El hombre de mimbre
7.0
9,626
Intriga. Terror
Una carta que hace sospechar que una joven desaparecida ha sido asesinada lleva al sargento Howie de Scotland Yard hasta Summerisle, una isla en la costa de Inglaterra. Allí el inspector se entera de que hay una especie de culto pagano, y conoce a Lord Summerisle, el líder religioso de la isla... (FILMAFFINITY)
10 de diciembre de 2021
10 de diciembre de 2021
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda una joyita del cine de terror que acepta varias lecturas subversivas. Es interesante excavar más allá del planteamiento de terror que se ofrece en primer término.
Es un original film de terror con sabor claustrofóbico, pagano y lascivo.
La fotografía es buena, aunque no sea su punto fuerte. Las imágenes desasosegantes, algo lisérgicas (estamos en los 70), los toques hippy y de vuelta a la naturaleza (insisto, estamos en los 70), de liberación sexual ante una represión sexual (más de los 70) y el sentimiento de rebelión ante lo establecido, en este caso la religión "formal" y la figura de la autoridad (¿había dicho ya que estamos en los 70?) se dan la mano para ofrecer un estimulante e impactante ejercicio visual.
Buenas actuaciones (aunque no enamoren); el mejor Christofer Lee.
Guión interesante e inquietante que te tiene cavilando todo el metraje y ofrece, como traca final, un impactante final.
La dirección y el montaje son bastante buenos. Transmiten la justa sensación de locura y miedo que va aumentando poco a poco. La dirección consigue transmitir a través del film la sensación de agobio, de sinsentido y de degeneración que te va preparando para el inesperado final.
Una gran película, que ha envejecido con mucha dignidad. Normal que se le hayan hecho versiones y haya influido en obras recientes como "Midsommar".
Es un original film de terror con sabor claustrofóbico, pagano y lascivo.
La fotografía es buena, aunque no sea su punto fuerte. Las imágenes desasosegantes, algo lisérgicas (estamos en los 70), los toques hippy y de vuelta a la naturaleza (insisto, estamos en los 70), de liberación sexual ante una represión sexual (más de los 70) y el sentimiento de rebelión ante lo establecido, en este caso la religión "formal" y la figura de la autoridad (¿había dicho ya que estamos en los 70?) se dan la mano para ofrecer un estimulante e impactante ejercicio visual.
Buenas actuaciones (aunque no enamoren); el mejor Christofer Lee.
Guión interesante e inquietante que te tiene cavilando todo el metraje y ofrece, como traca final, un impactante final.
La dirección y el montaje son bastante buenos. Transmiten la justa sensación de locura y miedo que va aumentando poco a poco. La dirección consigue transmitir a través del film la sensación de agobio, de sinsentido y de degeneración que te va preparando para el inesperado final.
Una gran película, que ha envejecido con mucha dignidad. Normal que se le hayan hecho versiones y haya influido en obras recientes como "Midsommar".
4 de febrero de 2022
4 de febrero de 2022
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cómo es posible que hasta 2022 ni siquiera había oído yo hablar de esta excelente película de 1973? Ignoro si ya se había tratado antes en el cine, pero el tema es fascinante: la pervivencia, eso sí, muy camuflada, al menos en una pequeña localidad, de religiones y ritos arcaicos como los que tenían nuestros remotos antepasados de hace miles de años, los cuales implicaban toda clase de conceptos irracionales y sacrificios humanos de ofrenda para tener buenas cosechas, etc. Estas religiones y rituales estaban organizadas con sus "guardianes de las tradiciones", sumos sacerdotes y oficiantes, etc., que en cada caso tenían distinto nombre, como, por ejemplo, los druidas y el "archidruida" entre los celtas, etc., etc., etc. Aquí el sumo sacerdote, bien camuflado también, es el más hacendado de la comunidad, persona culta cuyo papel borda Christopher Lee, y que es dudoso que crea realmente en esos horrores ancestrales, pero los mantiene y utiliza como punto de apoyo de su indiscutible poder sobre toda la comunidad.
La película es magnífica, con un in crescendo de tensión e interés sabiamente distribuido, y todos los actores fantásticos. Por cierto, es imposible dejar de reseñar, además de la natural y excelente interpretación de Britt Ekland, el bailecito desnuda que se marca, de un atrevimiento creo que casi impensable aún hasta varios años más tarde, al menos aquí en España: sin duda lo cortaría la censura si es que la película se llegó a estrenar aquí, que no lo sé.
