Alcarràs
6.7
14,831
8 de mayo de 2022
8 de mayo de 2022
7 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Los niños de la familia Solé están consternados: una enorme grúa ha irrumpido en su pantano, y se lleva de allí el viejo dos caballos en el que simulaban frenéticas conducciones automovilísticas. Cuando acuden a dar la voz de alarma a la casa familiar, los adultos ya están al tanto de que Pinyol, el terrateniente de los campos que llevan décadas cultivando, les da la boleta para sustituir los viejos árboles melocotoneros por rentables placas solares.
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
Prácticamente, por compromiso. Si incluyo la cinefilia entre las características que me definen, ¿cómo no acudir al cine a ver esta película catalana galardonada con el Oso de Oro de la Berlinale? Admito que no llevaba expectativas, ya que aunque ’Verano del 93’ me proporcionó un buen rato de cine, no me entusiasmó tanto como a la crítica generalizada, y el trailer que había visto de ’Alcarràs’ no me había motivado.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Y el primer tramo de la película viene a confirmar mis predicciones. Nada me perturba, no encuentro objección alguna que arrojar sobre lo que estoy viendo, pero ni la trama ni sus condimentos me están tocando la fibra. Como preveía, las imágenes desfilan de manera agradable, pero ni me conmueven ni me enganchan.
En ese arranque, la directora nos introduce con woodyalleniana rapidez en el cogollo de la historia, empleando a los desconsolados niños, al compungido abuelo Rogelio y al iracundo agricultor Quimet para que sepamos que la familia será expulsada de las tierras que lleva generaciones cultivando, y se deberá ir con una mano delante y otra detrás porque Rogelio no firmó ningún contrato de arrendamiento, siguiendo las costumbre de toda la vida de que con la palabra dada era suficiente. Solo disponen de un último verano, una última cosecha de melocotones, antes de ver cómo las placas solares reemplazan a su agrícola forma de vida. Y, planteada la cuestión, Carla Simón comienza a mostrarnos ese último verano, el día a día, casi de forma documental (de hecho, los actores y actrices que dan vida a los Solé fueron elegidos en un casting entre vecinos de la zona de Alcarrás, en la provicina de Lleida). Además de la ya citada cinefilia, incluiría entre mis atributos el de urbanita, así que siento que voy a pasar dos horas ajenas a mi sensibilidad.
Pero hete aquí que, sin saber exactamente a partir de qué momento, y sin que sea capaz de explicar qué es lo que me atrapa, al cabo de un rato me doy cuenta de que estoy dentro de la película. Que el bruto labriego del principio ya no me resulta tan agreste, que empiezo a cogerles cariño a los antes ruidosos y molestos críos, que me interpelan las disquisiciones familiares, que sintonizo con ese pobre Roger a quien su padre nunca le regala el menor reconocimiento… Y súbitamente crece mi valoración hacia esta directora tan valorada, capaz con tan solo dos películas de haberse convertido en una referencia internacional. Porque cuando un cineasta me conquista contándome una historia que me resulta cercana se lo agradezco, pero no sé si el mérito es de su aptitud cinéfila o del mero interés de su trama; pero cuando me descubro dentro de una cinta cuya temática me resbala, está claro que el secreto está en quién la cuenta, y no en qué cuenta.
Una vez dentro de ’Alcarràs’, ya no vuelvo a extraviarme. Todo lo que sucede me interesa, y no para de incrementarse el placer viajero de dejarme conducir por Carla. El ritmo es el mismo que al principio, pero ahora me parece idóneo, ni lento ni acelerado; y me aficiono al estilo visual, a la luminosa fotografía, a la extrema atención de la cámara a las miradas de los personajes (a menudo entendemos lo que ven sin necesidad de verlo nosotros), a ese tono documental que le resta artificio a la narración y la convierte en más verdadera… Aunque no se narran grandes acontecimientos, las pequeñas cuitas del guión me interesan, y sigo el hilo sin el menor esfuerzo hasta que el verano llega a su fin, y una nueva grúa conmociona a los Solé, solo que esta vez también mi alma se resiente.
