El misterio de Silver Lake
2018 

6.0
9,170
Intriga. Thriller. Drama
En su apartamento de urbanización prototipo de Los Angeles, Sam (Andrew Garfield) anda por la vida muerto de aburrimiento. Ningún aliciente hasta ese día en que descubre a una nueva vecina sexy, deslumbrante, inquietante, misteriosa y, de repente, desaparecida. Y aún hay mayores rarezas esperando a Sam, porque por el barrio anda suelto un asesino de perros...
8 de octubre de 2018
8 de octubre de 2018
230 de 269 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escribo estas líneas de manera más o menos precipitada, a tan solo un día de haber visto esta estimable película de David Robert Mitchell en la sesión despertador de Sitges. La inmediatez de este análisis quizá conlleve cierta falta de profundidad, pero he preferido ser rápido antes de que se me esfumen las ideas que me ha despertado su visionado. Como muchos ya habrán hablado sobre el director (a mí It Follows ni fu ni fa), los actores, aspectos técnicos, etcétera, me centraré únicamente en una posible interpretación de la película (así que me voy directo a la zona spoiler).
Pero un consejo, no os la perdáis.
Pero un consejo, no os la perdáis.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En mi opinión la primera escena de la película nos deja las claves a la hora de interpretarla, que es lo que toda buena película suele hacer. El protagonista está en una tienda de comida, y el director filma la escena desde dentro, así que vemos a una chica en la parte exterior de dicha tienda creo que borrando del cristal un mensaje que irá reapareciendo a lo largo de la película: BEWARE THE DOG KILLER. Pero claro, desde dentro de la tienda el mensaje se lee al revés, y DOG se convierte en GOD; de hecho, veremos cómo la D enmarca el rostro de Jim Morrison de la camiseta de la chica. Y de eso va la cosa en mi opinión, de la muerte de todo Dios/Ídolo, de la carencia de referentes morales y Grandes Narrativas que den sentido a nuestra vida.
Ante el sinsentido, las personas se obsesionan con encontrar mensajes ocultos y misterio en lo mundano, y es fácil encontrar asociaciones en un mundo que no deja de ser un palimpsesto en el que las ideas se reciclan una y otra vez, como bien sabe el compositor de todas las canciones del mundo. Pero todas las canciones son falsas historias, creadas para manipular a la masa, mentiras que hacen el mundo más tolerable y nos mantienen unidos o en pie, como la de Batman al final de El caballero oscuro o la de San Manuel Bueno Mártir.
El director no deja en pie a ningún sueño: el Hollywood dorado se corroe mientras las aspirantes a actriz se prostituyen por sus calles, una pista lleva a otra pero detrás de la última puerta solo hay un vacío, y los ricos lo tienen todo, pero es un todo vulgarmente material, un todo que ante el sinsentido de la existencia se convierte en otra nada más (algo que, para quien está acostumbrado a salirse siempre con la suya, solo puede generar locura y paranoia, hasta el punto de acabar enterrándose vivo en pos de una trascendencia que nunca llegará). Y sí, todos los perros/dioses están muertos, pero ahí seguimos nosotros, rastreando misterios y mensajes ocultos, erigiendo falsos ídolos, drogándonos en busca de paraísos artificiales y con dos galletas de perro en el bolsillo, por si Dios no ha muerto y algún día regresa.
Ese es para mí lo que esconde Lo que esconde Silver Lake. Sé que me dejo mil retazos que no terminan de conectar (PE, lo de la asesina búho -en el mundo occidental, los búhos siempre han representado la sabiduría, el conocimiento, que en esta película se convertiría en una revelación asesina (¿el saber que nada tiene sentido te puede destruir?)-), pero apostaría a que las líneas maestras del film van por ahí. Y sí, a mí también me ha parecido muy pynchoniana.
PD Tras salir de la peli me fui directo a ver Arrebato (obra maestra de Iván Zulueta) al Brigadoon, y es curioso, pero salvando las distancias me pareció que ambas películas dialogaban. Arrebato te enseña cómo aquello que adoras te puede acabar destruyendo, mientras que en Lo que esconde Silver Lake te das cuenta de que no tener qué adorar también puede llevarte a la perdición.
Ante el sinsentido, las personas se obsesionan con encontrar mensajes ocultos y misterio en lo mundano, y es fácil encontrar asociaciones en un mundo que no deja de ser un palimpsesto en el que las ideas se reciclan una y otra vez, como bien sabe el compositor de todas las canciones del mundo. Pero todas las canciones son falsas historias, creadas para manipular a la masa, mentiras que hacen el mundo más tolerable y nos mantienen unidos o en pie, como la de Batman al final de El caballero oscuro o la de San Manuel Bueno Mártir.
El director no deja en pie a ningún sueño: el Hollywood dorado se corroe mientras las aspirantes a actriz se prostituyen por sus calles, una pista lleva a otra pero detrás de la última puerta solo hay un vacío, y los ricos lo tienen todo, pero es un todo vulgarmente material, un todo que ante el sinsentido de la existencia se convierte en otra nada más (algo que, para quien está acostumbrado a salirse siempre con la suya, solo puede generar locura y paranoia, hasta el punto de acabar enterrándose vivo en pos de una trascendencia que nunca llegará). Y sí, todos los perros/dioses están muertos, pero ahí seguimos nosotros, rastreando misterios y mensajes ocultos, erigiendo falsos ídolos, drogándonos en busca de paraísos artificiales y con dos galletas de perro en el bolsillo, por si Dios no ha muerto y algún día regresa.