En este mismo tema, aunque de forma muy diferente, incidió Paco Plaza en "El segundo nombre", sobre la siniestra pervivencia de una presunta secta llamada "abrahamitas", que mantiene el rito de sacrificar como ofrenda al primogénito. Y más en la línea de ésta, y más siniestra aún, la reciente "Midsommar". Yo siempre he creído en la conexión del buen cine con la realidad y no me resulta imposible que casos de esta índole se puedan seguir dando. Al fin y al cabo, por ejemplo, dicen que existe mucha gente hoy día, incluso en los países “avanzados” que afirma que la Tierra es plana. Pensamientos y creencias ancestrales...
Paro aquí porque esto es una crítica de cine, pero la película podría servir de base a un extenso debate sociológico sobre lo irracional en las religiones y el eterno enfrentamiento entre ellas, porque no hay que olvidar que todas guardan un trasfondo: el cristianismo se impuso como algo mucho más moderado que corregía los excesos y barbaridades de creencias y cultos que fue sustituyendo, pero en sus rituales un lejano algo mantiene, pues también habla de “comer su carne”, “beber su sangre”…, y la obsesión por reprimir y minimizar todo lo sexual, mientras otras religiones también encauzaban lo sexual pero de formas muy distintas. Pero todo eso ya es otro asunto.
Ah, imposible dejar de comentar también la excepcional banda musical a base de canciones que plasman la mentalidad filosófica y religiosa de esa comunidad cuyos habitantes son retratados como formando una piña.
La película es magnífica, con un in crescendo de tensión e interés sabiamente distribuido, y todos los actores fantásticos. Por cierto, es imposible dejar de reseñar, además de la natural y excelente interpretación de Britt Ekland, el bailecito desnuda que se marca, de un atrevimiento creo que casi impensable aún hasta varios años más tarde, al menos aquí en España: sin duda lo cortaría la censura si es que la película se llegó a estrenar aquí, que no lo sé.
En este mismo tema, aunque de forma muy diferente, incidió Paco Plaza en "El segundo nombre", sobre la siniestra pervivencia de una presunta secta llamada "abrahamitas", que mantiene el rito de sacrificar como ofrenda al primogénito. Y más en la línea de ésta, y más siniestra aún, la reciente "Midsommar". Yo siempre he creído en la conexión del buen cine con la realidad y no me resulta imposible que casos de esta índole se puedan seguir dando. Al fin y al cabo, por ejemplo, dicen que existe mucha gente hoy día, incluso en los países “avanzados” que afirma que la Tierra es plana. Pensamientos y creencias ancestrales...
Paro aquí porque esto es una crítica de cine, pero la película podría servir de base a un extenso debate sociológico sobre lo irracional en las religiones y el eterno enfrentamiento entre ellas, porque no hay que olvidar que todas guardan un trasfondo: el cristianismo se impuso como algo mucho más moderado que corregía los excesos y barbaridades de creencias y cultos que fue sustituyendo, pero en sus rituales un lejano algo mantiene, pues también habla de “comer su carne”, “beber su sangre”…, y la obsesión por reprimir y minimizar todo lo sexual, mientras otras religiones también encauzaban lo sexual pero de formas muy distintas. Pero todo eso ya es otro asunto.
Ah, imposible dejar de comentar también la excepcional banda musical a base de canciones que plasman la mentalidad filosófica y religiosa de esa comunidad cuyos habitantes son retratados como formando una piña.
23 de octubre de 2022
23 de octubre de 2022
3 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película no hay por dónde cogerla, es un desastre total que provoca más risa que otra cosa si no fuera por el tiempo que te hace perder verla. He sufrido funciones de Navidad escolares mucho mejores. Pero lo que más me cabrea no es la película en sí, sino las críticas pretenciosas de quienes dicen ver atmósferas lovecraftianas y lecturas ocultas que cualquiera con dos dedos de frente y un mínimo de interés por las obras de terror o intriga no advierte por ningún lado. De encasillarla en algún género éste sería el de musical y/o comedia.
Por otra parte, no hay más que ver la "prometedora" carrera del director, quien después de parir esta "joya" se quedó seco, porque su cinematografía solo dio para un par de chapuzas más en la misma línea pero que, curiosamente y al menos hasta que algún iluminado indique lo contrario y unos cuantos freakies cachondos lo apoyen, no alcanzaron el más mínimo reconocimiento.