Conforme abandono la sala (muy poco poblada, lamentablemente, pese a que para entrar al cine he tenido que hacer cola, supongo que porque a la misma hora el doctor Strange empezaría a hacer sandeces ante un plagado auditorio), me doy cuenta de que además de un estupendo rato de placer cinéfilo, Carla Simón me ha brindado todo un muestrario de las circunstancias que rodean al desempeño rural de hoy en día. Y es que, pensando, pensando, comprendo que he visto cómo entran en conflicto los usos de toda la vida, en que la confianza personal tenía valor de ley para nuestros abuelos, con las actuales circunstancias en que si no está todo atado y bien firmado el que tiene la sartén por el mango fríe al desamparado; también he asistido a cómo de pujante es el duelo entre concepciones clásicas del mundo agrario y planteamientos novedosos, más rentables para la propiedad pero mucho menos inclusivos para el colectivo agricultor; por supuesto, se han puesto de manifiesto las discrepancias generacionales, contrastando la ingénua confianza de los mayores, la terquedad impositiva de los adultos, y la incomprendida vertiente práctica de la juventud; tampoco rehúye la directora la arista sociopolítica, ésa que da alas a los partidos proviciales de la España vacía, representada en este caso en las movilizaciones contra las prácticas abusivas que obligan a los labriegos a deslomarse en el campo para obtener rendimientos no ya nimios, sino directamente deficitarios; y, desde luego, Simón cumple sobradamente con una de sus obsesiones, que era no idealizar la vida rural, ya que vemos a los Solé trabajar de sol a luna, enfrentarse a conejos, purgar sus esfuerzos con achaques musculares y articulares, ser igual de capaces de recolectar como de almibar o etiquetar, y desesperarse hasta el llanto cuando un pallet que se vuelca se convierte en la gota que colma el vaso.
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2022/05/08/critica-de-cine-alcarras/
Los niños de la familia Solé están consternados: una enorme grúa ha irrumpido en su pantano, y se lleva de allí el viejo dos caballos en el que simulaban frenéticas conducciones automovilísticas. Cuando acuden a dar la voz de alarma a la casa familiar, los adultos ya están al tanto de que Pinyol, el terrateniente de los campos que llevan décadas cultivando, les da la boleta para sustituir los viejos árboles melocotoneros por rentables placas solares.
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
Prácticamente, por compromiso. Si incluyo la cinefilia entre las características que me definen, ¿cómo no acudir al cine a ver esta película catalana galardonada con el Oso de Oro de la Berlinale? Admito que no llevaba expectativas, ya que aunque ’Verano del 93’ me proporcionó un buen rato de cine, no me entusiasmó tanto como a la crítica generalizada, y el trailer que había visto de ’Alcarràs’ no me había motivado.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Y el primer tramo de la película viene a confirmar mis predicciones. Nada me perturba, no encuentro objección alguna que arrojar sobre lo que estoy viendo, pero ni la trama ni sus condimentos me están tocando la fibra. Como preveía, las imágenes desfilan de manera agradable, pero ni me conmueven ni me enganchan.
En ese arranque, la directora nos introduce con woodyalleniana rapidez en el cogollo de la historia, empleando a los desconsolados niños, al compungido abuelo Rogelio y al iracundo agricultor Quimet para que sepamos que la familia será expulsada de las tierras que lleva generaciones cultivando, y se deberá ir con una mano delante y otra detrás porque Rogelio no firmó ningún contrato de arrendamiento, siguiendo las costumbre de toda la vida de que con la palabra dada era suficiente. Solo disponen de un último verano, una última cosecha de melocotones, antes de ver cómo las placas solares reemplazan a su agrícola forma de vida. Y, planteada la cuestión, Carla Simón comienza a mostrarnos ese último verano, el día a día, casi de forma documental (de hecho, los actores y actrices que dan vida a los Solé fueron elegidos en un casting entre vecinos de la zona de Alcarrás, en la provicina de Lleida). Además de la ya citada cinefilia, incluiría entre mis atributos el de urbanita, así que siento que voy a pasar dos horas ajenas a mi sensibilidad.