Ese es para mí lo que esconde Lo que esconde Silver Lake. Sé que me dejo mil retazos que no terminan de conectar (PE, lo de la asesina búho -en el mundo occidental, los búhos siempre han representado la sabiduría, el conocimiento, que en esta película se convertiría en una revelación asesina (¿el saber que nada tiene sentido te puede destruir?)-), pero apostaría a que las líneas maestras del film van por ahí. Y sí, a mí también me ha parecido muy pynchoniana.
PD Tras salir de la peli me fui directo a ver Arrebato (obra maestra de Iván Zulueta) al Brigadoon, y es curioso, pero salvando las distancias me pareció que ambas películas dialogaban. Arrebato te enseña cómo aquello que adoras te puede acabar destruyendo, mientras que en Lo que esconde Silver Lake te das cuenta de que no tener qué adorar también puede llevarte a la perdición.
16 de noviembre de 2018
16 de noviembre de 2018
202 de 240 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Alguna vez lo has pensado, verdad?
Tuviste la sensación de que esa película, ese libro, esa canción, querían hablarte expresamente a ti, cual mensaje lanzado en botella, en un idioma que olvidaste al empezar a pagar el alquiler y preocuparte por ser aquello que llaman un adulto responsable. Era algo incierto, instintivo, que no alcanzabas a comprender pero te hacía sentir “conectado” a algo más grande.
Con el paso del tiempo, de los amigos, de las relaciones, de los trabajos, de las oportunidades, de las mañanas, de las quedadas programadas, te olvidaste. Pero seguiste conservando esos tesoros en tu cueva, por si alguna vez te volvías loco y te daba por partir en busca de respuestas.
‘Lo que Esconde Silver Lake’ es una exploración de esa sensación tan familiar, proveniente de la angustia “millennial” al haber nacido cuando todo está inventado, junto a la indolencia vital sobre un panorama sobrecargado de estímulos autodestructivos.
Sam navega esa sensación constantemente, siendo uno de tantos en la vasta ciudad de Los Ángeles, pero ya desde el inicio se advierte cuál es su problema para llevar una vida normal: está maldito con el don de fijarse en esas cosas que para otros pasarían desapercibidas. Para toda la fila esperando su latte macchiato matutino, el estridente graffiti del cristal es una minucia, si acaso una oportunidad para ver cómo se bambolea el escote de la encargada, pero para Sam es otra pista más.
Un indicio de que algo está pasando en la ciudad, de que alguien se mueve por la noche cuando nadie mira, de que el misterio se ahonda y susurra ser revelado. El misterio grandioso, ese que nos hará descubrir los “por qué”, los “para qué” y si formamos parte de algo.
En su casa, vemos que se ha estado preparando para ese momento: pósters cuidadosamente enmarcados de grandiosos clásicos ocupan las paredes, revistas y fotografías se amontonan en las esquinas, ídolos de juventud e industria miran desde las paredes.
David Robert Mitchell cuenta acerca de una generación adormecida (o varias), cómoda en su propia costra metareferencial, hablando de tal o cual ídolo con la idea de que eso le conformará una identidad, que se sienta a hablar de sus sueños espoleada por toneladas de “obras maestras”, pero deja para mañana el ponerse a conseguirlos: para qué, si puedo mencionar de mil formas distintas cada día lo mucho que me gustaría ser Kurt Cobain.
Entonces llega el “para qué” de Sam, o la musa prohibida, esa que desde siempre ha inspirado o movido a la acción: Sarah, su nueva vecina, viene rompiendo el encantador edén de la vecina hippie con su música pop chicle, convirtiendo la piscina en un espacio incierto y seductor, como si nunca ninguna mujer en la historia hubiese llevado un bikini blanco y pamela a juego.
De repente Sam encuentra una nueva obsesión lejos de las sustentadas en televisiones o reproductores de música, tal vez porque se antoja una estrella de cine trasplantada a la realidad (el parecido a Marilyn Monroe no es casualidad), y se esfuerza por provocar un encuentro “accidental” con galletas de perro, finalmente llegando hasta el lado más privado de sus gustos y su intimidad… para, de la noche a la mañana, perder toda pista de que alguna vez esa chica desafiaba la plomiza rutina con el blanco de su bikini asomando entre las rendijas de su persiana.
Lo que sucede a partir de entonces, la investigación del misterio en un Los Ángeles al borde del surrealismo, es pistas que llevan a casualidades que llevan a fortuitos descubrimientos que llevan a submundos donde la belleza es una meta, el arte la puta a su servicio y el placer solo es válido si a la mañana siguiente estamos a esto de no amanecer para contarlo e instagramearlo.
Mitchell usa y abusa, superpone piezas de un puzzle que a lo mejor no termina de encajar, pero muestra fielmente cómo hemos ido parasitando poco a poco cualquier rastro de brillantez pasada, y la servimos en preciosísimos platos de exposición donde el más tonto es el que todavía no te ha invitado a su exposición/recital/concierto/meeting para el café.
