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El Hobbit: Un viaje inesperado

Fantástico. Aventuras. Acción Precuela de la trilogía "El Señor de los Anillos", obra de J.R.R. Tolkien. En compañía del mago Gandalf y de trece enanos, el hobbit Bilbo Bolsón emprende un viaje a través del país de los elfos y los bosques de los trolls, desde las mazmorras de los orcos hasta la Montaña Solitaria, donde el dragón Smaug esconde el tesoro de los Enanos. Finalmente, en las profundidades de la Tierra, encuentra el Anillo Único, hipnótico objeto que será ... [+]
Críticas 485
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7
11 de diciembre de 2012
17 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Afincados en un pequeño, discreto y afortunadamente desconocido paraíso terrenal, los hobbits viven pacíficamente y muy alegremente, disfrutando, entre fiestas, comilonas varias y algunas pocas horas de trabajo, del día a día. Nadie sabe apreciar mejor que ellos el dulce sabor de la rutina; de la impagable certeza de que el mañana será tan plácido como el ahora. Todas las demás riquezas y placeres del mundo ya pueden quedárselos los elfos, los enanos y los hombres. Peter Jackson, en el sentido artístico, y por mucho que nos pueda engañar su aspecto, no pertenece al último grupo. Por lo menos muestra muchos más atributos asociables a los mencionados seres fantásticos. Su faceta de mediano, irónicamente es la que a priori sobresale más, porque nadie mejor que él parece saber aquello de ''como en casa en ningún sitio''.

Así lo atestigua su currículum, que fue definitivamente detectado -y de qué manera- por los radares cinéfilos de todo el mundo con la trilogía de 'El Señor de los anillos', en lo que sin lugar dudas fue un acto de justicia divina para una de las obras magnas en lo que llevamos de siglo XXI, pero que al mismo tiempo dejó en evidencia el terrible menosprecio al que se había sometido a los primeros trabajos de un cineasta que ya había mostrado muy buenas maneras tanto en la irreverencia del mockumentary y el splatter como en la delicadeza del drama con aires de fantastique. A través de las últimas entradas en la hoja de servicios, puede detectarse a simple vista un evidente, revelador y a la postre comprensible viaje de ida y vuelta por parte del autor. El éxito cosechado en la Tierra Media no se repitió, ni mucho menos, en los posteriores proyectos de Mr. Jackson, evidenciándose así la proporcionalidad directa entre el peso -en sentido literal- de dicho director y el interés que le prestaba el gran público.

Todo parecía dispuesto pues para el glorioso -más bien vitalmente necesario- regreso del director al universo que lo convirtió en astro del séptimo arte. Pero antes: litigios por derechos de autor, manifestaciones con reivindicaciones laborales, incendios y deserciones. Lo que fue un espeluznante cúmulo de maldiciones que confirmaron que Guillermo del Toro se ha abonado a los proyectos efectivamente malditos, también supo mantener la temperatura ideal en la incubadora para que al menos la criatura se las ingeniara para captar la atención del mundillo durante su larguísimo y traumático proceso de gestación. Por si no se había echado suficiente madera, aparecieron los famosos 48 fps, y el fuego ardió con más virulencia.

Sí, nuestro querido hobbit había regresado por fin a la Comarca; a su hábitat natural; allí donde su cuerpo le decía que nunca debería haber dejado atrás. No obstante, la vuelta a casa no estaba siendo como se había planeado en un principio. El dulce hogar estaba patas arriba; irreconocible. Era como si una panda de enanos hambrientos de buena gastronomía y sedientos de sangre de reptil hubiera anidado allí durante la ausencia del propietario... o también era como si alguien hubiera desmontado la choza y hubiese decidido empezar a construirla por el tejado. A todos los pedruscos en el camino enumerados antes cabe añadir el más grande de todos: el gigantesco handicap que supone el ir totalmente en contra de la lógica de J. R. R. Tolkien en lo referente a la construcción de su macro-retablo épico.

Lo que en la literatura empezó como algo muy cercano a un divertimento dirigido a un público infantil / juvenil (AKA 'El hobbit') mutó definitivamente, y casi veinte años después, en el tono más oscuro y sí, adulto de la faraónica trilogía que aseguraría la inmortalidad de su autor (AKA 'El Señor de los anillos'). Dicha evolución, lógica teniendo en cuenta el proceso de maduración del escritor, sumado a un contexto histórico que también puso de su parte, se rompió en la gran pantalla desde el momento en que la industria fílmica decidió apostar -y no sin razón- directamente por el menú más suculento. Por supuesto, nada que reprochar... a no ser que posteriormente se decidiera hincarle el diente al ''segundo plato'' en discordia. Fue entonces cuando los nubarrones más negros volvieron a brotar de las tierras de Mordor... o de Erebor, lo mismo da. Habemus problema... y por mucho que el título del filme indique lo contrario, éste era del todo esperable.

