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Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
23 de diciembre de 2016
82 de 93 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un título sugerente. Empezamos bien.
Es un thriller. Sigue.
Está protagonizado por Amy Adams y Jake Gyllenhaal. ¿A qué hora es la película?.

La película empieza de forma desconcertante. No esperaba menos.
Termina la película. No tengo palabras.

Señoras y señores, estamos ante una de las mejores películas, en cuanto a forma y fondo conjugados, en años.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película relata la historia de Susan (Amy Adams), una artista con una vida completamente vacía, sin sentido, atrapada en un matrimonio abocado al fracaso, que recibe un especial paquete de parte de su ex-marido Edward (Jake Gyllenhaal), al que no ve desde hace años. Es un libro. Un libro que la conducirá hacia un viaje sin retorno por los más profundos abismos de su propia alma.

La historia que cuenta el libro no es sino una metáfora total y absoluta de la vida de Edward, al dolor extremo que fue sometido por parte de la persona que más amaba. Susan no solo nunca creyó en el talento de Edward, sino que le abandonó por otro hombre más exitoso y abortó su propio hijo. Pero la película, como tal, es la victoria del escritor, la venganza emocional llevada a sus máximas consecuencias.

Para mí hay dos puntos de ruptura en la narración hacia el final, no tanto entendidos como plot twists, si no dos detalles argumentales que reivindican el conjunto:

El primero se trata de un flashback, en el que Susan recuerda como presionaba a su marido para que diese más de sí mismo. Ella le dice que puede escribir sobre otras cosas que no tengan nada que ver sobre su propia vida. Es esencial este hecho, porque Edward construye el libro en función de sus vivencias personales, para así mostrarle que no sólo tiene muchísimo talento, si no que el libro ha sido calculado al milímetro, con un solo objetivo: demostrar, paso por paso, que cometió el error de su vida.

El segundo se encuentra dentro de la historia del propio libro, cuando Ray Marcus (un Aaron Taylor- Johnson que borda su papel) es liberado por falta de pruebas sólidas. Hay un momento donde están en una cafetería, en el que Bobby (Michael Shannon) le propone tomarse la justicia por su propia mano a Tony, el alter ego de Edward en el libro, quien, visiblemente interesado, le pregunta que si traerá problemas a su carrera, a lo que Bobby responde que no le importa, porque padece un cáncer terminal. Aquí, Tony dice que no se lo ha dicho, mientras que este se limita a contestar que sí, que se le ha olvidado.

Podría ser un hecho trivial, un descuido por parte de nuestro protagonista, pero en ese mismo momento se rompe definitivamente el hilo argumental del libro, que enlaza con el momento donde Tony muere, y da lugar a una serie de incógnitas narrativas que se plantean de este hecho:

1. ¿Realmente existió el personaje de Bobby Andes en ese tramo del libro?. Si bien es cierto mencionar que, durante la investigación, este personaje enchirona a dos de los tres violadores que acabaron con la vida de su mujer y su hija, pero, a partir del momento en el que le dice eso, el personaje actúa en función de los deseos de Edward y, aunque podría decirse que un tipo en su situación poco o nada puede importarle lo que le pase, hay un detalle que no acaba de concordar de manera lógica.

2. ¿Por qué si sabía que estaba en la cabaña, no fue en ayuda de Edward? Este hecho es el que prueba que Bobby nunca ayudó a Tony a matar a Ray Marcus, que parte de lo que sucede ahí está en la cabeza del protagonista, que, desolado tras conocer la noticia de la puesta en libertad del líder del grupo, no tiene otra opción que matarlo, y después, tras despertar y darse cuenta del acto que ha cometido, decide poner fin a su propia vida.

Al final, solo nos queda empatizar con una pobre Susan, desgarrada por el relato, esperando en ese restaurante al hombre que nunca debió soltar de su mano, porque el mensaje que le transmite es durísimo:

Sí tú, te amé con todo mi ser, pero no eres más que un Animal Nocturno que acabó con la vida de mi hija. Ese es tu verdadero yo; por mucho que quieras ocultarlo detrás de una vida de lujos y vanidad, sé quien eres en realidad y lo que me hiciste.

Quizá como en la historia, Edward no aparece porque se suicida, pero eso ya es hilar demasiado fino.

A nosotros sólo nos queda disfrutar.
27 de marzo de 2017
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decía Sartre que a los verdugos se les reconoce por su cara de miedo. Pero no es precisamente miedo lo que refleja el primer rostro que se nos muestra en pantalla del protagonista de la cinta, Adam Bell.