Lo fascinante ya no es el misterio, y pasa a ser cuán más profunda puede llegar la madriguera del conejo.
Sam se patea la infinita extensión de Los Ángeles, letras de glamouroso Hollywood siempre al fondo como mala película de los años 20 (con finísima banda sonora a juego), y nunca parece estar más cerca de Sarah, sino dándose cuenta de que en esta ciudad, en este mundo, no hay nada tan bueno como para ser encontrado de casualidad.
Todo es una regurgitación forzosa de una fotocopia cuqui (porque la dulce Janet Gaynor pese a las reposiciones sigue muerta) o la triste realización de que guardas revistas de Nintendo Power del año cachipúm porque eres un nostálgico encantador/patético según el momento, y los videojuegos de Super Mario te dijeron que algún día tendrías que ir a buscar tu princesa a otro castillo.
Las canciones de rebeldía estaban escritas y comercializadas antes de ser tus himnos, y por eso las viejas películas en blanco y negro tienen una pureza inigualable, rodadas en tiempos donde todo lo que merece la pena todavía era felizmente accidental. Tal cual como las galletas saladas con zumo que consume Sarah, mencionando “es uno de esos sabores inusuales aún por descubrir”…
El trauma de Sam, de haberlo, es descubrir que la belleza ya no existe, aunque la persiga y busque.
Actualmente no hay manera de conocerla de verdad, ni manera de conservarla por mucho que te digan, ni manera de atesorarla por mucho que insistas en guardar hasta la última mierda que te toca en los cereales.
Quizá por eso los misterios han dejado de tener la gracia que tenían antes, y los dejamos estar para no acabar llegando a la más absoluta nada que adornan.
Pero qué bello sigue siendo descubrir a tu manera, de vez en cuando, un sabor inusual que no habías visto u oído ya. Eso, cuesta darse cuenta, sigue siendo lo que te reconcilia con el mundo cuando este te ha decepcionado.
Tuviste la sensación de que esa película, ese libro, esa canción, querían hablarte expresamente a ti, cual mensaje lanzado en botella, en un idioma que olvidaste al empezar a pagar el alquiler y preocuparte por ser aquello que llaman un adulto responsable. Era algo incierto, instintivo, que no alcanzabas a comprender pero te hacía sentir “conectado” a algo más grande.
Con el paso del tiempo, de los amigos, de las relaciones, de los trabajos, de las oportunidades, de las mañanas, de las quedadas programadas, te olvidaste. Pero seguiste conservando esos tesoros en tu cueva, por si alguna vez te volvías loco y te daba por partir en busca de respuestas.
‘Lo que Esconde Silver Lake’ es una exploración de esa sensación tan familiar, proveniente de la angustia “millennial” al haber nacido cuando todo está inventado, junto a la indolencia vital sobre un panorama sobrecargado de estímulos autodestructivos.
Sam navega esa sensación constantemente, siendo uno de tantos en la vasta ciudad de Los Ángeles, pero ya desde el inicio se advierte cuál es su problema para llevar una vida normal: está maldito con el don de fijarse en esas cosas que para otros pasarían desapercibidas. Para toda la fila esperando su latte macchiato matutino, el estridente graffiti del cristal es una minucia, si acaso una oportunidad para ver cómo se bambolea el escote de la encargada, pero para Sam es otra pista más.
Un indicio de que algo está pasando en la ciudad, de que alguien se mueve por la noche cuando nadie mira, de que el misterio se ahonda y susurra ser revelado. El misterio grandioso, ese que nos hará descubrir los “por qué”, los “para qué” y si formamos parte de algo.
En su casa, vemos que se ha estado preparando para ese momento: pósters cuidadosamente enmarcados de grandiosos clásicos ocupan las paredes, revistas y fotografías se amontonan en las esquinas, ídolos de juventud e industria miran desde las paredes.
David Robert Mitchell cuenta acerca de una generación adormecida (o varias), cómoda en su propia costra metareferencial, hablando de tal o cual ídolo con la idea de que eso le conformará una identidad, que se sienta a hablar de sus sueños espoleada por toneladas de “obras maestras”, pero deja para mañana el ponerse a conseguirlos: para qué, si puedo mencionar de mil formas distintas cada día lo mucho que me gustaría ser Kurt Cobain.
Entonces llega el “para qué” de Sam, o la musa prohibida, esa que desde siempre ha inspirado o movido a la acción: Sarah, su nueva vecina, viene rompiendo el encantador edén de la vecina hippie con su música pop chicle, convirtiendo la piscina en un espacio incierto y seductor, como si nunca ninguna mujer en la historia hubiese llevado un bikini blanco y pamela a juego.
De repente Sam encuentra una nueva obsesión lejos de las sustentadas en televisiones o reproductores de música, tal vez porque se antoja una estrella de cine trasplantada a la realidad (el parecido a Marilyn Monroe no es casualidad), y se esfuerza por provocar un encuentro “accidental” con galletas de perro, finalmente llegando hasta el lado más privado de sus gustos y su intimidad… para, de la noche a la mañana, perder toda pista de que alguna vez esa chica desafiaba la plomiza rutina con el blanco de su bikini asomando entre las rendijas de su persiana.
