El gatopardo
1963 

7.8
17,248
Drama
Es la época de la unificación de Italia en torno al Piamonte, cuyo artífice fue Cavour. La acción se desarrolla en Palermo y los protagonistas son Don Fabrizio, Príncipe de Salina (Burt Lancaster), y su familia, cuya vida se ve alterada tras la invasión de Sicilia por las tropas de Garibaldi (1860). Para alejarse de los disturbios, la familia se refugia en la casa de campo que posee en Donnafugata en compañía del joven Tancredi (Alain ... [+]
28 de enero de 2013
28 de enero de 2013
22 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si presumes de cinismo.....No veas esta película.
Si no te interesa nada la historia.....No veas esta película.
Si dices que no has comprendido una obra y aún así la criticas....Por favor, no veas esta película.
Si al escuchar las palabras "música clásica" te entra sueño....No vas a ver el final de esta película, aunque lo intentes.
Si sólo te gusta la comida rápida.....No veas esta película.
Si eres de los que nunca lloran.....No veas esta película.
Si crees que lo sabes todo....¿Para qué vas a ver esta película?
Si para ti Angelina Jolie o Brad Pitt son el súmmum de la belleza......No veas esta película.
Si Bruce Willis es tu actor favorito........Hazte un favor y no veas esta película.
Si eres de los que dicen a menudo "me abuuurrroooooo".....Cómprate un yo-yo y no veas esta película.
Si eres de los que dicen "ésa no, que es koreana, en blanco y negro o muda".... Hazle al mundo un favor y no veas esta película.
Si eres de los que juzgan a los demás por el tipo de gafas que llevan (o crees que llevan)........ni se te ocurra ver esta película.
Si cumples alguno de los anteriores requisitos y la ves..........No me eches la culpa y pregúntate si eres masoquista, tienes personalidad múltiple o creías que era un documental de felinos.
Para todos los demás......No tiene precio.
Si no te interesa nada la historia.....No veas esta película.
Si dices que no has comprendido una obra y aún así la criticas....Por favor, no veas esta película.
Si al escuchar las palabras "música clásica" te entra sueño....No vas a ver el final de esta película, aunque lo intentes.
Si sólo te gusta la comida rápida.....No veas esta película.
Si eres de los que nunca lloran.....No veas esta película.
Si crees que lo sabes todo....¿Para qué vas a ver esta película?
Si para ti Angelina Jolie o Brad Pitt son el súmmum de la belleza......No veas esta película.
Si Bruce Willis es tu actor favorito........Hazte un favor y no veas esta película.
Si eres de los que dicen a menudo "me abuuurrroooooo".....Cómprate un yo-yo y no veas esta película.
Si eres de los que dicen "ésa no, que es koreana, en blanco y negro o muda".... Hazle al mundo un favor y no veas esta película.
Si eres de los que juzgan a los demás por el tipo de gafas que llevan (o crees que llevan)........ni se te ocurra ver esta película.
Si cumples alguno de los anteriores requisitos y la ves..........No me eches la culpa y pregúntate si eres masoquista, tienes personalidad múltiple o creías que era un documental de felinos.
Para todos los demás......No tiene precio.
26 de noviembre de 2012
26 de noviembre de 2012
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces se han dado de la mano con mayor fortuna cine y literatura que en "El gatopardo", adaptación de la gran novela de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa. Luchino Visconti atrapa el espíritu de la obra con personalidad, pero siempre al servicio de una prodigiosa historia sobre la convulsión social que supone el movimiento de revolución y unificación de Italia, y cómo afecta éste a Palermo (Sicilia), y más concretamente a Fabrizio, príncipe de Salina, y a las personas de su entorno.
El arranque del film supone todo un adelanto de los cambios que deben acontecer en la sociedad italiana para que todo siga igual. La idea de cambio para mantener el estado de las cosas domina todo el metraje. La clave es sobrevivir en el nuevo paisaje, algo que en el caso de los adultos se produce de modo más tosco (don Calogero) y abrupto (Fabrizio, que se adapta a los tiempos recién estrenados con sensación de traición a los ideales de antaño). Los que vivirán la nueva etapa de un modo diferente serán los jóvenes, y Fabrizio (Burt Lancaster) lo entiende perfectamente.