Pero hete aquí que, sin saber exactamente a partir de qué momento, y sin que sea capaz de explicar qué es lo que me atrapa, al cabo de un rato me doy cuenta de que estoy dentro de la película. Que el bruto labriego del principio ya no me resulta tan agreste, que empiezo a cogerles cariño a los antes ruidosos y molestos críos, que me interpelan las disquisiciones familiares, que sintonizo con ese pobre Roger a quien su padre nunca le regala el menor reconocimiento… Y súbitamente crece mi valoración hacia esta directora tan valorada, capaz con tan solo dos películas de haberse convertido en una referencia internacional. Porque cuando un cineasta me conquista contándome una historia que me resulta cercana se lo agradezco, pero no sé si el mérito es de su aptitud cinéfila o del mero interés de su trama; pero cuando me descubro dentro de una cinta cuya temática me resbala, está claro que el secreto está en quién la cuenta, y no en qué cuenta.
Una vez dentro de ’Alcarràs’, ya no vuelvo a extraviarme. Todo lo que sucede me interesa, y no para de incrementarse el placer viajero de dejarme conducir por Carla. El ritmo es el mismo que al principio, pero ahora me parece idóneo, ni lento ni acelerado; y me aficiono al estilo visual, a la luminosa fotografía, a la extrema atención de la cámara a las miradas de los personajes (a menudo entendemos lo que ven sin necesidad de verlo nosotros), a ese tono documental que le resta artificio a la narración y la convierte en más verdadera… Aunque no se narran grandes acontecimientos, las pequeñas cuitas del guión me interesan, y sigo el hilo sin el menor esfuerzo hasta que el verano llega a su fin, y una nueva grúa conmociona a los Solé, solo que esta vez también mi alma se resiente.
Conforme abandono la sala (muy poco poblada, lamentablemente, pese a que para entrar al cine he tenido que hacer cola, supongo que porque a la misma hora el doctor Strange empezaría a hacer sandeces ante un plagado auditorio), me doy cuenta de que además de un estupendo rato de placer cinéfilo, Carla Simón me ha brindado todo un muestrario de las circunstancias que rodean al desempeño rural de hoy en día. Y es que, pensando, pensando, comprendo que he visto cómo entran en conflicto los usos de toda la vida, en que la confianza personal tenía valor de ley para nuestros abuelos, con las actuales circunstancias en que si no está todo atado y bien firmado el que tiene la sartén por el mango fríe al desamparado; también he asistido a cómo de pujante es el duelo entre concepciones clásicas del mundo agrario y planteamientos novedosos, más rentables para la propiedad pero mucho menos inclusivos para el colectivo agricultor; por supuesto, se han puesto de manifiesto las discrepancias generacionales, contrastando la ingénua confianza de los mayores, la terquedad impositiva de los adultos, y la incomprendida vertiente práctica de la juventud; tampoco rehúye la directora la arista sociopolítica, ésa que da alas a los partidos proviciales de la España vacía, representada en este caso en las movilizaciones contra las prácticas abusivas que obligan a los labriegos a deslomarse en el campo para obtener rendimientos no ya nimios, sino directamente deficitarios; y, desde luego, Simón cumple sobradamente con una de sus obsesiones, que era no idealizar la vida rural, ya que vemos a los Solé trabajar de sol a luna, enfrentarse a conejos, purgar sus esfuerzos con achaques musculares y articulares, ser igual de capaces de recolectar como de almibar o etiquetar, y desesperarse hasta el llanto cuando un pallet que se vuelca se convierte en la gota que colma el vaso.
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2022/05/08/critica-de-cine-alcarras/
5 de septiembre de 2022
5 de septiembre de 2022
7 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película española Alcarràs (Carla Simón, 2022) constituye un magnífico y conmovedor testimonio de la vida en el campo. Este largometraje, con visos de comedia y drama, se ha convertido en todo un fenómeno sociológico en la zona de España en la que se ambienta, las vegas de la provincia de Lleida. Cines que llevaban décadas cerrados volvieron a abrir para proyectar esta estupenda película en la que, he aquí la clave, cualquiera que vive o haya vivido en el medio rural puede verse reflejado. De un realismo extremo, casi documental, en Alcarràs se muestran las serias dificultades que conlleva labrar y vivir de la tierra en la era de las multinacionales, el individualismo y el capitalismo feroz.