Lo que sucede a partir de entonces, la investigación del misterio en un Los Ángeles al borde del surrealismo, es pistas que llevan a casualidades que llevan a fortuitos descubrimientos que llevan a submundos donde la belleza es una meta, el arte la puta a su servicio y el placer solo es válido si a la mañana siguiente estamos a esto de no amanecer para contarlo e instagramearlo.
Mitchell usa y abusa, superpone piezas de un puzzle que a lo mejor no termina de encajar, pero muestra fielmente cómo hemos ido parasitando poco a poco cualquier rastro de brillantez pasada, y la servimos en preciosísimos platos de exposición donde el más tonto es el que todavía no te ha invitado a su exposición/recital/concierto/meeting para el café.
Lo fascinante ya no es el misterio, y pasa a ser cuán más profunda puede llegar la madriguera del conejo.
Sam se patea la infinita extensión de Los Ángeles, letras de glamouroso Hollywood siempre al fondo como mala película de los años 20 (con finísima banda sonora a juego), y nunca parece estar más cerca de Sarah, sino dándose cuenta de que en esta ciudad, en este mundo, no hay nada tan bueno como para ser encontrado de casualidad.
Todo es una regurgitación forzosa de una fotocopia cuqui (porque la dulce Janet Gaynor pese a las reposiciones sigue muerta) o la triste realización de que guardas revistas de Nintendo Power del año cachipúm porque eres un nostálgico encantador/patético según el momento, y los videojuegos de Super Mario te dijeron que algún día tendrías que ir a buscar tu princesa a otro castillo.
Las canciones de rebeldía estaban escritas y comercializadas antes de ser tus himnos, y por eso las viejas películas en blanco y negro tienen una pureza inigualable, rodadas en tiempos donde todo lo que merece la pena todavía era felizmente accidental. Tal cual como las galletas saladas con zumo que consume Sarah, mencionando “es uno de esos sabores inusuales aún por descubrir”…
El trauma de Sam, de haberlo, es descubrir que la belleza ya no existe, aunque la persiga y busque.
Actualmente no hay manera de conocerla de verdad, ni manera de conservarla por mucho que te digan, ni manera de atesorarla por mucho que insistas en guardar hasta la última mierda que te toca en los cereales.
Quizá por eso los misterios han dejado de tener la gracia que tenían antes, y los dejamos estar para no acabar llegando a la más absoluta nada que adornan.
Pero qué bello sigue siendo descubrir a tu manera, de vez en cuando, un sabor inusual que no habías visto u oído ya. Eso, cuesta darse cuenta, sigue siendo lo que te reconcilia con el mundo cuando este te ha decepcionado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Tan sobrada va esta película de imágenes y conceptos locos que cuesta hablar de ella sin contar de qué va en realidad.
Sobre todo es la odisea de un tipo, a sus 33 años, por seguir creyendo en todos los referentes que ha mamado, y hacer las paces con el hecho de que todo lo que él piensa que importa... en realidad no importa demasiado.
Es algo de lo que no es capaz de darse cuenta, por mucho que se pase los cinco días buscando a Sarah en eventos insustanciales, hasta que llega a esa mansión recluida, cual mítico castillo en la cima de la montaña, donde un diabólico vejete cabrón (excelente su número pisoteando nuestra nostalgia con teclas de piano) le descubre que todas sus “canciones especiales” no se crearon al abrigo del amor, la verdad y toda esa mierda, sino con la simple intención de hacer dinero para comprar un día más en este planeta.
Una revelación tan horrible que matarle a guitarrazos era lo mínimo que se podía hacer, por mí y por todos mis compañeros de generación hijoputa, que nos creímos que tu codicia eran sueños de verdad.
Sin embargo, lo que han intentado decirle palabras calmadas a Sam pronto se graba en su mente gracias a una imagen icónica, la única manera en la que él ha entendido el mundo: la hija del millonario desaparecido muere bajo el lago Silver, como en su portada del Playboy que le ha dado sus mejores pajas, y por fin comprende con horror cómo la belleza también ha muerto, porque detrás de ella siempre existirán intereses ocultos.
Las canciones ya no suenan tan bien porque sabemos que guardan un mensaje, y hasta todos los cuerpos desnudos que salen guardan una cualidad anti-erótica que no incita genuino deseo, sino posesión o desinterés.
Si hasta Sarah copia a Marilyn Monroe saliendo de la piscina en aquella película perdida antes de su muerte, 'Something's Got to Give', como único rastro de alguna belleza idealizada que nunca se llegó a ver, porque Sam sueña con una situación que le remita a la idea inalcanzable que tiene de ella (haciéndose la promesa de que si la encuentra eso podría suceder).
Al final hasta suena coherente el razonamiento de aquella comuna viviendo en un valle invisible al satélite, preparándose para ser enterrados en el búnker de la montaña para siempre, “como los faraones del Antiguo Egipto, para ser desenterrados en el futuro”: ¿qué vas a esperar hoy que te den ahí fuera? ¿más pensión de jubilación, dos semanas de vacaciones?
Para tener eso, pues mejor enterrarse en cemento impenetrable con mujeres bellas, disfrutando hasta que llegue la hora, y así poder alejarse de estos tiempos locos que no sobrevivirán a dichas tumbas.
