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El misterio de Silver Lake

Intriga. Thriller. Drama En su apartamento de urbanización prototipo de Los Angeles, Sam (Andrew Garfield) anda por la vida muerto de aburrimiento. Ningún aliciente hasta ese día en que descubre a una nueva vecina sexy, deslumbrante, inquietante, misteriosa y, de repente, desaparecida. Y aún hay mayores rarezas esperando a Sam, porque por el barrio anda suelto un asesino de perros...
Críticas 86
Críticas ordenadas por utilidad
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7
8 de octubre de 2018
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Difícil de clasificar el ultimo trabajo de David Robert Mitchell (It Follows) un joven que encuentra en la desaparición de una chica el significado de su vida en unos misteriosos códigos que tienen ocultos significados. El guion corre a cargo del mismo Mitchell, quizá esta algo sobrecargado pero contiene una buena dosis de intriga y hace que te pique mucho la curiosidad.

La película se compone de muchas tramas argumentales, algunas de ellas sin ningún nexo de unión que te dejan un poco descolocado, transformando un film bastante simple en un drama oscuro surrealista con toques de David Lynch o Terry Gilliam.

Numerosos guiños al cine y a la cultura pop, así como una espectacular banda sonora hacen que la película se disfrute mucho, pero eso si se necesitara otro visionado para poder digerir todo lo que terminas de ver. Una película que puedes acabar odiando o que te puede hipnotizar hasta el final.
Destino Arrakis.com
5
6 de enero de 2019
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues una película polémica, obra de David Robert Mitchell, que en su anterior filme de terror "It Follows" se consagró, al menos para cierta crítica y público, que andaba buscando un nuevo gurú del cine post-moderno que le dejara con la boca abierta. A mí no me convenció la peli y esta de Silver Lake... tampoco.
Y no me ha convencido por diversas causas. La primera, que es larga y se me ha hecho eterna. La segunda, que por la parte final se entiende más bien poco y resulta pretenciosa y pedante, con muchos datos de la cultura pop y demás... y no mucho e interesante que contar.
Es verdad que su primera parte, la que tiene que ver con el personaje de Sarah, me ha gustado. Está bien explicado, la narración es clásica y sí nos sugiere de forma positiva que hay "gato encerrado", que ocurren cosas en Silver Lake y alrededores que escapan de la normalidad. Tiene imaginación y rasgos de humor, y es innegable que Andrew Garfield lo hace de maravilla, con esa cara de aparvado que no le abandona en todo el metraje.
Pero, ¡ay!, poco a poco la peli va adentrándose en caminos inescrutables donde todo queda turbio, con más dudas que certezas y sin un argumento claro que seguir.
Sí es verdad que hay muy buenas escenas, como el baño del protagonista y la chica y la dirección artística de cada fiesta a donde va el protagonista es muy rica en detalles en decorados interiores. Pero todo ello no hace más que confundir más y más al respetable.
El final, su epílogo, es bueno, al menos tiene ironía.
Pero no, no me ha gustado, lo admito.

https://filmsencajatonta.blogspot.com
8
18 de octubre de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que nadie en el Auditori esperaba algo tan extraño y desconcertante como Under the Silver Lake. Definir la segunda película del director de It Follows es harto complicado. Transita sin duda los senderos pynchonianos de Puro Vicio: antitrama neo-noir, tono de comedia surrealista, protagonista algo ido pero entrañable y acumulación de sucesos a cuál más absurdo e inexplicable, que parecen no llevar a ningún sitio. También hay algo de El largo adiós de Altman, de El gran Lebowski (la sombra de Chandler es alargada) y es imposible no pensar en la influencia estética de David Lynch y su Mulholland Drive. El torrente de referencias a la cultura pop es continúo y su historia sobre mensajes ocultos y asesinos de perros y dioses (dog o god, según de que lado del cristal se mire) está encaminada sobre todo a hablarnos de la influencia de esta cultura en nuestra sociedad. La propia peli es una endiablada amalgama pop que nos muestra un LA perverso en el que las actrices se prostituyen y las continuas fiestas ofrecen un panorama desolador de vacío y estupidez. El tono que consigue dar Andrew Garfield a su personaje es perfecto, entre lo atractivo y lo patético, lo idiota y lo ingenioso, a veces es desternillante y otras le deseas la muerte. Esto demuestra la versatilidad de este actor (piensen sino en su papelón en Silencio, tan lejos de este) y lo desaprovechado que ha estado hasta hace poco.
La respuesta del Audorori hacia esta película tan críptica y desconcertante fue un medio aplauso que duró escasos segundos. Under the Silver Lake da para varios visionados y tengo que reconocer que en el primero fascinó. A pesar de encontrarme bastante perdido durante la proyección, pasados los días la película seguía dando vueltas y más en mi cabeza.

