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7.2
9,290
9
25 de febrero de 2024
25 de febrero de 2024
76 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Años 90; Mauricio Aznar, un exitoso rockero zaragozano, no está bien con su vida, su pareja, sus drogas, su música, su público… En busca de un quiebre, se marcha a la Argentina para imbuirse de nuevos sonidos y otros aires. Y así conoce a Carlos Carabajal, el padre de la chacarera, que le adopta como alumno en su casa y entre su familia.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Mi visionado estuvo marcado por diferentes aspectos, que sin ningún género de dudas, restan objetividad a mi juicio.
Para empezar, acudía virgen de cualquier noción sobre la historia real en que se basa la narración. No solo eso: ni siquiera era consciente de que estaba viendo una trama basada en hechos reales, desconocía que el tal Mauricio vivió y coleó, y que este viaje en el que le acompañamos se produjo realmente. Durante la proyección, claro está, fui entendiendo que tenía ante mí un biopic, pero como no hay rótulos finales explicativos, tuve que consultar el asunto después para cerciorarme de que, efectivamente, acababa de asistir a un homenaje a un músico real.
Este desconocimiento no es la razón por la que me auto-descarto como fuente fiable para recomendar ‘La estrella azul’, o disuadir de su visionado. No creo que ahí radique una diferencia significativa. Lo que me invalida es, en primer lugar, el buenísimo día que tuve antes de ir al cine, que provocó que entrara en la sala un alma feliz, con las compuertas abiertas para inhalar una buena historia. Ojo: ha habido ocasiones en que una mala película ha sido capaz de agriarme un buen día… Pero han sido contadas; lo normal es que si entro happy, la película parta con ventaja. Además, Mauricio Aznar huye de sus pesares saltando el charco para aterrizar en la Argentina, y por ahí se vuelve a abollar mi objetividad, ya que estuve en Buenos Aires el verano pasado, y disfruté tanto que banco todo lo que proceda de allí. En realidad, la frase que suelta uno de los Carabajal («hay pocos gallegos aquí, solo los vemos en el cielo, yendo de Buenos Aires a Iguazú») me aguijonó, porque efectivamente yo no aproveché mi primera presencia en Latinoamérica para conocer algo del interior argentino. Pero un pedacito de mi corazón se quedó allí, y ése es un segundo motivo que contamina mi entrega absoluta a ‘La estrella azul’. Por último, hay otro factor que activa las alarmas sobre mi idoneidad prescriptora en este caso, y es lo profundo que me llegan las películas en las que la música juega un papel destacado. Tengo miles de razones por las que no me parecen siquiera comparables las experiencias de ver cine en pantalla grande o hacerlo en la tele de casa, pero una de las principales es ésa, la potencia sensorial que tiene la música cuando consumes una película en sala. Y claro, en el viaje que emprende un rockabilly para convertirse en cantor, en ese tránsito desde el guitarrista hasta el guitarrero, lo musical es protagónico, llevándome varias veces hasta el orgasmo sensorial. Quien no sienta esa pulsión hacia el maridaje cine-música no podrá encontrar esa recompensa en ‘La estrella azul’…
Hecha la advertencia, para eludir posibles responsabilidades, sigo adelante, y ya sin careta admito que Javier Macipe entra por la puerta grande en mí, y me gana para futuras propuestas. No le compro libra por libra todo lo que me vende (no soy fan de lo onírico o lo irreal, y algunas dosis de ello me intenta colar), pero sí me postro ante su pulso narrativo, ante la delicadeza con que lo cuenta todo, ante la atmósfera que genera, ante su pericia en hacia dónde apuntar su cámara, ante su exitosísimo casting… Me gusta mucho el aroma de su guiso, incluso pese a esos ingredientes que habría preferido apartar (lo meta-cinematográfico tampoco me seduce especialmente). Le considero, como diría el maestro Carabajal, un cineasta muy «llegador».
Simpatizo con el personaje protagonista desde el primer fotograma hasta el último, me cae bien, le entiendo… y termino sintiendo por él un cariño profundo. Desde la primera vez que escucho su voz (entiendo que esa grabación sobre la primera guitarra es del Mauricio real), estoy a gusto, y definitivamente me subo a su carro cuando le echa en cara a un asistente a su concierto en Zaragoza que le saque tantas fotos («A ver si se te acaba el carrete, que me siento un paisaje… ¿Acaso sacas fotos en el teatro?»). Me cuesta trabajo entender por qué la gente prefiere registrar en su móvil todo lo que vive, en vez de vivirlo, así que simpatizo mucho con este quijote a quien la actual era de los smartphones le habría resultado insufrible…
De las primeras andanzas del protagonista en Argentina me resultó muy familiar el trato con la gente de allí, ver cómo detectan en seguida su procedencia («¿cómo has sabido que era gallego, por mi cara o por mi forma de decir sí», le pregunta a una estanquera, y recuerdo que a mí también me sorprendía lo rápidamente que me calaban), y sobre todo esa sensación de que no te preguntan por compromiso, que de verdad les interesa de dónde vienes y qué haces aquí. En la provincia aún puede ser más comprensible, dada la escasez de turistas, pero durante mi semana porteña varias veces sentí, aún sabiendo que era imposible, que las preguntas sobre mi procedencia y el motivo de mi viaje no eran mero protocolo, sino interés sincero… Merced a esa hospitalidad argentina, tenemos a Mauricio en Santiago del Estero, presentándose en la villa de los Carabajal, para aprender del padre de la chacarera. Y comienza entonces un tramo de la película que disfruté de manera casi obscena, en el que no permanecía en la butaca, sino flotando por la sala. «Un santiagueño tiene nostalgia de su tierra incluso antes de marcharse», le dice Carlos a Mauricio. Y me di cuenta de que yo ya estaba empezando a añorar ‘La estrella azul’ antes incluso de terminar de verla. Me resulta difícil imaginar mejor alabanza para una película… incluso aunque la pronuncie alguien que se ha auto-invalidado como cronista fiable.
Años 90; Mauricio Aznar, un exitoso rockero zaragozano, no está bien con su vida, su pareja, sus drogas, su música, su público… En busca de un quiebre, se marcha a la Argentina para imbuirse de nuevos sonidos y otros aires. Y así conoce a Carlos Carabajal, el padre de la chacarera, que le adopta como alumno en su casa y entre su familia.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
Mi visionado estuvo marcado por diferentes aspectos, que sin ningún género de dudas, restan objetividad a mi juicio.
Para empezar, acudía virgen de cualquier noción sobre la historia real en que se basa la narración. No solo eso: ni siquiera era consciente de que estaba viendo una trama basada en hechos reales, desconocía que el tal Mauricio vivió y coleó, y que este viaje en el que le acompañamos se produjo realmente. Durante la proyección, claro está, fui entendiendo que tenía ante mí un biopic, pero como no hay rótulos finales explicativos, tuve que consultar el asunto después para cerciorarme de que, efectivamente, acababa de asistir a un homenaje a un músico real.
Este desconocimiento no es la razón por la que me auto-descarto como fuente fiable para recomendar ‘La estrella azul’, o disuadir de su visionado. No creo que ahí radique una diferencia significativa. Lo que me invalida es, en primer lugar, el buenísimo día que tuve antes de ir al cine, que provocó que entrara en la sala un alma feliz, con las compuertas abiertas para inhalar una buena historia. Ojo: ha habido ocasiones en que una mala película ha sido capaz de agriarme un buen día… Pero han sido contadas; lo normal es que si entro happy, la película parta con ventaja. Además, Mauricio Aznar huye de sus pesares saltando el charco para aterrizar en la Argentina, y por ahí se vuelve a abollar mi objetividad, ya que estuve en Buenos Aires el verano pasado, y disfruté tanto que banco todo lo que proceda de allí. En realidad, la frase que suelta uno de los Carabajal («hay pocos gallegos aquí, solo los vemos en el cielo, yendo de Buenos Aires a Iguazú») me aguijonó, porque efectivamente yo no aproveché mi primera presencia en Latinoamérica para conocer algo del interior argentino. Pero un pedacito de mi corazón se quedó allí, y ése es un segundo motivo que contamina mi entrega absoluta a ‘La estrella azul’. Por último, hay otro factor que activa las alarmas sobre mi idoneidad prescriptora en este caso, y es lo profundo que me llegan las películas en las que la música juega un papel destacado. Tengo miles de razones por las que no me parecen siquiera comparables las experiencias de ver cine en pantalla grande o hacerlo en la tele de casa, pero una de las principales es ésa, la potencia sensorial que tiene la música cuando consumes una película en sala. Y claro, en el viaje que emprende un rockabilly para convertirse en cantor, en ese tránsito desde el guitarrista hasta el guitarrero, lo musical es protagónico, llevándome varias veces hasta el orgasmo sensorial. Quien no sienta esa pulsión hacia el maridaje cine-música no podrá encontrar esa recompensa en ‘La estrella azul’…
Hecha la advertencia, para eludir posibles responsabilidades, sigo adelante, y ya sin careta admito que Javier Macipe entra por la puerta grande en mí, y me gana para futuras propuestas. No le compro libra por libra todo lo que me vende (no soy fan de lo onírico o lo irreal, y algunas dosis de ello me intenta colar), pero sí me postro ante su pulso narrativo, ante la delicadeza con que lo cuenta todo, ante la atmósfera que genera, ante su pericia en hacia dónde apuntar su cámara, ante su exitosísimo casting… Me gusta mucho el aroma de su guiso, incluso pese a esos ingredientes que habría preferido apartar (lo meta-cinematográfico tampoco me seduce especialmente). Le considero, como diría el maestro Carabajal, un cineasta muy «llegador».