Adam es más bien una víctima, un hombre absolutamente alienado, no ya en los términos marxistas de los que habla en su clase de Historia, sino superado por todas aquellas cosas que constituyen su propia vida. Una vida monótona, en la que cuenta con un trabajo respetable y una casa bonita, tediosamente acomodada y a la vez paradigmática del éxito en nuestra sociedad. Pero antes que la sociedad, está siempre el individuo.

Porque por mucho control que ejerzan los gobiernos, los poderes fácticos o quien quiera que esté detrás de todo en este sistema, hay un mundo dentro de cada uno de nosotros; un mundo irracional en el que somos nosotros mismos.
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spoiler:
Sin duda para mí la película no deja lugar a dudas: no existe otra persona, todo el tiempo vemos a Adam, un prodigioso Jake Gyllenhaal. No existe bilocación ni artificios narrativos propios del género sci-fi, está película habla sobre la vida real. Y el mérito de que todo este puzzle, de tintes kafkianos, no se desborde por su profundidad narrativa reside en el que para mí es uno de los mejores directores actuales, Denis Villeneuve.

La factura técnica es envidiable; rodada en una ciudad funcional como Toronto, predominan los tonos oscuros y amarillentos. Todo es concisión, todo es elegancia. Ningún plano escapa a esta regla. Aunque el verdadero punto de fuga, donde converge la grandeza absoluta de la película, no es como de perfecto lo cuenta, que ya es mucho, sino que nos está contando.

Adam no solo está alienado por su propia vida, son sus traumas personales y familiares los que constituyen el verdadero motor de la narración.

Todo hombre tiene un límite, él es incapaz de aguantar ese vida un minuto más y es ahí donde surge Anthony Claire, una extensión de si mismo que se apropia de su identidad hasta el punto de que en el comienzo de la película Adam solo tiene en su vida a su amante, no existe su esposa, ni su casa ni nada. Es en una película donde descubre que hay una persona idéntica a él.

Invadido por el pánico, busca, encuentra y conoce a ese doble suyo que hace películas, conduce una moto y tiene una esposa que está embarazada. Los papeles de ambos están tan trastocados hasta tal punto que Adam se identifica con esa vida paralela y Anthony con la de la esposa. Pero el detonante de toda la pesadilla que sufre Adam no es el intercambio simultaneo de roles, sino el accidente donde muere su amante, una Mélanie Laurent que incita más respeto que morbo.

Toda la película es una suerte de fragmentos descolocados entre pasado y presente de la vida de Adam, perfectamente hilados, que desemboca en un trastorno de personalidad severo, que a su vez termina por derivar en un episodio paranoide: la araña gigante en su habitación. Porque esta historia no tiene motivación alguna sin tener en cuenta su verdadero trasfondo: sus problemas maternofiliales.

La araña hace referencia a esa madre fálica, controladora, que se apodera de la personalidad dócil de su hijo para inculcarle sus propios valores y apetencias. Todos los traumas que genera Adam son en parte culpa de su madre. Desde su crisis de identidad, pasando por ese crush fetish que observamos al principio de la película, hasta su miedo al compromiso. Ese respeto y a la vez rechazo hacia su madre son la causa y la consecuencia de todo aquello que sucede en la película, puesto que en el mundo de Adam todo gira en torno a su madre, de manera implícita claro está.

Es por eso que él actúa como víctima y como verdugo de sí mismo, pues a la vez que sufre en silencio todos esos traumas, le condicionan sobre manera a la hora de relacionarse con el mundo, creándose una serie de subterfugios mentales a modo de escudo protector, que terminan por arruinar prácticamente su vida y la de quien está más próximo a su alrededor.

Para concluir me gustaría incidir en dos temas a colación con esto último:

1. Aún siendo la madre la causante de todo, sin la breve escena que tiene con ella, la película sería indescifrable. Es cierto que queda patente el tema de la madre con la representación de la araña. Pero sin su breve escena, está película sería un batiburrillo de escenas inconexas.

2. Si se basa en la obra de Louise Bourgeois y, en concreto, en su obra Maman, las motivaciones artísticas son opuestas. Mientras que la escultora francesa creó esa obra para homenajear la figura de su madre, quien verdaderamente se ocupó de ella, en Enemy vemos solo una cara de esa araña que representa Maman, ya que en la película para Adam representa la opresión y no el cariño y la protección que se ven reflejadas en la escultura original.

Denis Gómez.
27 de marzo de 2017 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
India Stoker es una tímida e inteligente chica que pierde a su padre en un accidente de tráfico.

Ya desde el primer momento de la cinta queda patente que ella estaba verdaderamente unida a su padre, lo que causa en India, que ya de por sí es tremendamente introvertida, un profundo dolor.

