Si la colonia hablara
2018 

6.3
4,456
5 de octubre de 2020
5 de octubre de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El blues de Beale Street” es el siguiente paso lógico de un director caracterizado por un activismo racial que deja a Spike Lee como un siervo de la opresión. Desconozco la biografía personal de Barry Jenkins como para hacerme una idea de si expresa ideas y vivencias propias o si pone voz a terceros, pero me da lo mismo, por mi no hay problema, yo soy de los que piensan que cada uno puede hacer con sus ideas y su dinero lo que quiera, incluso incitar al odio, mientras lo haga -insisto- con su puto dinero y que se mantenga dentro de los límites de la libertad de expresión.
El caso es que Jenkins siempre viene haciendo lo mismo, llamarnos racistas a los blancos, mientras cuenta cualquier historia protagonizada por afroamericanos, la que sea, da lo mismo porque en el fondo no es más que una coartada para enviar su mensaje victimista. Lo que vendría siendo una variante racial de «el mismo perro con distinto collar». En el caso de “El blues de Beale Street” nos sumerge en drama romántico narrado con un formato de atmósfera irreal en el más puro estilo imitador cutre de Terence Mallick: tempo ralentizado, planos a contraluz del amor puro entre dos enamorados afroamericanos y la voz ocasional de ella (muy ocasional, los protagonistas son el silencio y las imágenes oníricas) hablando en un presente histórico que contribuye a fusionar presente y pasado en un limbo argumental - «es un Sábado de hace tres años y hace sol», «de pronto nuestras carnes cobran vida», «aquel día concibo a mi hijo»… y otras horteradas por el estilo-. Cuando Tish y Fonsi (que son sus nombre) se miran, el tiempo se congela y suenan chelos de fondo.
Pero que nadie se asuste. Jenkins no decepciona y la trama principal es sólo el hilo conductor para intercalar flashbacks y sideways con episodios de protesta social. Y aquí ya sí que no se salva nadie. Fonsi está en la cárcel por un delito que no sólo no ha cometido, sino que la polícia sabe que no ha cometido y le tiene en la cárcel porque un poli blanco (llamativamente baboso y desaseado) le tenía manía y le detuvo como sospechoso habitual y porque al sistema judicial blanco le conviene no reconocer errores. Para reforzarlo, recurre a un flashback de los buenos tiempos, cuando Fonsi estaba libre, y charla con un amigo sobre el poder de los blancos, los abusos de los blancos y la dictadura de los blancos. Lo que más me llamó la atención es la forma de hablar de “el hombre blanco”, así, tan primitivo como suena. Aunque algo primitivos sí que debemos ser porque, siempre según Fonsi, los arrendadores (blancos, obviamente) sólo alquilan pisos a negras solteras que vivan solas con el fin de aprovecharse de ellas sexualmente.
Tish trabaja despachando perfumes en un Corte Inglés para blancos. Lo que más le perturba de su trabajo es cuando los clientes quieren ligar con ella pidiéndole que le enseñen muestras del género porque los negros ligones lo hacen con respeto y le piden que les eche un poquito en la mano y ellos lo huelen… pero, ay, cuando llegan los lascivos blancos, ella tiene que echarse la muestra en su propia mano para que «el blanco pueda llevar carne negra a su nariz». Jenkins también reparte hacia ‘su gente’ y denuncia que siga habiendo negros que sigan esperando sin hacer nada a que Dios les haga justicia y tratan de mimetizarse vistiendo como blancos y hablando como blancos. En un episodio que empieza como “La hora de Bill Cosby” y acaba como el rosario de la aurora, queda claro entre el contraste entre cómo son, hablan y opinan los negros buenos y los negros malos.
Para Jenkins los únicos blancos buenos son los judíos y los latinos. En unos invent nivel 100 sobre 100, Tish y Fonsi sólo reciben ayuda en forma de piso a precio por debajo de mercado y la mejor mesa de un restaurante a pagar en cómodos plazos por parte de gente de dichas etnias. En fin. pocas caretas y ninguna sutileza para mandar su mensaje... Pero por si acaso el espectador es lerdo o se ha quedado dormido en los 'momentos Mallick', el epílogo consiste en imágenes de supuestas injusticias raciales con policias blancos dando estopa a negros, cárceles abarrotadas de negros (debemos suponer que todos inocentes, claro). negros detenidos por aquí, negros detenidos por allá, jueces blancos condenando a negros (por delitos que no han cometido, se sobreentiende).
