La profesora de piano
2001 

7.3
24,421
13 de mayo de 2016
13 de mayo de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cara oculta del ser humano, es lo que suele buscar el cineasta austríaco en sus films, reconociendo a priori que no soy admirador de Michael Haneke, generalmente por la estética cruda y desagradable a veces, con la que aborda sus personales propuestas, he de admitir que no es menos cierto su solidez narrativa y su calidad como cineasta, a la hora de abordar temas escabrosos. Además del reconocimiento artístico que ha logrado en Europa, pues aunque lo intentó en América con su remake de “Fanny Games” y más tarde consiguiendo el Oscar por “Amor”, me parece que sigue siendo un cineasta discutido y minoritario creo que por su gusto en explicitar lo repulsivo para impresionar al espectador, pues soy de los que opina que siempre es mejor insinuar que mostrar en toda su crudeza. No todos los espectadores tenemos la capacidad de asimilar determinadas imágenes por las que podemos sentirnos agredidos.
En esta ocasión Haneke adapta la novela homónima de su compatriota Elfriede Jelinek: un relato que se adentra en la tormentosa, doliente y autopunitiva vivencia de la sexualidad y de las relaciones emocionales por parte de una madura profesora de piano a través de las relaciones que ésta mantiene con su madre y con un joven alumno de piano. Implacables en su distancia por el tratamiento bretchiano habitual en el cine de Haneke, rigurosamente morales en su forma de mostrar todo lo que corresponde a la mirada que pretende cuestionar (aquella que convierte al cuerpo femenino en un objeto de especulación sexual), las imágenes del film se muestran extraordinariamente duras en su descripción de las fantasías sexuales de su protagonista.
La película no se detiene, sin embargo, en el análisis singular de una personalidad escindida, sino que apunta mucho más allá y mucho más hondo en su diagnóstico.
Una visión brutal del horror humano, el film se centra en esta reputada y exigente profesora de piano, implacablemente sujeta a una madre posesiva e influenciada por el recuerdo de su padre fallecido en un psiquiátrico, Erika ha desarrollado una mórbida patología manifestada mediante una doble vida que le hace alternar espacios antitéticos: el conservatorio y el apartamento familiar por un lado, mientras por el otro, los sex shops y la búsqueda de experiencias extrañas poblada de fantasmas sexuales. El joven Walter (Benoit Magimel) no está en condiciones de seguir a Erika en sus juegos morbosos, él sólo pretende amarla y ser amado de forma convencional, no puede entenderla aunque lo intente, de la misma forma que su técnica musical es insuficiente para ahondar en la música de Schumann que se configura como el único y auténtico amor de Erika. Para entender el aliento romántico del compositor hay que asomarse a los abismos del alma.
Su construcción acaba poniendo en solfa todo un modelo cultural pero también psico-social, que reprime la expresión de las emociones y que desvía el disfrute y el ejercicio del sexo hacia el territorio de lo enfermizo. Emerge así una notable disección de una cierta concepción de la “alta cultura” (muy presente todavía entre las clases dominantes de Austria) que, para el cineasta y seguramente para el autor de la novela original, conduce a la automutilación, a la endogamia incestuosa y a la castración sadomasoquista. La película es fría, analítica y cortante que no elude ninguno de los aspectos más lacerantes de su historia, pero la cuenta y la expone en escena con un rigor y una minuciosidad que incomoda, al menos a mí. Protagonista de todo es Erika (una Isabelle Huppert asombrosa, sin cuyo concurso la película sería insostenible), una mujer que intimida con su fija mirada y sus gestos imprevisibles, un portento de actuación.
