Jules y Jim
7.5
12,871
Romance. Drama
Desde que se conocieron en 1912, Jules (Oskar Werner) y Jim (Henri Serre) se hicieron amigos tan inseparables que se enamoraron de la misma mujer (Jeanne Moreau). Uno de ellos se casa con ella. Obra muy representativa del cine francés de los sesenta, que constituye un canto al amor y la pasión. (FILMAFFINITY)
23 de noviembre de 2024
23 de noviembre de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si algo logra con maestría Jules et Jim es transmitirnos la esencia misma de la libertad: en el amor, en la amistad, en las decisiones que definen nuestras vidas.
François Truffaut, con su sensibilidad única, nos regala una película que no juzga a sus personajes, sino que los observa con una ternura que trasciende las normas sociales o morales. Es un retrato profundamente humano de tres almas que buscan, en medio de la vorágine de la vida, la manera de ser felices, aunque eso implique romper con todo lo establecido.
La relación entre Jules, Jim y Catherine es extraordinaria porque desafía cualquier etiqueta convencional. Lo que los une no es sólo amor o deseo, sino una complicidad que parece invulnerable incluso a los celos o las traiciones. La amistad entre Jules y Jim, interpretados maravillosamente por Oskar Werner y Henri Serre, es el pilar que sostiene esta historia. Su vínculo no se destruye, ni siquiera cuando ambos comparten el amor por la misma mujer. Truffaut nos muestra que, para ellos, el afecto y la lealtad están por encima de las reglas sociales que intentan dividirnos.
Y luego está Catherine, la chispa que enciende todo. Jeanne Moreau crea un personaje fascinante, lleno de contradicciones, pero profundamente libre. Catherine no pide permiso para vivir como quiere, para reír, amar, y hasta destruir, porque sabe que ser fiel a uno mismo a veces implica ser cruel con los demás. Es una figura magnética porque representa todo lo que muchos tememos y deseamos al mismo tiempo: la posibilidad de ser completamente independientes, de amar sin condiciones ni ataduras.
Lo que hace que Jules et Jim sea tan especial es su forma de narrar esta historia con una ligereza que jamás se siente frívola. Las risas, los paseos en bicicleta, los momentos compartidos entre los tres personajes, están llenos de una verdad que trasciende la pantalla. La película no nos ofrece soluciones ni juicios, sólo nos invita a reflexionar sobre lo que significa vivir y amar con autenticidad.
Truffaut capta con delicadeza que las relaciones no tienen que ser perfectas ni convencionales para ser valiosas. A veces, la única moral que importa es la que nosotros mismos creamos junto a las personas que amamos. Es un cine que celebra la libertad, incluso cuando ésta lleva al caos o al dolor, porque sólo en esa libertad podemos encontrar lo que realmente somos. ¿Y acaso no es eso lo que todos buscamos? Jules et Jim no es solo una película, es una celebración del amor en todas sus formas imperfectas y bellas.
François Truffaut, con su sensibilidad única, nos regala una película que no juzga a sus personajes, sino que los observa con una ternura que trasciende las normas sociales o morales. Es un retrato profundamente humano de tres almas que buscan, en medio de la vorágine de la vida, la manera de ser felices, aunque eso implique romper con todo lo establecido.
La relación entre Jules, Jim y Catherine es extraordinaria porque desafía cualquier etiqueta convencional. Lo que los une no es sólo amor o deseo, sino una complicidad que parece invulnerable incluso a los celos o las traiciones. La amistad entre Jules y Jim, interpretados maravillosamente por Oskar Werner y Henri Serre, es el pilar que sostiene esta historia. Su vínculo no se destruye, ni siquiera cuando ambos comparten el amor por la misma mujer. Truffaut nos muestra que, para ellos, el afecto y la lealtad están por encima de las reglas sociales que intentan dividirnos.