Resulta deslumbrante el modo en que Visconti despliega su narración, sin prisa ninguna. Y de ese modo logra dibujar con minuciosidad a sus personajes, de modo especial al príncipe de Salina, una espléndida composición de Burt Lancaster. Sus conversaciones con el padre Pirrone (Romolo Valli) rebosan cinismo; con don Ciccio (Serge Reggiani) cuestiona la democracia, por un plebiscito en el que el único voto negativo ha sido manipulado; con los jóvenes prometidos medita acerca de la fugacidad de la vida y lo efímero de la belleza...
La mirada de el cineasta es melancólica. Los pocos pasajes que protagonizan los personajes acentúan la pena por la juventud que se va. Porque Fabrizio es consciente de que su mundo tiene los días contados, y por ello la rotunda escena del baile, casi tres cuartos de hora, es sobrecogedora. No sólo por la elegancia de la pareja en el vals, que hace detenerse al resto de bailarines, sino por el reconocimiento de Angelica (maravillosa Claudia Cardinale) al príncipe de todo lo que ha hecho por su compromiso con Tancredi (Alain Delon).
La película no sería igual sin la preciosa música de Nino Rota o la cálida fotografía de Sicilia de Giuseppe Rotunno. Ambas influyeron sin duda años más tarde en Francis Ford Coppola y "El padrino".
El arranque del film supone todo un adelanto de los cambios que deben acontecer en la sociedad italiana para que todo siga igual. La idea de cambio para mantener el estado de las cosas domina todo el metraje. La clave es sobrevivir en el nuevo paisaje, algo que en el caso de los adultos se produce de modo más tosco (don Calogero) y abrupto (Fabrizio, que se adapta a los tiempos recién estrenados con sensación de traición a los ideales de antaño). Los que vivirán la nueva etapa de un modo diferente serán los jóvenes, y Fabrizio (Burt Lancaster) lo entiende perfectamente.
Resulta deslumbrante el modo en que Visconti despliega su narración, sin prisa ninguna. Y de ese modo logra dibujar con minuciosidad a sus personajes, de modo especial al príncipe de Salina, una espléndida composición de Burt Lancaster. Sus conversaciones con el padre Pirrone (Romolo Valli) rebosan cinismo; con don Ciccio (Serge Reggiani) cuestiona la democracia, por un plebiscito en el que el único voto negativo ha sido manipulado; con los jóvenes prometidos medita acerca de la fugacidad de la vida y lo efímero de la belleza...
La mirada de el cineasta es melancólica. Los pocos pasajes que protagonizan los personajes acentúan la pena por la juventud que se va. Porque Fabrizio es consciente de que su mundo tiene los días contados, y por ello la rotunda escena del baile, casi tres cuartos de hora, es sobrecogedora. No sólo por la elegancia de la pareja en el vals, que hace detenerse al resto de bailarines, sino por el reconocimiento de Angelica (maravillosa Claudia Cardinale) al príncipe de todo lo que ha hecho por su compromiso con Tancredi (Alain Delon).
La película no sería igual sin la preciosa música de Nino Rota o la cálida fotografía de Sicilia de Giuseppe Rotunno. Ambas influyeron sin duda años más tarde en Francis Ford Coppola y "El padrino".
27 de diciembre de 2013
27 de diciembre de 2013
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El Gatopardo” permanece no sólo como una de las más bellas obras maestras de Luchino Visconti, sino también como una extraordinaria digresión sobre la lucha de clases narrada, precisamente, desde la posición privilegiada de un aristócrata que ve cómo se desmorona el mundo que había conocido para dejar paso a otro muy distinto. Comienza con el rezo del rosario en el palacio del príncipe de Salina y con la noticia del desembarco de Garibaldi en Sicilia. A partir de ahí, Visconti nos muestra como ejes de la trama, la conciencia de la pérdida de privilegios de clase y de sentido histórico de la aristocracia siciliana con la llegada de nuevos tiempos, y la soterrada crónica del asentamiento de la unidad italiana, expresada de una manera en que la reflexión histórica se funde magistralmente con lo novelesco, lo pictórico y lo musical (en doble forma: operística y sinfónica). Un fresco histórico sublimado por un lírico acoplamiento de nostalgia y pasión.
