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Anatomía de un asesinato

Drama Frederick Manion (Ben Gazzara), un teniente del ejército, asesina fríamente al presunto violador de su mujer (Lee Remick). Ella contrata como abogado defensor a Paul Biegler (James Stewart), un honrado hombre de leyes. Durante el juicio se reflejarán todo tipo de emociones y pasiones, desde los celos a la rabia. Uno de los dramas judiciales más famosos de la historia del cine. (FILMAFFINITY)
Críticas 111
Críticas ordenadas por utilidad
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9
10 de abril de 2009
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tampoco lo sabría yo. Eso de ser miembro de un jurado es algo que me pondría la piel de gallina, sobre todo si el caso a juzgar es tan tremendo como un asesinato, o una violación, o pederastia, o malos tratos (o todo eso junto), y en general cualquier acto atroz del que el ser humano es capaz.
Si, además, en el Estado que juzga rige la pena de muerte, entonces yo no querría estar ni por asomo en el pellejo del jurado.
"Doce hombres sin piedad", uno de las más excelsos dramas judiciales, abordó con increíble precisión lo que representan esas doce personas que han de pronunciarse acerca de la inocencia o la culpabilidad de alguien a quien no conocen más que por haberlo visto brevemente en un juzgado, y por declaraciones y testimonios.
Dos años después de que Sidney Lumet dejara el listón por las nubes, Otto Preminger escogió otra fuente literaria, que dio lugar a esta otra reliquia del género.
Este tipo de películas que no te lo dan todo mascado, que te obligan a reflexionar a fondo y en las que, más relevante que lo que sucedió realmente, más importante que la oscura o clara verdad (recordemos que la verdad puede ser relativa, según quién la mire y quién la exponga), es el peso de un proceso que, según la habilidad de los letrados, según la contundencia de las pruebas, de las declaraciones, de los testimonios y de los golpes de efecto (porque como seres emocionales, la teatralidad y los giros sorprendentes nos afectan)... Lo realmente relevante, como decía, es lo que nos induzcan a creer, la idea que nos formemos nosotros mismos, los que no vimos lo que sucedió aquella noche fatídica, los que no fuimos testigos de aquella presunta violación, de aquel asesinato.
Nos imaginamos que somos miembros de un jurado ficticio. El fiscal, el ayudante del fiscal y el abogado defensor despliegan ante nosotros todo su arsenal dialéctico, se nos muestran las pruebas visibles, las declaraciones de las personas que van subiendo al estrado nos van dejando huella. Los letrados conocen perfectamente las tretas de su oficio, saben cómo influirnos, cómo lanzar la piedra de manera que caiga directamente sobre nosotros. El juez ya puede ordenar todo lo que quiera que tal o cual inoportuna intervención de los letrados o de los que declaran en el estrado no debe ser tenida en cuenta por el jurado... Qué inutilidad que el juez intente determinar cuáles son los límites de lo que el jurado ha de tener en cuenta. Una vez encerrado para deliberar sobre el veredicto, no regirán más criterios que los que doce personas anónimas tengan a bien considerar.
Culpabilidad o inocencia... Al final todo se reduce a lo que crean esas doce personas de a pie.
Y a lo que creamos nosotros, los espectadores.
Magnífico alarde interpretativo, guión sobresaliente, impecable exposición del caso, y el ornamento de la música jazz de Duke Ellington para aportar esa pizca de atemporalidad, de bohemia y de búsqueda de la evasión y del olvido.
5
18 de septiembre de 2011
34 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mira que tenía todos los ingredientes para ser un peliculón... pero nada, se queda en un querer y no poder. Un buen juicio, unos buenos actores y un buen planteamiento desaprovechados por culpa de un guión que termina desinflándose minuto a minuto.

El mayor problema que le encuentro es la falta de claridad en la historia. No es que la investigación sea complicada, sino que lo que hay detrás de esa investigación y los personajes que la componen (en especial el matrimonio protagonista) se desdibujan constantemente. Tal parece que al querer ser tan sutiles y tan contenidos, el resultado es ambiguo y rebuscado. Terminada la película, sería imposible saber si es un final feliz o no, o incluso saber si es un punto y final: quedan demasiadas dudas y demasiadas preguntas en el aire, pero parece que a nadie le importa ni le interesa, que es mucho peor.

Además, tanto James Stewart, tanto James Stewart... y sin embargo quien me parece que está de auténtico lujo es George C. Scott. Fantásticas todas sus argumentaciones y fantástica su interpretación sobria y fría, pero de gran fuerza. Admito que me interesaba mucho más él y sus escenas que las de Biegler, el abogado chistoso y, por momentos, pánfilo.

Correcta sin más, y entretenida en tanto hay un juicio de por medio, y eso siempre da mucho juego. Ver a unos y a otros argumentando y discutiendo tiene su gracia, aunque en este caso no haya mucha intriga al saberse de antemano todos los vericuetos del crimen.