En fin. Cinematográficamente muy pretenciosa y arrítmica, pero sospecho que a Jenkins eso le da lo mismo. Hay momentos que aburren a las ovejas y momentos en los que tanto rencor provoca ganas de ducharse. Supongo que esta clase de películas tendrán su público entre gente con ganas de soliviantarse y gente con ganas de sentir culpa y arrodillarse al escuchar el himno. Pues bien por ellos. Conmigo que no cuenten.
El caso es que Jenkins siempre viene haciendo lo mismo, llamarnos racistas a los blancos, mientras cuenta cualquier historia protagonizada por afroamericanos, la que sea, da lo mismo porque en el fondo no es más que una coartada para enviar su mensaje victimista. Lo que vendría siendo una variante racial de «el mismo perro con distinto collar». En el caso de “El blues de Beale Street” nos sumerge en drama romántico narrado con un formato de atmósfera irreal en el más puro estilo imitador cutre de Terence Mallick: tempo ralentizado, planos a contraluz del amor puro entre dos enamorados afroamericanos y la voz ocasional de ella (muy ocasional, los protagonistas son el silencio y las imágenes oníricas) hablando en un presente histórico que contribuye a fusionar presente y pasado en un limbo argumental - «es un Sábado de hace tres años y hace sol», «de pronto nuestras carnes cobran vida», «aquel día concibo a mi hijo»… y otras horteradas por el estilo-. Cuando Tish y Fonsi (que son sus nombre) se miran, el tiempo se congela y suenan chelos de fondo.
Pero que nadie se asuste. Jenkins no decepciona y la trama principal es sólo el hilo conductor para intercalar flashbacks y sideways con episodios de protesta social. Y aquí ya sí que no se salva nadie. Fonsi está en la cárcel por un delito que no sólo no ha cometido, sino que la polícia sabe que no ha cometido y le tiene en la cárcel porque un poli blanco (llamativamente baboso y desaseado) le tenía manía y le detuvo como sospechoso habitual y porque al sistema judicial blanco le conviene no reconocer errores. Para reforzarlo, recurre a un flashback de los buenos tiempos, cuando Fonsi estaba libre, y charla con un amigo sobre el poder de los blancos, los abusos de los blancos y la dictadura de los blancos. Lo que más me llamó la atención es la forma de hablar de “el hombre blanco”, así, tan primitivo como suena. Aunque algo primitivos sí que debemos ser porque, siempre según Fonsi, los arrendadores (blancos, obviamente) sólo alquilan pisos a negras solteras que vivan solas con el fin de aprovecharse de ellas sexualmente.
Tish trabaja despachando perfumes en un Corte Inglés para blancos. Lo que más le perturba de su trabajo es cuando los clientes quieren ligar con ella pidiéndole que le enseñen muestras del género porque los negros ligones lo hacen con respeto y le piden que les eche un poquito en la mano y ellos lo huelen… pero, ay, cuando llegan los lascivos blancos, ella tiene que echarse la muestra en su propia mano para que «el blanco pueda llevar carne negra a su nariz». Jenkins también reparte hacia ‘su gente’ y denuncia que siga habiendo negros que sigan esperando sin hacer nada a que Dios les haga justicia y tratan de mimetizarse vistiendo como blancos y hablando como blancos. En un episodio que empieza como “La hora de Bill Cosby” y acaba como el rosario de la aurora, queda claro entre el contraste entre cómo son, hablan y opinan los negros buenos y los negros malos.
Para Jenkins los únicos blancos buenos son los judíos y los latinos. En unos invent nivel 100 sobre 100, Tish y Fonsi sólo reciben ayuda en forma de piso a precio por debajo de mercado y la mejor mesa de un restaurante a pagar en cómodos plazos por parte de gente de dichas etnias. En fin. pocas caretas y ninguna sutileza para mandar su mensaje... Pero por si acaso el espectador es lerdo o se ha quedado dormido en los 'momentos Mallick', el epílogo consiste en imágenes de supuestas injusticias raciales con policias blancos dando estopa a negros, cárceles abarrotadas de negros (debemos suponer que todos inocentes, claro). negros detenidos por aquí, negros detenidos por allá, jueces blancos condenando a negros (por delitos que no han cometido, se sobreentiende).