Aunque la despedida de Sarah por videopantalla sepa a agridulce aceptación de la realidad por parte de ella y de Sam, aunque su tono deje entrever que eso era lo mejor a lo que podía aspirar pero ha cambiado verdadero disfrute por la eternidad (quiero pensar).
Ahí dentro nadie sabe si tendrá galletas saladas con zumo.
Mientras, fuera, Sam todavía puede tomarse ese sabor inusual, viendo una bonita película de Janet Gaynor que no le incita a resolver un misterio, pues habla directamente a su resolución interior: “¡estoy feliz!... no imaginaba que dolería tanto.”
La felicidad también puede ser saber que algo era imposible, y disfrutar de las cosas buenas que has dejado de lado mientras tanto.
La última escena tiene a Sam mirando su antiguo apartamento desde el balcón de su vecina hippie, descamisado mientras fuma contemplativamente un cigarrillo: puro cine negro, al que no se ha dejado de rendir homenaje en ningún momento.
Aquel apartamento lleno de cosas era su crisálida, y el loro aquel repetía algo que no significaba en realidad nada.
Al comprenderlo, otro Sam toma el lugar del antiguo, uno que se pregunta por qué se complicó tanto la vida cuando podía estar a gusto a la vuelta de su esquina.
Sobre todo es la odisea de un tipo, a sus 33 años, por seguir creyendo en todos los referentes que ha mamado, y hacer las paces con el hecho de que todo lo que él piensa que importa... en realidad no importa demasiado.
Es algo de lo que no es capaz de darse cuenta, por mucho que se pase los cinco días buscando a Sarah en eventos insustanciales, hasta que llega a esa mansión recluida, cual mítico castillo en la cima de la montaña, donde un diabólico vejete cabrón (excelente su número pisoteando nuestra nostalgia con teclas de piano) le descubre que todas sus “canciones especiales” no se crearon al abrigo del amor, la verdad y toda esa mierda, sino con la simple intención de hacer dinero para comprar un día más en este planeta.
Una revelación tan horrible que matarle a guitarrazos era lo mínimo que se podía hacer, por mí y por todos mis compañeros de generación hijoputa, que nos creímos que tu codicia eran sueños de verdad.
Sin embargo, lo que han intentado decirle palabras calmadas a Sam pronto se graba en su mente gracias a una imagen icónica, la única manera en la que él ha entendido el mundo: la hija del millonario desaparecido muere bajo el lago Silver, como en su portada del Playboy que le ha dado sus mejores pajas, y por fin comprende con horror cómo la belleza también ha muerto, porque detrás de ella siempre existirán intereses ocultos.
Las canciones ya no suenan tan bien porque sabemos que guardan un mensaje, y hasta todos los cuerpos desnudos que salen guardan una cualidad anti-erótica que no incita genuino deseo, sino posesión o desinterés.
Si hasta Sarah copia a Marilyn Monroe saliendo de la piscina en aquella película perdida antes de su muerte, 'Something's Got to Give', como único rastro de alguna belleza idealizada que nunca se llegó a ver, porque Sam sueña con una situación que le remita a la idea inalcanzable que tiene de ella (haciéndose la promesa de que si la encuentra eso podría suceder).
Al final hasta suena coherente el razonamiento de aquella comuna viviendo en un valle invisible al satélite, preparándose para ser enterrados en el búnker de la montaña para siempre, “como los faraones del Antiguo Egipto, para ser desenterrados en el futuro”: ¿qué vas a esperar hoy que te den ahí fuera? ¿más pensión de jubilación, dos semanas de vacaciones?
Para tener eso, pues mejor enterrarse en cemento impenetrable con mujeres bellas, disfrutando hasta que llegue la hora, y así poder alejarse de estos tiempos locos que no sobrevivirán a dichas tumbas.
Aunque la despedida de Sarah por videopantalla sepa a agridulce aceptación de la realidad por parte de ella y de Sam, aunque su tono deje entrever que eso era lo mejor a lo que podía aspirar pero ha cambiado verdadero disfrute por la eternidad (quiero pensar).
Ahí dentro nadie sabe si tendrá galletas saladas con zumo.
Mientras, fuera, Sam todavía puede tomarse ese sabor inusual, viendo una bonita película de Janet Gaynor que no le incita a resolver un misterio, pues habla directamente a su resolución interior: “¡estoy feliz!... no imaginaba que dolería tanto.”
La felicidad también puede ser saber que algo era imposible, y disfrutar de las cosas buenas que has dejado de lado mientras tanto.
La última escena tiene a Sam mirando su antiguo apartamento desde el balcón de su vecina hippie, descamisado mientras fuma contemplativamente un cigarrillo: puro cine negro, al que no se ha dejado de rendir homenaje en ningún momento.
Aquel apartamento lleno de cosas era su crisálida, y el loro aquel repetía algo que no significaba en realidad nada.
Al comprenderlo, otro Sam toma el lugar del antiguo, uno que se pregunta por qué se complicó tanto la vida cuando podía estar a gusto a la vuelta de su esquina.