Para su sorpresa, al funeral llega su tío, un hombre que no había conocido antes, quien decide quedarse unos días a ayudar a la madre de India y a ella a recuperarse.
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La película es en sí misma un absoluta y magistral delicia técnica, en la que todo fluye con una solidez, y sordidez, inusuales en el panorama americano.


En primer lugar me gustaría hablar del personaje de India. Si bien el guión se juega todo a su personaje, pues su tío, aunque lleva el contrapeso de la película, actúa como mero conductor de la historia, no tiene nada que envidiar a otros como el de Oh Dae-su en Oldboy. Una perfecta Mia Wasikowska es quien da vida, literalmente, a este personaje. Sin ella la película perdería enteros. Es una de las mejores actuaciones que he visto nunca.

Y, si anteriormente he afirmado que en el plano interpretativo Mia no tenía que envidiar la formidable actuación de Choi Min-sik en Oldboy, en el plano argumental menos aún. Aquí podría apuntarse el tanto el guionista Wenworth Miller, pero sinceramente creo que sin la aportación del genio coreano, ese personaje sería más plano que una pared.

Pero, más allá de aspectos técnicos, esta película se configura realmente en base a como India se relaciona con sus parientes más cercanos, pues con ellos descubre aspectos clave como el amor, el odio o incluso la sexualidad:

India es una adolescente que está descubriendo que es la vida. Su unión con su padre, como recalco al principio, hace devastadora su pérdida, pero nunca expresa dolor a través de lágrimas o una depresión, sino que este suceso, sumado a la relación con su tío y su madre, posibilitan la configuración de su personalidad adulta.

Su madre, una fría pero eficiente Nicole Kidman, no es para ella ningún modelo de conducta. La ve más como un ejemplo de lo que no quiere ser, una mujer florero de un hombre exitoso. Su referente en esta historia es su tío, un Matthew Goode descomunal, quien, profesa una enferma admiración hacia ella, algo que en ningún momento se explica.

Es en él donde encuentra un modelo, pues, bien sea geneticamente, o bien por las circunstancias, India se descubre en una psicópata confesa, al igual que su tío. Si su tío mató a su hermano pequeño enterrándolo vivo y a su padre, además del amante de India en el bosque con el cinturón, en una escena descomunal, India no se queda atrás. Tras una secuencia ambigüa en la que India se masturba recordando ese asesinato, ella toma la decisión de vengar la muerte de su padre, transfondo de casi toda la filmografía de Park Chan-wook, matando a su propio tío.


Es bueno recordar el título para Latinoamérica de esta película: Lazos perversos. Sin duda, la enfermiza e incestuosa relación que profesa la protagonista hacia su tío, sumado a la construcción de una personalidad psicopática, dota a la película de una atmósfera y personalidad brutales.

En la mayoría de películas de este director, bien sea en Sympathy for Mr. Vengueance o la mencionda Oldboy, el protagonista, o protagonistas principales sufren una especie de redención moral tras haber perpretado su venganza, la cual si cabe destruye moralmente más a su personaje, pero en el caso de Stoker no ocurre eso.

Debido probablemente a la genética, dado que su tío también lo es, India Stoker es una psicópata. No hay redención moral posible para ella, pues no siente ningún tipo de apego por nadie, excepto por la única persona a la que ama, su padre. Tras matar a su asesino, ella se marcha. pues ya ha encontrado una razón de existir, un camino. No es posible otra explicación, dado la mencionada excitación que le produce la muerte del chico a manos de su tío y como asesina al policía que lo investiga.


Y es aquí donde se encuentra la grandeza de la película, en la elegancia que se desprende de cada plano que acompaña esta historia de crecimiento personal, aunque sea para convertirse en una insensible asesina, como su tío, pues, la poética que destila esta historia, la pone a la altura de las mejores películas de este director.

Denis Gómez.
1 de enero de 2019
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es lícito violar una cultura, pero a condición de hacerle un hijo”. Con esta frase, la escritora y filósofa francesa Simone de Beavouir resumió su concepción sobre la cultura y, más importante aún, sentenció su visión sobre la creación artística. Por muy sorprendente que suponga en la actualidad el hecho de oír a una referente histórica del feminismo empleando la palabra violación en una clara aceptión semipositiva, siendo esto una consecuencia directa de la grandes cotas de sensibilización que se han ido obteniendo gradualmente hacia estos temas por parte de la sociedad, no es sino una anécdota en comparación con el inmeso potencial que encierra esta sentencia.