La trama es simple, se desarrolla en la actualidad, y nos presenta a una familia de agricultores -dos abuelos, tres hijos casados, muchos nietos- que se ha reunido a comienzos de verano en la casa de campo familiar para comenzar la cosecha estival. Cosecha fundamentalmente compuesta por melocotones, pues el hogar se ubica en el centro de una enorme finca copada por árboles frutales. Hasta aquí todo bien, pero la familia se enfrenta a un problema: la finca no es suya, están de préstamo. Su dueño original les dio el derecho a cultivarla después de que ellos le proporcionaran cobijo durante la Guerra Civil para salvar su vida de terrateniente. Ahora, más de ochenta años después, uno de sus herederos reclama el terreno como suyo y advierte a la familia que una vez la cosecha toque a su fin todos sus miembros deberán abandonar las tierras, pues tiene pensado instalar placas solares.
Así pues, una catarata de sentimientos ahoga a los miembros de la familia ya que su modo básico de vida se va a extinguir en septiembre y legalmente no pueden hacer nada para impedirlo. La película es muy emocionante porque el enfoque que propone la directora tras conocer este punto de partida es original, divertido y conmovedor a partes iguales. Para empezar, Alcarràs está interpretada por actores no profesionales, que bordan su papel y aportan una veracidad imprescindible al relato. Jordi Pujol Dolcet, Anna Otín, Xenia Roset, Albert Bosch... Ni un solo nombre conocido pero sus rostros y caracterizaciones son tan buenas que durante el visionado se hace difícil pensar que realmente no conforman una familia. Se nota que la joven cineasta conoce profundamente el tema del que habla, pues también coescribe el guión de esta su segunda película.
Este largometraje me ha traído reminiscencias a otra película imprescindible, Las uvas de la ira (John Ford, 1940). Porque a pesar de estar realizada muchas décadas más adelante y con evidentes diferencias técnicas, Alcarràs narra la historia eterna del modo de vida más humilde y tradicional que es aplastado por el poder de los terratenientes y las grandes corporaciones. Una especie de canto contra el darwinismo social. Si en la obra maestra de Ford el drama llegaba de la mano de la sequía, aquí lo hace en forma de acta notarial. «No podéis cultivar el campo, ya no es vuestro, nunca lo fue». La particularidad de la película de Carla Simón es que nos hace sentir que el argumento no tiene principio ni final. Digamos que no existe una línea por la que vayan transitando los hechos de la película, sino que se suceden de forma natural según los actos de sus personajes.
Me ha encantado lo bien cuidada que está la producción de la película y lo bien retratados que se encuentran todos los protagonistas, pues con un par de pinceladas de cada uno nos da una idea que una vez colocada en la mente funciona estupendamente. Alcarràs presenta estereotipos que todos conocemos pero que luego están muy bien tirados; el abuelo nostálgico, el padre sacrificado, el nieto fiestero, la nieta en la edad del pavo, el tío guay, la abuela charlatana, la otra tía urbanita, etc. Con detalles tan nimios como camisetas de Kortatu, fundas de móviles o sombras de ojos la directora crea un universo identificable que la convierte en una película muy confortable durante su visionado. Además, la fotografía es cálida y cercana.
Mención aparte merecen escenas casi lacrimógenas como la del espectáculo que dan los niños en casa en un día lluvioso, que termina con una canción de camaradería del abuelo -ese abuelo callado que solo rompe su estado zen para acercarse al bar a echar la partida-. U otros momentos tremendamente cómicos, como cuando uno de los nietos sale de la Florida después de un largo after. Grandes escenas para una película que no se recrea en maniqueísmos y que empieza y termina en el punto justo.