21 de agosto de 2018
21 de agosto de 2018
89 de 119 usuarios han encontrado esta crítica útil
David Robert Mitchell presenta su nueva película tras sorprendernos con It follows. Se trataba esta de una excelente película de terror. Una premisa original, un ente que sigue a su víctima a paso lento y que se transmite manteniendo sexo, apoyada por una dirección impecable. Mitchell se reveló como un joven talento que supo asimilar los códigos de estilo de los 70, sobre todo del maestro John Carpenter, para mezclarlo con un estilo propio que ya ha dejado su huella en la generación del nuevo milenio. Además, la metáfora de la presencia amenazante como el angst adolescente mostraba igualmente un guionista que evitaba caer en explicaciones obvias, en repeticiones ni en revelaciones evidentes.
En su nueva película, Mitchell vuelve a asimilar unos códigos de dirección clásicos para readaptarlos a un público joven. Esta vez se decantanda por los años cincuenta, sobre todo en Hitchcock, como nos lo confirmará una tumba a mitad de película. Lentas persecuciones con planos que se superponen entre corte y corte recuerdan a Vertigo. Pero también tenemos a un interés amoroso que imita a Marilyn Monroe en la piscina o un protagonista rebelde que en el último plano emula a James Dean. Janet Gaynor hace aparición y cada apartamento está plagado de pósters de películas. Así, continuamente, innumerables referencias captan nuestra atención sepultando el alma de la obra.
En su nueva película, Mitchell vuelve a asimilar unos códigos de dirección clásicos para readaptarlos a un público joven. Esta vez se decantanda por los años cincuenta, sobre todo en Hitchcock, como nos lo confirmará una tumba a mitad de película. Lentas persecuciones con planos que se superponen entre corte y corte recuerdan a Vertigo. Pero también tenemos a un interés amoroso que imita a Marilyn Monroe en la piscina o un protagonista rebelde que en el último plano emula a James Dean. Janet Gaynor hace aparición y cada apartamento está plagado de pósters de películas. Así, continuamente, innumerables referencias captan nuestra atención sepultando el alma de la obra.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Under the silver lake resulta una decepción considerable pese al arrebatador carisma de sus dos protagonistas. Es la historia de un encuentro y de una desaparición. De la búsqueda del amor platónico y de su pérdida. Pero sobre todo Under the silver lake es un retrato atípico de Los Ángeles. Un recorrido en bus turístico de leyenda urbana a leyenda urbana: mensajes satánicos en las canciones, mapas ocultos en los cereales, una única persona tras todos los hits de la radio, el espíritu de un actor mudo que se dedica a matar perros, la mujer lechuza que mata hombres mientras duermen, magnates poderosos que desaparecen pero que en realidad viven a todo lujo en búnkeres subterráneos... Aunque la mezcla de todas estas historias emocionantes suenan apetecibles, es tal la saturación por parte de la película que no sólo se pierde el hilo de la historia, sino que además la trama principal apenas logra que mantengamos el interés durante las más de dos horas de duración.
Todo recuerda a las complicaciones del misterio en las tramas de Pynchon, y es innegable cómo Puro vicio y la dirección de Paul Thomas Anderson han influído la de Mitchell. Sin embargo, las novelas de Pynchon saben hacer de las historias extravagantes la división de varios caminos que llevan al lector por la senda menos sospechada hasta un final inesperado. Under the silver lake, en cambio, se vale demasiado de estos elementos secundarios, incorpórandolos a la trama de tmanera tan insistente que al terminar la película nos da la sensación que la trama no ha sido bien hilada sea esa o no la intención de su director. Un traspiés.
hommecinema.blogspot.fr
Todo recuerda a las complicaciones del misterio en las tramas de Pynchon, y es innegable cómo Puro vicio y la dirección de Paul Thomas Anderson han influído la de Mitchell. Sin embargo, las novelas de Pynchon saben hacer de las historias extravagantes la división de varios caminos que llevan al lector por la senda menos sospechada hasta un final inesperado. Under the silver lake, en cambio, se vale demasiado de estos elementos secundarios, incorpórandolos a la trama de tmanera tan insistente que al terminar la película nos da la sensación que la trama no ha sido bien hilada sea esa o no la intención de su director. Un traspiés.
hommecinema.blogspot.fr
18 de enero de 2019
18 de enero de 2019
137 de 221 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué esconde Silver Lake?... De verdad que alguien me diga ¿Qué esconde? No es surrealista, ni entretenida, ni buena. Nos enfrentamos a un esperpento absurdo, destinado a intelectuales de esos que van a cenas, y les sirven vino de garrafa en botella cara dentro de copa fina, y ellos, grandes someliers de barra de bar, destacan sus complejos matices que evolucionan en boca.
Mis gónadas ya no pueden soportar tanta estupidez estúpida, tanta oligofrenia de alfombra roja. Quiero cine, necesito cine. Un lugar donde se cuente una historia bien narrada, como siempre se hizo, alejada del despropósito incoherente en que estamos situando el entretenimiento visual cinematográfico.
Mis gónadas ya no pueden soportar tanta estupidez estúpida, tanta oligofrenia de alfombra roja. Quiero cine, necesito cine. Un lugar donde se cuente una historia bien narrada, como siempre se hizo, alejada del despropósito incoherente en que estamos situando el entretenimiento visual cinematográfico.