Más aún cuando las lógicas del marketing dictan que las ''segundas partes'' deben venderse con el más-difícil-todavía; con una escalada más típica de un espectáculo circense, y que prometa al espectador llevarlo más allá de la marca registrada por la anterior experiencia. En este sentido, y antes de que empiecen a erigirse estatuas de mármol, es imperativo dejar claro que 'El Hobbit' no ha venido a satisfacer esta necesidad. No puede, ni quiere. Juega en una liga totalmente diferente a la de 'El Señor de los anillos'. Hay quien diría, sin pensárselo dos veces, que lo hace en una categoría inferior, al poder considerarse esta pieza como -y que nadie se ofenda- una ''obra menor'' dentro del entramado que compone el vasto universo ideado por Tolkien. Mejor o peor, lo que es innegable es que ahora estamos ante un producto que originariamente tenía muchas menos pretensiones en comparación con sus archi-famosos hermanos trillizos.

Si algo demostró Peter Jackson antes de atragantarse a base de Oscars fue un conocimiento científico y un enamoramiento empedernido hacia el material de base. Así pues, no cabe preguntarse si es consciente o no del problema con el que tiene que lidiar. Lo es, y es precisamente este nivel de consciencia el que se descubre como la piedra angular para comprender todo lo que implica 'El hobbit: Un viaje inesperado'. En efecto, ha cambiado el título... y también lo ha hecho la estructura. Tiempo para preguntarse: ¿cómo puede ser que salgan tres películas de un tomo más corto que cualquiera de los que componía la trilogía del Anillo Único? ¿Magia? No, alquimia... algo chapucera.
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Al menos controvertida, y por ello ilustrativa, en el plano conceptual, de lo que ha venido siendo, en un sentido estético, la idílica sociedad Tolkien-Jackson. La sobresaliente apuesta barroca por parte del neozelandés derivaba no solamente en la saturación pictórica a base de innumerables detalles, sino en un excelso y continuo juego de luces y sombras que ahora, funcionando de nuevo a las mil maravillas, sirve para hablar, como se ha dicho, sobre el muy discutido esqueleto del programa, en forma de tríptico. Por supuesto, para que éste se materialice más allá de la locura inicial, no es que se haya acortado la duración de cada entrega, sino que se ha optado por inflar cada una de ellas con más material literario ''desaprovechado''. Rememorando el también cuestionado tramo final de 'El retorno del rey', ¿podemos hablar del esplendor de la devoción del romántico que no quiere abandonar la tierra de sus sueños sin antes haber cubierto todo el terreno posible?, ¿o por el contrario se trata de la enésima muestra de las tinieblas típicas de una maquinaria obsesionada por estrujar a la gallina de los huevos de oro?

La respuesta queda en la penumbra de la duda. Mientras, siguen los claroscuros. Tras una genial pirueta narrativa inicial, tan redonda como el círculo de humo en el que se apoya, Jackson se pone a mezclar ingredientes, rescatando del olvido fílmico tramas y personajes ''ajenos'', desatando así un diálogo entre obras que, aparte de ser necesario para que salgan las cuentas, en ocasiones da mayor consistencia al conjunto, y en otras hace que la mezcla luzca un sabor no inesperado, sino incorrecto. Dicho de otra manera, cuando el hobbit es fiel a su naturaleza (hablamos de dinamismo, de jocosidad) y desprende el mismo aroma del cine de maestros en la materia como Jim Henson la travesía va sobre ruedas, pero cuando éste intenta ponerse al nivel de otros seres que lo superan en altura, el experimento se antoja casi siempre como cargante, incluso ridículo.

A su manera, cuando Peter Jackson se vende a una industria que seguramente se encargó de recordarle que su crédito se estaba agotando, parece el más débil y corruptible de los hombres. Aquel que, lejos de querer redefinir -de nuevo- la épica fantástica cinematográfica, se acoge en el peor de los casos a la vacuidad del mainstream más cobarde, y en el mejor a un ejercicio de auto-nostalgia demasiado prematuro. En cambio, cuando el comandante del barco se destapa y rompe sus ataduras, se nos muestra como el más elegante de los elfos a la hora de hacernos volver a soñar con las imágenes más bellas e increíbles y como el más curtido de los montaraces cuando le toca ejercer de cicerone a través de un mundo que conoce como la palma de la mano. Es entonces cuando, obviamente, se lo pasa -y nos lo pasamos- como un enano. Lo mínimo que cabía esperar de una obra que en un principio, ''sólo'' pretendía ser un torrente de aventuras, tan contundente como despreocupado, y empujado por la noble e incorruptible voluntad de salir para empaparse del exterior.