CONCLUSIÓN
Alcarràs no solo es una magnífica película, es admirable. Sin duda alguna, el mejor estreno que he visto este año en el cine. Su grandeza reside en que consigue implicar al espectador en la trama de una manera fortísima y totalmente natural. Gran parte del mérito es de su directora, Carla Simón, que a sus 35 años se consagra como una de las cineastas más prometedoras de nuestro país. Dotada de un lenguaje propio e inspirada por el estilo más realista, el nombre de la catalana junto a otros como el de Pilar Palomero (Las niñas, 2020) hay que tenerlo en cuenta para el futuro del séptimo arte patrio.
En otros aspectos, Alcarràs ha logrado hasta el momento un gran respaldo del público en términos de taquilla con más de un millón de euros recaudados y casi 200.000 espectadores. En las galas de premios el éxito ha sido aún mayor pues el pasado febrero se alzó con el premio gordo en el Festival de Cine de Berlín, el Oso de Oro, otorgado por el ilustre presidente del jurado M. Night Shyamalan. Un triunfo muy importante para el cine español gracias a una gran película. Dos pulgares arriba.
https://noesmasquecine.blogspot.com/2022/05/alcarras-los-melocotones-de-la-ira.html
La trama es simple, se desarrolla en la actualidad, y nos presenta a una familia de agricultores -dos abuelos, tres hijos casados, muchos nietos- que se ha reunido a comienzos de verano en la casa de campo familiar para comenzar la cosecha estival. Cosecha fundamentalmente compuesta por melocotones, pues el hogar se ubica en el centro de una enorme finca copada por árboles frutales. Hasta aquí todo bien, pero la familia se enfrenta a un problema: la finca no es suya, están de préstamo. Su dueño original les dio el derecho a cultivarla después de que ellos le proporcionaran cobijo durante la Guerra Civil para salvar su vida de terrateniente. Ahora, más de ochenta años después, uno de sus herederos reclama el terreno como suyo y advierte a la familia que una vez la cosecha toque a su fin todos sus miembros deberán abandonar las tierras, pues tiene pensado instalar placas solares.
Así pues, una catarata de sentimientos ahoga a los miembros de la familia ya que su modo básico de vida se va a extinguir en septiembre y legalmente no pueden hacer nada para impedirlo. La película es muy emocionante porque el enfoque que propone la directora tras conocer este punto de partida es original, divertido y conmovedor a partes iguales. Para empezar, Alcarràs está interpretada por actores no profesionales, que bordan su papel y aportan una veracidad imprescindible al relato. Jordi Pujol Dolcet, Anna Otín, Xenia Roset, Albert Bosch... Ni un solo nombre conocido pero sus rostros y caracterizaciones son tan buenas que durante el visionado se hace difícil pensar que realmente no conforman una familia. Se nota que la joven cineasta conoce profundamente el tema del que habla, pues también coescribe el guión de esta su segunda película.
Este largometraje me ha traído reminiscencias a otra película imprescindible, Las uvas de la ira (John Ford, 1940). Porque a pesar de estar realizada muchas décadas más adelante y con evidentes diferencias técnicas, Alcarràs narra la historia eterna del modo de vida más humilde y tradicional que es aplastado por el poder de los terratenientes y las grandes corporaciones. Una especie de canto contra el darwinismo social. Si en la obra maestra de Ford el drama llegaba de la mano de la sequía, aquí lo hace en forma de acta notarial. «No podéis cultivar el campo, ya no es vuestro, nunca lo fue». La particularidad de la película de Carla Simón es que nos hace sentir que el argumento no tiene principio ni final. Digamos que no existe una línea por la que vayan transitando los hechos de la película, sino que se suceden de forma natural según los actos de sus personajes.
Me ha encantado lo bien cuidada que está la producción de la película y lo bien retratados que se encuentran todos los protagonistas, pues con un par de pinceladas de cada uno nos da una idea que una vez colocada en la mente funciona estupendamente. Alcarràs presenta estereotipos que todos conocemos pero que luego están muy bien tirados; el abuelo nostálgico, el padre sacrificado, el nieto fiestero, la nieta en la edad del pavo, el tío guay, la abuela charlatana, la otra tía urbanita, etc. Con detalles tan nimios como camisetas de Kortatu, fundas de móviles o sombras de ojos la directora crea un universo identificable que la convierte en una película muy confortable durante su visionado. Además, la fotografía es cálida y cercana.
