Ordet (La palabra)
1955 

8.2
12,284
Drama
Hacia 1930, en un pequeño pueblo de Jutlandia occidental, vive el viejo granjero Morten Borgen. Tiene tres hijos: Mikkel, Johannes y Anders. El primero está casado con Inger, tiene dos hijas pequeñas y espera el nacimiento de su tercer hijo. Johannnes es un antiguo estudiante de Teología que, por haberse imbuido de las ideas de Kierkegaard e identificarse con la figura de Jesucristo, es considerado por todos como un loco. El tercero, ... [+]
18 de junio de 2013
18 de junio de 2013
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es bastante fácil defender una postura religiosa desde la idea "mi Dios es mejor que el tuyo", lo complejo llega cuando hay que demostrarlo. En cierta forma Dreyer plantea una cuestión compleja sobre la contraposición de dos religiones que en sí son la misma: la terquedad. Ambos predicadores hablan de lo mismo y hasta defienden lo mismo pero se "odian" entre si porque a su entender son de "bandos contrarios", ninguno es capaz de ceder en pro del amor al prójimo y es ahí cuando ambos fallan, se dicen religiosos pero ninguno realmente profesa su religión. Ejemplo claro es esa escena durísima donde el sastre desea la muerte de la nuera del granjero, únicamente como "castigo" por no ser parte de su comunidad.
El detalle de la puesta en escena es tan delicado que se hace casi invisible. Todos los que se dicen creyentes van siempre de negro, el sastre, el granjero y el hijo teólogo de éste. Desdoblando la idea pareciera que la fe está de luto porque ya nadie confía en que Dios quiera hacer milagros. Es por eso que cuando al final Johannes aparece con ropa más clara, sin su sobretodo negro, es como si por fin él pudiera profesar su fe y devolver la creencia en los milagros.
La lentitud en el ritmo de Dreyer es vital porque te obliga a meterte en el film, a reflexionar y a embriagarte con sus imágenes. La cinta transmite una paz y una inquietud al mismo tiempo que es difícil de explicar, te quedas como atontado viéndola e incluso ese estado de transición persiste bastante tiempo después de terminada la película. Por supuesto que ayuda el que sea visualmente irrepetible, no sólo es mérito del poderío infinito de su fotografía sino por el tempo narrativo antes mencionado que parece estar matemáticamente calculado.
Las actuaciones son muy comprometidas y ni te das cuenta que están actuando, delante de la cámara dejan de ser actores para convertirse en los auténticos personajes escritos por Dreyer.
Confieso que la frialdad de los escandinavos empieza a conquistarme, siento que me estoy congelando de a poco.
Lo mejor: su potencia visual y su ritmo narrativo.
Lo peor: lo menos destacable es la música.
El detalle de la puesta en escena es tan delicado que se hace casi invisible. Todos los que se dicen creyentes van siempre de negro, el sastre, el granjero y el hijo teólogo de éste. Desdoblando la idea pareciera que la fe está de luto porque ya nadie confía en que Dios quiera hacer milagros. Es por eso que cuando al final Johannes aparece con ropa más clara, sin su sobretodo negro, es como si por fin él pudiera profesar su fe y devolver la creencia en los milagros.
La lentitud en el ritmo de Dreyer es vital porque te obliga a meterte en el film, a reflexionar y a embriagarte con sus imágenes. La cinta transmite una paz y una inquietud al mismo tiempo que es difícil de explicar, te quedas como atontado viéndola e incluso ese estado de transición persiste bastante tiempo después de terminada la película. Por supuesto que ayuda el que sea visualmente irrepetible, no sólo es mérito del poderío infinito de su fotografía sino por el tempo narrativo antes mencionado que parece estar matemáticamente calculado.
Las actuaciones son muy comprometidas y ni te das cuenta que están actuando, delante de la cámara dejan de ser actores para convertirse en los auténticos personajes escritos por Dreyer.
Confieso que la frialdad de los escandinavos empieza a conquistarme, siento que me estoy congelando de a poco.
Lo mejor: su potencia visual y su ritmo narrativo.
Lo peor: lo menos destacable es la música.
3 de enero de 2013
3 de enero de 2013
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inmejorable e inolvidable obra maestra de Carl Theodor Dreyer, con todos los ingredientes para dejarte con la boca abierta, el ritmo de la película es majestuoso y la narrativa sin duda llama la atención por ser cuidada y trabajada al mínimo detalle, la cinta cuenta con una fotografía impresionante y unos movimientos de cámara que te mantienen en tensión. Las actuaciones son soberbias y sin desperdicio alguno y el argumento te deja pegado al asiento de principio a fin. Sin lugar a dudas un clásico histórico que no nos podemos perder por su gran calidad cinematográfica y por la forma en que trabaja la eterna cuestión de religión vs ciencia.
12 de septiembre de 2016
12 de septiembre de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dreyer es si duda uno de los mayores genios del cine. En Ordet, su penúltimo filme, Dreyer alcanza la cúspide como realizador. Ordet, es un filme de belleza inigualable, donde las emociones salen a flor de piel sin efectismos. Una historia donde se combina lo humano con lo divino. Un filme que nos invita a reflexionar, y emocionarnos. Además de incluir uno de los mejores finales que haya visto.
16 de octubre de 2012
16 de octubre de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es un fílm pura y exclusivamente religioso. Si lo sos, seguramente te va a encantar, sobre todo por el final. Si no lo sos, como yo, lo más probable es que te genere rechazo, pero se respetuoso y al menos mirala desde el punto de vista técnico asi al menos no pasa a ser una película más, es un clásico del cine.
