Malas temporadas
2005 

6.1
2,519
Drama
En el aula de un instituto, un grupo de adolescentes están muy concentrados haciendo un examen. Todos menos uno: Gonzalo, que ha decidido dejar su hoja en blanco. Le da igual que le suspendan, le da igual que su madre se enfade con él. De hecho, eso es lo que quiere. No sabe por qué, pero no le gusta cómo son las cosas a su alrededor. (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2025
4 de enero de 2025
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Es un auténtico dislate.
Varias tramas incoherentes unidas para forjar una película, sin explicar bien el origen de las historias y su sentido. La historia del adolescente y su madre, sin demasiada enjundia, es la única que tiene un pase. El resto de tramas y tramillas son un disparate:
- el trabajo de la madre en una oficina de integración de inmigrantes y papeleo
- un cubano rico residente en España y sus negocios
- otro cubano, sus trapicheos y sus aventuras amorosas
- una historia de amor antigua a la que se hace referencia
- Leonor Walting aceptando papeles absurdos
- Javier Cámara debía tener la agenda muy libre para aceptar un papel así, aunque lo interprete bien.
Y los críticos profesionales le han puesto un verde..., no entiendo nada.
Varias tramas incoherentes unidas para forjar una película, sin explicar bien el origen de las historias y su sentido. La historia del adolescente y su madre, sin demasiada enjundia, es la única que tiene un pase. El resto de tramas y tramillas son un disparate:
- el trabajo de la madre en una oficina de integración de inmigrantes y papeleo
- un cubano rico residente en España y sus negocios
- otro cubano, sus trapicheos y sus aventuras amorosas
- una historia de amor antigua a la que se hace referencia
- Leonor Walting aceptando papeles absurdos
- Javier Cámara debía tener la agenda muy libre para aceptar un papel así, aunque lo interprete bien.
Y los críticos profesionales le han puesto un verde..., no entiendo nada.
25 de julio de 2012
25 de julio de 2012
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
No pude terminar de ver este film, pues aparte de que me pareció excesivamente lentas muchas secuencias y planos, cuesta mucho trabajo entender la historia, pues la vocalización de algunos actores es deficiente, y la calidad del sonido directo no está del todo conseguida. Una lástima porque parece que la película prometía, pero si no se entiende bien el diálogo y no sabe uno muy bien de qué van muchas escenas, lo mejor es desconectar, y así lo hice más allá de la mitad del film.
27 de abril de 2010
27 de abril de 2010
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quien quiera pasarse un rato viendo muestras de ello pues aquí está su película. Más que realista es cotidiana, es como si se cogieran a unas cuantas personas de la calle al azar, con el requisito de que tengan algún tipo de problema, y se filmase su vida durante unas semanas. Desde luego que el film está muy bien hecho y muy bien interpretado, lo único malo que le veo es que por más que sean historias de la vida misma, y por muy de la vida misma que sean, no sirven para motivar al espectador de ninguna manera, sino para recordarle que por desgracia la vida está plagada de situaciones difíciles, y para eso el ciudadano de a pie que viva el día a día no necesita ver una película de estas, porque se patea la calle a diario, lee los periódicos, ve el telediario etc, etc. La verdad, bajo mi humilde opinión pienso que la mayoría de nosotros no vive en un mundo de rosas presisamente, y por ello no considero que para aquellos que quieren desconectar de los problemas sea positivo ver películas de este tipo sino todo lo contrario, aquellas que nos ayuden un poco a olvidar las difíciles situaciones que existen en el mundo en el que vivimos.