Y no escribo más porque no lo merece.
Por otra parte, no hay más que ver la "prometedora" carrera del director, quien después de parir esta "joya" se quedó seco, porque su cinematografía solo dio para un par de chapuzas más en la misma línea pero que, curiosamente y al menos hasta que algún iluminado indique lo contrario y unos cuantos freakies cachondos lo apoyen, no alcanzaron el más mínimo reconocimiento.
Y no escribo más porque no lo merece.
16 de abril de 2022
16 de abril de 2022
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su artículo "La pesadilla", el escritor inglés G. K. Chesterton escribía a principios del s. XX: «nada hay tan delicioso como una pesadilla cuando la reconoces como tal. Esto es lo esencial. Este es el rígido límite que se impone a todos los artistas que trabajan con ese lujo que es el miedo. El terror debe ser fundamentalmente frívolo. La cordura puede jugar con la locura, pero es inadmisible que la locura juegue con la cordura».
[Aviso: sin desvelar la trama, lo que sigue a continuación antes del spoiler puede condicionar el visionado de la película].
Pues bien, la incalificable El hombre de mimbre lo hace: sobrepasa dicho límite e intenta plantearnos una pesadilla de la cual no podamos escapar.
Eso sí, lo anterior no quita para que la película sea encantadora (tremendamente encantadora). Su canción principal, Willow's song, al igual que la escena que la incluye, son irresistibles, por no hablar de su agudeza o del fino sentido del humor que recorren todo el film.
Pero, recordemos, la seducción siempre ha sido también una argucia atribuida a “lo diabólico” y “lo maligno”, y, como digo, El hombre de mimbre va de eso, de intentar ser premeditadamente diabólica y maligna. De manera que, con la excusa de la saludable castración simbólica atribuible al género del terror (y a las pesadillas), se vuelve gratuitamente violenta.
Por cierto, una gratuidad que recuerda al comportamiento de los niños cuando rompen cosas deliberadamente, y del que pienso que es su particular forma de plantear preguntas: son ignorantes hasta para hacerlas (a lo que se sumaría, intuyo, cierto sentimiento de omnipotencia, así como un innato y ambiguo rencor -quizás a cuenta de aquello mismo, de la ignorancia-).
Pero en el mundo adulto, para mí, llegado un punto, la violencia arbitraria no es sino eso: claudicación, renuncia al pensamiento; una de las válvulas de escape que utilizamos ante la dificultad de la vida (la salida más visceral y directa).
Este rechazo mío a una violencia que, por tanto, también podríamos llamar compensatoria o estabilizante (y, sobre todo, rechazo a su versión legitimada y asumida), no siempre ha sido compartido. Por ejemplo, para el controvertido antropólogo francés y coetáneo de Chesterton, el enfant terrible George Bataille, la violencia es una forma de encuentro con uno mismo allí donde la razón no alcanza, y para el filósofo alemán de principios del XIX Joseph de Maistre la violencia sobre el inocente es el verdadero y necesario motor de la historia.
No habría que descartar entonces que el problema lo tuviera yo, por ser demasiado sensible (nunca me ha gustado que me despierten con petardos, o que me arranquen un diente que está sano). Pero, sinceramente, en este caso no lo creo, y solo deseo que quien vea El hombre de mimbre pueda sobrevivirla y seguir diciendo después aquello de "lo que no mata, engorda". Es lo que intento a continuación.
[Aviso: sin desvelar la trama, lo que sigue a continuación antes del spoiler puede condicionar el visionado de la película].
Pues bien, la incalificable El hombre de mimbre lo hace: sobrepasa dicho límite e intenta plantearnos una pesadilla de la cual no podamos escapar.
Eso sí, lo anterior no quita para que la película sea encantadora (tremendamente encantadora). Su canción principal, Willow's song, al igual que la escena que la incluye, son irresistibles, por no hablar de su agudeza o del fino sentido del humor que recorren todo el film.
Pero, recordemos, la seducción siempre ha sido también una argucia atribuida a “lo diabólico” y “lo maligno”, y, como digo, El hombre de mimbre va de eso, de intentar ser premeditadamente diabólica y maligna. De manera que, con la excusa de la saludable castración simbólica atribuible al género del terror (y a las pesadillas), se vuelve gratuitamente violenta.