En esta ocasión Haneke adapta la novela homónima de su compatriota Elfriede Jelinek: un relato que se adentra en la tormentosa, doliente y autopunitiva vivencia de la sexualidad y de las relaciones emocionales por parte de una madura profesora de piano a través de las relaciones que ésta mantiene con su madre y con un joven alumno de piano. Implacables en su distancia por el tratamiento bretchiano habitual en el cine de Haneke, rigurosamente morales en su forma de mostrar todo lo que corresponde a la mirada que pretende cuestionar (aquella que convierte al cuerpo femenino en un objeto de especulación sexual), las imágenes del film se muestran extraordinariamente duras en su descripción de las fantasías sexuales de su protagonista.
La película no se detiene, sin embargo, en el análisis singular de una personalidad escindida, sino que apunta mucho más allá y mucho más hondo en su diagnóstico.
Una visión brutal del horror humano, el film se centra en esta reputada y exigente profesora de piano, implacablemente sujeta a una madre posesiva e influenciada por el recuerdo de su padre fallecido en un psiquiátrico, Erika ha desarrollado una mórbida patología manifestada mediante una doble vida que le hace alternar espacios antitéticos: el conservatorio y el apartamento familiar por un lado, mientras por el otro, los sex shops y la búsqueda de experiencias extrañas poblada de fantasmas sexuales. El joven Walter (Benoit Magimel) no está en condiciones de seguir a Erika en sus juegos morbosos, él sólo pretende amarla y ser amado de forma convencional, no puede entenderla aunque lo intente, de la misma forma que su técnica musical es insuficiente para ahondar en la música de Schumann que se configura como el único y auténtico amor de Erika. Para entender el aliento romántico del compositor hay que asomarse a los abismos del alma.
Su construcción acaba poniendo en solfa todo un modelo cultural pero también psico-social, que reprime la expresión de las emociones y que desvía el disfrute y el ejercicio del sexo hacia el territorio de lo enfermizo. Emerge así una notable disección de una cierta concepción de la “alta cultura” (muy presente todavía entre las clases dominantes de Austria) que, para el cineasta y seguramente para el autor de la novela original, conduce a la automutilación, a la endogamia incestuosa y a la castración sadomasoquista. La película es fría, analítica y cortante que no elude ninguno de los aspectos más lacerantes de su historia, pero la cuenta y la expone en escena con un rigor y una minuciosidad que incomoda, al menos a mí. Protagonista de todo es Erika (una Isabelle Huppert asombrosa, sin cuyo concurso la película sería insostenible), una mujer que intimida con su fija mirada y sus gestos imprevisibles, un portento de actuación.
29 de julio de 2007
29 de julio de 2007
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si se me permite, esta película es más audaz que la novela en la que se basa y que traduce con considerable fidelidad (incluso con escasa originalidad) tanto en la letra como en el espíritu. Y ello porque, pese a quien pese, el cine, probablemente debido a su carestía, es un medio mucho menos audaz que la literatura y retratos como el de Erika Kohut es decididamente más fácil encontrarlos en obras literarias que en cinematográficas.
En estos tiempos, en los que los espectadores aburguesados asumimos con sonrisa displicente las aburguesadas críticas a la burguesía que nosotros mismos producimos, Haneke se atreve ir donde años antes se atrevió a ir Elfriede Jellinek: al mundo de la afectividad extraña, contradictoria y morbosa, pero mucho menos irreal de lo que a muchos nos gustaría reconocer.
De hecho, la trama tampoco resulta tan compleja: para una mujer de sexualidad reprimida y cuyo amor hacia su madre se ve contagiado del dolor que aquella le inflinge, la búsqueda de la emancipación sólo es posible creando una nueva figura dominante a la que amar. ¿Es tan extraño, tan extraordinario? ¿Nadie conoce a progenitores posesivos cuya actitud se refleja en la personalidad de sus hijos? ¿Nadie conoce a personas de afectividad extraña, lastrada por cargas figuras familiares devastadoras? Desde luego, el retrato de Erika Kohut, tanto en la película como en la novela, no deja de recordarme tanto a personas que conozco como a otras de cuya vida apenas sé lo que intuyo.
