Haz click aquí para copiar la URL

Hasta que llegó su hora

Western Brett McBain, un granjero viudo de origen irlandés, vive con sus hijos en una zona pobre y desértica del Oeste americano. Ha preparado una fiesta de bienvenida para Jill, su futura esposa, que viene desde Nueva Orleáns. Pero cuando Jill llega se encuentra con que una banda de pistoleros los ha asesinado a todos.
Críticas 205
Críticas ordenadas por utilidad
escribe tu crítica
8
27 de enero de 2014 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con Hasta que llegó su hora (el spaghetti que menos dólares recaudó, excepto en Francia, y el que menos entusiasma a sus seguidores), Leone dijo definitivamente adiós al western (mientras otros seguían explotando el filón del spaghetti) llevando hasta sus últimas consecuencias los principios de su cine que dieron el revolcón (o estilizaron) el género, ya bastante agotado de por sí: alargamiento interminable del tempo, apuntalamiento musical para sus escenas más espectaculares, repetición de iconos esquemáticos (aquí más enraizados en la tradición del western USA) y escenarios majestuosos muy bien fotografiados (Almería, Granada y un paseo testimonial por Monument Valley).
El experimento (con una holgada financiación de los productores americanos) resultó un metraje de dos horas largas con secuencias larguísimas para lo poco que se tenía que contar, pero esplendoroso.
Leone se adentraba en la sustancia del western americano y homenajeaba sus elementos temáticos (el ferrocarril, el pistolero, el bandido, el fuera de la ley, el vengador y la mujer que enraizaba en el desierto, como símbolo de una nueva civilización).
Dividida en unas cuantas secuencias, su visionado, incluso sin seguir el raquítico guión, es puro espectáculo visual.
Fue una buena época, leíamos sobre Leone, sobre el spaghetti, hacíamos investigaciones arqueológicas sobre el rancho que mandó construir en Almería, sobre la línea de ferrocarril que mandó levantar a sus pies, sobre la locomotora, sobre el poblado de La Calahorra (Granada) y sobre el set de Cattle Corner de la secuencia de apertura.
Con todos sus excesos, nunca olvidaremos los primeros planos de Henry Fonda, de Jason Robards, de Charles Bronson, de Jack Elam, de Woody Strode, de Al Mulock y de Gabriele Ferzetti. Y hasta salió con brío del experimento de incluir el personaje femenino de Claudia Cardinale, por más que esboze una desganada historia sentimental.
Sempre que la pasan por la tele me quedo a verla un rato y sigo disfrutando muchísimo, sobre todo con los diez primeros minutos.
8
8 de noviembre de 2014 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este es un ejercicio magistral que, puede decirse, ya no se soporta fácilmente en las salas de cine: el ejercicio de ralentizar el universo narrativo y desplegar en la pantalla la visión y la estética de una atmósfera, de un sentimiento, de un resentimiento. Todos sudamos con los personajes: se siente el calor y el polvo que han endurecido el alma.
La historia es simple: una venganza que corre en la mirada que "Harmónica" (Charles Bronson) le echa a algo que ha pasado pero que no logramos determinar qué es. El objetivo de este resentimiento es Frank (Henry Fonda), la mirada azul del cine clásico. Aquí sus ojos brillan más que nunca. En medio de todo está la dama, la señora Jill (Claudia Cardinale), bellísima, y un hampón, Cheyenne (Jason Robards), que se unirá a la causa de Harmónica. Pero aquí no es un lío de faldas ni algo por el estilo. La mujer es un decorado bello, pero decorado. Estamos en el oeste de Leone y sentimos la vulnerabilidad de la mujer en cada uno de sus pasos. Y mientras se va dando la venganza sentimos la música que le da, sin duda, uno de los toques secretos más maravillosos que han tenido los espagueti Western: Ennio Morricone. Todo este conjunto para bordar una historia diseñada por Darío Argento, Bernardo Bertolucci y el mismo Sergio Leone. Inolvidable película.
10
28 de abril de 2020 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra cumbre de Leone, con una fotografía tan perfecta que si pulsas "pause" a ciegas en cualquier fotograma de la cinta te queda un póster fenómeno.
Todo en esta película está mimado y sabiamente elegido, la música del maestro Morricone fusionada con la intensidad de las imágenes en un lenguaje abstracto que estremece, que impregna la memoria y los sentidos, que hace inolvidable la experiencia de vivir el gran cine. Todo lo que se diga es poco de "Once upon a time in the west".
Aunque me gustó desde la primera vez, reconozco que con el tiempo la película ha ido ganando y recobrando cada vez más y más sentido para mi, siempre descubro algo nuevo.
Imprescindible y única.
10
12 de febrero de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una joya del western europeo gracias a la magia cinematográfica de Sergio Leone. Una vez más, supo unir su talento al del genio musical de Ennio Morricone. Así, el virtuosismo técnico de juego de planos, angulaciones, partitura musical, etc., nos cautiva desde la larga escena de apertura de la película (la más extensa hasta ese momento en la historia del cine), pero totalmente justificada para remarcar la tensión de la espera, hasta el momento final. El título de la distribuidora en España es un gran acierto (frente al anodino "Érase una vez en el Oeste"), pero es que además es un acierto el tratamiento de la historia, el juego de pasiones y venganzas, el papel del personaje femenino (fenomenal la inclusión de Claudia Cardinale), que no se limita ya al papel secundario de dulce esposa, hasta ese momento frecuente en el western estadounidense.
10
9 de agosto de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cantan las cigarras. El viento aúlla entre los secos matojos. Las gotas de sudor resbalan por la frente hasta caer en las ardientes maderas. Una gota de agua se precipita desde el ajado techo. Una traviesa mosca revolotea.
A un lado y al otro profundo desierto, pasado y presente seco. Los raíles del ferrocarril, el futuro, entre medias. Tres hombres a un lado, un hombre al otro...