Y luego está Catherine, la chispa que enciende todo. Jeanne Moreau crea un personaje fascinante, lleno de contradicciones, pero profundamente libre. Catherine no pide permiso para vivir como quiere, para reír, amar, y hasta destruir, porque sabe que ser fiel a uno mismo a veces implica ser cruel con los demás. Es una figura magnética porque representa todo lo que muchos tememos y deseamos al mismo tiempo: la posibilidad de ser completamente independientes, de amar sin condiciones ni ataduras.
Lo que hace que Jules et Jim sea tan especial es su forma de narrar esta historia con una ligereza que jamás se siente frívola. Las risas, los paseos en bicicleta, los momentos compartidos entre los tres personajes, están llenos de una verdad que trasciende la pantalla. La película no nos ofrece soluciones ni juicios, sólo nos invita a reflexionar sobre lo que significa vivir y amar con autenticidad.
Truffaut capta con delicadeza que las relaciones no tienen que ser perfectas ni convencionales para ser valiosas. A veces, la única moral que importa es la que nosotros mismos creamos junto a las personas que amamos. Es un cine que celebra la libertad, incluso cuando ésta lleva al caos o al dolor, porque sólo en esa libertad podemos encontrar lo que realmente somos. ¿Y acaso no es eso lo que todos buscamos? Jules et Jim no es solo una película, es una celebración del amor en todas sus formas imperfectas y bellas.
29 de mayo de 2007
29 de mayo de 2007
2 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre me ha resultado difícil entender el sentido del humor de Truffaut, y en esta película por excelencia. Por que quiero creer que la película está planteada como una comedia, aunque le falten ciertos toques de autocrítica, que nos hacen dudar por momentos y creer que el director se olvida del planteamiento lúdico, y piensa de alguna manera que el amor y la vida sentimental de las parejas son eso que narra. Este es el problema con Truffaut nunca se sabe si bromea o va en serio.
La narración hablada va por delante de la imagen, y el poder evocador del cine sin palabras, cede ante un narrador racional e inafectivo en su tono pero incómodamente veloz y nervioso con la historia que cuenta. En esta película Truffaut no es por desgracia un observador desapegado y a pesar de fingir indiferencia a través de la entonación objetiva de la voz en of y los detalles de humor, el ritmo trasluce irascibilidad respecto al tema, temor y falta de control (compárese con la fuerza y la seguridad del arrollador ritmo de Buñuel en El ángel exterminador)
La película está rodada con primor, con calidad, con gran mérito por parte del director y los actores, eso es indudable, pero la intelectualización de un tema totalmente emocional resulta ridícula, patética, inverosímil y una vez mas el cine francés cae en las redes del racionalismo para tratar temas imposibles de explicar con la razón. A medida que la película se va desarrollando va siendo más y más retorcida, imposible y ridícula. Puede que haya una crítica al carácter francés en este film, pero no se puede evitar dejar de ver la personalidad retorcida que debía de ser Truffaut y su emborronada relación con lo sentimental-femenino, que a juzgar por películas muy posteriores (La mujer de al lado 1981) no llegó a resolverse nunca.
La narración hablada va por delante de la imagen, y el poder evocador del cine sin palabras, cede ante un narrador racional e inafectivo en su tono pero incómodamente veloz y nervioso con la historia que cuenta. En esta película Truffaut no es por desgracia un observador desapegado y a pesar de fingir indiferencia a través de la entonación objetiva de la voz en of y los detalles de humor, el ritmo trasluce irascibilidad respecto al tema, temor y falta de control (compárese con la fuerza y la seguridad del arrollador ritmo de Buñuel en El ángel exterminador)
La película está rodada con primor, con calidad, con gran mérito por parte del director y los actores, eso es indudable, pero la intelectualización de un tema totalmente emocional resulta ridícula, patética, inverosímil y una vez mas el cine francés cae en las redes del racionalismo para tratar temas imposibles de explicar con la razón. A medida que la película se va desarrollando va siendo más y más retorcida, imposible y ridícula. Puede que haya una crítica al carácter francés en este film, pero no se puede evitar dejar de ver la personalidad retorcida que debía de ser Truffaut y su emborronada relación con lo sentimental-femenino, que a juzgar por películas muy posteriores (La mujer de al lado 1981) no llegó a resolverse nunca.
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