Fanny y Alexander
1982 

7.9
17,955
Drama
La historia está ambientada en 1907, en Uppsala, Suecia, y se centra en los Ekdahls, la familia del joven Alexander y su hermana Fanny. Los padres se dedican al teatro y son felices, hasta que el padre muere de forma repentina. Al poco tiempo, la madre decide casarse con un líder religioso conservador, una decisión que cambiará sus vidas. (FILMAFFINITY)
12 de julio de 2018
12 de julio de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si existe el número diez en la puntuación lo hace expresamente por Fanny y Alexander. Un cúmulo de imágenes y movimientos hipnóticos recrean la historia del mundo bajo la mirada de la inocencia que lo sufre. No he podido quitar un sólo momento los ojos de la pantalla. Ingmar Bergman dirige como el mejor director de orquesta, con una serenidad y madurez que hacen de esta película un monumento para la historia del cine.
Estremecedora, dulce, elegante... Es apabullante la grandiosidad de cada plano, de cada mirada y expresión facial.
Sin duda alguna se nota el amor de Bergman hacia el teatro y su eterna duda personal sobre la divinidad, algo de lo que no deberíamos dudar después de ver este filme: Dios existe y se llama Ingmar Bergman.
Estremecedora, dulce, elegante... Es apabullante la grandiosidad de cada plano, de cada mirada y expresión facial.
Sin duda alguna se nota el amor de Bergman hacia el teatro y su eterna duda personal sobre la divinidad, algo de lo que no deberíamos dudar después de ver este filme: Dios existe y se llama Ingmar Bergman.
17 de julio de 2018
17 de julio de 2018
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra tardia del maestro sueco, en la que llegado a cierto punto, se preocupa mas por el arte de vivir que por el de filosofar.
Como dice la matriarca de los Ekdahl en cierto momento de a pelicula: "Si nada tiene sentido, tanto me importa". Esta frase parece ser la conclusión postrera de Bergman tanto en lo vital como en lo cinematográfico.
Por lo demás, el film no está exento de conflictos familiares (al final superados), de reflexiones nihilistas, de guiños a lo sobrenatural, ni de pasiones de lo más terrenal.
Destacar el magnífico diseño de producción, la ambientación en general, la puesta en escena, el vestuario, la música y la fotografía.
No me parece que los niños tengan a importancia ni la calidad interpretativa de los personajes adultos, por lo que creo que el mayor error de la película es el título (y tal vez el excesivo metraje).
Sin duda es una de las obras más vitalistas y "comerciales" de Bergman.
Como dice la matriarca de los Ekdahl en cierto momento de a pelicula: "Si nada tiene sentido, tanto me importa". Esta frase parece ser la conclusión postrera de Bergman tanto en lo vital como en lo cinematográfico.
Por lo demás, el film no está exento de conflictos familiares (al final superados), de reflexiones nihilistas, de guiños a lo sobrenatural, ni de pasiones de lo más terrenal.
Destacar el magnífico diseño de producción, la ambientación en general, la puesta en escena, el vestuario, la música y la fotografía.
No me parece que los niños tengan a importancia ni la calidad interpretativa de los personajes adultos, por lo que creo que el mayor error de la película es el título (y tal vez el excesivo metraje).
Sin duda es una de las obras más vitalistas y "comerciales" de Bergman.
31 de marzo de 2020
31 de marzo de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde mi bagaje por: Persona, Höstsonaten, Smultronstället, Viskningar och rop, Skammen, Det sjunde inseglet, y dada mi conformidad con su plantel idiosincrático y su concepto del cine, que creo que comulga muy bien con la idea de catarsis, abriendo paso por dónde las teorías del psicoanálisis freudiano se diluyen por falta de patrones fácticos, opino que es su Opera maestra. Ahí están sus tendencias oníricas, a veces más imperceptibles otras más palpables que terminan las más de las veces configurando la identidad de los protagonistas que viven sus pequeños traumas como condición "sine qua non" de sus vivencias y productos llevados hasta sus últimas y trágicas consecuencias, como son: la incomprensión, el olvido, la soledad.. se sienten marionetas de un destino singular. Movidos por las ideas de la religión, por contraposición a la superstición más propias del paganismo y del oscurantismo. En este caso: la religión contra la vivaz imaginación, capaz de hacernos superar nuestra propia identidad que reinventamos con la frágil esperanza de superar los traumas pasados que nos acompañan, dilatándose en el presente. Es excelente. Una vez más la reinterpretación de los clásicos literarios por actores de teatro que interpretan una pelicula, por no decir el hechizo con que nos hacen creer las marionetas sus ademanes y sus historias. Francamente, ya no se hace cine así.