25 de julio de 2012
25 de julio de 2012
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin esperar repetirme de nuevo, vuelvo a insistir en que el empleo de minihistorias me parece un recurso rara vez justificado, que en realidad encubre las carencias de la propia historia y que encima no recuerdo que en alguna ocasión haya dado un buen resultado. Por si fuera poco, en "Malas temporadas", pese al pobre intento de hacerlas confluir, la verdad es que no tienen relación unas con otras. Y me pregunto, ¿no quedaría mucho mejor coger una de estas historias y desarrollarla antes que contarme varias pero con la superficialidad con la que lo hace? En fin cuestión de gustos. Por su parte, quizás el mayor acierto del director sea el ritmo no muy lento y la atmósfera triste que acompaña a la narración.
Lo peor de "Malas temporadas" no es el recurso mencionado sino lo que he apuntando anteriormente. A la postre las historias aparecen de la nada, se estira lo justo para ocupar el metraje y se difuminan. Pero lo que es el análisis, la psicología profunda, las verdaderas motivaciones de los protagonistas o las raíces de sus problemas son dejados al margen de una manera casi vergonzante. Por ejemplo, Gonzalo decide encerrarse en su habitación y no salir. ¿Por qué? No lo sabemos, y lo más preocupante, nadie se lo pregunta de verdad. De este modo su historia es de lo más superflua porque lo que el director propone ante este y otros problemas es hacer cosas cuando lo que hay que hacer es cambiarte tú. Hablando claro, si una persona tiene una depresión, no va a salir cambiando de peinado o poniéndose un pendiente o aprendiendo a jugar al ajedrez. La solución pasa por escuchar, dejarle hablar y sacarle el mal que tiene dentro, exorcizar los demonios particulares.
Del mismo modo, la superficialidad también se traduce en un desenfoque del problema (el problema de Leonard Watling, ¿Laura? no son sus intrigas amorosas sino que está amargada por ir en silla de ruedas), la oscuridad de los personajes (¿Qué le pasa a Mikel, el presidiario? ¿Está enamorado del otro, le envidia, simplemente está sólo?) o la banalidad de ciertas tramas (la de Carlos, el cubano, o la de la madre de Gonzalo, no tienen apenas interés). Los defensores de "Malas temporadas" alegarán que Martín Cuenca trata simplemente de reflejar la realidad de la vida misma y que las carencias son las propias de una historia de la que somos simple espectadores, que no conocemos los precedentes, ni cómo va a acabar. A lo que responderé, que de acuerdo, pero que entonces la historia en si no tiene ningún interés, salvo la mera empatía por el sufrimiento humano.
Por último, aunque su papel deja mucho de desear, es una delicia ver a Leonor Watling en la pantalla. Lo que me pregunto, y es una pregunta filosófica, es que si en verdad nos gusta verla enseñar, por ejemplo, las domingas. Reconozco que me parece violento para ella (quiero imaginar que se siente avergonzado) y para el espectador. La verdad es que la manía del desnudo, especialmente femenino que es el más solicitado, o la de mostrar sexo más o menos explícito, ni la comparto ni la entiendo, máxime cuando no está justificado (casi nunca lo está o directamente nunca diría yo). Yo, lo admito, me siento más incómodo aún si la chica me gusta que si no (qué mal lo pasé con Ana de Armas en "Mentiras y Gordas"). A ver si de este modo podemos invertir esta tendencia gratuita mostrando nuestro rechazo. Aunque me parece que no voy a encontrar mucho apoyo.
Lo peor de "Malas temporadas" no es el recurso mencionado sino lo que he apuntando anteriormente. A la postre las historias aparecen de la nada, se estira lo justo para ocupar el metraje y se difuminan. Pero lo que es el análisis, la psicología profunda, las verdaderas motivaciones de los protagonistas o las raíces de sus problemas son dejados al margen de una manera casi vergonzante. Por ejemplo, Gonzalo decide encerrarse en su habitación y no salir. ¿Por qué? No lo sabemos, y lo más preocupante, nadie se lo pregunta de verdad. De este modo su historia es de lo más superflua porque lo que el director propone ante este y otros problemas es hacer cosas cuando lo que hay que hacer es cambiarte tú. Hablando claro, si una persona tiene una depresión, no va a salir cambiando de peinado o poniéndose un pendiente o aprendiendo a jugar al ajedrez. La solución pasa por escuchar, dejarle hablar y sacarle el mal que tiene dentro, exorcizar los demonios particulares.