3 de enero de 2019
3 de enero de 2019
44 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué quieres que te diga? Yo también salí aturdido de la sala. Tenía grandes expectativas depositadas en el director de It Follows. No sé qué te parecería ese film, pero a mí me flipó dentro del contexto del género de terror. A muchos carcas les pareció una idea tonta. Pero tíos, ¿el guion? ¿La forma de cómo está grabada? ¿La atmósfera? ¿Todas las metáforas que hay detrás? [¿Es el sexo el descubrimiento de nuestra mortalidad y pérdida de nuestra inocencia?]. Pero volvamos a Under the Silver Lake. Cuando fui a verla me esperaba ideas ocultas, me esperaba secretos, metáforas… quizás no una dosis tan gratuita de surrealismo. No esperaba esta mezcla de neo-noir con toques de comedia, thriller, y surrealismo, más surrealismo.
Mucha gente ha nombrado aquí referencias a David Lynch y concretamente a su película más famosa y controvertida: Mulholland Drive. No voy a meterme en esos surcos. No soy un experto de la obra de Lynch. Lo que sí puedo decir es que lo que veo yo aquí es una apuesta muy personal de David Robert Mitchell. No sé cómo coño ha conseguido producción para una obra tan propia. Está claro que el tío ha intentado lograr algo original y de culto. El tiempo nos dirá si finalmente lo consigue. Lo que sí creo es que en esta película se vuelven a tratar algunos temas que ya comenzaron a cobrar forma con It Follows.
Sobre el argumento, en el apartado de spoilers lo desmenuzaré. Aquí me limitaré a concluir que, a nivel técnico, a nivel de fotografía, de planos, de interpretaciones, de guion, de producción, de atmósfera, de originalidad, la película me ha parecido brillante. Se agradece que de vez en cuando aparezcan films que se arriesguen, que apuesten fuerte, que nos hagan pensar, sean tan personales, tan únicos y tan propios. A este nivel me ha gustado. Ahora vamos a darnos un baño por el argumento de Silver Lake, porque aquí es donde está la controversia, aquí es donde los que se frustran ante una película que consideran absurda, y pretenciosa se enfrentan a los que encuentran en ella una obra maestra del surrealismo con un mensaje exquisito. Sinceramente no creo firmemente ni en una cosa ni en otra. Vamos a tratar de analizar qué esconde verdaderamente Under the Silver Lake.
A parte de las líneas generales que voy a exponer a continuación, la película está repleta de simbología complementaria que todavía resulta más difícil definir. A continuación os resumo las principales:
El asesino de perros: No aparece explícitamente en la película, tan solo aparece representado por sombras, en los sueños de Sam y referido constantemente mediante el mensaje “Beware de dog killer”. Un punto muy interesante que se ha comentado es que, al principio de la peli, aparece escrito este mensaje en la cristalera de un restaurante, sin embargo, al estar pintado en la parte de la cristalera que da a la calle y al estar la cámara dentro de la tienda, el mensaje se lee al revés. Y, dado que “dog” al revés es “god”, quizás el asesino de perros es una metáfora del asesino de dioses o ídolos, que al final tiene mucho que ver con sobre lo que va el film. Todos los sueños en los que Sam observa a Sarah comportándose como un perro o devorando a uno, también estaría alineado en este sentido. Finalmente, en una conversación con la hija del multimillonario desaparecido, ésta le dice, refiriéndose al asesino de perros, "si asesina a perros, ¿que será capaz de hacer a los humanos?"
La mujer búho: El búho es un animal asociado con la sabiduría. ¿Podría ser que la mujer búho asesinara a sus víctimas porque saben demasiado? ¿Representará a la sociedad, a parte de ella o a un organismo gubernamental persiguiendo y eliminando a los que saben más de la cuenta?
Las actrices o la chica de los globos: ¿Puede ser que representen el mundo del arte, corrompido y degradado por la necesidad, esclavizado por el dinero y el sexo?
Otras simbologías, como el rey vagabundo o el pirata, resultan más ambiguas.
Es imposible definir y apreciar toda la simbología en Under the Silver Lake. Ésta es complicada, aunque estoy seguro de que toda tiene su significado. Es por ello que comprendo que muchos críticos la tachen de pretenciosa, hecha para ser una película de culto, pero, sin duda, no me parece absurda. Se trata de una película bien hecha, con un argumento polémico, y que, como ya he comentado, será el tiempo el que determinará si su contenido es capaz de flotar entre las grandes película del siglo XXI o se hunde irremediablemente en el fondo de un lago de indiferencia.
So what? De qué va todo esto? La peli nos presenta a joven de treinta y tres años sin trabajo, viviendo en Los Angeles por encima de sus posibilidades, en un piso que no puede pagar, y despreocupado e indiferente antes todas estas realidades. Sus creencias y sus valores podrían ser los que se esperan de la generación millenial, adorando a los ídolos de hoy en día, sumido en una búsqueda inconsciente de la belleza, distraídos por el sexo, despreocupado por el significado de la vida, sus responsabilidades o su futuro. Aunque, si algo caracteriza al protagonista, es la curiosa cualidad de buscar mensajes ocultos, misterios y conspiraciones por donde quiera que va. Esto se ve claramente cuando explica sus papeles sobre el estudio de los movimientos de los ojos de una presentadora de televisión. Llegados a este punto, considero interesante destacas dos cosas que muchos expertos creen deducir y consideran importante resultar:
1) Por un lado, los jóvenes millenials no buscan convertirse en sus propios ídolos. Adoran a una selección de estrellas de la música y celebridades a la que no aspiran a convertirse pero que, sin embargo, les confiere su propia personalidad. Los millenials no hemos luchado en ninguna guerra. Nuestra personalidad se define, en muchas ocasiones, por quien admiramos más que por quien somos. El protagonista vive su vida a través de una ventana, observando a los vecinos por puro aburrimiento.
