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Alcarràs

Drama La familia Solé lleva varias generaciones cultivando una gran extensión de melocotoneros en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña. Pero este verano puede que sea su última cosecha: la fruta ya no renta y los paneles solares están sustituyendo a los árboles.
Críticas 133
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6
7 de mayo de 2022
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Alcarrás de Carla Simón compone un retrato realista, preciso, auténtico y amable de ese campo tan olvidado y maltratado y al que le debemos tanto. La habilidad de la directora para dirigir a sus actores, sobre todo a los niños, que como pasaba en su ópera prima, no actúan, sino que son, la visión cercana de la directora de fotografía, y el trato honesto de la montajista, son altamente encomiables. Sin embargo, el problema, para mí, de este tipo de películas que minimizan la acción a favor de la construcción lenta y sosegada en pos de sumergirnos en el mundo que nos enseñan, es la duración. Verano 1993, de la misma directora, duraba una hora y media y funcionaba. Un monde, vista recientemente y del mismo estilo documental, apenas dura una hora y cuarto y funciona y mucho. Alcarrás y otras películas con el mismo "fuego lento" que se acaba yendo a las dos horas de cocción, a un servidor le pesan, le cansan, le cargan. Al revés que en el caso de las películas que más gustan, no tengo ganas de que no se acabe nunca, deseo que termine ya. Aún así, por su nobleza, por el amor con el que se nota que está hecha, le doy un merecido 6. Salgo de la sala tranquilo. Ando lento. Y miro el mundo, observándolo más presente, más reconciliado.
26 de noviembre de 2022
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto la película “Alcarràs” y me ha parecido una película muy conmovedora y emotiva.

Es una extraordinaria película en la que se aprecia el sentimiento con el que se ha escrito y rodado. Un entrañable cuento que transcurre en un escenario rural amenazado por la tecnología, los intereses económicos y la política.

De lo mejor del cine español este año.

Nota: 7,5/10.
7
12 de diciembre de 2022
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de leer tan buenas críticas de esta película, sabiendo que ganó el Oso de Oro en Berlín; y no habiendo visto nada más de esta directora, me decidí a verla, por fin. Y en castellano, porque así la ponían (aunque en el original es en catalán, me parece). Y la verdad es que no me ha defraudado, sino todo lo contrario, me ha encantado. Leí algunas críticas negativas aquí, y a pesar de todo, quise verla. Y, tras las dos horas que dura, acabé con una ligera sonrisa, sonrisa de bienestar, incluso de placer. Sí, sí, he aquí alguien que sabe cómo contar una historia, y hacerlo de otro modo. Carla Simón demuestra aquí que es una autora, como se decía antes, en los años 60, qué bien. La autoría parece haber desaparecido, aunque hay aún algunos directores que merecen tal nombre, tal y como la Nouvelle Vague quería . No me refiero a cine indie, con películas casposas o "modernas", de bajo presupuesto, "escandalosas" o no. Me refiero a cine cuidado, y que expresa una visión del mundo. CS la tiene, desde luego.

Es difícil contar por qué ella sí y otros no. Berlín no se ha equivocado, y ha entregado el máximo galardón a una peli sensible, llena de magia desde el comienzo hasta ese emocionante final. Simón sabe dónde colocar la cámara, y su directora de fotografía consigue una cinta llena de colores, en donde se palpa el verano, se siente toda la naturaleza, hasta se oye el viento entre los árboles. Cada secuencia, bajo la capa de falso documental, está medida; late en todas partes la autenticidad de la vida, en sus mínimos detalles. Los personajes se mueven, hablan, insultan, se ríen, se enfadan, cuentan historias, y todo esto es recogido por una cámara primorosa, como no se ha visto en décadas. No hay dramatismo. Alguien se queja de que no hay planteamiento, nudo y desenlace, como en las historias convencionales. A Simón no parece interesarle esas historias rutinarias, esos dramas, esas ficciones.