Simpatizo con el personaje protagonista desde el primer fotograma hasta el último, me cae bien, le entiendo… y termino sintiendo por él un cariño profundo. Desde la primera vez que escucho su voz (entiendo que esa grabación sobre la primera guitarra es del Mauricio real), estoy a gusto, y definitivamente me subo a su carro cuando le echa en cara a un asistente a su concierto en Zaragoza que le saque tantas fotos («A ver si se te acaba el carrete, que me siento un paisaje… ¿Acaso sacas fotos en el teatro?»). Me cuesta trabajo entender por qué la gente prefiere registrar en su móvil todo lo que vive, en vez de vivirlo, así que simpatizo mucho con este quijote a quien la actual era de los smartphones le habría resultado insufrible…
De las primeras andanzas del protagonista en Argentina me resultó muy familiar el trato con la gente de allí, ver cómo detectan en seguida su procedencia («¿cómo has sabido que era gallego, por mi cara o por mi forma de decir sí», le pregunta a una estanquera, y recuerdo que a mí también me sorprendía lo rápidamente que me calaban), y sobre todo esa sensación de que no te preguntan por compromiso, que de verdad les interesa de dónde vienes y qué haces aquí. En la provincia aún puede ser más comprensible, dada la escasez de turistas, pero durante mi semana porteña varias veces sentí, aún sabiendo que era imposible, que las preguntas sobre mi procedencia y el motivo de mi viaje no eran mero protocolo, sino interés sincero… Merced a esa hospitalidad argentina, tenemos a Mauricio en Santiago del Estero, presentándose en la villa de los Carabajal, para aprender del padre de la chacarera. Y comienza entonces un tramo de la película que disfruté de manera casi obscena, en el que no permanecía en la butaca, sino flotando por la sala. «Un santiagueño tiene nostalgia de su tierra incluso antes de marcharse», le dice Carlos a Mauricio. Y me di cuenta de que yo ya estaba empezando a añorar ‘La estrella azul’ antes incluso de terminar de verla. Me resulta difícil imaginar mejor alabanza para una película… incluso aunque la pronuncie alguien que se ha auto-invalidado como cronista fiable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No hace falta ser muy lince para deducir que Mauricio habría hecho bien en evitarse esa nostalgia, y quedarse en villa Carabajal, exprimiendo como una naranja a su adorable maestro, jugando con esa niña dibujante tan entrañable («¿por qué hablas tan raro»?), explorando posibilidades con la guapísima nieta, y festejando la música con esos otros hijos y sobrinos que, sin ninguna duda, forman parte de la categoría de músicos no malos, ni regulares, ni buenos, ni muy buenos, sino ‘hijos de puta’. Cuánto mejor estaba nuestro héroe allí, en Santiago, que de vuelta a la Zaragoza entregada a Michael Jackson, esa ciudad en la que tu novia te abandona, tus amigos desprecian tus relatos sobre el viaje, tu hermano descarrila, tu público se aburre con tus discursos, y nadie cree en la viabilidad comercial de tu sueño.
Ni siquiera la amargura que nos espera de vuelta a casa, y que alcanza grandes proporciones al otro lado de la puerta cerrada de casa, logran hundir mi ánimo. Con todo y con eso, salgo del cine en una nube, con el espíritu reconfortado. Estamos en febrero, y abrigo la convicción de que ya he visto mi película favorita de este 2024.
Ni siquiera la amargura que nos espera de vuelta a casa, y que alcanza grandes proporciones al otro lado de la puerta cerrada de casa, logran hundir mi ánimo. Con todo y con eso, salgo del cine en una nube, con el espíritu reconfortado. Estamos en febrero, y abrigo la convicción de que ya he visto mi película favorita de este 2024.
7
19 de junio de 2023
19 de junio de 2023
92 de 120 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Diego y Elena, venezolano él, catalana ella, treintañeros ambos, emprenden viaje a Estados Unidos, donde van a instalarse para empezar una nueva vida. Viajan a Miami, pero su vuelo hace escala en Nueva York. Serán solo dos horas… a no ser que se les complique el control de inmigración en el aeropuerto…
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
El verano pasado viajé a Nueva York. En mi caso, iba como turista, no como migrante. Pero también a mí se me complicó el trámite de entrada, también a mí me trasladaron a una sala sin darme explicaciones. Cuando leí la sinopsis de esta película, me picó fuertemente la curiosidad. Ni el trailer ni las críticas me disuadieron de saciarla…
DESDE MI PUNTO DE VISTA
No se puede decir que la película defraudara mis expectativas básicas: buscaba ver un reflejo cinematográfico de mi experiencia en un aeropuerto neoyorkino, y la hora y cuarto de metraje se desarrolla en ese contexto. No me puedo quejar en ese aspecto…
Ni tampoco por el producto que consumí, ya que ‘Upon entry’ es una buena película, empezando por el guión, co-escrito por los co-directores. La pareja protagonista llega a Newark con gran optimismo: aunque la escala es breve, han previsto incluso salir de la zona de pasajeros para saludar al hermano de Diego. La realidad, tozuda, les va a parar los pies, cuando el aparentemente afable funcionario del puesto fronterizo les traslada a una sala para un ‘control secundario’, eufemismo de incómodas complicaciones. Desde ese momento, compartiremos con la pareja esa sensación de progresiva preocupación, esa bilis que les irá subiendo a la garganta ante la actitud de las autoridades, ese sudor frío que perlará sus frentes cuando la situación vaya adquiriendo cada vez peor cariz…
Me parece que hay una gran labor de producción, pese a que estamos, obviamente, ante una cinta de bajo presupuesto. La ambientación del aeropuerto y sus profundidades, incluidos los agentes aduaneros, está muy lograda, y lo digo con conocimiento de causa. También estimo el crescendo del guión, cómo administra sabiamente los inputs que nos hacen pasar del inicial fastidio al soponcio final, transitando por el camino por gamas de estupefacción, rebeldía, cabreo, hartazgo… De la pareja de autores, también he de destacar la dirección actoral, porque todo el elenco está perfecto, transmiten con notable eficacia lo que se espera de sus personajes. Creo, en definitiva, que la película cumple lo que promete, me sorprendería que alguien se haya encontrado algo distinto de lo que esperaba. La atención de la audiencia está garantizada durante la hora y cuarto, porque no hay elementos sucedáneos ni prescindibles. Rojas y Vasquez van al turrón, y su propuesta suscita interés en todo momento.