(Extracto del artículo "5 días en Sitges", dentro del blog "Antes de parpadear" https://robergcuesta.wixsite.com/antesde)
8
26 de diciembre de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
He leído muchos análisis e interpretaciones de este nuevo trabajo de Mitchell, si porque es una película que se presta para eso, yo siempre voy a las comparaciones en el cine porque es verdad, los directores jóvenes toman mucha influencia de los viejos, en este caso hay muchas similitudes con David Lynch, nadie lo ha mencionado pero hay muchas escenas con toques surrealistas ligadas a sueños o pesadillas, como la pesadilla de Sam de un perro muerto seguido de una mujer con cara distorsionada devorando a un hombre y después ladrando, entre otras.

El guión es excelente, a pesar de lo extensa que te pueda parecer la película, no se hace tediosa ni cansada, porque Mitchell te da pautas para que vayas uniendo piezas y armando un rompecabezas que cada vez se hace mas fácil, hay muchas referencias en general a los millennial el cine de ahora así no nos guste debemos aceptarlo gira en torno a esta generación, el personaje de Sam un joven sin ningún sentido en su vida, tienen todo a su alcance todo fácil, pero todo cambia al conocer a su vecina hermosa y excéntrica que de un día al otro desaparece de su lugar de vivienda a partir de eso gira la película y no descansa , parece una tontería pero son cosas minuciosas que a veces nosotros también las buscamos, todos estamos en busca de un objetivo algo que nos desvié de nuestras rutinarias vidas, seguido a eso los mensajes ocultos de cada cosa existente, lo cual es muy cierto y todas ellas casi siempre ligado a lo sexual. Es así como se manifiesta en gran parte este nuevo trabajo de Mitchell que a mi parecer junto con It Follows serán futuras obras maestras del cine contemporáneo.
8
1 de enero de 2019
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es lícito violar una cultura, pero a condición de hacerle un hijo”. Con esta frase, la escritora y filósofa francesa Simone de Beavouir resumió su concepción sobre la cultura y, más importante aún, sentenció su visión sobre la creación artística. Por muy sorprendente que suponga en la actualidad el hecho de oír a una referente histórica del feminismo empleando la palabra violación en una clara aceptión semipositiva, siendo esto una consecuencia directa de la grandes cotas de sensibilización que se han ido obteniendo gradualmente hacia estos temas por parte de la sociedad, no es sino una anécdota en comparación con el inmeso potencial que encierra esta sentencia.

La crítica es y ha sido siempre un pilar fundamental dentro del cautivador mundo de la cultura, porque no se dedica a ensalzar la misma, sino que revela sus carencias. Vivimos una época turbia en cuanto a esta refiere; la admiración histórica que se ha profesado hacia literatos, pintores y demás iconos artísticos ha sido sustituida, de un modo despreciable a la par que forzoso, por una especie de culto mezquino hacia la fama. Asumámoslo, pues no abordar este tema solo nos hace aún más cómplices: Chuck Palahniuk tenía más razón que un santo cuando, por boca de su archiconocido personaje Tyler Durden, decía aquello de que somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. Una frase repetida hasta la saciedad gracias a su adaptación al cine en 1999. Por aquel entonces, David Robert Mitchell tenía apenas 25 años y era un licenciado en producción audiovisual por la Universidad de Florida. Otro aspirante más a director en Ámerica, la cuna de los sueños. Otro quijote del séptimo arte dispuesto a darlo todo por hacerse un nombre bajo las soleadas colinas de Los Ángeles. Y es aquí donde empieza todo, en Hollywood.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Under The Silver Lake no es más que la sincera consecuencia de todo lo antes mencionado. Bajo el paragüas de A24, el cineasta de Michigan nos presenta al protagonista de la cinta, Sam (Andrew Garfield), un tipo cuyas únicas motivaciones en la vida son el sexo (bien sea a través del onanismo, del sexo o del placer culpable voyeur), la cultura pop en la que cabe absolutamente todo (desde los videojuegos retro hasta una fascinación por la figura de Kurt Cobein) y los cigarrillos.