Durante más o menos un cuarto de hora se nos fuerza a penetrar en un imaginario compuesto de calor sofocante, carne sudorosa, rostros humanos desfigurados, viento que quema, polvo que entra en los ojos; poco a poco, gracias a una estilización visual magistral, a una desconexión del tiempo con la realidad que se contempla sosegadamente y a una paciencia extrema basada en otorgar un valor de eternidad a cada encuadre que se traza con una belleza pictórica abrumadora, la tensión se ha diluido y ya nos sentimos parte de ese mundo, único y de ensueño. Vamos a tragar la misma arena y a quemarnos los pies como aquellos a quienes sólo mirábamos incómodos hace un rato.
Muy pocos conseguirían algo así, pero Sergio Leone pertenece a ellos, y sólo este pequeño tramo de lo que es una obra a la que aún le queda por abarcar más de dos horas y media de metraje, deja grabado a sangre y fuego esta maestría. A ella quería llegar, a la cumbre de su propia perfección, tras finiquitar su Trilogía del Dólar; iba a poder contar con el apoyo de Paramount, con un reparto soñado que antes, por falta de presupuesto, jamás se planteaba, y para llegar a esa meta sería ayudado por conocidos y admiradores como Bertolucci, un joven Argento que aún ejercía de crítico y guionista y su antiguo colaborador Sergio Donati.

Se ensambla todo un monstruo de Frankenstein del Oeste cuya influencia primordial, a pesar de haber más de una veintena de influencias individuales, es la misma concepción de mitología norteamericana del "western" que se lleva cimentando desde hace décadas y que ahora está cayendo en su fase oscura y moribunda, un crepúsculo desolador. Se viaja a las raíces desde los mismos horizontes de grandeza que un día protagonizaron las aventuras de honor de John Ford (si bien el rodaje pasa por varios países, incluido el nuestro, una vez más), "Raíces Profundas" recordadas por Donati para el inicio de varias historias que son el final de otras.
Si la llegada del pistolero misterioso ante los expectantes ojos del granjero Starrett y su hijo Joey figuraba un milagro en la obra de George Stevens, ahora ambos serán acribillados a balazos sin concesiones. No existen los milagros en una tierra baldía de piedras y cigarras, y el encargado de descomponer el espejismo es un Henry Fonda cuya interpretación de Frank impactó a todos; el hombre que siempre representó la virtud en el cine clásico, que un día se metió en la piel de Abraham Lincoln, ahora era uno de los villanos más repelentes e indignos de la Historia. Será el primero de tres hombres que se vea apegado, por una razón u otra, al páramo de Sweetwater.

Los otros dos son Charles Bronson y Jason Robards. Este trío se postula como la evolución del antes encarnado por Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, pero Bertolucci y Donati despojan el rastro de maliciosa mordacidad que todos ellos llevaban a cuestas para describirlos desde una perspectiva más pesimista y siniestra, del mismo modo que Leone, quien visiona su obra a través de un cristal de oscuridad poética, antes difuminado por la parodia. "C'era una Volta il West" establece los más conocidos elementos del "western" de antaño para que, como empuñando un hierro candente de marcar reses, deje un sello imborrable, siendo su principal sentimiento la desolación y el pesimismo.
Mientras el de "El Bueno, el Feo y el Malo" era un Oeste de guerra civil, muerte y codicia, el de esta historia es un Oeste de construcción y progreso, de desiertos delimitados por la línea del ferrocarril, que trae la civilización, que une a pueblos inmigrantes, lo cual significa el fin de los tiempos de la barbarie, simbolizado a su vez en el trío masculino, estereotipos desdibujados desde lo atemporal y romántico (el lacónico pistolero anónimo, el rebelde forajido, el malvado asesino sin escrúpulos), individuos de "vieja raza" que aún siguen practicando la violencia y ligados al cinismo.