Incluso aunque le admitiera méritos cinematográficos, habría salido con gran frustración si ‘Upon entry’ hubiera desafinado respecto a la experiencia que tuve, personalmente, en las tripas del JFK Airoport en julio del año pasado. Por curiosidad, he repaso lo que escribí sobre aquel mal trago:
“Aterrizamos a eso de las 14:30, hora de la costa este, y me dirigí hacia el control de pasaportes. Pese a que la cola era inmensa, avanzaba con bastante rapidez, de tal modo que incluso llegé, imprudente de mí, a congratularme por la eficacia con que está organizado el asunto. Finalmente me tocó el turno, y aunque contesté con máximo candor a las preguntas que me hizo la oficial del U.S. Customs and Border Protection, y puse mi mejor sonrisa cuando me ubicaron ante la cámara que había de fotografiarme para comparar mi careto con el del pasaporte, la muy hija de puta de la officer debió albergar sospechas sobre mis intenciones, ya que en lugar de devolverme el pasaporte y permitirme seguir adelante, salió de su garito, cerró la puerta, y me invitó a acompañarla a una sala lateral, donde me dijo que me sentara en unos bancos, y le vi depositar mi documentación en un archivador ya repleto con los papeles de otr@s [email protected] es que a mi alrededor había otras 30 personas que, como yo, habían provocado la suspicacia del personal encargado de controlar el acceso. Vislumbré algún rostro tan blanco y caucásico como el mío, pero certifiqué lo que imaginaba: que eran amplia mayoría las pieles oscuras, en una amplia gama cromática con cabida también para tonalidades amarillas y rojizas. Calculo que pasé algo más de una hora allí, tiempo suficiente para: acordarme de todo el árbol genealógico de la empleada del puesto fronterizo que me había visto mala cara; certificar que mi natural animadversión hacia esos estadounidenses que nos miran a los demás por encima del hombro estaba plenamente justificada; martirizarme por haber decidido viajar a un país en el que la gente eligió presidente a Donald Trump, qué podía esperarse de semejante sociedad; comparar mi penosa situación con la de tantos y tantas migrantes que, a lo largo del ancho mundo, tratamos de buscar una vida mejor luchando contra burócratas y muros; preguntarme qué necesidad tengo de viajar a ningún lado, con lo bien que se está en casa; bostezar, cuando me aburría de tanto darle a la cabeza… Finalmente, un enorme negrazo pronunció mi nombre latino con su acento macarrónico, y después de preguntarme qué tal estaba, el muy cachondo, me hizo unas preguntas muy similares a las que me había hecho antes su motherfucker compañera. No creo que respondiera de manera muy diferente, pero el bicharraco quedó satisfecho, y me devolvió mi pasaporte. Archivé entonces mi solidaridad para con quienes cruzan el Mediteráneo en patera o forman parte de las caravanas que suben desde Centroamérica, y enfilé hacia el ‘Airtrain’. ¡¡¡New York City me esperaba!!!”
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2023/06/18/critica-de-cine-upon-entry/
Diego y Elena, venezolano él, catalana ella, treintañeros ambos, emprenden viaje a Estados Unidos, donde van a instalarse para empezar una nueva vida. Viajan a Miami, pero su vuelo hace escala en Nueva York. Serán solo dos horas… a no ser que se les complique el control de inmigración en el aeropuerto…
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
El verano pasado viajé a Nueva York. En mi caso, iba como turista, no como migrante. Pero también a mí se me complicó el trámite de entrada, también a mí me trasladaron a una sala sin darme explicaciones. Cuando leí la sinopsis de esta película, me picó fuertemente la curiosidad. Ni el trailer ni las críticas me disuadieron de saciarla…
DESDE MI PUNTO DE VISTA
No se puede decir que la película defraudara mis expectativas básicas: buscaba ver un reflejo cinematográfico de mi experiencia en un aeropuerto neoyorkino, y la hora y cuarto de metraje se desarrolla en ese contexto. No me puedo quejar en ese aspecto…
Ni tampoco por el producto que consumí, ya que ‘Upon entry’ es una buena película, empezando por el guión, co-escrito por los co-directores. La pareja protagonista llega a Newark con gran optimismo: aunque la escala es breve, han previsto incluso salir de la zona de pasajeros para saludar al hermano de Diego. La realidad, tozuda, les va a parar los pies, cuando el aparentemente afable funcionario del puesto fronterizo les traslada a una sala para un ‘control secundario’, eufemismo de incómodas complicaciones. Desde ese momento, compartiremos con la pareja esa sensación de progresiva preocupación, esa bilis que les irá subiendo a la garganta ante la actitud de las autoridades, ese sudor frío que perlará sus frentes cuando la situación vaya adquiriendo cada vez peor cariz…
Me parece que hay una gran labor de producción, pese a que estamos, obviamente, ante una cinta de bajo presupuesto. La ambientación del aeropuerto y sus profundidades, incluidos los agentes aduaneros, está muy lograda, y lo digo con conocimiento de causa. También estimo el crescendo del guión, cómo administra sabiamente los inputs que nos hacen pasar del inicial fastidio al soponcio final, transitando por el camino por gamas de estupefacción, rebeldía, cabreo, hartazgo… De la pareja de autores, también he de destacar la dirección actoral, porque todo el elenco está perfecto, transmiten con notable eficacia lo que se espera de sus personajes. Creo, en definitiva, que la película cumple lo que promete, me sorprendería que alguien se haya encontrado algo distinto de lo que esperaba. La atención de la audiencia está garantizada durante la hora y cuarto, porque no hay elementos sucedáneos ni prescindibles. Rojas y Vasquez van al turrón, y su propuesta suscita interés en todo momento.
Incluso aunque le admitiera méritos cinematográficos, habría salido con gran frustración si ‘Upon entry’ hubiera desafinado respecto a la experiencia que tuve, personalmente, en las tripas del JFK Airoport en julio del año pasado. Por curiosidad, he repaso lo que escribí sobre aquel mal trago:
“Aterrizamos a eso de las 14:30, hora de la costa este, y me dirigí hacia el control de pasaportes. Pese a que la cola era inmensa, avanzaba con bastante rapidez, de tal modo que incluso llegé, imprudente de mí, a congratularme por la eficacia con que está organizado el asunto. Finalmente me tocó el turno, y aunque contesté con máximo candor a las preguntas que me hizo la oficial del U.S. Customs and Border Protection, y puse mi mejor sonrisa cuando me ubicaron ante la cámara que había de fotografiarme para comparar mi careto con el del pasaporte, la muy hija de puta de la officer debió albergar sospechas sobre mis intenciones, ya que en lugar de devolverme el pasaporte y permitirme seguir adelante, salió de su garito, cerró la puerta, y me invitó a acompañarla a una sala lateral, donde me dijo que me sentara en unos bancos, y le vi depositar mi documentación en un archivador ya repleto con los papeles de otr@s [email protected] es que a mi alrededor había otras 30 personas que, como yo, habían provocado la suspicacia del personal encargado de controlar el acceso. Vislumbré algún rostro tan blanco y caucásico como el mío, pero certifiqué lo que imaginaba: que eran amplia mayoría las pieles oscuras, en una amplia gama cromática con cabida también para tonalidades amarillas y rojizas. Calculo que pasé algo más de una hora allí, tiempo suficiente para: acordarme de todo el árbol genealógico de la empleada del puesto fronterizo que me había visto mala cara; certificar que mi natural animadversión hacia esos estadounidenses que nos miran a los demás por encima del hombro estaba plenamente justificada; martirizarme por haber decidido viajar a un país en el que la gente eligió presidente a Donald Trump, qué podía esperarse de semejante sociedad; comparar mi penosa situación con la de tantos y tantas migrantes que, a lo largo del ancho mundo, tratamos de buscar una vida mejor luchando contra burócratas y muros; preguntarme qué necesidad tengo de viajar a ningún lado, con lo bien que se está en casa; bostezar, cuando me aburría de tanto darle a la cabeza… Finalmente, un enorme negrazo pronunció mi nombre latino con su acento macarrónico, y después de preguntarme qué tal estaba, el muy cachondo, me hizo unas preguntas muy similares a las que me había hecho antes su motherfucker compañera. No creo que respondiera de manera muy diferente, pero el bicharraco quedó satisfecho, y me devolvió mi pasaporte. Archivé entonces mi solidaridad para con quienes cruzan el Mediteráneo en patera o forman parte de las caravanas que suben desde Centroamérica, y enfilé hacia el ‘Airtrain’. ¡¡¡New York City me esperaba!!!”
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2023/06/18/critica-de-cine-upon-entry/
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mucho de todo esto está perfectamente reflejado en la película. Lógicamente, los directores tenían que ir más allá, para poder tener una trama que contar. Pero recuerdo perfectamente cómo mi cabeza le daba vueltas a muchas cosas mientras esperaba en aquella sala, en la que nadie me había explicado por qué estaba, ni cuánto tiempo podía perder allí, ni qué iba a suceder a continuación. Hay mucho de postureo en mi texto, y de ironía comparativa… pero lo escribí ya de vuelta de mi viaje, sin traumas ni nervios. Si llego a redactar desde aquella sala lo que pensaba, leerme después de produciría sonrojo, por los excesos de dramatismo y victimismo que realmente latían en mí.