Carla Simón hace poesía. Poesía con la cámara. Así tendría que ser el cine, siempre. El viento entre las ramas (¿alguien recuerda esa secuencia de Nouvelle Vague de Godard, 1990, en que filma el viento soplando entre los árboles? ), los niños jugando, los conejos corriendo de noche, esos árboles ahí en la llanura, esa tormenta de verano, esas zapatillas bajo el agua. Esa fiesta, esos fuegos, esas chispas que parecen tener vida propia. Cuando suena música tremenda, se nos cuela por los nervios, nos penetra. Cuando las chicas bailan, bailamos con ellas. La vida discurriendo ante nuestros ojos atónitos. Acostumbrados siempre al menú del día, a los mismos dramas e historias trilladas, contadas de manera rutinaria, no sabemos ver el oro de estas secuencias cargadas de la delicadeza de un viento de verano. Es difícil decir dónde reside la magia de esta cinta. Como decir dónde está la magia de una canción. Donde otros ven placa y placa, yo veo la plenitud del verano, el encantamiento de las historias de los ancianos, la energía de los hombres de otro tiempo. Es en esta dolorosa historia cotidiana, este ir y venir de una gente que no conocemos (y que no nos tiene por qué caer bien), en donde reside el misterio del cine. Y se llega así a ese final, prodigio de los sentidos, que juega con nuestros sentidos aletargados.
9
1 de mayo de 2022
11 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soberbia película costumbrista que relata como nadie los avatares de una familia campesina de un pueblo de Lleida, Alcarràs.

Pocas veces he visto una película donde los actores actúen con la naturalidad de Alcarrás. Siempre he tenido la impresión que la familia Solé existe de verdad. Recolectan paraguayos, melocotones, higos… Me basta ver a Quimet, el padre de familia que mueve con soltura su tractor y Rogelio, el abuelo para saber que han trabajado toda su vida en el campo. Lo atestiguan las arrugas que poseen y el color bronceado típico de trabajar todos los días bajo el sol.

Veo a los niños que juegan en el campo con un coche abandonado, un familia que se desloma por la tierra y llora en su interior porque puede perderlo todo. El padre que blasfema durante toda la película para sacar adelante a su familia es también un padre que no puede controlar su ira al ver que no todos le siguen, el adolescente que no quiere seguir los estudios y quiere ayudar en el campo, pero vive las contradicciones de sus limitaciones. Querer no es poder.

Uno de los grandes aciertos en la película es que no toma partido por nadie. Se ve diferentes visiones, el abuelo, el padre, la madre, los hijos y el campo. No vamos a ver grandes conversaciones. No hay apenas primeros planos. Es la historia de Alcarràs, la verdadera protagonista.

Aquí no se trata de ver una España profunda como en Los santos inocentes ni otras películas rurales donde el silencio es protagonista. No, se trata de una familia normal del campo que ríe y llora como cualquier familia y que quiere vivir de la tierra pero no se lo permiten. Pero también se aprecia ver costumbres de una familia catalana. Ver cómo cocinan los caracoles en el campo, las reuniones familiares en las comidas, esa conversación de abuelas del fricandó…

No hay banda sonora pero hay una preciosa canción que cantan los niños que brilla por su ternura. Una familia unida por una canción.

Hay escenas que quedan para la historia del cine. Una de ellas es el final. Se oye un ruido de fondo, se intuye lo que va a pasar y se ve de cerca a Rogelio. Emociona ver su amor por la tierra que se trabaja.

Para mí, firme candidata a la mejor película del cine español de 2022. Me encantó Carla Simón en Verano 1993 y ahora se afianza como una de nuestros mejores directores del cine español. Obra maestra.
9
2 de mayo de 2022
10 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo de la inauguración del D’A Film Festival 2022 quedará en la memoria de los presentes para muchos años. La sala principal de los Multicines Aribau llena hasta la bandera (nada más y nada menos que 1200 asistentes) para poder ver la première nacional de Alcarràs, el esperadísimo segundo largo de Carla Simón que venía refrendado con ese flamante Oso de Oro de la Berlinale y que no ha parado de coger vuelo en estos meses gracias al entusiasmo de la prensa y del público cinéfilo (por dar un dato más, Alcarràs se estrena hoy en 170 salas). Seguramente lo interesante no sea tanto discutir la calidad de Alcarràs, algo que ya antes del visionado intuía, como desgranar diferentes aspectos que hacen de Alcarrás una película única dentro de nuestra filmografía y que aúpa a Carla Simón como punta de lanza de una generación de directores millennial españoles que están llamados a cambiar la historia de nuestro cine.