Por cierto, una gratuidad que recuerda al comportamiento de los niños cuando rompen cosas deliberadamente, y del que pienso que es su particular forma de plantear preguntas: son ignorantes hasta para hacerlas (a lo que se sumaría, intuyo, cierto sentimiento de omnipotencia, así como un innato y ambiguo rencor -quizás a cuenta de aquello mismo, de la ignorancia-).
Pero en el mundo adulto, para mí, llegado un punto, la violencia arbitraria no es sino eso: claudicación, renuncia al pensamiento; una de las válvulas de escape que utilizamos ante la dificultad de la vida (la salida más visceral y directa).
Este rechazo mío a una violencia que, por tanto, también podríamos llamar compensatoria o estabilizante (y, sobre todo, rechazo a su versión legitimada y asumida), no siempre ha sido compartido. Por ejemplo, para el controvertido antropólogo francés y coetáneo de Chesterton, el enfant terrible George Bataille, la violencia es una forma de encuentro con uno mismo allí donde la razón no alcanza, y para el filósofo alemán de principios del XIX Joseph de Maistre la violencia sobre el inocente es el verdadero y necesario motor de la historia.
No habría que descartar entonces que el problema lo tuviera yo, por ser demasiado sensible (nunca me ha gustado que me despierten con petardos, o que me arranquen un diente que está sano). Pero, sinceramente, en este caso no lo creo, y solo deseo que quien vea El hombre de mimbre pueda sobrevivirla y seguir diciendo después aquello de "lo que no mata, engorda". Es lo que intento a continuación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El punto donde la película lo rompe todo es, por supuesto, el final; un final atroz que espanta y te devuelve más atrás incluso de la cruda realidad, allí donde la luz deja de iluminar y ciega, o quema.
Es entonces cuando el espectador comprende que, al igual que Howei, él también ha sido un títere a quien sacrificar; que, lo supuestamente pretendido por toda buena película de terror, hacerte sentir momentáneamente pequeño e insignificante, resulta aquí un cruel intento de destrucción.
Y es que otra de las características tradicionales del terror es jugar con el plus de miedo y angustia que provoca lo desconocido. Ajustándose al género (para luego excederlo, según comento), a El hombre de mimbre no le interesa desvelar su secreto (el porqué profundo del sacrificio humano -de hecho, y esto es fundamental, apuesto a que ni ella misma lo sabe-), y así permanecer pura en el desasosiego. Pero, nuevamente, ese "ocultismo" que es aceptado como natural en el género, en El hombre de mimbre se hace verdaderamente siniestro, porque en este caso el agente desestabilizador no son psicópatas, extraterrestres, vampiros, zombis u otros seres claramente perversos e inhumanos. No. Aquí se trata de personas que se muestran confiables, tolerantes, felices, divertidas… pero que finalmente ponen en jaque un proyecto entero de civilización (de cuyo logro cabría dudar, no lo niego) diciéndonos: el precio del equilibrio en el mundo es tu muerte (porque eres un error). Y ello, además, en tono jocoso. La vida humana tomada, en fin, como moneda de cambio y como juego.
Ante ello, mi reacción fue ponerme a investigar sobre esa parte oscura que la película esconde.
Según pude leer, el sacrificio humano es un ritual que cae dentro de la etapa “animista” de nuestra especie (a la que seguiría una etapa “religiosa” y, más tarde, otra “científica” -Freud-). En cuanto a su finalidad, no hay una opinión única entre los especialistas, que, a modo de ejemplo, señalan como objetivos del mismo una pretendida reconciliación del humano con lo sagrado para la “restauración” del mundo, el refuerzo de la unidad social o la salida controlada de los impulsos fratricidas.
Pero, por mi parte, lo que sí me quedó claro es que esta práctica primitiva suponía una represión brutal del Yo, y que como lo reprimido siempre tiende a retornar de modo exacerbado, estaba abocada a desaparecer. Mi hipótesis es que el rito sanguinario del sacrificio afectaría a las dos vertientes principales del Yo: al egocentrismo, que pasaría a refugiarse con fuerza en lo tribal, y a la conciencia o capacidad de reflexión, que tendería a la neurosis o a la paranoia. A partir de esto, el sacrificio entraría en una espiral ascendente de violencia que lo haría insostenible, tras lo cual la violencia acabaría dirigiéndose hacia el exterior (la violencia también es “natural” y busca su cauce, a no ser que se sublime -algo que en parte ha ido ocurriendo- o encuentre compensación en el saber -esto no tanto; para ello debería reconocerse primero la imposibilidad del saber directo que pretende el actual enfoque científico-positivista, y después recuperar la vía hermenéutica-).