Basada en la novela homónima de Giuseppe Tomassi di Lampedusa, Visconti realiza una impecable adaptación, expresada con una sensibilidad y un talento del que tan solo disponen los grandes maestros. Esa oposición entre lo histórico-crítico y lo histórico-sentimental que distinguía sus mejores obras. El cineasta consideró la novela, como un libreto de ópera e hizo de la puesta en escena el reflejo de su amor por el arte: la fotografía de Giuseppe Rotunno, juega espléndidamente con los colores, obteniendo páginas de una gran belleza visual que remiten a Delacroix y a Hogarth; la música de Nino Rota es una hermosa sinfonía de espíritu romántico, en la que destaca la ternura en el uso de timbres tenues; los trajes y los decorados son estilizados sin dejar de ser realistas, y abundan los espejos, las cortinas, los cuadros, los pañuelos y las flores como representaciones de una sensibilidad. Y el tono del conjunto es decididamente verdiano: como en Verdi, hay una abrumadora carga de melodía y dramatismo, sin que falte el asomo de cierta vulgaridad, atribuida a la clase social emergente.
Mientras “Rocco y sus hermanos” habla del devenir de la lucha de clases, aquí se centra en un solo estrato social, la clase dirigente, para examinar de qué manera es capaz de transformar sus estructuras con el único fin de seguir detentando el poder. “El Gatopardo” trasciende algunas de sus frases emblemáticas para convertirse en un organismo mucho más complejo de lo que aparenta, no tanto la minuciosa descripción de un traspaso de poderes como la crónica de una mutación, de un cambio de piel, tan doloroso para algunos como lógico e irrefutable para otros. “Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”, en efecto, pero esa transformación no tiene para nada en cuenta a la clase obrera, realizándose únicamente en el seno de los estratos sociales más privilegiados.
El príncipe de Salina pone en marcha todos los mecanismos para favorecer la escalada social de su sobrino Tancredi en medio del nuevo panorama social surgido tras la victoria de Garibaldi. Todos los actores lucen a la altura de la obra, desde la emoción contenida de Burt Lancaster como Don Fabrizio, príncipe de Salina hasta la belleza irrefrenable y esplendorosa de Angélica (Claudia Cardinale), prometida de un atractivo y sobrio Tancredi (Alain Delon). Sin olvidar el catálogo arquitectónico que componen los distintos palacios y mansiones filmados en la película, todos ellos escenarios naturales, lo cual da fe del inquebrantable ánimo verista de Visconti.
Continúa en Spoiler.
Basada en la novela homónima de Giuseppe Tomassi di Lampedusa, Visconti realiza una impecable adaptación, expresada con una sensibilidad y un talento del que tan solo disponen los grandes maestros. Esa oposición entre lo histórico-crítico y lo histórico-sentimental que distinguía sus mejores obras. El cineasta consideró la novela, como un libreto de ópera e hizo de la puesta en escena el reflejo de su amor por el arte: la fotografía de Giuseppe Rotunno, juega espléndidamente con los colores, obteniendo páginas de una gran belleza visual que remiten a Delacroix y a Hogarth; la música de Nino Rota es una hermosa sinfonía de espíritu romántico, en la que destaca la ternura en el uso de timbres tenues; los trajes y los decorados son estilizados sin dejar de ser realistas, y abundan los espejos, las cortinas, los cuadros, los pañuelos y las flores como representaciones de una sensibilidad. Y el tono del conjunto es decididamente verdiano: como en Verdi, hay una abrumadora carga de melodía y dramatismo, sin que falte el asomo de cierta vulgaridad, atribuida a la clase social emergente.
Mientras “Rocco y sus hermanos” habla del devenir de la lucha de clases, aquí se centra en un solo estrato social, la clase dirigente, para examinar de qué manera es capaz de transformar sus estructuras con el único fin de seguir detentando el poder. “El Gatopardo” trasciende algunas de sus frases emblemáticas para convertirse en un organismo mucho más complejo de lo que aparenta, no tanto la minuciosa descripción de un traspaso de poderes como la crónica de una mutación, de un cambio de piel, tan doloroso para algunos como lógico e irrefutable para otros. “Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”, en efecto, pero esa transformación no tiene para nada en cuenta a la clase obrera, realizándose únicamente en el seno de los estratos sociales más privilegiados.