En fin. Cinematográficamente muy pretenciosa y arrítmica, pero sospecho que a Jenkins eso le da lo mismo. Hay momentos que aburren a las ovejas y momentos en los que tanto rencor provoca ganas de ducharse. Supongo que esta clase de películas tendrán su público entre gente con ganas de soliviantarse y gente con ganas de sentir culpa y arrodillarse al escuchar el himno. Pues bien por ellos. Conmigo que no cuenten.
11 de agosto de 2019
11 de agosto de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata de una pequeña decepción. A pesar del talento de Barry Jenkins, del aliento poético que emana de las imágenes del film, de la aproximación intimista a los personajes, de la suavidad de los movimientos de cámara, a partir de determinado momento la película empieza a resultar reiterativa, se pierde en subtramas que no aportan nada nuevo a una historia quizá demasiado simple. Diría que le sobra media hora. Escenas potentes como la del encuentro con el viejo amigo se mezclan con otras insustanciales (la del enfrentamiento con el policía blanco racista con cara de psicópata, la de la búsqueda del piso). Eso, y algunas reacciones exageradas de ciertos secundarios, así como el abuso de la voz en off explicativa, alejan a la cinta de ser una obra maestra.
Se basa en una novela de James Baldwin, escritor del que recomiendo el documental "I Am Not Your Negro", que versa sobre su vida.
Se basa en una novela de James Baldwin, escritor del que recomiendo el documental "I Am Not Your Negro", que versa sobre su vida.
20 de febrero de 2019
20 de febrero de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras ''Moonlight'' su polémica obra magna, Barry Jenkins nos regala otro pedacito de magia que hace las delicias de las sensibilidades de los espectadores. Me alegra poder dar cuenta del mutismo y la concentración que se vivió en la sala de cine. Ojos que veían, oídos que oían, pieles que se erizaban y mentes que comprendían. Para mí, ahí reside la magia del cine.
''If Beale Street could talk'' mantiene el encantamiento, el toque lírico y preciosista de su anterior cinta. Se retrata una historia de amor sencilla, mundana, real pero apasionante. Siempre bajo el prisma de la injusticia social y de los abusos hacia la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Quizás lo más llamativo de la película, es la forma de exponer los hechos en una especie de cuento metafórico y alegórico sobre el amor y la vida. Porque Jenkins sabe narrar el amor y las historias de amor. Amores con mayúsculas que traspasan todas las barreras físicas y mentales, amores que nos llegan y emocionan. Lo hace con una brillantez y facilidad pasmosa, envolviendo la atmósfera con un profundo intimismo y lirismo poético que hace flotar a los protagonistas como dos barcos en constante movimiento. Pero si algo destaca en la tónica del director es, sin duda, la utilización de la fotografía para completar el relato. Simple, sin artificios, pero preciosa. Todo esto ayuda a la creación de un ente etéreo, místico pero a la vez real, verosímil y desgarrador. Porque duele, destroza y retuerce. Es una canción de amor y dolor, de sangre y pasión, de magia y sufrimiento.
En definitiva, un film cadencioso, cautivador, paciente, con toque propio... Casi como el roce de una gota de lluvia en la mejilla.
''If Beale Street could talk'' mantiene el encantamiento, el toque lírico y preciosista de su anterior cinta. Se retrata una historia de amor sencilla, mundana, real pero apasionante. Siempre bajo el prisma de la injusticia social y de los abusos hacia la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Quizás lo más llamativo de la película, es la forma de exponer los hechos en una especie de cuento metafórico y alegórico sobre el amor y la vida. Porque Jenkins sabe narrar el amor y las historias de amor. Amores con mayúsculas que traspasan todas las barreras físicas y mentales, amores que nos llegan y emocionan. Lo hace con una brillantez y facilidad pasmosa, envolviendo la atmósfera con un profundo intimismo y lirismo poético que hace flotar a los protagonistas como dos barcos en constante movimiento. Pero si algo destaca en la tónica del director es, sin duda, la utilización de la fotografía para completar el relato. Simple, sin artificios, pero preciosa. Todo esto ayuda a la creación de un ente etéreo, místico pero a la vez real, verosímil y desgarrador. Porque duele, destroza y retuerce. Es una canción de amor y dolor, de sangre y pasión, de magia y sufrimiento.
En definitiva, un film cadencioso, cautivador, paciente, con toque propio... Casi como el roce de una gota de lluvia en la mejilla.
