva muy honorable. Aun así, no se esconden las diferencias de clase y las discriminaciones raciales o religiosas.

La banda sonora de Vangelis pasó con razón a la historia, y la película fue justa y sorpresiva triunfadora en los Oscar de 1982.

La pena es que ni el director ni los protagonistas hayan tenido carreras muy destacadas después.
8
12 de marzo de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los juegos olímpicos de Moscú 1980 fueron un relativo fracaso por el boicot de los Estados Unidos a la Unión Soviética que un año antes había invadido Afganistán. Por ello, el estreno de Carros de fuego no pudo ser más oportuno. Lo que se pretende con esta obra es, bajo mi punto de vista, recuperar el espíritu de nobleza y sacrificio que caracteriza al deporte y redimir su devaluado prestigio fruto de la mezcla con la política. En la película, que se llevó con justicia el Oscar al mejor film del año, se cuenta una emotiva historia de dos corredores británicos en las Olimpiadas de 1924 disputadas en París.

La verdadera historia de dos corredores, uno inglés de origen judío, que corre por un afán de superación personal y por ganarse el respeto de una sociedad de la que se siente, en cierta medida, marginado por su condición de judío. Mientras que el otro corredor, es un joven escocés con unas increíbles condiciones físicas para el atletismo que compite para dedicar su triunfo a Dios pero cuyas profundas ideas religiosas le traerán más de un problema cuando las pruebas en las que participa se disputan en un día sagrado para él.

Una película noble y bonita, de factura impecable con gran atención a los detalles en la ambientación a nivel de vestuario y decorados, así como en la hermosa fotografía y por supuesto, con su inolvidable banda sonora. Queda para la historia del séptimo arte, la escena inicial que se repite al final, de los atletas corriendo en la playa con el temazo de Vangelis de fondo, alucinante.

Apuntan en una crítica anterior que el film no es muy veraz. Y puede que esté en lo cierto, pero la verdad es que la mayoría de las películas históricas o basadas en un suceso real, están contadas con bastantes licencias y en ocasiones no son muy fidedignas aunque eso no quite para que la película sea buena de igual manera. Esta no es una cinta que pretenda narrar escrupulosamente los juegos olímpicos de París, sino la historia de dos hombres que alcanzan la gloria corriendo por motivos muy diferentes y muy nobles. Por eso, aunque no se ajuste exactamente a la realidad de lo que pasó, sus aciertos superan con creces las licencias que se permite el guionista, que por cierto también se llevó el Oscar.

Estamos ante una película seria, lenta pero no aburrida, que conviene ver con interés para disfrutar mejor la calidad que atesora.
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