Así pues, sin ser una película excelente, resulta muy de agradecer ver en pantalla historias que trascienden lo previsible y se atreven a adentrarse un poquito más allá de los límites que marcan las barreras comerciales y la complaciencia con el espectador (que viene a ser lo mismo).
En estos tiempos, en los que los espectadores aburguesados asumimos con sonrisa displicente las aburguesadas críticas a la burguesía que nosotros mismos producimos, Haneke se atreve ir donde años antes se atrevió a ir Elfriede Jellinek: al mundo de la afectividad extraña, contradictoria y morbosa, pero mucho menos irreal de lo que a muchos nos gustaría reconocer.
De hecho, la trama tampoco resulta tan compleja: para una mujer de sexualidad reprimida y cuyo amor hacia su madre se ve contagiado del dolor que aquella le inflinge, la búsqueda de la emancipación sólo es posible creando una nueva figura dominante a la que amar. ¿Es tan extraño, tan extraordinario? ¿Nadie conoce a progenitores posesivos cuya actitud se refleja en la personalidad de sus hijos? ¿Nadie conoce a personas de afectividad extraña, lastrada por cargas figuras familiares devastadoras? Desde luego, el retrato de Erika Kohut, tanto en la película como en la novela, no deja de recordarme tanto a personas que conozco como a otras de cuya vida apenas sé lo que intuyo.
Así pues, sin ser una película excelente, resulta muy de agradecer ver en pantalla historias que trascienden lo previsible y se atreven a adentrarse un poquito más allá de los límites que marcan las barreras comerciales y la complaciencia con el espectador (que viene a ser lo mismo).
11 de junio de 2009
11 de junio de 2009
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El problema que tiene Haneke es su desaforada veta didáctica. El tipo siempre quiere enseñarnos algo. Cuando el cine originalmente fue pensado como un espectáculo de masas, en el que el espectador únicamente tenía que disfrutar, el austriaco nos propone un intimista ejercicio de reflexión sobre diversos temas que las más de las veces giran en torno a la violencia, y que en absoluto nos hacen disfrutar. Hombre, todo depende de lo que entendamos por disfrutar. Hay gente que se divierte aprendiendo cosas nuevas… también hay gente que se divierte de verdad cuando (cree que) está aprendiendo cosas nuevas. Mucha gente ve en las películas de Haneke una iluminación, y no lo entiendo. Quizá este cineasta habría dado el tipo como sociólogo, como filosofo… por que a mi parecer sólo nos está dando una opinión, muchas veces desacertada (eufemismo), pedante y, por que no, muy imaginativa.
Aprovecho en esta crítica para opinar sobre otra de sus películas, “Benny´s Video”, máxime cuando me parece muy pertinente para defender mi idea. La idea de que su mensaje además de equivocado puede estar bastante desfasado. La película no me pareció completamente original (la historia, el tratamiento sí que era inaudito) pero sí que la encontré interesante. Haneke, no sólo quería mostrarnos fríamente el comportamiento de un asesino, sino que se sentía obligado a darle una razón a ese asesino, y de paso reivindicar algo. La mayoría de películas de asesinos tienen una trama, y en casi todos los casos el asesino tiene una razón que le impulsa a matar. Estas películas de asesinos “del montón” nos entretienen y nos dejan la simple idea como poso de que el sujeto al que se ha ajusticiado (normalmente), el asesino, era un mero psicópata a quien no hay que tomarse la molestia de intentar entender. Bueno, pues en está película, “Benny´s video”, el puñetero asesino que está como una cabra se merece una justificación, lo que me asquea. Por si fuera poco, fruto de ese impulso libidinoso que tiene Haneke por demostrarnos algo, la justificación que nos propone es que el asesino no es más que el resultado de una sociedad masificada y deshumanizada, que venera por encima de todo al Dios de la información, un mal cuya ponzoñosa lluvia radiactiva consume todas las mentes. Después de tanto años de basura televisiva en vena, de tragarnos como patos todo lo que nos echen y de poder estar en cualquier lugar del mundo a través de una pantalla, creo que ha quedado suficientemente claro que la locura, la psicosis, es algo inherente al ser humano sobre lo que todavía no se puede explicar demasiado, pero que atreverse a presentarla como la hija bastarda de la sociedad actual es excesivo. A pesar de todo, la película estaba bien, y encuentro que este austriaco como director tiene talento y, por lo menos, un estilo propio. (Resto en spoiler)