30 de septiembre de 2019
30 de septiembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Barry Jenkins ya dejó clara su sensibilidad a la hora de rodar con la preciosa Moonlight. La mano del director se nota enseguida en El Blues de Beale Street: Los primeros planos, los suaves movimientos de cámara, la música constante... El problema es que resulta excesivamente recargado y bucólico, a veces da la sensación de que se está recreando en un plano que no conduce a nada o que, simplemente, no tiene sentido darle ese tono tan romántico. Además, la música resulta un exceso, cobrando por momentos protagonismo por encima de los diálogos hasta el punto de anularlos. Aún así, no cabe duda de que estamos frente al trabajo de un director con mucho sello y sensibilidad.
8 de febrero de 2019
8 de febrero de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magistral dirección de un Barry Jenkins que elude la vaciedad de gran parte del cine de hoy, donde impera un sentimentalismo artificial. Jenkins es un artesano al que le interesa que sus personajes sintonicen con el público de manera creíble. Lo hace con una cámara que mima la figura de los personajes haciendo que sus miradas vayan a la cámara directamente reclamando al espectador.
Espléndido guion del propio Jenkins que adapta la novela del escritor y activista afro-estadounidense James Baldwin: “If Beale Street Could Talk” (1974). Jenkins traslada perfectamente al fotograma la idea del novelista, o sea, una potente historia de amor que deviene resistencia contra la presión integral que padece la sociedad negra. Lo cual incluye instituciones como la policía o la propia judicatura.
Deliciosa banda sonora de Nicholas Britell y una fotografía estilizada de James Laxton (el mismo de “Moonlight”) con fondos difuminados que embellecen cada rostro y cada mirada, la cámara yendo y viniendo de un personaje a otro, acompañando los diálogos y resultando una sensación de movimiento en cada plano y secuencia.
En el reparto, el hermoso debut de la bonita KiKi Layne que sabe administrar sus recursos de emoción al límite; Stephan James sensacional como el pobre novio doliente y preso; o Regina King, la madre de la joven que está descomunal, una actuación precisa y densa, la mejor sin duda. Y en fin, todo un equipo de actores de lujo acompañando.
Es una película conmovedora y de denuncia, que toca muy fuerte la fibra emocional y toca de pleno la intangible esfera del corazón. La película habla de la injusticia, pero sobre todo retrata el hecho de un amor, el de la colectividad, el de la familia y el de los amantes que hace las veces de antídoto contra el odio.
Historia de amor, de un primer amor; drama judicial; melodrama; película de enorme belleza sobre buena gente a la que le suceden cosas terribles; un poema emotivo, musical y visual. En suma, una experiencia visual fascinante que tiene momentos tan evocadores como sensitivos, realizado con la acrisolada exactitud de un orfebre del cine como Barry Jenkins.
Espléndido guion del propio Jenkins que adapta la novela del escritor y activista afro-estadounidense James Baldwin: “If Beale Street Could Talk” (1974). Jenkins traslada perfectamente al fotograma la idea del novelista, o sea, una potente historia de amor que deviene resistencia contra la presión integral que padece la sociedad negra. Lo cual incluye instituciones como la policía o la propia judicatura.
Deliciosa banda sonora de Nicholas Britell y una fotografía estilizada de James Laxton (el mismo de “Moonlight”) con fondos difuminados que embellecen cada rostro y cada mirada, la cámara yendo y viniendo de un personaje a otro, acompañando los diálogos y resultando una sensación de movimiento en cada plano y secuencia.
En el reparto, el hermoso debut de la bonita KiKi Layne que sabe administrar sus recursos de emoción al límite; Stephan James sensacional como el pobre novio doliente y preso; o Regina King, la madre de la joven que está descomunal, una actuación precisa y densa, la mejor sin duda. Y en fin, todo un equipo de actores de lujo acompañando.
Es una película conmovedora y de denuncia, que toca muy fuerte la fibra emocional y toca de pleno la intangible esfera del corazón. La película habla de la injusticia, pero sobre todo retrata el hecho de un amor, el de la colectividad, el de la familia y el de los amantes que hace las veces de antídoto contra el odio.
Historia de amor, de un primer amor; drama judicial; melodrama; película de enorme belleza sobre buena gente a la que le suceden cosas terribles; un poema emotivo, musical y visual. En suma, una experiencia visual fascinante que tiene momentos tan evocadores como sensitivos, realizado con la acrisolada exactitud de un orfebre del cine como Barry Jenkins.
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