El príncipe de Salina pone en marcha todos los mecanismos para favorecer la escalada social de su sobrino Tancredi en medio del nuevo panorama social surgido tras la victoria de Garibaldi. Todos los actores lucen a la altura de la obra, desde la emoción contenida de Burt Lancaster como Don Fabrizio, príncipe de Salina hasta la belleza irrefrenable y esplendorosa de Angélica (Claudia Cardinale), prometida de un atractivo y sobrio Tancredi (Alain Delon). Sin olvidar el catálogo arquitectónico que componen los distintos palacios y mansiones filmados en la película, todos ellos escenarios naturales, lo cual da fe del inquebrantable ánimo verista de Visconti.
Continúa en Spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Esta fascinante obra supuso el encuentro del cineasta con Lampedusa, en el que se reconocía. Quizá sea injusto destacar un momento por encima de otros, pero recomiendo la lágrima del príncipe cuando empieza a sonar el vals de Rota, durante la fiesta mientras contempla el cuadro de Greuze “La muerte del justo” (y en general, toda la secuencia de la fiesta, uno de los mejores momentos de la historia del cine).
19 de septiembre de 2010
19 de septiembre de 2010
15 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la Italia de 1860 nos encontramos con el período del Risorgimento, movimiento fundamental para entender un momento histórico fundamental en la historia italiana; su unidad como entidad política que no social y económica: el norte del país más rico y con un desarrollo industrial importante en sus inicios; el sur menos desarrollado, agrícola y con diferencias sociales muy arraigadas a lo largo de los siglos, y que sera mano de obra para las fábricas del norte del país (recordemos la emigración planteada magistralmente en el film "Rocco y sus hermanos").
Visconti, basándose en la excepcional obra escrita por Giuseppe Tomasi, Príncipe di Lampedusa, expone esa corriente ideológica y las mentalidades de la época del Risorgimento. Su puesta en escena es elegante sobria, como los andares sicilianos del Príncipe de Salinas. Un aire de melancolía planea constantemente en esta gran obra, al igual que la triste lucidez de nuestro príncipe; saber que un tiempo acaba y en la que una clase social nueva se impone: la burguesía y su política arribista en una sociedad cambiante. En él vemos el escepticismo creciente, la mediocridad basada en el dinero con el que se gana posición social, etc...; un cambio social que fosiliza a los de su propia clase (excelente escena de la familia del Príncipe entrando en la iglesia del pueblo y ocupando sus privilegiados asientos para escuchar la misa. Cubiertos por el polvo del camino parecen momias de un pasado que ya ha dejado de pertenecerles. ¡Con qué economía de medios el director nos muestra este fin de una época, de una forma de entender el mundo) . Pero hay está, el príncipe con su porte, su imponente mirada observando todo lo que acontece a su alrededor, y por supuesto el magnífico baile, casi a modo de melancólica despedida.
Seres humanos atrapados en sus conflictos humanos, sociales y políticos. Porque como decía Visconti: "No existen explicaciones ni soluciones de los estados del alma, de los conflictos psicológicos, fuera del contexto social. A mi juicio, las pasiones humanas y los conflictos sociales son los que animan y conmocionan la Historia".
Visconti, basándose en la excepcional obra escrita por Giuseppe Tomasi, Príncipe di Lampedusa, expone esa corriente ideológica y las mentalidades de la época del Risorgimento. Su puesta en escena es elegante sobria, como los andares sicilianos del Príncipe de Salinas. Un aire de melancolía planea constantemente en esta gran obra, al igual que la triste lucidez de nuestro príncipe; saber que un tiempo acaba y en la que una clase social nueva se impone: la burguesía y su política arribista en una sociedad cambiante. En él vemos el escepticismo creciente, la mediocridad basada en el dinero con el que se gana posición social, etc...; un cambio social que fosiliza a los de su propia clase (excelente escena de la familia del Príncipe entrando en la iglesia del pueblo y ocupando sus privilegiados asientos para escuchar la misa. Cubiertos por el polvo del camino parecen momias de un pasado que ya ha dejado de pertenecerles. ¡Con qué economía de medios el director nos muestra este fin de una época, de una forma de entender el mundo) . Pero hay está, el príncipe con su porte, su imponente mirada observando todo lo que acontece a su alrededor, y por supuesto el magnífico baile, casi a modo de melancólica despedida.