21 de abril de 2024
21 de abril de 2024
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Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1983), de Ingmar Bergman, comienza con un plano de Alexander (Bertil Guve) jugando con la miniatura de un escenario teatral (y recorriendo las estancias vacías de la casa, como un fantasma en su propia realidad; la realidad y sus velos, como cuando es encuadrado mirando al afuera a través de la ventana; realidad difusa, realidad escurridiza), y finaliza con Alexander, en el regazo de su abuela, Helena (Gunn Wallgren), escuchando leer a ésta unas frases de El sueño, de August Strindberg: 'Todo puede suceder, Todo es posible y probable. Tiempo y espacio no existen. En un fino armazón de realidad, la imaginación gira, creando otros patrones'. La realidad como escenario, como lo es la mente. La realidad se conjuga entre el afuera y las tramas de la mente, las expectativas y proyecciones, las inferencias que buscan ajustar la realidad a un modelo, los miedos y las frustraciones, las contradicciones y deseos. Los límites de lo real se difuminan, como en los sueños. Ser o no ser. Identidad y cuerpo, rituales, gritos, susurros y silencios. Marionetas, personajes, y carne que se duele, carne que se degenera, carne que exuda y tiembla, carne que se agita en sensaciones y pulsiones. Rostros que son máscaras, múltiples máscaras o quizás sólo una que si se arrancara extraería la carne con ella. Somos actores y personajes. Somos una sucesión que papeles que interpretamos (somos la hija, la madre, la esposa, la abuela, y somos según nuestra labor y nuestra posición, entre otros personajes para los otros o incluso para nosotros mismos según cómo interiorizamos esa identidad o función) y somos mejores o peores actores según nos ajustemos a un papel.
La obra se abre con un ritual, el de una celebración, la cena de navidad, en el hogar de Helena (Gunn Wallgren). La cristiandad colorida, exuberante, epicúrea, pagana; la que acepta la diversidad, como Helena invita a su mejor amigo, el judío Isak (Erland Josephson), cómplice con quien comparte sus intimidades, su fragilidad al sentir como ya se acerca el fin de una vida. En este escenario confluyen buena parte de los principales personajes. Uno de los tres hijos de Helena, Gustav Adolf (Jarl Kulle), hombre de negocios de éxito, vive ajustado a su rol de hombre al que se permite sus devaneos con otras mujeres, dando rienda suelta a su vivaz epicureísmo, porque lo considera impulso incontrolable (y en el que no deja de haber cierto afán de afirmación); una virilidad simple, risueña, casi infantil. De algún modo se ajusta a un personaje social instituido (las prebendas del hombre). Su esposa lo acepta de acuerdo a esa convención instituida, y porque lo contrarresta que sea hombre tan generoso; aunque le disguste, como refleja, aun sonriendo, su bofetada a la nueva amante, Maj (Pernilla August), la criada que cuida de los niños; las formas sociales como sonrisas que camuflan las contorsiones de las disconformidades. El segundo hijo, Carl, es el hombre frustrado, aquel que no ha encontrado su lugar en el mundo, que se siente fracasado, en la periferia del escenario. La liviandad irresponsable del primero se contrasta con la dolorosa gravedad del segundo. Bergman lo refleja en dos secuencias consecutivas, aquella en que Gustav Adolf vive una noche de amor con la criada (con elementos cómicos que apuntan a su irrisoriedad, como la cama desmoronándose en pleno trance sexual o su pronta eyaculación) y aquella en la que Carl expresa todo el desgarro de su desolación vital con su esposa, entre reproches, lamentos y espasmos de furia.
El tercer hijo es Oscar, el padre de Fanny y Alexander, actor teatral. A través de él Bergman explicita esa frágil línea entre lo real y el escenario, entre el ser y el no ser, una realidad difusa en sus límites. Oscar interpreta en la obra al fantasma del padre de Hamlet. Durante uno de sus ensayos es cuando se sentirá indispuesto. Tras fallecer se aparecerá en repetidas ocasiones, como fantasma, a su hijo, pero también a su madre, cuando solicita su ayuda para que los rescate de la pesarosa circunstancia que viven con su padrastro, el obispo Vergerus (Jan Malsmjo), con el que se ha casado Emilie (Ewa Fraulin), de algún modo para cauterizar su dolor por la perdida de Oscar (cuya muerte grita con desgarrada desolación la noche de su muerte; tan obscena, en cuanto descarnada, en la representación del dolor como es la de la desesperación de Carl). El hogar de Vergerus se contrapone al del prestamista judío, amigo de Helena, Isak (Erland Josephson). El primero es un espacio despojado, ascético, que refleja el fracaso de un ansia de transcendencia en la supresión de lo accesorio; es el cristianismo austero de la privación. Vergerus intenta que la realidad se ajuste a su modelo de realidad, y su fracaso lo convierte en un personaje trágico.