La dureza (y belleza) de la vida en el campo

No vayáis al cine buscando una película desde la óptica pija de la ciudad idealizando la vida en el campo. Los personajes de Alcarràs no viven en un paraje bucólico tocando el arpa y echándose siestas bajo melocotoneros. Carla Simón refleja a la perfección la dureza de la vida en el campo y cómo de desprotegidos están los agricultores minoristas ante este late stage capitalism agresivo y en el que las leyes del mercado dictaminan de manera tajante y sin escrúpulos las vidas de las personas encargadas de proveernos de alimentos. De hecho, la directora introduce como parte de la trama las manifestaciones de los trabajadores del campo contra esa cadena de explotación de la que ellos son el penúltimo escalón. Y digo penúltimo porque, también en un acto de honestidad y de atención a la realidad, Alcarràs no se olvida de mostrar las pésimas condiciones laborales de los temporeros negros que ayudan a estas familias a recolectar fruta.

Sin subrayados innecesarios, Carla Simón también refleja la belleza de vivir en el campo y de este estilo de vida cada vez más amenazado. Son múltiples los planos a lo largo de la película en que los personajes están enmarcados por la naturaleza, una decisión estética que por momentos me recordó a los hermosos planos de Lazzaro Felice de Alice Rohrwacher. La manera de rodar el paisaje, un protagonista más de la película, también recuerda a esos paisajes elípticos de la Trilogía de Koker de Abbas Kiarostami. Niños correteando por los sembrados, comidas familiares y ay, esa escena de los niños cantando para la familia. Alcarràs consigue lo imposible: que la belleza de sus imágenes no ensombrezca una trama con muchísimas capas y en la que no todo es de color de rosa.

Un relato coral en que todos cuentan

Carla Simón ya mostró en Estiu 1993 una gran capacidad para entender a sus personajes y mostrar sus tres dimensiones. Con Alcarràs el reto era mayor, ya que hay más personajes y muchos de ellos están más alejados de la directora que en su debut (basado en hechos biográficos). Aunque la facilidad para fluir del relato de Alcarràs pueda hacer parecer que es una película sencilla, lo cierto es que la atención que Carla Simón pone para que nos quede claro la visión y la personalidad de cada uno de los personajes es todo un reto. En una película con más de 10 personajes principales, es fácil que muchos de ellos queden casi como anécdota. Pero no, Alcarràs es una película verdaderamente coral en la que las diferencias generacionales, de responsabilidad e incluso de género están marcadas a la perfección. Es imposible olvidarse de ni uno solo de sus personajes porque, con gran maestría, Simón consigue introducir situaciones y líneas para cada uno de ellos que les convierten en inolvidables. Además, la manera en que está rodada Alcarràs es lo suficientemente inmersiva como para que nos adentremos de lleno en la familia y entendamos perfectamente las dinámicas internas de la misma.

La nostalgia que no es

Como ya comentaba al principio del texto, los materiales que conforman Alcarràs se podrían prestar fácilmente a una lectura simplista y plana de ese omnipresente “antes todo era mejor”. Alcarràs es una película que mira al pasado pero siempre desde el presente, esas generaciones anteriores a los Solé existen porque se habla de ellas (la Guerra Civil, por ejemplo, hace acto de presencia en la voz del abuelo) pero lo que vemos en Alcarràs refleja, fielmente, la vida moderna en el pueblo: vemos al hijo mayor bailar gabber (lo que en España llamamos mákina), suena ska catalán en las fiestas del pueblo, los chavales fuman yerba, las chicas jóvenes hacen coreografías de trap. El mundo rural no se ha quedado atascado en el pasado, ha evolucionado del mismo modo en que lo ha hecho el mundo urbano, y Alcarràs lo refleja inteligementemente a través de los husos y costumbres de los personajes, ¿acaso alguien se puede pensar que los habitantes de un pueblo no usan Internet como todo el resto de los mortales en pleno 2022?

Conclusión

La belleza y desolación de un mundo que se extingue le sirve a Carla Simón para elaborar esta gran historia de personajes es que la realidad de un mundo globalizado, capitalista y agresivo se cuela por los márgenes del plano para cercenar el futuro de una familia que se niega a darse por rendida pese a que todo indica que no podrán vencer a esa apisonadora que es el capitalismo moderno. Perdernos entre las conversaciones de los personajes, analizar sus gestos o, sí, reírnos con sus ocurrencias y con sus frases antológicas con solo unos pocos de los muchos placeres que encierra Alcarràs, un clásico instantáneo del cine español que, espero, tenga una gran carrera comercial al margen de su gran rendimiento en festivales y certámenes de premios.

Si te ha gustado esta crítica, puedes encontrar más en www.eldesencanto.com
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