Una de las cosas que más me llamo la atención de esta película es que se miraban a la cara solo cuando escuchaban algo que no les gustaba o para decir algo muy relevante.
La mirada delata, expresa emociones, ¿será por eso que Morten Borgen y Peter Petersen en esa reunión cumbre (el momento más alto del fílm para mí) no se miraron casi nunca cuando exponían sus creencias religiosas?, cuando alguno de los dos hablaba, ¿acaso no estaba convencido de lo que decía?, no estaba seguro?.
El contacto visual puede decir mucho. No solo demuestra confianza y control, sino que en relación a la cantidad de veces que miramos a la otra persona y mantenemos el contacto, demuestra interés, atención y relevancia, además de darle un significado mas profundo a todo lo que decimos, y en ningun momento el que estaba escuchando miraba a la cara al otro. Cada uno cerrado en su creencia y sin importarle lo que opine el otro.
¿Que nos habra querido decir Dreyer con esto?.
El mensaje del final de la película de que si sos creyente Dios te devuelve la vida me pareció que le resto al fílm.
Más que en La Palabra, le pondría más atención a las miradas entre los protagonistas (casi inexistentes), el respeto por el prójimo, la sinceridad y la tolerancia, donde están?.
Una de las cosas que más me llamo la atención de esta película es que se miraban a la cara solo cuando escuchaban algo que no les gustaba o para decir algo muy relevante.
La mirada delata, expresa emociones, ¿será por eso que Morten Borgen y Peter Petersen en esa reunión cumbre (el momento más alto del fílm para mí) no se miraron casi nunca cuando exponían sus creencias religiosas?, cuando alguno de los dos hablaba, ¿acaso no estaba convencido de lo que decía?, no estaba seguro?.
El contacto visual puede decir mucho. No solo demuestra confianza y control, sino que en relación a la cantidad de veces que miramos a la otra persona y mantenemos el contacto, demuestra interés, atención y relevancia, además de darle un significado mas profundo a todo lo que decimos, y en ningun momento el que estaba escuchando miraba a la cara al otro. Cada uno cerrado en su creencia y sin importarle lo que opine el otro.
¿Que nos habra querido decir Dreyer con esto?.
El mensaje del final de la película de que si sos creyente Dios te devuelve la vida me pareció que le resto al fílm.
Más que en La Palabra, le pondría más atención a las miradas entre los protagonistas (casi inexistentes), el respeto por el prójimo, la sinceridad y la tolerancia, donde están?.
24 de noviembre de 2024
24 de noviembre de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este es un relato que camina entre la devoción, la duda y lo imposible, explorando cómo las creencias pueden moldear nuestras vidas y relaciones. En el corazón de la historia, una familia dividida por distintas formas de entender la fe enfrenta tensiones que van más allá de lo terrenal. La trama no solo plantea preguntas sobre la religión, sino también sobre el poder de las convicciones y su impacto en lo cotidiano.
La narración se mueve con una austeridad que resulta hipnótica. Los planos son pausados, contenidos y llenos de significado. Aunque el ritmo es calmado y parece invitar a la contemplación, la película no deja de lanzar ideas y plantear cuestiones de forma constante. La puesta en escena refleja el alma de los personajes, despojándose de todo exceso y reduciéndose a lo esencial. Esto no solo refuerza la intensidad emocional de la historia, sino que invita a la reflexión.
Lo más fascinante es cómo evita dar respuestas fáciles. La historia no sermonea ni toma partido; en lugar de eso, abre un espacio para la duda. ¿Qué es aquello en lo que creemos: un acto divino, el poder humano de la fe o algo más abstracto? Al final, su verdadero tema no es la religión en sí, sino el impacto transformador de nuestras creencias, capaces de construir o destruir con la misma intensidad.
Es una obra que no se permite el lujo de buscar el entretenimiento fácil, y ahí reside tanto su virtud como su desafío. Una película magnífica, aunque exige paciencia y disposición para conectar con su ritmo y profundidad. No es una experiencia para todos, pero para quienes estén dispuestos a entregarse a su propuesta, es una cumbre del cine capaz de conmover y desafiar de maneras únicas.
La narración se mueve con una austeridad que resulta hipnótica. Los planos son pausados, contenidos y llenos de significado. Aunque el ritmo es calmado y parece invitar a la contemplación, la película no deja de lanzar ideas y plantear cuestiones de forma constante. La puesta en escena refleja el alma de los personajes, despojándose de todo exceso y reduciéndose a lo esencial. Esto no solo refuerza la intensidad emocional de la historia, sino que invita a la reflexión.
Lo más fascinante es cómo evita dar respuestas fáciles. La historia no sermonea ni toma partido; en lugar de eso, abre un espacio para la duda. ¿Qué es aquello en lo que creemos: un acto divino, el poder humano de la fe o algo más abstracto? Al final, su verdadero tema no es la religión en sí, sino el impacto transformador de nuestras creencias, capaces de construir o destruir con la misma intensidad.
Es una obra que no se permite el lujo de buscar el entretenimiento fácil, y ahí reside tanto su virtud como su desafío. Una película magnífica, aunque exige paciencia y disposición para conectar con su ritmo y profundidad. No es una experiencia para todos, pero para quienes estén dispuestos a entregarse a su propuesta, es una cumbre del cine capaz de conmover y desafiar de maneras únicas.
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