La obra se abre con un ritual, el de una celebración, la cena de navidad, en el hogar de Helena (Gunn Wallgren). La cristiandad colorida, exuberante, epicúrea, pagana; la que acepta la diversidad, como Helena invita a su mejor amigo, el judío Isak (Erland Josephson), cómplice con quien comparte sus intimidades, su fragilidad al sentir como ya se acerca el fin de una vida. En este escenario confluyen buena parte de los principales personajes. Uno de los tres hijos de Helena, Gustav Adolf (Jarl Kulle), hombre de negocios de éxito, vive ajustado a su rol de hombre al que se permite sus devaneos con otras mujeres, dando rienda suelta a su vivaz epicureísmo, porque lo considera impulso incontrolable (y en el que no deja de haber cierto afán de afirmación); una virilidad simple, risueña, casi infantil. De algún modo se ajusta a un personaje social instituido (las prebendas del hombre). Su esposa lo acepta de acuerdo a esa convención instituida, y porque lo contrarresta que sea hombre tan generoso; aunque le disguste, como refleja, aun sonriendo, su bofetada a la nueva amante, Maj (Pernilla August), la criada que cuida de los niños; las formas sociales como sonrisas que camuflan las contorsiones de las disconformidades. El segundo hijo, Carl, es el hombre frustrado, aquel que no ha encontrado su lugar en el mundo, que se siente fracasado, en la periferia del escenario. La liviandad irresponsable del primero se contrasta con la dolorosa gravedad del segundo. Bergman lo refleja en dos secuencias consecutivas, aquella en que Gustav Adolf vive una noche de amor con la criada (con elementos cómicos que apuntan a su irrisoriedad, como la cama desmoronándose en pleno trance sexual o su pronta eyaculación) y aquella en la que Carl expresa todo el desgarro de su desolación vital con su esposa, entre reproches, lamentos y espasmos de furia.
El tercer hijo es Oscar, el padre de Fanny y Alexander, actor teatral. A través de él Bergman explicita esa frágil línea entre lo real y el escenario, entre el ser y el no ser, una realidad difusa en sus límites. Oscar interpreta en la obra al fantasma del padre de Hamlet. Durante uno de sus ensayos es cuando se sentirá indispuesto. Tras fallecer se aparecerá en repetidas ocasiones, como fantasma, a su hijo, pero también a su madre, cuando solicita su ayuda para que los rescate de la pesarosa circunstancia que viven con su padrastro, el obispo Vergerus (Jan Malsmjo), con el que se ha casado Emilie (Ewa Fraulin), de algún modo para cauterizar su dolor por la perdida de Oscar (cuya muerte grita con desgarrada desolación la noche de su muerte; tan obscena, en cuanto descarnada, en la representación del dolor como es la de la desesperación de Carl). El hogar de Vergerus se contrapone al del prestamista judío, amigo de Helena, Isak (Erland Josephson). El primero es un espacio despojado, ascético, que refleja el fracaso de un ansia de transcendencia en la supresión de lo accesorio; es el cristianismo austero de la privación. Vergerus intenta que la realidad se ajuste a su modelo de realidad, y su fracaso lo convierte en un personaje trágico.