A sus 33 años, esta especie de mesías de lo mainstream vaga a diario por una Los Angeles desproporcionada y poblada por personajes de lo más pintoresco como un rey vagabundo, el músico que compuso todos los éxitos pop de la música (crying on the inside cuando dice que él creó la melodía de Smells Like Teen Spirit al piano mientras se la chupaban y comía tortilla) o una especie de gato fantasma que asesina por las noches. En este mare magnum aparece Sarah, su nueva vecina. Pero al día siguiente, la chica desaparece sin dejar rastro, algo que Sam no puede concebir. No él. Él busca un propósito. Y ahora lo tiene.

A partir de ahí, la acción se precipita por los derroteros más clásicos del noir (inevitable aquí la analogía con Chinatown) para dar al traste con todos y cada uno de los principios que sustentan el género más prolífico y emblemático del Hollywood clásico. Pero esto no es un ejercicio de mera vacuidad cinéfila, no. Esto es cine con mayúsculas. Es por eso que desde el minuto uno se concede al espectador exactamente lo que pide, pero no en la forma en que lo pide: diversos y absurdos enigmas que deben ser descifrados por un personaje aun más absurdo si cabe. Porque esta película no es más que eso, un grotesco juego de espejos entre lo metarreferencial y lo tangible. Una broma de mal gusto.

Como si de un Valle-Inclán malevolo se tratase, Robert Mitchell fusila sin mediar palabra todas nuestras convicciones culturales, es decir, todo lo que somos: al final del camino de Sam, no hay nada. Solo unos multimillonarios dementes dispuestos a enterrarse vivos con tal de obtener una trascendencia que nunca que llegará. Pero la ruleta sigue girando, y la gente que sigue yendo a pedir su latte macchiato por la mañana mientras una chica borra una pintada sobre no sé que asesino de perros, y nuestra madre nos recomienda una película donde aparece no sé que actriz en TMC, y nuestros ligues nos llevan a ver pelis al aire libre en verano. Y al final del día divagamos con nuestro colega sobre el éxito y el fracaso. Pero aquí no importa que le pase a esta gente. Porque en esta historia no hay ni un solo personajes, todos esos caracteres que pululan por la pantalla son representaciones de algo. Y la nuestra por desgracia Sam.

En una sociedad fría y superficial como esta, Sam somos nosotros. Los hijos malditos de la historia que viven sin un propósito definido, sin más objetivo que sacar partido a los paraísos artificiales en los que vivimos. Porque ahí si que todos somos reyes, como el vagabundo. Pero este panorama desolador no mejora cuando nos damos cuenta de quién es en realidad Sarah. Ella vendría a ser todas las referencias culturales que he mencionado antes. Porque en una sociedad sin grandes narrativas ni discursos morales que den sentido a nuestra vida, más vale parecerte al actor de moda y buscar la fama a cualquier precio que no ser un paria sin amigos y aislado. Pero en estas, Mitchell de forma magnánima trata de redimir al espectador en la medida de lo posible y nos concede una vía de escape: esa construcción ilusoria, en la que teóricos como Andy Warhol hicieron de una simple lata de sopa un icono cultural, queda sellada bajo kilos de cemento. Y Sam, esto es, todos nosotros, vuelve a casa. Y sale al balcón. Y se fija en la vecina que nunca llevó sujetador. Y baja y se la folla. Y se fuma un cigarro, mientras contempla indiferente como ejecutan la orden de desahucio. Ahora el mundo parece un lugar más seguro.
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