Y así, Maese Jackson, el hobbit que descubrió que no hay hogar sin viaje, emprende su nueva odisea (de momento inconclusa; sin vuelta a corto plazo), para bien o para mal, cumpliendo con las expectativas marcadas por los antecedentes. 'El hobbit: Un viaje inesperado' está lejos de 'El Señor de los anillos', como debe ser. Peter ya no es el mismo, ni en la ejecución (más subordinada a las modas tecnológicas) ni en la previa toma de decisiones. Pero sigue siendo la Tierra Media, y ésta sigue estando en buenas manos. Lo demuestra un Martin Freeman sencillamente encantador, y la imponente partitura de Howard Shore, y el buen funcionamiento de las trepidantes set piece, y el apabullante acierto, con precisión quirúrgica, en determinados momentos, como el crucial capítulo de los ''acertijos en la oscuridad''… Por fin podemos volver a decirlo: el chute anual de tolkienismo está servido. Eso sí, ahora hay que pagar peaje. ¿Y qué?
5
19 de diciembre de 2012
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay algo realmente curioso en el último trabajo del director que tiempo atrás nos trajera las deliciosas Criaturas celestiales y Agárrame a esos fantasmas. No es su innovación tecnológica, ni tampoco la reinvención de un género. Todo lo contrario. Se trata de descubrir como el responsable de la que muchos consideraron largo tiempo la última superproducción de calidad (desde mi punto de vista algo falso a partir de la aparición de Avatar, Los vengadores o La vida de Pi) es ahora la principal víctima del peligroso juguete que en parte convirtió a su trilogía en la joya que hoy es considerada, a saber, la animación por ordenador.

Llegar a todos los públicos sin perder la dignidad no es una tarea fácil. En la trilogía ESDLA y especialmente en la primera pieza (La comunidad del anillo, en mí opinión la mejor de las tres) Peter Jackson contaba con una historia de inmensas dimensiones que permitía simplificar numerosas situaciones (generalmente convirtiendo diálogo en acción) sin desvirtuar la esencia de la obra original. Aquello dinamizaba el argumento y entretenía al público no entendido. Tanto había para contar que el director pudo decidir sin problemas en qué momentos adaptar con fidelidad y en qué otros retocar a modo de anzuelo comercial. Desafortunadamente, esta es una de las (muchas) fórmulas que Jackson ha querido repetir en su nuevo trabajo.

No solo el reducido número de páginas distingue a la pequeña novela El Hobbit de la épica saga El señor de los anillos. A diferencia de la famosa trilogía, la primera entrega de la serie novelesca ambientada en la Tierra media no es más que un modesto relato de aventuras dirigido a la juventud (sin que nada de ello la desmerezca). Los personajes son menos complejos, el argumento es más sencillo y las peripecias son más abundantes. Lamentablemente, ello convierte el “modus operandi” de Jackson que tan buen resultado dio con su anterior adaptación en una operación de simplificar lo simple.

Las situaciones que salvaban El Hobbit de convertirse en una novela de aventuras del montón (obviando la aparición del hobbit por primera vez en la literatura, algo que Jackson tubo la oportunidad de explotar en su trabajo anterior) en la película están reducidas a la simple acción gratuita: los ágiles diálogos entre Bilbo y los Trolls, el encuentro entre enanos y trasgos, la elegante pelea entre gigantes... Acción y más acción, todo es reducido al mínimo exponente. Por si fuera poco, temeroso de no llenar las salas saltando al vacío, el director de Mal gusto introduce innecesarias apariciones de personajes pertenecientes a la trilogía de forma casi ofensiva; apariciones, evidentemente, inexistentes en la novela. Y no hace falta decir que ninguna de ellas aporta nada al relato.

Volviendo a la insistencia en repetir fórmulas, súmese a lo mencionado la decisión de convertir una pequeña novela de aventuras en una gigantesca trilogía. Para ello, evidentemente, hará falta relleno, y como resultado, ya no es que Jackosn simplifique situaciones mediante la sustitución del diálogo por la acción. Es que ensancha pequeñas situaciones de forma innecesaria y bombardea todo el film de efectos especiales a modo de apisonadora. Así, El Hobbit va hinchándose de aire y más aire como si de un globo se tratara. No parece coincidir, el experimentado director, con la manida frase popular “lo bueno si breve dos veces bueno”.