Aprovecho en esta crítica para opinar sobre otra de sus películas, “Benny´s Video”, máxime cuando me parece muy pertinente para defender mi idea. La idea de que su mensaje además de equivocado puede estar bastante desfasado. La película no me pareció completamente original (la historia, el tratamiento sí que era inaudito) pero sí que la encontré interesante. Haneke, no sólo quería mostrarnos fríamente el comportamiento de un asesino, sino que se sentía obligado a darle una razón a ese asesino, y de paso reivindicar algo. La mayoría de películas de asesinos tienen una trama, y en casi todos los casos el asesino tiene una razón que le impulsa a matar. Estas películas de asesinos “del montón” nos entretienen y nos dejan la simple idea como poso de que el sujeto al que se ha ajusticiado (normalmente), el asesino, era un mero psicópata a quien no hay que tomarse la molestia de intentar entender. Bueno, pues en está película, “Benny´s video”, el puñetero asesino que está como una cabra se merece una justificación, lo que me asquea. Por si fuera poco, fruto de ese impulso libidinoso que tiene Haneke por demostrarnos algo, la justificación que nos propone es que el asesino no es más que el resultado de una sociedad masificada y deshumanizada, que venera por encima de todo al Dios de la información, un mal cuya ponzoñosa lluvia radiactiva consume todas las mentes. Después de tanto años de basura televisiva en vena, de tragarnos como patos todo lo que nos echen y de poder estar en cualquier lugar del mundo a través de una pantalla, creo que ha quedado suficientemente claro que la locura, la psicosis, es algo inherente al ser humano sobre lo que todavía no se puede explicar demasiado, pero que atreverse a presentarla como la hija bastarda de la sociedad actual es excesivo. A pesar de todo, la película estaba bien, y encuentro que este austriaco como director tiene talento y, por lo menos, un estilo propio. (Resto en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Refiriéndome por fin a la película que nos ocupa, “La pianista”, donde lo que más me ha gustado ha sido la interpretación de la actriz francesa que hace de loca protagonista, me vuelvo a encontrar con los mismos defectos. Es una película notable, donde, por lo menos, veo cosas nuevas. Renuncia aquí el director, por suerte, a ofrecernos una radiografía de la estructura mental de la protagonista, y eso le suma puntos a la película. Por otro lado me encuentro de nuevo con el interés morboso de querer mostrarme a una loca por el hecho de mostrármela, interés que ya percibí, aunque de forma menos sutil, en “Funny Games”. Interés vacuo que la primera vez se deja pasar, pero la segunda, la tercera, la cuarta, cansa. Si no le pongo menos nota a esta película, y a este director en general, es por el indiscutible talento que tiene para cubrirnos de la cabeza a los pies de mierda, para sumergirnos de lleno en el infierno de sus personajes. Me parece una característica loable de su cine y, cuanto menos, una característica por la que merece la pena ver algunas de sus películas.
26 de mayo de 2007
26 de mayo de 2007
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hasta ahora, el mayor éxito de Michael Haneke, que de una parte convenció generalmente a la crítica y de otra soliviantó al espectador, creándose no poco debate y polémica a su alrededor.
Es la historia de una profesora de piano (entregada Huppert), que vive con su madre, con la que mantiene una tensa relación amor/odio, la cual lleva una doble vida en la que tras su máscara fría y distante da rienda suelta a una mórbida sensualidad basada en un irremediable y enfermizo voyeurismo y en un malsano sexo muchas veces sadomasoquista y autolesionante. Todo cambia cuando deba atender a un nuevo alumno (Magimel)...