De entre los sentimientos que reflejan los personajes de Diego y Elena, hay dos con los que sentí especial empatía.
“¿Está usted nervioso”, le preguntan los oficiales a él. “Sí”, admite. ¿Cómo no va a estarlo? Yo no tenía el menor motivo para pensar que podía enfrentarme a algún problema, en el fondo de mí sabía que aquello simplemente era un puto proceso burocrático, un coñazo que acabaría antes o después, sin consecuencias. Pero verte a merced de esos uniformados que no se dignan a explicarte nada, que pueden hacer lo que quieran, que te miran con ojos de hastío… es muy desagradable, incomoda hasta el extremo, y no sentir canguelo es imposible. Así está montado el tema, precisamente, para que sientas esa indefensión, esa vulnerabilidad. Es lamentable.
Elena tiene la sangre caliente, y no puede evitar que se le disparen las pulsaciones. Para consternación de Diego, es insolente, no se pliega así como así, pide explicaciones, demanda humanidad… También mi yo contestatario se rebrincaba contra aquella situación en el JFK, también yo quería alzar la voz, decirles cuatro cosas a aquellos burócratas. No tuve agallas, y me dí a la más patética mansedumbre. Pero no comprender esas ganas de bronca de Elena sería inhumano.
‘Upon entry’ se aleja definitivamente de la experiencia que yo viví conforme el guión avanza, y se adentra en las motivaciones de Diego para entrar en Estados Unidos. Más allá de la partidista toma de partido en las cuitas venezolanas que destilan los autores, ambos de esa nacionalidad, entra en liza un nuevo aspecto, también burocrático, pero de mucho más honda trascendencia. Sin osar reflexionar aquí sobre el derecho de cada quién a instalarse a donde quiera, lo que de un modo concreto se trata en la película es cómo el protagonista hace uso de atajos sentimentales para lograr su objetivo emigrante. Ahí los autores pinchan en hueso conmigo, ya que no soy terreno abonado para considerar más graves esos recovecos que otros. De hecho, podría soltar varios párrafos exponiendo mi opinión sobre la reagrupación familiar como criterio, sobre los derechos que debe o no debe proporcionar formar un matrimonio, sea del género que sea, y sobre unas cuantas cosas más, que sonarían seguramente impopulares. No iré por ahí, bastante largo me está quedando ya esta reseña, llevo ya casi más tiempo escribiéndola del que he empleado viendo la película.
Acabaré festejando el abrupto final, y sobre todo el inmediato empleo del congratulations que acompaña a los títulos de crédito. En lo musical y en lo significativo, brillante corolario.
De entre los sentimientos que reflejan los personajes de Diego y Elena, hay dos con los que sentí especial empatía.
“¿Está usted nervioso”, le preguntan los oficiales a él. “Sí”, admite. ¿Cómo no va a estarlo? Yo no tenía el menor motivo para pensar que podía enfrentarme a algún problema, en el fondo de mí sabía que aquello simplemente era un puto proceso burocrático, un coñazo que acabaría antes o después, sin consecuencias. Pero verte a merced de esos uniformados que no se dignan a explicarte nada, que pueden hacer lo que quieran, que te miran con ojos de hastío… es muy desagradable, incomoda hasta el extremo, y no sentir canguelo es imposible. Así está montado el tema, precisamente, para que sientas esa indefensión, esa vulnerabilidad. Es lamentable.
Elena tiene la sangre caliente, y no puede evitar que se le disparen las pulsaciones. Para consternación de Diego, es insolente, no se pliega así como así, pide explicaciones, demanda humanidad… También mi yo contestatario se rebrincaba contra aquella situación en el JFK, también yo quería alzar la voz, decirles cuatro cosas a aquellos burócratas. No tuve agallas, y me dí a la más patética mansedumbre. Pero no comprender esas ganas de bronca de Elena sería inhumano.
‘Upon entry’ se aleja definitivamente de la experiencia que yo viví conforme el guión avanza, y se adentra en las motivaciones de Diego para entrar en Estados Unidos. Más allá de la partidista toma de partido en las cuitas venezolanas que destilan los autores, ambos de esa nacionalidad, entra en liza un nuevo aspecto, también burocrático, pero de mucho más honda trascendencia. Sin osar reflexionar aquí sobre el derecho de cada quién a instalarse a donde quiera, lo que de un modo concreto se trata en la película es cómo el protagonista hace uso de atajos sentimentales para lograr su objetivo emigrante. Ahí los autores pinchan en hueso conmigo, ya que no soy terreno abonado para considerar más graves esos recovecos que otros. De hecho, podría soltar varios párrafos exponiendo mi opinión sobre la reagrupación familiar como criterio, sobre los derechos que debe o no debe proporcionar formar un matrimonio, sea del género que sea, y sobre unas cuantas cosas más, que sonarían seguramente impopulares. No iré por ahí, bastante largo me está quedando ya esta reseña, llevo ya casi más tiempo escribiéndola del que he empleado viendo la película.
Acabaré festejando el abrupto final, y sobre todo el inmediato empleo del congratulations que acompaña a los títulos de crédito. En lo musical y en lo significativo, brillante corolario.

7.4
14,283
9
15 de enero de 2024
15 de enero de 2024
76 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Hirayama limpia baños públicos en Tokio. Vive en una minúscula vivienda, repite diariamente rutinas similares, y alimenta su vida con placeres sencillos como recorrer la ciudad en bici, escuchar música en cassettes, hacer fotografías arbóreas o leer hasta caer dormido. Nada de todo esto suena muy cinematográfico… pero su historia merecía ser filmada.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
He de empezar estas líneas haciendo un acto de contrición para con Wim Wenders, un director por el que ahora siento un respeto reverencial, y que sin embargo había ignorado, incluso despreciado, durante mucho tiempo. Mi problema con él data de 2015, cuando elegí Berlín para mi viaje vacacional, y no tuve mejor idea que ponerme a ver ‘El cielo sobre Berlín’ en el tren que me llevaba hacia Barcelona, donde iba a tomar el vuelo hacia la capital alemana. Esa película requiere motivación y un paladar entrenado; pero, desde luego, para poder entrar en ella es imprescindible verla en unas determinadas condiciones que te permitan sumergirte. Y, obviamente, un tren no cumple tales preceptos… Total, que a los 20 minutos la abandoné, y además con cajas destempladas. "Este director es un patán", tuve la desfachatez de pensar. Y con esa percepción me quedé hasta que en 2022 un cine de mi ciudad, no sé muy bien a santo de qué, programó ‘Alicia en las ciudades’. Decidí verla, tras leer loas y loas sobre ella, y aunque al principio me costó cogerle el aire, terminé abriendo mis piernas, y salí de la sala habiendo indultado al cineasta alemán, y con un arrepentimiento culpable por haberle tenido durante años en mi lista negra. Por eso, este estreno me motivaba, y fui a verlo con la ambición de convertirme, definitivamente, en fan de Wenders.
Por supuesto, tras ‘Perfect days’ ya milito entre los Wim believers. Prometo que recuperaré, por lo menos, ‘París Texas’. Y, desde luego, me apuntaré a sus siguientes propuestas.
Antes de proseguir, considero de recibo advertir de que vi la película con cierto doping emocional. Mi domingo fue muy bueno, y llegué a la sala en un estado anímico de satisfacción y relax que casaban perfectamente con el espíritu de esta película. Tengo muy claro que las cuitas personales de quien ve una obra cinematográfica afectan decisivamente a su valoración, y en este caso Wenders contaba con viento a favor, casi diría que con un huracán. Jamás pretendo que la objetividad forme parte de mis críticas, y en este caso tampoco.
Otro elemento que, sin duda, condiciona favorablemente mi juicio sobre ‘Perfect days’ es su banda sonora. El maridaje entre cine y música me parece una de las grandes maravillas de este arte, y un factor diferencial que justifica por qué hay que ver las películas en pantalla grande y sala oscura. Sin ir más lejos, la víspera de ver esta obra participé en una conversación sobre la escena de las escaleras de ‘Joker’; y quienes la habían visto en su televisión eran incapaces de comprenderme cuando les aseguraba que me hizo mucha ilusión acercarme hasta el Bronx durante mi viaje a Nueva York para subir, bajar y saborear esa localización. Entiendo que habita en mí un alma friki con la que puede costar empatizar, pero las caras de escepticismo de mi audiencia solo reflejan cómo esa escena, vista desde el sofá, no tiene ni la mitad de potencial que si la consumes en una sala de cine.