A pesar de todo, la película se recupera notablemente cuando llega la aparición de Golum. Esta vez sí, Jackson reproduce con fidelidad y sin grandilocuencia la fantástica escena de los acertijos, momento en que la aventura parece incluso reencaminarse, como si los guionistas hubiesen querido llegar (sin terminar de saber como) a un punto concreto para empezar a relatar entonces la verdadera historia. Teniendo en cuenta las dos horas que lo preceden, tal vez podrían habérselo replanteado.

Como ya dijimos, llegar a todos los públicos sin perder la dignidad es una tarea difícil. Pero aún lo es más cuando abundantes escenas espectaculares amenazan con enterrar personalidad y credibilidad de un trabajo. Por ello y teniendo en cuenta la cantidad de dinero que se dedica a las mismas (y también pensando en el extenso número de espectadores que se espera arrastrar al cine con ellas) podríamos incluso afirmar que la aceptación de llevar a cabo una superproducción de calidad comporta cierta responsabilidad moral. Y ello, al menos desde mí punto de vista, debería obligar a un director a abordar con modestia y cuidadoso trabajo su propuesta, como lo hizo, por ejemplo, Ang Lee en La vida de Pi.

En su momento Peter Jackson supo utilizar los efectos especiales generados por ordenador para redondear una buena obra como nadie lo había hecho hasta entonces, demostrando así que el uso del impacto visual es un recurso válido si se usa debidamente. Pero su última pieza se encuentra claramente lejos de esta posición y su capacidad para aunar comercialidad y buen cine parece encontrarse en la cuerda floja. Por ello un servidor le ruega reconsidere la forma de abordar las dos entregas restantes o, en su lugar, se replantee realizarlas.
10
15 de diciembre de 2012
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este film reciente de Peter Jackson tiene una doble lectura, dependiendo si usted es seguidor de la trilogía sobre “El señor de los anillos”, o no lo es. Ese cosmos de la Tierra Media y Mordor, habitado por fábulas épicas y mágicas, hobbits y elfos, enanos y orcos, la luz y la sabiduría que simboliza el mago Gandalf y la oscuridad que personifica el malvado Sauron; son los ingredientes necesarios para aclamar esta nueva película de Jackson.

De manera que en un largo flash back (los recuerdos del anciano Bilbo Bolsón sobre lo que le ocurrió en su entrañada juventud), vemos cómo la regla de los tercios en la estructura del guión cumple a cabalidad no sólo las pausas dramáticas señaladas por la cámara, sino que arbitra la contraposición del mal con el bien (las espectaculares escenas del mago Gandalf).

Y es que el film podría ser la gran metáfora de la vida, donde para transitarla, esa “oscuridad y luz” obliga de todas formas a recorrer un camino nada fácil: Siempre tendremos a un lado y de alguna manera (dentro de usted mismo) a ese Galdalf y a un Sauron (ese lado oscuro del corazón), que cada vez que derrotamos, siempre aplaudimos a rabiar.

Por eso es excelente la película, pues en el fondo de cada espectador, siempre lleva dentro ese “héroe”, ese Hobbit acompañado de elfos para poder cumplir nuestras metas en este planeta al que llamamos tierra.

Ahora, si usted no vio la trilogía (le aconsejo que lo haga), pues se sentirá aburrido y desesperado por no haber visto las fábulas que le preceden, aunque esto no es óbice para descalificar a esta excelente película que se recrea una vez más en los efectos especiales y en una puesta en escena magistral, donde cada elemento aporta más al encuadre.