Mención aparte merecen escenas casi lacrimógenas como la del espectáculo que dan los niños en casa en un día lluvioso, que termina con una canción de camaradería del abuelo -ese abuelo callado que solo rompe su estado zen para acercarse al bar a echar la partida-. U otros momentos tremendamente cómicos, como cuando uno de los nietos sale de la Florida después de un largo after. Grandes escenas para una película que no se recrea en maniqueísmos y que empieza y termina en el punto justo.
CONCLUSIÓN
Alcarràs no solo es una magnífica película, es admirable. Sin duda alguna, el mejor estreno que he visto este año en el cine. Su grandeza reside en que consigue implicar al espectador en la trama de una manera fortísima y totalmente natural. Gran parte del mérito es de su directora, Carla Simón, que a sus 35 años se consagra como una de las cineastas más prometedoras de nuestro país. Dotada de un lenguaje propio e inspirada por el estilo más realista, el nombre de la catalana junto a otros como el de Pilar Palomero (Las niñas, 2020) hay que tenerlo en cuenta para el futuro del séptimo arte patrio.
En otros aspectos, Alcarràs ha logrado hasta el momento un gran respaldo del público en términos de taquilla con más de un millón de euros recaudados y casi 200.000 espectadores. En las galas de premios el éxito ha sido aún mayor pues el pasado febrero se alzó con el premio gordo en el Festival de Cine de Berlín, el Oso de Oro, otorgado por el ilustre presidente del jurado M. Night Shyamalan. Un triunfo muy importante para el cine español gracias a una gran película. Dos pulgares arriba.
https://noesmasquecine.blogspot.com/2022/05/alcarras-los-melocotones-de-la-ira.html
26 de junio de 2022
26 de junio de 2022
4 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras su emocionante y extraordinaria ópera prima, Verano1993, estábamos muy expectantes con la nueva película de la directora catalana Carla Simón. La expectativa se acrecentó aún más, si cabe, cuando el pasado febrero la cinta se alzó con el máximo galardón del Festival de Berlín, el Oso de Oro.
Una familia de agricultores leridanos, dedicada durante décadas al cultivo del melocotón, ve peligrar su forma de vida cuando el propietario de las tierras les reclama que se las devuelvan.
Simón rescata la memoria de su adolescencia para representarnos la vida rural de los miembros de una familia en una pequeña localidad de Lérida. La cámara retrata a la perfección la vida familiar del último verano de cosecha: desde el padre, quien, a pesar de las circunstancias, hace todo lo que está en su mano por cosechar lo máximo posible, pasando por la preocupada presencia del abuelo o la mujer, encargada de mantener el equilibrio familiar, hasta llegar a los tres hijos, el mayor haciendo lo imposible por agradar a su padre en el campo, la pequeña, que, como niña que es, solo piensa en jugar, y la mediana, testigo de todo.
Para crear la autenticidad que desprenden los personajes la directora recurrió a actores no profesionales, una apuesta arriesgada que ganó a la vista del resultado obtenido, captando las emociones de cada uno de ellos en todo momento.
Una bonita película, cargada de miradas, que nos muestra las alegrías y sinsabores de una familia de agricultores cualquiera, desprotegida ante el progreso y la globalización salvaje. Una interesante propuesta que sigue el halo dejado por ese luminoso Verano 1993.
www.sudandocine.com
Una familia de agricultores leridanos, dedicada durante décadas al cultivo del melocotón, ve peligrar su forma de vida cuando el propietario de las tierras les reclama que se las devuelvan.
Simón rescata la memoria de su adolescencia para representarnos la vida rural de los miembros de una familia en una pequeña localidad de Lérida. La cámara retrata a la perfección la vida familiar del último verano de cosecha: desde el padre, quien, a pesar de las circunstancias, hace todo lo que está en su mano por cosechar lo máximo posible, pasando por la preocupada presencia del abuelo o la mujer, encargada de mantener el equilibrio familiar, hasta llegar a los tres hijos, el mayor haciendo lo imposible por agradar a su padre en el campo, la pequeña, que, como niña que es, solo piensa en jugar, y la mediana, testigo de todo.