Muy sobrevalorada, tanto desde el punto de vista de sus propias virtudes cinematográficas, como desde el plano de la artificial polémica/leyenda creada a su alrededor (por ejemplo, la "mítica" secuencia del baño y la autolesión genital no es para tanto). Lo que Haneke pretende es narrar la historia de manera también distante, asentimental y fría para crear un clima de brumosa tensión, de tangible ambigüedad, de solidez dramática. El resultado, empero, le sale más que discutible, y al final parece que estamos asistiendo a un film varado y congelado, nada transparente en su lenguaje cinematográfico, dónde el cineasta es incapaz de cristalizar convenientemente ninguna de las tres intrahistorias que se le presentan: la personal y propia de Huppert -interpretación excelente, muy profesional-, una mujer fría y sin sentimientos ni sensaciones aparentes fuera de Schubert, que en realidad es un ser de enorme inestabilidad, que se volcaniza y escora hacia el sexo extremo y más peligroso derramando lava que hiela la sangre, en su pretensión de acuchillar psicológicamente, asesinar virtualmente y herir fisícamente; la relación amor/odio, dependencia/hastío, idealización/repulsión entre la posesiva, paciente y consentidora madre (muy bien, aunque escasa Girardot) con su desquiciada hija; por último, el antiromance entre la pianista y el nuevo alumno, dónde el sexo es lo único que no existe precisamente. Ninguna de las tres cristaliza de forma conveniente, todo por la discutible puesta en escena de Haneke, que hacen que el film pierda intensidad, ligereza, fluidez e interés y nos alcanze lejano y desamparante el peor sentido del término.
Así pues, esta metáfora del actual y terrible individualismo -más que la propia soledad- con la que nos guíamos en el mundo actual, en la que al fondo, quizás, se advierte un suicidio inevitable como culmen de ese individualismo negativo, queda desdibujada y borrosa cinematográficamente, sin que el espectador quede auténticamente golpeado por esa desolación del argumento, por esa furtiva brutalidad de algunos de sus pasajes, por esa autodestrucción de un ser malsano, enfermo, egoísta hasta la médula, incontrolable y dominante. ¿Se imaginan a Polanski como director de la película por ejemplo?. Pobre Haneke.
Es la historia de una profesora de piano (entregada Huppert), que vive con su madre, con la que mantiene una tensa relación amor/odio, la cual lleva una doble vida en la que tras su máscara fría y distante da rienda suelta a una mórbida sensualidad basada en un irremediable y enfermizo voyeurismo y en un malsano sexo muchas veces sadomasoquista y autolesionante. Todo cambia cuando deba atender a un nuevo alumno (Magimel)...
Muy sobrevalorada, tanto desde el punto de vista de sus propias virtudes cinematográficas, como desde el plano de la artificial polémica/leyenda creada a su alrededor (por ejemplo, la "mítica" secuencia del baño y la autolesión genital no es para tanto). Lo que Haneke pretende es narrar la historia de manera también distante, asentimental y fría para crear un clima de brumosa tensión, de tangible ambigüedad, de solidez dramática. El resultado, empero, le sale más que discutible, y al final parece que estamos asistiendo a un film varado y congelado, nada transparente en su lenguaje cinematográfico, dónde el cineasta es incapaz de cristalizar convenientemente ninguna de las tres intrahistorias que se le presentan: la personal y propia de Huppert -interpretación excelente, muy profesional-, una mujer fría y sin sentimientos ni sensaciones aparentes fuera de Schubert, que en realidad es un ser de enorme inestabilidad, que se volcaniza y escora hacia el sexo extremo y más peligroso derramando lava que hiela la sangre, en su pretensión de acuchillar psicológicamente, asesinar virtualmente y herir fisícamente; la relación amor/odio, dependencia/hastío, idealización/repulsión entre la posesiva, paciente y consentidora madre (muy bien, aunque escasa Girardot) con su desquiciada hija; por último, el antiromance entre la pianista y el nuevo alumno, dónde el sexo es lo único que no existe precisamente. Ninguna de las tres cristaliza de forma conveniente, todo por la discutible puesta en escena de Haneke, que hacen que el film pierda intensidad, ligereza, fluidez e interés y nos alcanze lejano y desamparante el peor sentido del término.