Seres humanos atrapados en sus conflictos humanos, sociales y políticos. Porque como decía Visconti: "No existen explicaciones ni soluciones de los estados del alma, de los conflictos psicológicos, fuera del contexto social. A mi juicio, las pasiones humanas y los conflictos sociales son los que animan y conmocionan la Historia".
2 de julio de 2018
2 de julio de 2018
15 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién te ha visto y quién te ve ahora. De copar las más fastuosas cortes de toda Europa a servir de entretenimiento a las masas en las revistas del corazón, anacrónica como un monje anciano en una reunión de tuiteros. Eres decadente, aburguesada; un lánguido reflejo de los años de esplendor del viejo continente. Un pavo real sin color en las plumas, cuyo destino es el morir, gris y triste, para el disfrute del leviatánico sistema que hace siglos te arrebató el fulgor. Lo que no fluye se estanca, y en el estancamiento todo se pudre y muere. Así ocurrió contigo, aristocracia.
El sistema liberal-burgués te ha declarado su odio eterno. Antes te envidiaba por tu hegemonía social y política, y ahora que se ha apropiado de tu cetro, el régimen no da muestras de haber abandonado su encono. Aplicando la máxima gatopardiana: "Todo ha cambiado pero todo sigue igual". Lo que hoy envidia es la actitud, el espíritu.
El burgués nace del utilitarismo, arraigado como está al capital. Lo que define al burgués es la mentalidad codiciosa, de la que se vale para ascender socialmente. Entre burgueses se distinguen por la capacidad de maximizar sus beneficios, que puede ser mayor o menor, pero siempre ha de ser. Naturalmente, este afán por el lucro no sería posible sin una ambición desmedida, exenta de cualquier principio moral. Si el fin es el dinero, todo medio queda justificado. En la película estos "valores" los encarna el personaje de Don Calongero, cuando incluso en la fiesta no puede dejar de pensar en dinero, y se entretiene calculando con patético asombro cuánto pueden costar los bienes de los que los anfitriones hacen gala ante sus invitados. Su ambición es tal que no duda en limpiar su pasado con sangre si este se presenta como un obstáculo para su carrera en la alta sociedad. Es torpe, da pena verlo, ya que carece de espíritu. Es un hombre sumido en lo material, obseso en sus hectáreas, sus propiedades y en su hija, un puente tendido hacia el futuro.
Mientras este fantoche de la Italia decimonónica ocupa su tiempo perdiéndose en los brillos dorados de la mansión de Palermo, el Gatopardo, el Príncipe de Salina, interpretado magistralmente por Burt Lancaster, observa más allá. Tiene la mirada puesta en las ideas, en las gráciles almas que danzan bajo las lámparas de araña. El aristócrata no nace, como el burgués, de la materia, del oro y del dinero fiat, sino del espíritu de nobleza. Hace siglos que su familia fue condecorada por su arrojo y honor con un título nobiliario. Su linaje se forjó en lo inmaterial, en el valor de los actos por sí mismos, no por el dinero que pueda obtener de ellos. El ideal aristocrático es el bien por el bien, lo que lleva Don Fabrizio hasta el extremo con su porte, adusta y elegante, en sus modales (no se ríe en la mesa), en su carácter autoritario, que no entiende de consensos liberales, ni de consejos femeninos, ni de diputados de provincia. Y qué decir de Tancredi. Señorial, revolucionario, atrevido, un digno heredero del régimen nobiliario; quien no juzga por lo que se tiene, sino por lo que se es.