La crítica es y ha sido siempre un pilar fundamental dentro del cautivador mundo de la cultura, porque no se dedica a ensalzar la misma, sino que revela sus carencias. Vivimos una época turbia en cuanto a esta refiere; la admiración histórica que se ha profesado hacia literatos, pintores y demás iconos artísticos ha sido sustituida, de un modo despreciable a la par que forzoso, por una especie de culto mezquino hacia la fama. Asumámoslo, pues no abordar este tema solo nos hace aún más cómplices: Chuck Palahniuk tenía más razón que un santo cuando, por boca de su archiconocido personaje Tyler Durden, decía aquello de que somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. Una frase repetida hasta la saciedad gracias a su adaptación al cine en 1999. Por aquel entonces, David Robert Mitchell tenía apenas 25 años y era un licenciado en producción audiovisual por la Universidad de Florida. Otro aspirante más a director en Ámerica, la cuna de los sueños. Otro quijote del séptimo arte dispuesto a darlo todo por hacerse un nombre bajo las soleadas colinas de Los Ángeles. Y es aquí donde empieza todo, en Hollywood.
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Under The Silver Lake no es más que la sincera consecuencia de todo lo antes mencionado. Bajo el paragüas de A24, el cineasta de Michigan nos presenta al protagonista de la cinta, Sam (Andrew Garfield), un tipo cuyas únicas motivaciones en la vida son el sexo (bien sea a través del onanismo, del sexo o del placer culpable voyeur), la cultura pop en la que cabe absolutamente todo (desde los videojuegos retro hasta una fascinación por la figura de Kurt Cobein) y los cigarrillos.

A sus 33 años, esta especie de mesías de lo mainstream vaga a diario por una Los Angeles desproporcionada y poblada por personajes de lo más pintoresco como un rey vagabundo, el músico que compuso todos los éxitos pop de la música (crying on the inside cuando dice que él creó la melodía de Smells Like Teen Spirit al piano mientras se la chupaban y comía tortilla) o una especie de gato fantasma que asesina por las noches. En este mare magnum aparece Sarah, su nueva vecina. Pero al día siguiente, la chica desaparece sin dejar rastro, algo que Sam no puede concebir. No él. Él busca un propósito. Y ahora lo tiene.

A partir de ahí, la acción se precipita por los derroteros más clásicos del noir (inevitable aquí la analogía con Chinatown) para dar al traste con todos y cada uno de los principios que sustentan el género más prolífico y emblemático del Hollywood clásico. Pero esto no es un ejercicio de mera vacuidad cinéfila, no. Esto es cine con mayúsculas. Es por eso que desde el minuto uno se concede al espectador exactamente lo que pide, pero no en la forma en que lo pide: diversos y absurdos enigmas que deben ser descifrados por un personaje aun más absurdo si cabe. Porque esta película no es más que eso, un grotesco juego de espejos entre lo metarreferencial y lo tangible. Una broma de mal gusto.

Como si de un Valle-Inclán malevolo se tratase, Robert Mitchell fusila sin mediar palabra todas nuestras convicciones culturales, es decir, todo lo que somos: al final del camino de Sam, no hay nada. Solo unos multimillonarios dementes dispuestos a enterrarse vivos con tal de obtener una trascendencia que nunca que llegará. Pero la ruleta sigue girando, y la gente que sigue yendo a pedir su latte macchiato por la mañana mientras una chica borra una pintada sobre no sé que asesino de perros, y nuestra madre nos recomienda una película donde aparece no sé que actriz en TMC, y nuestros ligues nos llevan a ver pelis al aire libre en verano. Y al final del día divagamos con nuestro colega sobre el éxito y el fracaso. Pero aquí no importa que le pase a esta gente. Porque en esta historia no hay ni un solo personajes, todos esos caracteres que pululan por la pantalla son representaciones de algo. Y la nuestra por desgracia Sam.

En una sociedad fría y superficial como esta, Sam somos nosotros. Los hijos malditos de la historia que viven sin un propósito definido, sin más objetivo que sacar partido a los paraísos artificiales en los que vivimos. Porque ahí si que todos somos reyes, como el vagabundo. Pero este panorama desolador no mejora cuando nos damos cuenta de quién es en realidad Sarah. Ella vendría a ser todas las referencias culturales que he mencionado antes. Porque en una sociedad sin grandes narrativas ni discursos morales que den sentido a nuestra vida, más vale parecerte al actor de moda y buscar la fama a cualquier precio que no ser un paria sin amigos y aislado. Pero en estas, Mitchell de forma magnánima trata de redimir al espectador en la medida de lo posible y nos concede una vía de escape: esa construcción ilusoria, en la que teóricos como Andy Warhol hicieron de una simple lata de sopa un icono cultural, queda sellada bajo kilos de cemento. Y Sam, esto es, todos nosotros, vuelve a casa. Y sale al balcón. Y se fija en la vecina que nunca llevó sujetador. Y baja y se la folla. Y se fuma un cigarro, mientras contempla indiferente como ejecutan la orden de desahucio. Ahora el mundo parece un lugar más seguro.
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