Tras esta digresión, es más sencillo entender hasta qué punto me elevaron de la butaca las maravillosas canciones con que Wenders sonoriza su película. Por supuesto, estoy escuchándolas mientras escribo, y evidentemente ya he convertido el soundtrack en una playlist. La última escena, con el rostro de Koji Yakusho en primer plano mientras suena ‘Feeling good’, es un orgasmo de temblorosa magnitud. Incluso aunque la película no me hubiera gustado, esos minutos me habrían sacado del cine con el alma reconfortada.
A estas alturas de crítica, creo que ya queda claro que la trama de la película no es, ni mucho menos, el leitmotiv que me ha motivado a escribir. Ojo, no quiero despreciar el guion; de hecho, entre tanto elemento cautivador pero despistante, bulle una historia con mucha enjundia, en la que el pobre limpia-retretes cuyas andanzas estamos siguiendo lo es, en realidad, por elección personal, para pasmo de su hermana con chófer. No puedo sino simpatizar con ese personaje que rompe con todo, que “vive en otro mundo”, y que apuesta por los placeres más básicos pudiendo disponer de otros más sofisticados. Con esto no me posiciono en contra de los gustos refinados, pero sí en favor de discernir qué te llena y qué te sobra, y apostar por lo primero, aunque sea contra viento y marea.
No puedo esconder que mi conexión con Hirayama queda sellada en los primeros minutos de metraje, cuando le vemos despertarse por primera vez, recoger su futón, lavarse los dientes, regar las plantas, coger por orden los bártulos de la encimera y salir con buena cara a la mañana para tomarse un café de máquina expendedora y ponerse buena música de camino al trabajo. Es imposible para cualquiera no ver en su comportamiento un componente TOC, y es imposible para mí no sentir identificación con todo eso, y cariño con ese personaje. El protagonista me tiene a su merced a los dos minutos, y nunca me bajo de su barco.
Hirayama limpia baños públicos en Tokio. Vive en una minúscula vivienda, repite diariamente rutinas similares, y alimenta su vida con placeres sencillos como recorrer la ciudad en bici, escuchar música en cassettes, hacer fotografías arbóreas o leer hasta caer dormido. Nada de todo esto suena muy cinematográfico… pero su historia merecía ser filmada.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
He de empezar estas líneas haciendo un acto de contrición para con Wim Wenders, un director por el que ahora siento un respeto reverencial, y que sin embargo había ignorado, incluso despreciado, durante mucho tiempo. Mi problema con él data de 2015, cuando elegí Berlín para mi viaje vacacional, y no tuve mejor idea que ponerme a ver ‘El cielo sobre Berlín’ en el tren que me llevaba hacia Barcelona, donde iba a tomar el vuelo hacia la capital alemana. Esa película requiere motivación y un paladar entrenado; pero, desde luego, para poder entrar en ella es imprescindible verla en unas determinadas condiciones que te permitan sumergirte. Y, obviamente, un tren no cumple tales preceptos… Total, que a los 20 minutos la abandoné, y además con cajas destempladas. "Este director es un patán", tuve la desfachatez de pensar. Y con esa percepción me quedé hasta que en 2022 un cine de mi ciudad, no sé muy bien a santo de qué, programó ‘Alicia en las ciudades’. Decidí verla, tras leer loas y loas sobre ella, y aunque al principio me costó cogerle el aire, terminé abriendo mis piernas, y salí de la sala habiendo indultado al cineasta alemán, y con un arrepentimiento culpable por haberle tenido durante años en mi lista negra. Por eso, este estreno me motivaba, y fui a verlo con la ambición de convertirme, definitivamente, en fan de Wenders.
Por supuesto, tras ‘Perfect days’ ya milito entre los Wim believers. Prometo que recuperaré, por lo menos, ‘París Texas’. Y, desde luego, me apuntaré a sus siguientes propuestas.
Antes de proseguir, considero de recibo advertir de que vi la película con cierto doping emocional. Mi domingo fue muy bueno, y llegué a la sala en un estado anímico de satisfacción y relax que casaban perfectamente con el espíritu de esta película. Tengo muy claro que las cuitas personales de quien ve una obra cinematográfica afectan decisivamente a su valoración, y en este caso Wenders contaba con viento a favor, casi diría que con un huracán. Jamás pretendo que la objetividad forme parte de mis críticas, y en este caso tampoco.
Otro elemento que, sin duda, condiciona favorablemente mi juicio sobre ‘Perfect days’ es su banda sonora. El maridaje entre cine y música me parece una de las grandes maravillas de este arte, y un factor diferencial que justifica por qué hay que ver las películas en pantalla grande y sala oscura. Sin ir más lejos, la víspera de ver esta obra participé en una conversación sobre la escena de las escaleras de ‘Joker’; y quienes la habían visto en su televisión eran incapaces de comprenderme cuando les aseguraba que me hizo mucha ilusión acercarme hasta el Bronx durante mi viaje a Nueva York para subir, bajar y saborear esa localización. Entiendo que habita en mí un alma friki con la que puede costar empatizar, pero las caras de escepticismo de mi audiencia solo reflejan cómo esa escena, vista desde el sofá, no tiene ni la mitad de potencial que si la consumes en una sala de cine.
Tras esta digresión, es más sencillo entender hasta qué punto me elevaron de la butaca las maravillosas canciones con que Wenders sonoriza su película. Por supuesto, estoy escuchándolas mientras escribo, y evidentemente ya he convertido el soundtrack en una playlist. La última escena, con el rostro de Koji Yakusho en primer plano mientras suena ‘Feeling good’, es un orgasmo de temblorosa magnitud. Incluso aunque la película no me hubiera gustado, esos minutos me habrían sacado del cine con el alma reconfortada.
A estas alturas de crítica, creo que ya queda claro que la trama de la película no es, ni mucho menos, el leitmotiv que me ha motivado a escribir. Ojo, no quiero despreciar el guion; de hecho, entre tanto elemento cautivador pero despistante, bulle una historia con mucha enjundia, en la que el pobre limpia-retretes cuyas andanzas estamos siguiendo lo es, en realidad, por elección personal, para pasmo de su hermana con chófer. No puedo sino simpatizar con ese personaje que rompe con todo, que “vive en otro mundo”, y que apuesta por los placeres más básicos pudiendo disponer de otros más sofisticados. Con esto no me posiciono en contra de los gustos refinados, pero sí en favor de discernir qué te llena y qué te sobra, y apostar por lo primero, aunque sea contra viento y marea.
No puedo esconder que mi conexión con Hirayama queda sellada en los primeros minutos de metraje, cuando le vemos despertarse por primera vez, recoger su futón, lavarse los dientes, regar las plantas, coger por orden los bártulos de la encimera y salir con buena cara a la mañana para tomarse un café de máquina expendedora y ponerse buena música de camino al trabajo. Es imposible para cualquiera no ver en su comportamiento un componente TOC, y es imposible para mí no sentir identificación con todo eso, y cariño con ese personaje. El protagonista me tiene a su merced a los dos minutos, y nunca me bajo de su barco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cuando emergen los títulos de crédito finales, me asalta inmediatamente la sensación de que he asistido a algo especial, que acabo de degustar algo más importante que una mera película. Siento que, con todo lo que he disfrutado las dos horas de proyección, eso ha sido lo de menos; que el recuerdo de ‘Perfect days’ va a ser indeleble, e incluso que irá mejorando con el tiempo. “La próxima vez será la próxima, esta vez es ésta”, cantan espasmódicamente Hirayama y su sobrina mientras pedalean en una de tantas escenas magníficas. Y yo solo sé que esta vez he gozado mucho, y que la próxima vez de Wenders estaré ahí con las compuertas abiertas de par en par.
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2024/01/15/critica-de-cine-perfect-days/
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2024/01/15/critica-de-cine-perfect-days/

6.9
13,143
9
28 de diciembre de 2023
28 de diciembre de 2023
73 de 95 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Ansa y Holappa compiten por ver quién de los dos lleva una existencia más gris y deprimente, en la periferia (geográfica y social) de Helsinki. Y ambos le ponen el listón muy alto al adversario…
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
Aki Kaurismaki solo me había dado alegrías hasta ahora, así que no podía perderme su nueva propuesta. Incluso aunque no hubiera llegado con la aureola del Premio del Jurado de Cannes, y un montón de nominaciones a los galardones más prestigiosos.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
No se me ocurre manera más gráfica de plasmar mi postración ante la película de Kaurismaki que la siguiente: estoy pasando unos días de relax en Barcelona, después de unas semanas de máxima exigencia laboral; entre otras cosas, voy a ir mucho al cine, aprovechando la magnífica oferta VO que brindan las salas grandes y pequeñas de aquí; de hecho, ‘Fallen leaves’ fue la tercera película que vi, y la primera de la que salí con tantas endorfinas en el cuerpo que no podía dejar de escribir sobre ella; si tenemos en cuenta que las dos cintas anteriores las firmaban Luchino Visconti y Yasujiro Ozu, creo que está todo dicho….