Del mismo modo, la superficialidad también se traduce en un desenfoque del problema (el problema de Leonard Watling, ¿Laura? no son sus intrigas amorosas sino que está amargada por ir en silla de ruedas), la oscuridad de los personajes (¿Qué le pasa a Mikel, el presidiario? ¿Está enamorado del otro, le envidia, simplemente está sólo?) o la banalidad de ciertas tramas (la de Carlos, el cubano, o la de la madre de Gonzalo, no tienen apenas interés). Los defensores de "Malas temporadas" alegarán que Martín Cuenca trata simplemente de reflejar la realidad de la vida misma y que las carencias son las propias de una historia de la que somos simple espectadores, que no conocemos los precedentes, ni cómo va a acabar. A lo que responderé, que de acuerdo, pero que entonces la historia en si no tiene ningún interés, salvo la mera empatía por el sufrimiento humano.
Por último, aunque su papel deja mucho de desear, es una delicia ver a Leonor Watling en la pantalla. Lo que me pregunto, y es una pregunta filosófica, es que si en verdad nos gusta verla enseñar, por ejemplo, las domingas. Reconozco que me parece violento para ella (quiero imaginar que se siente avergonzado) y para el espectador. La verdad es que la manía del desnudo, especialmente femenino que es el más solicitado, o la de mostrar sexo más o menos explícito, ni la comparto ni la entiendo, máxime cuando no está justificado (casi nunca lo está o directamente nunca diría yo). Yo, lo admito, me siento más incómodo aún si la chica me gusta que si no (qué mal lo pasé con Ana de Armas en "Mentiras y Gordas"). A ver si de este modo podemos invertir esta tendencia gratuita mostrando nuestro rechazo. Aunque me parece que no voy a encontrar mucho apoyo.
28 de diciembre de 2021
28 de diciembre de 2021
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre “La flaqueza del bolchevique” (2003, su primer largo de ficción) y su periplo buscando la esencia de Andalucía a través de aparentes thrillers como continente de profundos dramas psicológicos (“La mitad de Óscar”, “Caníbal”, “El autor”, “La hija”), en 2005, el mejor director andaluz que haya existido (para mí), nos presentaba “Malas temporadas”.
Este film es un salto adelante con tirabuzón para un cineasta que, en esa fecha, sólo contaba con una película de ficción (la citada “La flaqueza del bolchevique”) y que se tiró a la piscina del drama puro y duro a través de un conjunto de espléndidas y lúcidas historias cruzadas para radiografiar como pocas veces se ha visto en pantalla grande una serie de relatos de perdedores, de gentes nacidas con mala estrella y a las que pocas cosas pueden salirles bien. El resultado final es apoteósico, como no podría ser de otra manera estando el andaluz de por medio.
Diversos pequeños dramas cuajados de frustraciones y dolor se van entrecruzando por la vida de una colmena despiadada como es Madrid, con alguna escapada al almeriense paraíso de San José. Cada vez que Martín Cuenca y Alejandro Hernández se ponen a los mandos de un guión (como ocurre en todas las de su gira andaluza), la calidad, la profundidad y la coherencia están garantizadas en grado máximo, está vez perfectamente acunadas por la espléndida música minimalista de Pedro Barbadillo.
La cinta arranca presentándonos a un preadolescente, Gonzalo, que ha dejado en blanco un examen en el instituto. El mismo (interpretado por Gonzalo Pedrosa) decide abandonarlo todo y encerrarse en su habitación dedicado a jugar con un simulador de aviación día y noche. Su madre está desesperada sin saber qué hacer con él (espléndida como siempre Nathalie Poza) y sobrepasada por su trabajo de ayuda a la regularización de migrantes en una ONG que le depara más sinsabores que alegrías.