Bertolucci, ante la ignorancia de Leone para elaborar personajes femeninos, reimagina a la Vienna de "Johnny Guitar" para la "meravigliosa" Claudia Cardinale en el papel desgarrador de Jill, la prostituta de New Orleans que atraviesa Monument Valley para llegar a un oasis de esperanza y se encuentra sin haberlo esperado un infierno de masacre, esa Sweetwater que, al igual que el resto de tierras de la nación, va a transformarse con el paso de los años en un lugar de progreso.
La referencia a la Historia del "western" llega a una bella semejanza, y es que, como el soñador McBain, John Ford, de raíces irlandesas, también quiso reverenciar a los EE.UU. y glorificar su evolución a través del cine. Una evolución, un progreso que se persigue a fuerza de sobrellevar la muerte de seres inocentes, la injusticia y las viles acciones de individuos que ostentan el poder usando el arma más poderosa que ese mismo progreso ha traído: el dinero.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Por su parte, la obra de Leone marcha a todo el Mundo, pero su éxito no es tan grande en comparación con la anterior; su público esperaba una perversa burla, no un evocador tributo, en especial en EE.UU., donde para su disgusto se estrena por medio de un montaje vergonzosamente mutilado por Paramount.
Pero no pudo alcanzar el género, como reinvención amarga de sus propias claves y estereotipos, una resurrección más audaz y salvajemente honesta, humanista a su manera, al mismo tiempo la apoteosis y la apostasía de lo que ha cruzado el Oeste en el cine en sus casi siete décadas de vida...y ha tenido que ser un italiano, no un estadounidense, el responsable de ello. "¡Ay, l'ironia!", diría él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Jill representa así este Far West, se adapta y sobrevive sin olvidar sus orígenes, pues es el único personaje (por ahora) que goza de una introspección psicológica sobre su pasado.
En su historia entran por casualidad los tres hombres que la rodean, dos (Frank y "Harmonica") conectados desde hace tiempo por razones acertadamente desconocidas, hombres que se unen y separan según la circunstancia...

Sin embargo la pericia de Donati al guión concede un énfasis inusual en la profundización del tiempo, y Leone lo expresa de la siguiente manera: cada interacción entre los personajes constituye una película independiente, y cada plano o encuadre de cada uno de ellos parece querer contar una historia individual. La forma de escindir esa línea temporal, ya sea en secuencias entre personajes o de acción, le permite recrearse en ello, y como nunca, para lo ya descrito: capturar el instante presente en todo lo que tiene de directo, crudo y feo, y otorgarle cierto valor de eternidad, melancólica y evocadora.
Pero sin perder jamás la sensación de desesperanza que exhala la historia, y que se ve atrapada en los primeros planos o planos detalle que configura, acercándose a los rostros u ojos de los personajes, cuyas miradas expresan la destrucción de los sueños, la pérdida absoluta ante la violencia del Mundo y de los hombres (la de Jill, cuando esperando el paraíso llega al funeral de su nueva familia; la de Morton (versión más patética del McCanles de "Duelo al Sol"), que deseando contemplar el océano sólo puede oler un charco de agua estancada en mitad del desierto; la de "Cheyenne", cuando renuncia a una posible vida de casado junto a Jill tras sentir el dolor de una bala clavada en su estómago...).

Es como contemporáneos de Leone están haciendo (esos Peckinpah, Corbucci, Kennedy, Pollack, Castellari o su alumno Eastwood), pero sobre todo el veterano Ford, que parece ser quien mejor ha entendido esta necesaria ruptura con los ideales y esperanza del otrora "western" grandioso, siendo su respuesta "El Hombre que Mató a Liberty Valance", oda a la demolición del género, fúnebre, de pura tristeza. Y del mismo modo la entona aquél en "C'era una Volta il West"; su poesía de muerte en cada secuencia, que en su conjunto se convierte en una ópera épica de perfección formal a todos los niveles, no podría dejar un poso mayor de amargura.
Contribuye Morricone con una partitura muy diferente a las que ha compuesto para la previa Trilogía del Dólar, dando una fuerza mayor y más profunda a lo dramático en sus piezas, siguiendo la nueva poética visual oscura de su compañero y su gusto cada vez mayor por regodearse en la prolongación del tiempo y el espacio, haciendo de cada detalle, al estilo de los maestros japoneses que admira, el elemento esencial que termina de reforzar un carácter o de completar la historia; un sonido, una mirada, un olor, esta obra se ve atravesada por una atmósfera de registros sensibles que elevan su narrativa, la cual no podría ser más endeble y tópica, a la pura abstracción.

Leone desea que su público no sólo sea parte del conflicto personal de sus protagonistas, de este relato que parece dividirse en actos con cada llegada e ida del ferrocarril (determinando un nuevo punto de partida para todos los anteriores), sino parte de su imaginería, que podamos oler, saborear y escuchar su Oeste, desde el interior de una tienducha maloliente de Flagstone o exhalando el sudor de la piel achicharrada de los trabajadores del ferrocarril, para quienes Jill, en posesión del agua, termina siendo su benefectora, de ellos y de esa comunidad norteamericana en progreso.
"Cheyenne" y "Harmonica" (tras protagonizar éste uno de los duelos más intensos del género (al estar construido poco a poco, y durante todo el film, desde los oscuros recovecos de su pasado) ) se alejan de la civilización, como auténticos centauros del desierto, devueltos a la nada, marchando a la eternidad, para volver, "algún día"...
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para