Kaurismaki, además, no hace sino confirmar que solo me causa placer. No le conocí hasta 2012, cuando topé con él casi de improviso, viendo ‘El Havre’. En 2017 me tocó la fibra con ‘El otro lado de la esperanza’, y por eso fue uno de los directores en cuya filmografía abundé durante mis tiempos de cinefilia casera por confinamiento, rescatando sus ‘Nubes pasajeras’. Tres precedentes, tres triunfos. Entraba al cine con las expectativas desatadas.
Y, para mi pasmo, ese cine al que entraba estaba lleno hasta la bandera, no quedaba un asiento libre. Vale que no era una sala enorme, sino recogida como lo es toda cooperativa cinéfila. Vale, también, que era el Día del Espectador. Pero que una película en versión original en finés llene un cine no entraba en mis esquemas. Y lo más sorprendente es que la experiencia no me resultó cargante… Nadie masticaba, ni encendía a hurtadillas la pantalla del móvil, ni cuchicheaba. En pleno diciembre, ni siquiera escuché una sola tos en toda la proyección. Cuando se dice que lo de ir al cine tiene el punto de compartir una experiencia, me suele sonar a tópico. Pero esta vez ha sido real. Y me ha resultado estimulante.
Mi confianza en Kaurismaki era tal que ni había leído la sinopsis, así que entraba virgen, sin saber qué me esperaba. Pronto descubrí que me había citado con Ansa y Holappa, dos almas dolientes que navegan por una sociedad deshumanizada y fría. Ella es reponedora en un supermercado, y él operario metalúrgico de baja estofa. Ella vive en un cuchitril… que para sí quisiera él, que duerme en una litera de mala muerte junto a sus compañeros de trabajo. Ninguno de los dos siente motivación por su trabajo, y sus expresiones abúlicas fuera de horario laboral evidencian que tampoco el tiempo libre colma sus espíritus. Cuando se encuentran por primera vez, apenas reparan el uno en el otro, porque son meras carabinas del fallido flirteo entre la amiga de ella y el colega de él. Tendrán una segunda oportunidad, y arrancará entonces una gynkana llena de obstáculos que habrán de superar para que su relación tire hacia adelante.
Por si no fuera suficiente el arranque de esta valoración, en el que me permito el sacrilegio de minusvalorar a Visconti y Ozu (aclararé que me gustaron tanto ‘Rocco y sus hermanos’ como ‘Historia de un vecindario’, pero no me encendieron la chispa para ponerme a filosofar sobre ellas), puedo exponer otra evidencia que da fe de lo mucho que valoro ‘Fallen leaves’: y es que solo de una obra mayúscula se puede salir con el buen cuerpo que yo saqué, pese a haber tenido el alma encogida durante la mayor parte del metraje, en empática solidaridad con los protagonistas. Creo que el autor, aunque riega su film de esporádicas perlas humorísticas, tiene toda la intención de sumirnos en el desamparo, de contagiarnos la tristeza vital que acompaña a Holappa y Ansa. Y conmigo, desde luego, lo consiguió. Pero, incluso durante esos pasajes de vacío existencial, mi sensibilidad cinéfila daba palmas, disfrutaba y se vanagloriaba ante una película notable. El caso es que, en el tramo final, mitad porque algunos aspectos argumentales mejoran, mitad porque al alma humana no le gusta sufrir y aprovecha cualquier resquicio para escapar, terminé superando mi bajón, y cuando abandonaba la sala (al igual que todos mis congéneres tras degustar incluso los títulos de crédito) lo hice sin restos de pesar, incluso con más ligereza de la que tenía al entrar. Solo un talento especial como el de Kaurismaki puede obrar semejante conjuro.
Ansa y Holappa compiten por ver quién de los dos lleva una existencia más gris y deprimente, en la periferia (geográfica y social) de Helsinki. Y ambos le ponen el listón muy alto al adversario…
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
Aki Kaurismaki solo me había dado alegrías hasta ahora, así que no podía perderme su nueva propuesta. Incluso aunque no hubiera llegado con la aureola del Premio del Jurado de Cannes, y un montón de nominaciones a los galardones más prestigiosos.
DESDE MI PUNTO DE VISTA
No se me ocurre manera más gráfica de plasmar mi postración ante la película de Kaurismaki que la siguiente: estoy pasando unos días de relax en Barcelona, después de unas semanas de máxima exigencia laboral; entre otras cosas, voy a ir mucho al cine, aprovechando la magnífica oferta VO que brindan las salas grandes y pequeñas de aquí; de hecho, ‘Fallen leaves’ fue la tercera película que vi, y la primera de la que salí con tantas endorfinas en el cuerpo que no podía dejar de escribir sobre ella; si tenemos en cuenta que las dos cintas anteriores las firmaban Luchino Visconti y Yasujiro Ozu, creo que está todo dicho….
Kaurismaki, además, no hace sino confirmar que solo me causa placer. No le conocí hasta 2012, cuando topé con él casi de improviso, viendo ‘El Havre’. En 2017 me tocó la fibra con ‘El otro lado de la esperanza’, y por eso fue uno de los directores en cuya filmografía abundé durante mis tiempos de cinefilia casera por confinamiento, rescatando sus ‘Nubes pasajeras’. Tres precedentes, tres triunfos. Entraba al cine con las expectativas desatadas.
Y, para mi pasmo, ese cine al que entraba estaba lleno hasta la bandera, no quedaba un asiento libre. Vale que no era una sala enorme, sino recogida como lo es toda cooperativa cinéfila. Vale, también, que era el Día del Espectador. Pero que una película en versión original en finés llene un cine no entraba en mis esquemas. Y lo más sorprendente es que la experiencia no me resultó cargante… Nadie masticaba, ni encendía a hurtadillas la pantalla del móvil, ni cuchicheaba. En pleno diciembre, ni siquiera escuché una sola tos en toda la proyección. Cuando se dice que lo de ir al cine tiene el punto de compartir una experiencia, me suele sonar a tópico. Pero esta vez ha sido real. Y me ha resultado estimulante.
Mi confianza en Kaurismaki era tal que ni había leído la sinopsis, así que entraba virgen, sin saber qué me esperaba. Pronto descubrí que me había citado con Ansa y Holappa, dos almas dolientes que navegan por una sociedad deshumanizada y fría. Ella es reponedora en un supermercado, y él operario metalúrgico de baja estofa. Ella vive en un cuchitril… que para sí quisiera él, que duerme en una litera de mala muerte junto a sus compañeros de trabajo. Ninguno de los dos siente motivación por su trabajo, y sus expresiones abúlicas fuera de horario laboral evidencian que tampoco el tiempo libre colma sus espíritus. Cuando se encuentran por primera vez, apenas reparan el uno en el otro, porque son meras carabinas del fallido flirteo entre la amiga de ella y el colega de él. Tendrán una segunda oportunidad, y arrancará entonces una gynkana llena de obstáculos que habrán de superar para que su relación tire hacia adelante.