Para crear la autenticidad que desprenden los personajes la directora recurrió a actores no profesionales, una apuesta arriesgada que ganó a la vista del resultado obtenido, captando las emociones de cada uno de ellos en todo momento.
Una bonita película, cargada de miradas, que nos muestra las alegrías y sinsabores de una familia de agricultores cualquiera, desprotegida ante el progreso y la globalización salvaje. Una interesante propuesta que sigue el halo dejado por ese luminoso Verano 1993.
www.sudandocine.com
6 de octubre de 2022
6 de octubre de 2022
3 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
A modo de síntesis se trata de una gran familia en un gran entorno rural que se verá obligada a renunciar a su pasado para construir un incierto futuro.
Carla Simón, su directora, como ya hizo en su ópera prima “Verano 1993 (2017)”, apuesta por una obra intimista salida de su pluma, donde, reivindicando el mundo rural, denuncia el perjuicio en la pérdida de lo tradicional en pos de un aparente beneficio asociado al progreso. De la pérdida, del desarraigo, del materialismo que todo lo impregna y mancha.
Cada diálogo, cada gesto, cada plano tiene una clara intención y un claro sentido donde nada está ahí por estar, sino que responde a un propósito cierto. El espectador de mediana edad rápidamente empatizará con el discurso y podrá ver evocada su propia infancia si tuvo la oportunidad de pasar algún que otro verano en el entorno rural.
Con una estructura más próxima al documental que al cine convencional, este relato costumbrista se divide en distintos pasajes de los cuales se van extrayendo distintas moralejas (no se confunda con falsa moralidad impuesta) a través de la mirada intergeneracional de un grupo familiar heterogéneo en tanto a su posición vital frente a la percepción de su realidad.
Un guion soberbio, una pieza tocada con maestría que ya en sus primeros compases deja entrever la metáfora subyacente que se revela plenamente en la maravillosa y evocadora última escena.
Podría estar mejor dirigida, podría,
podría estar mejor interpretada, podría,
podría tener mayor calidad técnica, para algún que otro podría seguramente que sí, para mí no.
Merece y mucho la pena dedicarle los 120 minutos de su bobinado. Una gran obra.
Carla Simón, su directora, como ya hizo en su ópera prima “Verano 1993 (2017)”, apuesta por una obra intimista salida de su pluma, donde, reivindicando el mundo rural, denuncia el perjuicio en la pérdida de lo tradicional en pos de un aparente beneficio asociado al progreso. De la pérdida, del desarraigo, del materialismo que todo lo impregna y mancha.
Cada diálogo, cada gesto, cada plano tiene una clara intención y un claro sentido donde nada está ahí por estar, sino que responde a un propósito cierto. El espectador de mediana edad rápidamente empatizará con el discurso y podrá ver evocada su propia infancia si tuvo la oportunidad de pasar algún que otro verano en el entorno rural.
Con una estructura más próxima al documental que al cine convencional, este relato costumbrista se divide en distintos pasajes de los cuales se van extrayendo distintas moralejas (no se confunda con falsa moralidad impuesta) a través de la mirada intergeneracional de un grupo familiar heterogéneo en tanto a su posición vital frente a la percepción de su realidad.
Un guion soberbio, una pieza tocada con maestría que ya en sus primeros compases deja entrever la metáfora subyacente que se revela plenamente en la maravillosa y evocadora última escena.
Podría estar mejor dirigida, podría,
podría estar mejor interpretada, podría,
podría tener mayor calidad técnica, para algún que otro podría seguramente que sí, para mí no.
Merece y mucho la pena dedicarle los 120 minutos de su bobinado. Una gran obra.