Los tiempos cambian. Para que nada cambie, hay que cambiar con ellos. No obstante, hay cosas que jamás cambiarán, y la vil burguesía nunca podrá alcanzar la majestuosidad del Gatopardo, pasen años o siglos. Si lo hiciera, si osara repudiar el metal para asir lo indeterminado, las formas puras del intelecto, abandonando su degenerada forma de vivir, se condenaría a su propia extinción, ya que su existencia radica en la materia. No se puede servir a la vez a Dios y a Mammón, en palabras de Jesucristo (rey de los cielos). La revolución industrial, el cambio de ciclo productivo, el devenir de la antigua propiedad feudal, la Edad Contemporánea en definitiva, quizás extinguiese a los antiguos gatopardos. Pero hay algo que no se puede matar, porque es intangible, y ese es tu espíritu sublime, aristocracia, que trascenderá por generaciones hasta el fin de los tiempos.
"Nosotros fuimos los Gatopardos, los leones. Quienes nos sustituyan serán chacales y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra".
El sistema liberal-burgués te ha declarado su odio eterno. Antes te envidiaba por tu hegemonía social y política, y ahora que se ha apropiado de tu cetro, el régimen no da muestras de haber abandonado su encono. Aplicando la máxima gatopardiana: "Todo ha cambiado pero todo sigue igual". Lo que hoy envidia es la actitud, el espíritu.
El burgués nace del utilitarismo, arraigado como está al capital. Lo que define al burgués es la mentalidad codiciosa, de la que se vale para ascender socialmente. Entre burgueses se distinguen por la capacidad de maximizar sus beneficios, que puede ser mayor o menor, pero siempre ha de ser. Naturalmente, este afán por el lucro no sería posible sin una ambición desmedida, exenta de cualquier principio moral. Si el fin es el dinero, todo medio queda justificado. En la película estos "valores" los encarna el personaje de Don Calongero, cuando incluso en la fiesta no puede dejar de pensar en dinero, y se entretiene calculando con patético asombro cuánto pueden costar los bienes de los que los anfitriones hacen gala ante sus invitados. Su ambición es tal que no duda en limpiar su pasado con sangre si este se presenta como un obstáculo para su carrera en la alta sociedad. Es torpe, da pena verlo, ya que carece de espíritu. Es un hombre sumido en lo material, obseso en sus hectáreas, sus propiedades y en su hija, un puente tendido hacia el futuro.
Mientras este fantoche de la Italia decimonónica ocupa su tiempo perdiéndose en los brillos dorados de la mansión de Palermo, el Gatopardo, el Príncipe de Salina, interpretado magistralmente por Burt Lancaster, observa más allá. Tiene la mirada puesta en las ideas, en las gráciles almas que danzan bajo las lámparas de araña. El aristócrata no nace, como el burgués, de la materia, del oro y del dinero fiat, sino del espíritu de nobleza. Hace siglos que su familia fue condecorada por su arrojo y honor con un título nobiliario. Su linaje se forjó en lo inmaterial, en el valor de los actos por sí mismos, no por el dinero que pueda obtener de ellos. El ideal aristocrático es el bien por el bien, lo que lleva Don Fabrizio hasta el extremo con su porte, adusta y elegante, en sus modales (no se ríe en la mesa), en su carácter autoritario, que no entiende de consensos liberales, ni de consejos femeninos, ni de diputados de provincia. Y qué decir de Tancredi. Señorial, revolucionario, atrevido, un digno heredero del régimen nobiliario; quien no juzga por lo que se tiene, sino por lo que se es.
Los tiempos cambian. Para que nada cambie, hay que cambiar con ellos. No obstante, hay cosas que jamás cambiarán, y la vil burguesía nunca podrá alcanzar la majestuosidad del Gatopardo, pasen años o siglos. Si lo hiciera, si osara repudiar el metal para asir lo indeterminado, las formas puras del intelecto, abandonando su degenerada forma de vivir, se condenaría a su propia extinción, ya que su existencia radica en la materia. No se puede servir a la vez a Dios y a Mammón, en palabras de Jesucristo (rey de los cielos). La revolución industrial, el cambio de ciclo productivo, el devenir de la antigua propiedad feudal, la Edad Contemporánea en definitiva, quizás extinguiese a los antiguos gatopardos. Pero hay algo que no se puede matar, porque es intangible, y ese es tu espíritu sublime, aristocracia, que trascenderá por generaciones hasta el fin de los tiempos.
"Nosotros fuimos los Gatopardos, los leones. Quienes nos sustituyan serán chacales y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra".
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