Por si no fuera suficiente el arranque de esta valoración, en el que me permito el sacrilegio de minusvalorar a Visconti y Ozu (aclararé que me gustaron tanto ‘Rocco y sus hermanos’ como ‘Historia de un vecindario’, pero no me encendieron la chispa para ponerme a filosofar sobre ellas), puedo exponer otra evidencia que da fe de lo mucho que valoro ‘Fallen leaves’: y es que solo de una obra mayúscula se puede salir con el buen cuerpo que yo saqué, pese a haber tenido el alma encogida durante la mayor parte del metraje, en empática solidaridad con los protagonistas. Creo que el autor, aunque riega su film de esporádicas perlas humorísticas, tiene toda la intención de sumirnos en el desamparo, de contagiarnos la tristeza vital que acompaña a Holappa y Ansa. Y conmigo, desde luego, lo consiguió. Pero, incluso durante esos pasajes de vacío existencial, mi sensibilidad cinéfila daba palmas, disfrutaba y se vanagloriaba ante una película notable. El caso es que, en el tramo final, mitad porque algunos aspectos argumentales mejoran, mitad porque al alma humana no le gusta sufrir y aprovecha cualquier resquicio para escapar, terminé superando mi bajón, y cuando abandonaba la sala (al igual que todos mis congéneres tras degustar incluso los títulos de crédito) lo hice sin restos de pesar, incluso con más ligereza de la que tenía al entrar. Solo un talento especial como el de Kaurismaki puede obrar semejante conjuro.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En su línea habitual, muy de mi gusto, el director finlandés destila crítica social honda, con importantes cargas de profundidad. Su estilo es más liviano que el de Ken Loach, menos grueso que el de Robert Guediguian, con una ironía que no muestran los Dardenne… Si tuviera que encontrar un paralelismo, sería con las propuestas más sociales de Fernando León de Aranoa, por la presencia de un fino sentido del humor… El caso es que, como siempre, Kaurismaki pisa ciertos callos, en esta ocasión centrándose en el ámbito laboral. El contrato de cero horas de Ansa, la servil y patética actitud del segurata del supermercado, el ahorro de costes en reparación de maquinaria del encargado de la empresa de Holappa, el “te pago en efectivo, lo tomas o lo dejas” del hostelero dealer… Poco hay de peliculero, y mucho de fiel cronista de su época, en todas esas denuncias del director.
Pero Kaurismaki va más allá; incluso aunque te firmen el contrato con las horas correctas, hagan la vista gorda si te llevas algo de material de la empresa a casa, te tengan el material en estado de revista, o te paguen religiosamente las cotizaciones, ¿es humano tener que destinar un tercio de tu día a día a una labor que no te proporciona ni la más mínima satisfacción? Es evidente que cualquier cosa que hagas durante ocho horas al día va a convertirse en algo rutinario, aburrido, reiterativo. Y que la pasión se irá apagando con los años, también la laboral, te dediques a lo que te dediques. Pero determinadas tareas, como las que asumen, qué remedio, nuestros protagonistas, no pueden estimular ninguna glándula, y dedicarse a ellas día tras día, semana tras semana, mes tras mes, no puede ser mentalmente sano. Creo que la crítica de Kaurismaki no es a lo coyuntural, sino a lo estructural del capitalismo. Y la compro.
No puedo terminar de dar vueltas alrededor de ‘Fallen leaves’ sin poner en valor otro de sus méritos: fue capaz de provocarme varias risas, e incluso una sonora carcajada. No soy de reirme a mandíbula batiente por un chiste, un gag, o similar. Incluso aunque me hagan gracia. Sonrío, a veces río. Pero raramente me descojono. Y cuando Ansa se sienta al lado de la cama de Holappa, y comienza a leerle la noticia del descuartizador, reconozco que me despotorré, y seguía riéndome varios segundos después, con cierto pudor al encontrarme en una sala tan concurrida.
Y, por favor, solicito desde aquí que Huotari, el amigo de Holappa, protagonice un spin off de esta película. Me ha resultado hilarante una y otra vez, cuando aparecía en pantalla se dibujaba una sonrisa en mi boca. “Queda poca gente sincera” como respuesta a un halago me parece verdaderamente brillante.
Cierro ya esta crítica, porque si no va a ser necesario emplear más tiempo en leerla que en ver la película. Además, creo que hasta ahora no me he deslizado por la pendiente de la pedantería, y no quisiera cagarla a última hora, y terminar pareciéndome al tiparraco al que ‘Los muertos no mueren’ le recordaba al ‘Diario de un cura rural’ de Bresson.
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2023/12/28/critica-de-cine-fallen-leaves/
Pero Kaurismaki va más allá; incluso aunque te firmen el contrato con las horas correctas, hagan la vista gorda si te llevas algo de material de la empresa a casa, te tengan el material en estado de revista, o te paguen religiosamente las cotizaciones, ¿es humano tener que destinar un tercio de tu día a día a una labor que no te proporciona ni la más mínima satisfacción? Es evidente que cualquier cosa que hagas durante ocho horas al día va a convertirse en algo rutinario, aburrido, reiterativo. Y que la pasión se irá apagando con los años, también la laboral, te dediques a lo que te dediques. Pero determinadas tareas, como las que asumen, qué remedio, nuestros protagonistas, no pueden estimular ninguna glándula, y dedicarse a ellas día tras día, semana tras semana, mes tras mes, no puede ser mentalmente sano. Creo que la crítica de Kaurismaki no es a lo coyuntural, sino a lo estructural del capitalismo. Y la compro.
No puedo terminar de dar vueltas alrededor de ‘Fallen leaves’ sin poner en valor otro de sus méritos: fue capaz de provocarme varias risas, e incluso una sonora carcajada. No soy de reirme a mandíbula batiente por un chiste, un gag, o similar. Incluso aunque me hagan gracia. Sonrío, a veces río. Pero raramente me descojono. Y cuando Ansa se sienta al lado de la cama de Holappa, y comienza a leerle la noticia del descuartizador, reconozco que me despotorré, y seguía riéndome varios segundos después, con cierto pudor al encontrarme en una sala tan concurrida.
Y, por favor, solicito desde aquí que Huotari, el amigo de Holappa, protagonice un spin off de esta película. Me ha resultado hilarante una y otra vez, cuando aparecía en pantalla se dibujaba una sonrisa en mi boca. “Queda poca gente sincera” como respuesta a un halago me parece verdaderamente brillante.
Cierro ya esta crítica, porque si no va a ser necesario emplear más tiempo en leerla que en ver la película. Además, creo que hasta ahora no me he deslizado por la pendiente de la pedantería, y no quisiera cagarla a última hora, y terminar pareciéndome al tiparraco al que ‘Los muertos no mueren’ le recordaba al ‘Diario de un cura rural’ de Bresson.
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2023/12/28/critica-de-cine-fallen-leaves/

7.1
26,802
8
10 de diciembre de 2023
10 de diciembre de 2023
58 de 70 usuarios han encontrado esta crítica útil
ARGUMENTO
Cuando Daniel regresa de un paseo por el monte con su perro, descubre a su padre muerto al pie de la ventana del desván en el que solía trabajar. ¿Se ha suicidado? ¿O "le ha suicidado" su mujer?
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
'Breve encuentro', 'Roma, ciudad abierta', 'El tercer hombre', 'La conversación', 'Taxi driver', 'Apocalypse now', 'Pulp fiction', 'Underground', 'El pianista', 'El viento que agita la cebada', 'La cinta blanca', 'El árbol de la vida', 'La vida de Adele', 'Dheepan', 'Yo, Daniel Blake', 'The Square', 'Un asunto de familia', 'Parásitos' y 'El triángulo de la tristeza'. Ésas habían sido, hasta ahora, las películas premiadas con la Palma de Oro que había visto. Hay en la lista bastantes más alegrías que disgustos, así que no parece mala idea ver, cada año, la cinta que premien en Cannes. Si no, difícilmente puedo defender que practico la cinefilia...
DESDE MI PUNTO DE VISTA
'Anatomía de una caída' fomenta mi convicción de que la ganadora de Cannes'2024 ha de ser un must en mi agenda del fin de semana en que se estrene.
Mi primer reconocimiento hacia la obra de Justine Triet, cuyas anteriores propuestas no había consumido, tiene que ver con la atmósfera que transmite. Cuántas veces he tropezado con cineastas que disponen de una trama potente, y se muestran incapaces de involucrarme... La realizadora francesa, sin embargo, me demuestra a los tres minutos de mi primera inmersión en su cine que sabe agarrarme por la solapa, y que durante las dos horas y media siguientes voy a estar a su merced. En la escena inaugural, mientras Sandra le hace guiños a la periodista y el marido entra en escena sin ser visto, pero sí oído, consigue enervarme e incomodarme exactamente como pretendía. Es toda una declaración de intenciones que no va a caer en saco roto a lo largo del metraje; son muchos los momentos en que consigue, literalmente, formarme un nudo en el estómago, me obliga a retorcerme en la butaca, me agrede sin contemplaciones. Algunos de esos pasajes no son en absoluto agradables, pero incluso mientras los sufro pondero la habilidad de la directora.