12 de mayo de 2022
12 de mayo de 2022
9 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conseguir una vida digna con el esfuerzo de tu trabajo en la agricultura se está acabando. La tierra ha sido uno de los bienes más preciados a lo largo de la Historia, la presión sobre la misma ha llevado a conflictos violentos por la propiedad, por el uso por la comercialización. Hemos visto como la generación posterior a la guerra civil protagonizó la salida del campo a otros lugares y a otros trabajos. Conocemos qué supuso la mecanización y cómo se vieron mermados los jornales. Una transformación brutal pero la tierra seguía teniendo su valor productivo. Carla Simón nos muestra una familia que se ha adaptado a toda esa transformación pero ve cómo va a cambiar incluso el uso de la tierra. Producir desde la unidad familiar, en equipo, de cara al mercado se aleja obligatoriamente de las expectativas de la juventud. Empresas globales juegan a otra liga en un mercado especulativo. El acierto de Carla Simon es contarlo desde la veracidad más profunda y con las razones de un variado plantel de voces de todas las edades. Permite que entendamos todos los sentires y pareceres porque trata a sus personajes desde la empatía con mucha dignidad y cariño. También retrata con autenticidad la realidad agrícola del Valle del Ebro, sentimos el calor del verano al mediodía, la atmósfera del trabajo a pie de árbol, un paisaje muy reconocible que es retratado casi como protagonista. En algunos momentos parece que le da un valor etnográfico porque atisbamos a pensar que pueda desaparecer en breve.
Carla Simon demuestra una brillante escritura porque aunque sabemos que nos va a contar la crónica de una muerte anunciada, nos va dando los elementos de juicio a través de una coralidad medida. Todos los personajes aportan al conjunto y todos tienen su visión de la situación. La presencia de niñas y niños es otro de los valores de esta película. Sus movimientos acompañan las voces de fondo, las reflexiones de las personas mayores y en esas conversaciones entrecruzadas, casi impresionistas, encontramos las verdades de cada cual. Los juegos de la infancia aportan metáforas interesantes. Esa búsqueda de una "caseta" de un refugio de juegos que les quitan pero que buscan incansablemente resulta muy evocador en un contexto de pérdida de hábitat.
Por otro lado, acierta de pleno con el elenco no profesional que desprende autenticidad por todos los lados. Saben perfectamente moverse en su entorno y ocupar los lugares con una presencia casi documental. En ocasiones se percibe una mirada etnográfica con tintes de nostalgia pero pronto se aleja de ella porque lo que interesa a Carla Simón es contar su historia de hoy, de ahora.
Un cine muy contemporáneo, atado a la realidad y con mirada comprometida con las personas y las sociedades es el que nos ofrece la directora que demuestra en su segunda película una sensibilidad diferente. En definitiva, un regalo fresco y vital para quienes pensamos que otro cine es posible.
www.cineparatodas.wordpress.com
Carla Simon demuestra una brillante escritura porque aunque sabemos que nos va a contar la crónica de una muerte anunciada, nos va dando los elementos de juicio a través de una coralidad medida. Todos los personajes aportan al conjunto y todos tienen su visión de la situación. La presencia de niñas y niños es otro de los valores de esta película. Sus movimientos acompañan las voces de fondo, las reflexiones de las personas mayores y en esas conversaciones entrecruzadas, casi impresionistas, encontramos las verdades de cada cual. Los juegos de la infancia aportan metáforas interesantes. Esa búsqueda de una "caseta" de un refugio de juegos que les quitan pero que buscan incansablemente resulta muy evocador en un contexto de pérdida de hábitat.
Por otro lado, acierta de pleno con el elenco no profesional que desprende autenticidad por todos los lados. Saben perfectamente moverse en su entorno y ocupar los lugares con una presencia casi documental. En ocasiones se percibe una mirada etnográfica con tintes de nostalgia pero pronto se aleja de ella porque lo que interesa a Carla Simón es contar su historia de hoy, de ahora.
Un cine muy contemporáneo, atado a la realidad y con mirada comprometida con las personas y las sociedades es el que nos ofrece la directora que demuestra en su segunda película una sensibilidad diferente. En definitiva, un regalo fresco y vital para quienes pensamos que otro cine es posible.
www.cineparatodas.wordpress.com
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here