Así pues, esta metáfora del actual y terrible individualismo -más que la propia soledad- con la que nos guíamos en el mundo actual, en la que al fondo, quizás, se advierte un suicidio inevitable como culmen de ese individualismo negativo, queda desdibujada y borrosa cinematográficamente, sin que el espectador quede auténticamente golpeado por esa desolación del argumento, por esa furtiva brutalidad de algunos de sus pasajes, por esa autodestrucción de un ser malsano, enfermo, egoísta hasta la médula, incontrolable y dominante. ¿Se imaginan a Polanski como director de la película por ejemplo?. Pobre Haneke.
1 de agosto de 2008
1 de agosto de 2008
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según la famosa y contraintuitiva teoría de las emociones enunciada por James y Lange allá por finales del siglo XIX el mecanismo por el cual nos emocionamos consite en, primeramente, una activación fisiológica, llamese aumento de la tasa cardiaca, sudoración, llanto, etcétera y segundo, una interpretación de estos síntomas con el resultado de la aparición del miedo, la alegría, la ansiedad o cualquier otra emoción; ejemplificadamente, primero lloramos y después sentimos pena. Esta secuencia es la que más se parece adecuar a lo que sucede, a veces, al ver una película, primeramente sentimos el impacto, la conmoción y sólo después, posteriormente, somos capaces de discernir si estamos impresionados o toda la tragicomedia no ha sido más que fuegos de artificio.
"La pianista" es uno de esos escasos acontecimientos cinematográficos que cada cierto tiempo consiguen dar un paso al frente de entre la maraña uniforme que invade la cartelera, un hito visual, narrativo, una trangresión fantástica que devuelve el aliento a la hipertrofiada industria del celuloide; un paso al frente como sucedió con el adolescente encerrado en su habitación de "Ken Park", con el paseo caleidoscópico y silencioso a traves de una discoteca de la chica japonesa sorda en "Babel" o el llanto redentor de De Niro tras liberarse de su carga en "La misión".
En la obra de Haneke, personajes anodinos, como los que se describen en las novelas de Houellebecq , esconden una vida privada llena de perversiones y desviaciones; amparados por la sociedad del bienestar consiguen satisfacer sus deseos más patológicos y seguir manteniendo una fachada de normalidad. Infinitamente más perversa que "Funny games" por su cotidianeidad , una obra psicológica y abrumadora. Una "American psycho" creíble.
"La pianista" es uno de esos escasos acontecimientos cinematográficos que cada cierto tiempo consiguen dar un paso al frente de entre la maraña uniforme que invade la cartelera, un hito visual, narrativo, una trangresión fantástica que devuelve el aliento a la hipertrofiada industria del celuloide; un paso al frente como sucedió con el adolescente encerrado en su habitación de "Ken Park", con el paseo caleidoscópico y silencioso a traves de una discoteca de la chica japonesa sorda en "Babel" o el llanto redentor de De Niro tras liberarse de su carga en "La misión".
En la obra de Haneke, personajes anodinos, como los que se describen en las novelas de Houellebecq , esconden una vida privada llena de perversiones y desviaciones; amparados por la sociedad del bienestar consiguen satisfacer sus deseos más patológicos y seguir manteniendo una fachada de normalidad. Infinitamente más perversa que "Funny games" por su cotidianeidad , una obra psicológica y abrumadora. Una "American psycho" creíble.
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