Gonzalo Restrepo Sánchez
10
15 de diciembre de 2012
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me alegro de que todos los problemas con la financiación y preproducción de esta nueva trilogía derivaran en que Peter Jackson volviera a coger la batuta y hacernos regresar a la Tierra Media 60 años antes de los acontecimientos de "El señor de los anillos".
Y lo digo porque este "Viaje inesperado" es un auténtico regalo para los fans, que estábamos ávidos de nuevas aventuras en este entorno que tan bien supo llevar a cabo en la otra trilogía.
Hay que reconocer que a Jackson el metraje se le va de las manos. Siempre se regocija en los mundos que crea, pudiendo llegar a exasperar con su larga duración a todo aquel que no se deje llevar fácilmente por la fantasía. Sin embargo, en mi opinión, la película no es aburrida en ningún momento.
Como adaptación es bastante extraña. No hacía falta dividir "El hobbit" en tres partes ni inventar tantas cosas. Puedo equivocarme pero creo que ni Azok ni Radagast el pardo salían en la novela. Y ni mucho menos los elfos y Frodo. Pero hasta eso se lo puedo perdonar porque llega a enriquecer una obra que hubiera quedado un tanto simple en comparación con la aventura del anillo.
Todo vuelve a ser grande: Banda sonora, ambientación, vestuario, efectos e interpretación. Volvemos a alegrarnos la vista con los paisajes de la comarca y Rivendel. Solo por eso ya merecería la pena, pero una vez que empieza la aventura, es todo un espectáculo. Los mejores momentos los tenemos en la cueva de los trasgos con una espectacular secuencia donde el director juega con la cámara como le da la gana. Todo un lujo para la vista, y más en 3D.
Martin Freeman está genial como Bilbo, y Ian McKellen siempre será Gandalf en el recuerdo colectivo.
El tono juvenil y cómico que diferencia esta de las otras, hubiera podido quedar fatal. El humor y las canciones podrían haberla estropeado seguramente si no fuera por el buen hacer de Peter Jackson, que además imprime tal magia a sus trabajos que nos abstraeremos del mundo y de los problemas, haciendo creíble todo un universo.
Una auténtica maravilla que nos deja con ganas de continuar el viaje, que es de esperar que con sus dos siguientes entregas todavía puede ser mejor de lo que hemos visto en esta.
9
14 de diciembre de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre que me preguntan si hay un libro que recomendaría con los ojos cerrados, respondo el mismo título: El Hobbit. Fue la primera obra de Tolkien que tuve la ocasión de leer y para mí escapa a cualquier tipo de barrera de género o edad que se le quiera aplicar; no es, como El Señor de los Anillos, una obra para amantes de la fantasía épica, no se trata de una novela densa y oscura de héroes que luchan para salvar el mundo. El Hobbit es un cuento, y así lo concibió el autor cuando lo compuso para sus hijos, inspirándose infinitamente en Beowulf, la mitología germánica y los cuentos de los hermanos Grimm. El Hobbit representa un escalón previo a la gran aventura de Frodo y el Anillo, pero en ningún caso se trata de una obra inferior. En mi corazón siempre tendrá un lugar distinguido y especial, siempre me hará sonreír al rememorar los acertijos en la oscuridad o el ataque de los huargos.

Peter Jackson es sin dudas de ninguna clase la persona adecuada para adaptar al celuloide las obras de Tolkien. No necesitaba iniciar una nueva trilogía para demostrarlo, pero lo que sí ha hecho ha sido reafirmarse. Me daba un poco de miedo el hecho de que hubiera decidido convertir un solo libro en tres filmes, pero visto el primero ya no hay nada que me preocupe. Jackson ama a Tolkien tanto como lo amamos los fans, y lo respeta incluso más que nosotros. Esto no deja de respirarse ni por un segundo en las cerca de tres horas que dura la primera parte de las andanzas de Bilbo Bolsón, durante las cuales da tiempo a reír (mucho), coger (o recordar) un cariño inmenso a los personajes, enamorarnos y viajar en el tiempo a aquel primer contacto con el genio y todo lo que nos ha hecho y hace sentir.
Si la premisa de que fuera Jackson el encargado de llevar esta preciosa novela al cine ya resultaba por completo atractiva, ver a Richard Armitage entre los principales actores terminó de emocionarme. Conocí a este actor gracias al Robin Hood de la BBC, serie de la que ya he hablado en otras ocasiones porque la considero una de mis favoritas; también he podido verle interpretar a Claude Monet en Los Impresionistas y desde entonces vivo enamorada de él: de su trabajo, de su indiscutible atractivo y de su simpatía. Adoro a Richard Armitage, y adoro que sea Thorin. Destaco también la estupenda (y cómica en muchos casos) actuación de Martin Freeman, y la siempre agradecida presencia de los grandes: Ian McKellen, Cate Blanchett, Hugo Weaving y Christopher Lee. También me ha gustado muchísimo volver a ver a Frodo, a Gollum y todas esas impresionantes localizaciones que te llenan los ojos de lágrimas con su belleza. La banda sonora recupera el testigo de El Señor de los Anillos y nos reinstala en la Comarca, en Rivendel, en las Colinas del Viento. Los enanos cautivan; los orcos, los trolls y los trasgos satisfacen, y Gandalf, como siempre, se dedica a sacarles a los otros las castañas del fuego. Todo funciona perfectamente, a ritmo vivo y en tono desenfadado, trasladándonos a la gran aventura que es El Hobbit, no un viaje en busca de la gloria o los trofeos, sino más bien encaminado a la consecución de los sueños.

Gracias, Peter Jackson. Me has devuelto diez años de mi vida.
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