Por otro lado, Javier Cámara (magistral como es habitual) sale en libertad después de cumplir condena en un centro penitenciario. Debe regresar a un mundo que ha seguido sin él y sólo su pasión por el ajedrez lo mantendrá a flote. También ha dejado demasiadas cuentas pendientes sentimentales durante su vida carcelaria.
Un cubano trabaja en el tráfico ilegal de obras de arte entre su país natal y Madrid al servicio de un mafioso cubano. Su mujer, en silla de ruedas (una deslumbrante en todos los sentidos Leonor Watling), sostiene una adúltera relación sexual con el soldado de su potentado esposo. Y mucho oído para el par de temas musicales que nos regala la Watlling durante el metraje de esta obra maestra. Prodigiosos, incluida una valiente versión jazzística del inmortal “Vete” de Los Amaya.
Todos estos personajes acabarán confluyendo para consolidar uno de los mejores dramas corales de nuestro tiempo, procedente de un elegante en sus movimientos de cámara Manuel Martín Cuenca, un artista integral de nuestro tiempo con un lenguaje visual afortunadamente camaleónico en su adaptación a las necesidades de sus guiones.
Este film es un salto adelante con tirabuzón para un cineasta que, en esa fecha, sólo contaba con una película de ficción (la citada “La flaqueza del bolchevique”) y que se tiró a la piscina del drama puro y duro a través de un conjunto de espléndidas y lúcidas historias cruzadas para radiografiar como pocas veces se ha visto en pantalla grande una serie de relatos de perdedores, de gentes nacidas con mala estrella y a las que pocas cosas pueden salirles bien. El resultado final es apoteósico, como no podría ser de otra manera estando el andaluz de por medio.
Diversos pequeños dramas cuajados de frustraciones y dolor se van entrecruzando por la vida de una colmena despiadada como es Madrid, con alguna escapada al almeriense paraíso de San José. Cada vez que Martín Cuenca y Alejandro Hernández se ponen a los mandos de un guión (como ocurre en todas las de su gira andaluza), la calidad, la profundidad y la coherencia están garantizadas en grado máximo, está vez perfectamente acunadas por la espléndida música minimalista de Pedro Barbadillo.
La cinta arranca presentándonos a un preadolescente, Gonzalo, que ha dejado en blanco un examen en el instituto. El mismo (interpretado por Gonzalo Pedrosa) decide abandonarlo todo y encerrarse en su habitación dedicado a jugar con un simulador de aviación día y noche. Su madre está desesperada sin saber qué hacer con él (espléndida como siempre Nathalie Poza) y sobrepasada por su trabajo de ayuda a la regularización de migrantes en una ONG que le depara más sinsabores que alegrías.
Por otro lado, Javier Cámara (magistral como es habitual) sale en libertad después de cumplir condena en un centro penitenciario. Debe regresar a un mundo que ha seguido sin él y sólo su pasión por el ajedrez lo mantendrá a flote. También ha dejado demasiadas cuentas pendientes sentimentales durante su vida carcelaria.
Un cubano trabaja en el tráfico ilegal de obras de arte entre su país natal y Madrid al servicio de un mafioso cubano. Su mujer, en silla de ruedas (una deslumbrante en todos los sentidos Leonor Watling), sostiene una adúltera relación sexual con el soldado de su potentado esposo. Y mucho oído para el par de temas musicales que nos regala la Watlling durante el metraje de esta obra maestra. Prodigiosos, incluida una valiente versión jazzística del inmortal “Vete” de Los Amaya.
Todos estos personajes acabarán confluyendo para consolidar uno de los mejores dramas corales de nuestro tiempo, procedente de un elegante en sus movimientos de cámara Manuel Martín Cuenca, un artista integral de nuestro tiempo con un lenguaje visual afortunadamente camaleónico en su adaptación a las necesidades de sus guiones.
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