Y para crimen la nota que tiene en la página... Sobrevalorada no: sobrevaloradísima.
8
29 de diciembre de 2011
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Confieso que lo que más me ha llamado la atención de esta película no es la robusta dirección de Preminguer o las grandes interpretaciones de Stewart y compañía, sino la gran crudeza de la historia y su desarrollo. Sigo dándole vueltas a como consiguieron colocar un guión así sin haber llegado aún a los años 60, con tantas referencias sexuales y una visión tan oscura del ser humano. Formalmente se trata de una larga película judicial, modélica en su desarrollo, y en la que se insertan de forma adecuada historias paralelas, en especial la del abogado principal. Preminger es muy hábil pues separa claramente el componente de charlatanería y de picaresca que tiene el mundo legal del hecho de que es indiferente si el acusado es inocente o no; no se trata de que nos identifiquemos con nadie, y de hecho da carta blanca a que el espectador saque sus conclusiones sobre el turbio asunto de asesinato, violación y ropa interior desgarrada que nos presenta. En definitiva, muy recomendable y sorprendente por su ambición y falta de complejos.
10
27 de julio de 2011
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dudaba si había sido antes o después de Testigo de cargo, de Billy Wilder, con la intencionalidad de dar mayor mérito a aquella de las dos con más edad. Porque aunque el tema, el país de los hechos y los protagonistas difieran, lo cierto es que el espíritu de ambas se asemeja lo suficiente como para concluir que un genio había visto al otro, y si no había copia al menos sí se podía presumir influencia.

Hay también, en Anatomía de un asesinato, broñazos, invisibles por supuesto, de humanidad y de ese humor socarrón necesario para afrontar el drama cotidiano de la existencia, absurda en muchas ocasiones. Se repiten personajes cascarrabias que se dejan querer y ayudantes molestos sin los que no podríamos vivir. Las víctimas resultan no serlo tanto y los presuntos culpables son hábiles y convincentes. Los diálogos son elegantes duelos de avezados espadachines del verbo y los jueces son seres humanos dispuestos a rendirse ante un buen chiste o regate, y menos ridículos (aunque los de Inglaterra lleven peluca), que nuestras intocables y poco terrenales señorías contemporáneas.

Supe que dos años antes de que Otto Preminger y su escritor Wendell Mayes, sobre novela de Robert Traver, parieran "Anatomía de un asesinato"; Billy Wilder junto a Harry Kurnitz habían puesto en lenguaje cinematográfico la obra de teatro de Agatha Christie que aquí se llamó "Testigo de cargo" y decidí no cambiar la nota de ninguna de las dos porque me pareció que aunque fuera la misma puesta de sol, los dos pintores, con distinta paleta y pinceles diferentes, habían conseguido dos obras maestras, y poco importa que uno la hubiera terminado un lunes por la noche y el otro un jueves por la mañana.
Decidí, eso sí, aprovechar, cambiando mínimos detalles, la misma crítica para las dos películas porque en mi interior sólo había agradecimiento hacia ambas y ningún sentimiento encontrado. Así pues: "Tanto monta, monta tanto ..."
7
7 de febrero de 2013
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La decadencia y el abandono, el dibujo de un corazón solitario son sólo un accesorio de arranque, casi lo mismo que la pesca, el jazz y el whisky, todo desaparece con el caso de gran interés por envenenamiento de plomo, pero tampoco es violenta, y es que "Anatomía de un asesinato" toma el rumbo de lo agradable, la historia del militar y la mujer del glamour tiene química entre ellos y con el resto de personajes, se somete a la ley no escrita y a sus impurezas, pero no me parece una película hostil ni retorcida ante el tema que trata.

Un duelo de juicio llevado con gran inteligencia bajo el ambiente de la simpatía, las escusas y trucos legales tienen carácter y son razonables, la seducción supone un buen añadido aunque poco desarrollado, la intriga se basa en hechos y en bromas pero manteniendo la entereza en la misma medida que sus personajes que no caen en la locura, tiene descaro, motivos y elementos como para considerarla un producto serio, va sumando ramas entre la caravana y los bailes, algo de contenido psiquiátrico con eso del impulso incontrolable que decide las condenas.

El drama tiene mucho afecto desde el campo de batalla, la palabra y la protesta, la improvisación clásico del cine judicial, el estilo de ataque de ambos bandos la hace estimulante, la convierte en un circo de sarcasmo donde se dispara en todas direcciones, una cortina de humo muy expresiva, pero sin dar la sensación de espinosa, el enfoque se puede resumir en la violenta palabra braga tomada a risa, creo que hay un respeto hacia el muerto y hacia el encarcelado, pero olvidan quién las llevaba.

Lo dicho y lo no dicho, genera muchas dudas y no parece que suelte toda la verdad, de ahí el espectador saca sus conclusiones y eso siempre gusta, es impredecible con sus pellejos y arma la bronca, las ramas se empiezan a cruzar en un producto sólido que desenmascara a medias con discursos que no siempre convencen y que tampoco llega a jugar con el peso de la conciencia, por otro lado, es una obra que determina personalidades sin ser neurótica porque sus maniobras olvidan la crueldad.

Una encerrona sin histeria que consigue engancharlos como la historia de la rana, otros trucos nuevos, resuelve un dilema ya demasiado mascado y tiene algún detalle sobre la justicia de que decida un jurado popular, doce personas bendecidas que tienen que hacerlo bien en un caso reñido cuya resolución genera grandes dudas en el espectador, de modo que cada uno de nosotros pasa a formar parte de ese jurado.
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