En consecuencia, para mí la película presenta una foto fija que, además de idealizada, es engañosa, más allá de que acierte a señalar los graves problemas de nuestra sociedad. Pero eso, por supuesto, no le da derecho a proponerse como alternativa, a imponernos su ofuscación y a enviarnos de vuelta a la casilla de salida (entre risas, además).
Con lo bien que hubiera quedado, en ese final, hacer pasar una nube "divina" que soltara un chaparrón a tiempo. Así nos hubiéramos reído todos y de todos.
Es entonces cuando el espectador comprende que, al igual que Howei, él también ha sido un títere a quien sacrificar; que, lo supuestamente pretendido por toda buena película de terror, hacerte sentir momentáneamente pequeño e insignificante, resulta aquí un cruel intento de destrucción.
Y es que otra de las características tradicionales del terror es jugar con el plus de miedo y angustia que provoca lo desconocido. Ajustándose al género (para luego excederlo, según comento), a El hombre de mimbre no le interesa desvelar su secreto (el porqué profundo del sacrificio humano -de hecho, y esto es fundamental, apuesto a que ni ella misma lo sabe-), y así permanecer pura en el desasosiego. Pero, nuevamente, ese "ocultismo" que es aceptado como natural en el género, en El hombre de mimbre se hace verdaderamente siniestro, porque en este caso el agente desestabilizador no son psicópatas, extraterrestres, vampiros, zombis u otros seres claramente perversos e inhumanos. No. Aquí se trata de personas que se muestran confiables, tolerantes, felices, divertidas… pero que finalmente ponen en jaque un proyecto entero de civilización (de cuyo logro cabría dudar, no lo niego) diciéndonos: el precio del equilibrio en el mundo es tu muerte (porque eres un error). Y ello, además, en tono jocoso. La vida humana tomada, en fin, como moneda de cambio y como juego.
Ante ello, mi reacción fue ponerme a investigar sobre esa parte oscura que la película esconde.
Según pude leer, el sacrificio humano es un ritual que cae dentro de la etapa “animista” de nuestra especie (a la que seguiría una etapa “religiosa” y, más tarde, otra “científica” -Freud-). En cuanto a su finalidad, no hay una opinión única entre los especialistas, que, a modo de ejemplo, señalan como objetivos del mismo una pretendida reconciliación del humano con lo sagrado para la “restauración” del mundo, el refuerzo de la unidad social o la salida controlada de los impulsos fratricidas.
Pero, por mi parte, lo que sí me quedó claro es que esta práctica primitiva suponía una represión brutal del Yo, y que como lo reprimido siempre tiende a retornar de modo exacerbado, estaba abocada a desaparecer. Mi hipótesis es que el rito sanguinario del sacrificio afectaría a las dos vertientes principales del Yo: al egocentrismo, que pasaría a refugiarse con fuerza en lo tribal, y a la conciencia o capacidad de reflexión, que tendería a la neurosis o a la paranoia. A partir de esto, el sacrificio entraría en una espiral ascendente de violencia que lo haría insostenible, tras lo cual la violencia acabaría dirigiéndose hacia el exterior (la violencia también es “natural” y busca su cauce, a no ser que se sublime -algo que en parte ha ido ocurriendo- o encuentre compensación en el saber -esto no tanto; para ello debería reconocerse primero la imposibilidad del saber directo que pretende el actual enfoque científico-positivista, y después recuperar la vía hermenéutica-).
En consecuencia, para mí la película presenta una foto fija que, además de idealizada, es engañosa, más allá de que acierte a señalar los graves problemas de nuestra sociedad. Pero eso, por supuesto, no le da derecho a proponerse como alternativa, a imponernos su ofuscación y a enviarnos de vuelta a la casilla de salida (entre risas, además).
Con lo bien que hubiera quedado, en ese final, hacer pasar una nube "divina" que soltara un chaparrón a tiempo. Así nos hubiéramos reído todos y de todos.
12 de abril de 2009
12 de abril de 2009
17 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo único bueno que tiene es el argumento, y ahí se queda, porque está horriblemente filmada y actuada. La música debería generar suspenso, pero genera risa. El resto no existe.
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