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Uno de los grandes aciertos de la obra es este complejo personaje que reconoce que sólo tiene una máscara, y que si se la arrancara extraería su carne: la falta de receptividad de Alexander, que no se doblega a sus designios (cual Hamlet que se rebela ante su padrastro), la vive también con desesperación, como algo inconcebible para lo que cree unas convicciones justas: por ello su muerte, será desazonadoramente trágica, abrasado; abrasado por su incapacidad de ver, por querer que sea la realidad la que se amolde a su mirada. No es solo alguien que se impone (como cuando remarca a Emilie que cuando se traslade a su casa no traiga absolutamente nada de sus pertenencias, y lo mismo en el caso de sus hijos; quiere que inicie su vida compartida con él como si fuera un bebé recién nacido; exige que borre toda su vida pretérita como si fuera a ser una extensión de él, de su vida, de su modo de relacionarse con la vida). Es también alguien que sufre. La contrariedad cuando no se ajustan a sus concepciones se torna desesperación y por tanto furia (su forma de agarrar la nuca de Alexander, o de sacudir su cabeza con fuerza, o de castigarle con azotes). Para él la imaginación colinda con la mentira; no puede aceptar sus relatos, la necesidad de fuga y sublevación que representan sus historias (cómo cuenta en el colegio que se escapó con un circo o cómo mantuvo presas a su anterior esposa e hijas). La noción de verdad pero también la de honestidad se convierten en escenario de disonancia y combate. La tienda de Isak es el espacio de lo mágico, donde la realidad deja asomar sus inciertas fronteras. Un espacio de decoración abigarrada, rebosante, colorida (en contraste con la blancura de la casa de Vergerus). Y a diferencia de la simplicidad del espacio de Vergerus, acorde a su cuadriculada concepción de la realidad, un espacio laberíntico con múltiples recovecos (en el que Alexander se pierde en la noche) donde viven Aron (Mats Bergman), marionetista y mago, y, sobre todo, Ismael (Stina Ekblad), de aspecto andrógino (es el cuerpo diverso y ambiguo en contraste con la privación o violencia corporal que representa Vergerus), en cuya misma identidad incierta se corporeiza esas difusas fronteras (es lo incierto, es lo otro, es el mismo Alexander), ejemplificado en su encuentro en la noche con Alexander, donde conjuga los deseos de Alexander con su materialización ( la muerte de Vergerus, cuando su hermana en llamas se abalanza sobre él). ¿Coincidencia o los deseos de Alexander se han realizado gracias a la intervención de Ismael? Claro que es difícil desprenderse de los fantasmas del pasado, o los fantasmas de la mente que han calado en la misma dejando sus residuos, como refleja la aparición de Vergerus en el pasillo de la casa de la abuela, golpeando a Alexander, y diciendo que nunca se librará de él. Porque las sombras de la vida siempre acompañarán, aunque al mismo tiempo se celebren los nacimientos de una nueva vida, del mismo modo que convivirán las decepciones con los anhelos de la ilusión.
Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
23 de diciembre de 2024
23 de diciembre de 2024
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Maravillosa película de autor rodada en el tramo final de la carrera de Ingmar Bergman. Se trata de la herencia que nos ha dejado tras toda una carrera plagada de grandes éxitos de la crítica especializada, más allá de grandes éxitos taquilleros.
Lo mejor de la película es el tratamiento que Bergman logra darla con unas excelsas interpretaciones (Alexander es imborrable de mi mente) e impresionante ambientación. El argumento que trata, siendo un tanto complejo, rezuma organicidad. Se trata del viaje vital que, durante un tramo de su infancia, los dos hermanos, Fanny y Alexander, de aproximadamente unos 7 y 11 años respectivamente, tienen que pasar debido a las excepcionales circunstancias que les acontecen. Pasan radicalmente de formar parte de una acomodada familia aristócrata sueca a un trato hostil y puritano. El cambio, así como las historias insertadas que acompañan a los protagonistas en su nuevo estilo de vida junto con la calidad en la dirección de la propia película, esa oscuridad, esa sordidez en los hechos, esas miradas infinitas, hacen de ella una obra maestra del cine.
¿y por qué un "8" para una obra maestra? (ver spoiler)
Lo mejor de la película es el tratamiento que Bergman logra darla con unas excelsas interpretaciones (Alexander es imborrable de mi mente) e impresionante ambientación. El argumento que trata, siendo un tanto complejo, rezuma organicidad. Se trata del viaje vital que, durante un tramo de su infancia, los dos hermanos, Fanny y Alexander, de aproximadamente unos 7 y 11 años respectivamente, tienen que pasar debido a las excepcionales circunstancias que les acontecen. Pasan radicalmente de formar parte de una acomodada familia aristócrata sueca a un trato hostil y puritano. El cambio, así como las historias insertadas que acompañan a los protagonistas en su nuevo estilo de vida junto con la calidad en la dirección de la propia película, esa oscuridad, esa sordidez en los hechos, esas miradas infinitas, hacen de ella una obra maestra del cine.
¿y por qué un "8" para una obra maestra? (ver spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
A pesar de ello, no la doy más que un 8 (que es una nota por si mismo alta), porque, al menos en la versión de tres horas y algo que he visto (hay una versión más larga e incluso una serie) el desarrollo argumental acaba desinflándose, no hay un final que rompa o un remate álgido que justifique toda la experiencia que con gusto se ha planteado. Eso sí, el poso que te deja es el de las películas míticas. De hecho, ese poso es el que me ha empujado a realizar esta crítica y a subir un punto mi nota inicial en caliente.
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