La autora va al grano, y rápidamente nos plantea el kid de la cuestión, cuando arroja a su protagonista invisible por la ventana. De ahí en adelante, todo va a orbitar en torno a qué pasó, y por qué pasó. ¿Se tiró, o le tiraron? Si se tiró, ¿por qué lo hizo, qué le llevó a semejante extremo? Si le tiraron, ¿cómo pudo llegar la relación de pareja hasta tal grado de inflamación? Y emerge aquí otra característica de 'Anatomía de una caída': quienes estamos al otro lado de la pantalla no vamos a simpatizar con la protagonista, no nos vamos a subir en sus zapatos. En casi todas las películas, el público siente a través del personaje principal, sea éste un héroe o un villano. Su suerte es la nuestra, tanto si le mueven humanistas intenciones como si es presa de los más bajos instintos. Pero esta Sandra no nos convierte en miembros de su tribu, hay algo en ella que nos incomoda, llega a repelernos; pero no por ello nos resulta insufrible el camino acompañándola, sino que encontramos fascinación, queremos discernir cuál es la verdad, pero nos cuesta separar el grano de la paja. Paradójicamente, tan antipática protagonista pronuncia una frase que especialmente brillante, que guardo en mi lista de citas imperdibles procedentes de la literatura (la mayoría) o el cine: "Quizá el dinero no da la felicidad; pero cuánto mejor es llorar en tu coche que en el metro". Verdad verdadera.
Cuando Daniel regresa de un paseo por el monte con su perro, descubre a su padre muerto al pie de la ventana del desván en el que solía trabajar. ¿Se ha suicidado? ¿O "le ha suicidado" su mujer?
¿POR QUÉ LA ELEGÍ?
'Breve encuentro', 'Roma, ciudad abierta', 'El tercer hombre', 'La conversación', 'Taxi driver', 'Apocalypse now', 'Pulp fiction', 'Underground', 'El pianista', 'El viento que agita la cebada', 'La cinta blanca', 'El árbol de la vida', 'La vida de Adele', 'Dheepan', 'Yo, Daniel Blake', 'The Square', 'Un asunto de familia', 'Parásitos' y 'El triángulo de la tristeza'. Ésas habían sido, hasta ahora, las películas premiadas con la Palma de Oro que había visto. Hay en la lista bastantes más alegrías que disgustos, así que no parece mala idea ver, cada año, la cinta que premien en Cannes. Si no, difícilmente puedo defender que practico la cinefilia...
DESDE MI PUNTO DE VISTA
'Anatomía de una caída' fomenta mi convicción de que la ganadora de Cannes'2024 ha de ser un must en mi agenda del fin de semana en que se estrene.
Mi primer reconocimiento hacia la obra de Justine Triet, cuyas anteriores propuestas no había consumido, tiene que ver con la atmósfera que transmite. Cuántas veces he tropezado con cineastas que disponen de una trama potente, y se muestran incapaces de involucrarme... La realizadora francesa, sin embargo, me demuestra a los tres minutos de mi primera inmersión en su cine que sabe agarrarme por la solapa, y que durante las dos horas y media siguientes voy a estar a su merced. En la escena inaugural, mientras Sandra le hace guiños a la periodista y el marido entra en escena sin ser visto, pero sí oído, consigue enervarme e incomodarme exactamente como pretendía. Es toda una declaración de intenciones que no va a caer en saco roto a lo largo del metraje; son muchos los momentos en que consigue, literalmente, formarme un nudo en el estómago, me obliga a retorcerme en la butaca, me agrede sin contemplaciones. Algunos de esos pasajes no son en absoluto agradables, pero incluso mientras los sufro pondero la habilidad de la directora.
La autora va al grano, y rápidamente nos plantea el kid de la cuestión, cuando arroja a su protagonista invisible por la ventana. De ahí en adelante, todo va a orbitar en torno a qué pasó, y por qué pasó. ¿Se tiró, o le tiraron? Si se tiró, ¿por qué lo hizo, qué le llevó a semejante extremo? Si le tiraron, ¿cómo pudo llegar la relación de pareja hasta tal grado de inflamación? Y emerge aquí otra característica de 'Anatomía de una caída': quienes estamos al otro lado de la pantalla no vamos a simpatizar con la protagonista, no nos vamos a subir en sus zapatos. En casi todas las películas, el público siente a través del personaje principal, sea éste un héroe o un villano. Su suerte es la nuestra, tanto si le mueven humanistas intenciones como si es presa de los más bajos instintos. Pero esta Sandra no nos convierte en miembros de su tribu, hay algo en ella que nos incomoda, llega a repelernos; pero no por ello nos resulta insufrible el camino acompañándola, sino que encontramos fascinación, queremos discernir cuál es la verdad, pero nos cuesta separar el grano de la paja. Paradójicamente, tan antipática protagonista pronuncia una frase que especialmente brillante, que guardo en mi lista de citas imperdibles procedentes de la literatura (la mayoría) o el cine: "Quizá el dinero no da la felicidad; pero cuánto mejor es llorar en tu coche que en el metro". Verdad verdadera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Para mi personal satisfacción, pronto el timeline pega un salto de un año, y nos plantamos en el juicio que va a dirimir si Sandra es viuda de un suicida, o una asesina convicta. No comprendo exactamente el motivo, porque jamás he sentido la pulsión de estudiar derecho, pero he de admitir que me pirro por las películas de juicios, son un placer culpable para mí, ya que compro hasta los más peregrinos "¡protesto!" que sueltan los abogados del celuloide. La gran diferencia entre este proceso y los que suelo encontrar en otras películas radica, una vez más, en que no tengo claro para qué portería chuto, y en consecuencia no me cabreo con el fiscal ni aplaudo al abogado defensor, como suele ser lo habitual (excepto en 'Argentina 1985', donde se invertían diametralmente los papeles). Sí que encuentro un claro sesgo en la jueza, pero a estas alturas ya no me sorprende que la judicatura tome partido sin recato ni disimulo...
Aunque la trama te aferre, como lo hace ésta, el visionado de una película tiene un componente personal ineluctable, ya que durante el proceso en cada cual se activan recuerdos, pensamientos y reflexiones diferentes, en función de sus propias cuitas. En mi caso, durante sus 150 minutos de duración no dejé de darle vueltas a lo duro que es tener relación con alguien que te resulte tóxico. La durísima diatriba que sostienen Sandra y Samuel, grabada subrepticiamente por él y retransmitida en el juicio, provoca el cénit de mi raca-raca en torno a ese aspecto. Y no porque empatice especialmente con una pelea conyugal de tanto voltaje, desde mi contumaz independencia sentimental... Pero sí me he involucrado en relaciones de otra índole con personalidades claramente contaminantes para mí, y de algunas no había forma de salir, incluso teniendo plena consciencia del daño que me causaban. Tuvo que caernos encima una pandemia mundial para enseñarme una puerta de salida, que parecía provisional pero que he conseguido convertir en definitiva. Quizá por eso, porque me ha recordado pésimas sensaciones que formaban parte de mi día a día hasta 2020, 'Anatomía de una caída' es en ciertos momentos para mí una dura prueba no solo emocional, sino incluso física.
Y, pese a todo, la película me deja muy buen poso, y además sé que se aposentará hacia mejor en mi recuerdo. Algo debe tener esta Justine Triet...
https://alliayeraquiahora.wordpress.com/2023/12/10/critica-de-cine-anatomia-de-una-caida
Aunque la trama te aferre, como lo hace ésta, el visionado de una película tiene un componente personal ineluctable, ya que durante el proceso en cada cual se activan recuerdos, pensamientos y reflexiones diferentes, en función de sus propias cuitas. En mi caso, durante sus 150 minutos de duración no dejé de darle vueltas a lo duro que es tener relación con alguien que te resulte tóxico. La durísima diatriba que sostienen Sandra y Samuel, grabada subrepticiamente por él y retransmitida en el juicio, provoca el cénit de mi raca-raca en torno a ese aspecto. Y no porque empatice especialmente con una pelea conyugal de tanto voltaje, desde mi contumaz independencia sentimental... Pero sí me he involucrado en relaciones de otra índole con personalidades claramente contaminantes para mí, y de algunas no había forma de salir, incluso teniendo plena consciencia del daño que me causaban. Tuvo que caernos encima una pandemia mundial para enseñarme una puerta de salida, que parecía provisional pero que he conseguido convertir en definitiva. Quizá por eso, porque me ha recordado pésimas sensaciones que formaban parte de mi día a día hasta 2020, 'Anatomía de una caída' es en ciertos momentos para mí una dura prueba no solo emocional, sino incluso física.
Y, pese a todo, la película me deja muy buen poso, y además sé que se aposentará hacia mejor en mi recuerdo. Algo debe tener esta Justine Triet...
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