Mucha gente ha nombrado aquí referencias a David Lynch y concretamente a su película más famosa y controvertida: Mulholland Drive. No voy a meterme en esos surcos. No soy un experto de la obra de Lynch. Lo que sí puedo decir es que lo que veo yo aquí es una apuesta muy personal de David Robert Mitchell. No sé cómo coño ha conseguido producción para una obra tan propia. Está claro que el tío ha intentado lograr algo original y de culto. El tiempo nos dirá si finalmente lo consigue. Lo que sí creo es que en esta película se vuelven a tratar algunos temas que ya comenzaron a cobrar forma con It Follows.
Sobre el argumento, en el apartado de spoilers lo desmenuzaré. Aquí me limitaré a concluir que, a nivel técnico, a nivel de fotografía, de planos, de interpretaciones, de guion, de producción, de atmósfera, de originalidad, la película me ha parecido brillante. Se agradece que de vez en cuando aparezcan films que se arriesguen, que apuesten fuerte, que nos hagan pensar, sean tan personales, tan únicos y tan propios. A este nivel me ha gustado. Ahora vamos a darnos un baño por el argumento de Silver Lake, porque aquí es donde está la controversia, aquí es donde los que se frustran ante una película que consideran absurda, y pretenciosa se enfrentan a los que encuentran en ella una obra maestra del surrealismo con un mensaje exquisito. Sinceramente no creo firmemente ni en una cosa ni en otra. Vamos a tratar de analizar qué esconde verdaderamente Under the Silver Lake.
A parte de las líneas generales que voy a exponer a continuación, la película está repleta de simbología complementaria que todavía resulta más difícil definir. A continuación os resumo las principales:
El asesino de perros: No aparece explícitamente en la película, tan solo aparece representado por sombras, en los sueños de Sam y referido constantemente mediante el mensaje “Beware de dog killer”. Un punto muy interesante que se ha comentado es que, al principio de la peli, aparece escrito este mensaje en la cristalera de un restaurante, sin embargo, al estar pintado en la parte de la cristalera que da a la calle y al estar la cámara dentro de la tienda, el mensaje se lee al revés. Y, dado que “dog” al revés es “god”, quizás el asesino de perros es una metáfora del asesino de dioses o ídolos, que al final tiene mucho que ver con sobre lo que va el film. Todos los sueños en los que Sam observa a Sarah comportándose como un perro o devorando a uno, también estaría alineado en este sentido. Finalmente, en una conversación con la hija del multimillonario desaparecido, ésta le dice, refiriéndose al asesino de perros, "si asesina a perros, ¿que será capaz de hacer a los humanos?"
La mujer búho: El búho es un animal asociado con la sabiduría. ¿Podría ser que la mujer búho asesinara a sus víctimas porque saben demasiado? ¿Representará a la sociedad, a parte de ella o a un organismo gubernamental persiguiendo y eliminando a los que saben más de la cuenta?
Las actrices o la chica de los globos: ¿Puede ser que representen el mundo del arte, corrompido y degradado por la necesidad, esclavizado por el dinero y el sexo?
Otras simbologías, como el rey vagabundo o el pirata, resultan más ambiguas.
Es imposible definir y apreciar toda la simbología en Under the Silver Lake. Ésta es complicada, aunque estoy seguro de que toda tiene su significado. Es por ello que comprendo que muchos críticos la tachen de pretenciosa, hecha para ser una película de culto, pero, sin duda, no me parece absurda. Se trata de una película bien hecha, con un argumento polémico, y que, como ya he comentado, será el tiempo el que determinará si su contenido es capaz de flotar entre las grandes película del siglo XXI o se hunde irremediablemente en el fondo de un lago de indiferencia.
So what? De qué va todo esto? La peli nos presenta a joven de treinta y tres años sin trabajo, viviendo en Los Angeles por encima de sus posibilidades, en un piso que no puede pagar, y despreocupado e indiferente antes todas estas realidades. Sus creencias y sus valores podrían ser los que se esperan de la generación millenial, adorando a los ídolos de hoy en día, sumido en una búsqueda inconsciente de la belleza, distraídos por el sexo, despreocupado por el significado de la vida, sus responsabilidades o su futuro. Aunque, si algo caracteriza al protagonista, es la curiosa cualidad de buscar mensajes ocultos, misterios y conspiraciones por donde quiera que va. Esto se ve claramente cuando explica sus papeles sobre el estudio de los movimientos de los ojos de una presentadora de televisión. Llegados a este punto, considero interesante destacas dos cosas que muchos expertos creen deducir y consideran importante resultar:
1) Por un lado, los jóvenes millenials no buscan convertirse en sus propios ídolos. Adoran a una selección de estrellas de la música y celebridades a la que no aspiran a convertirse pero que, sin embargo, les confiere su propia personalidad. Los millenials no hemos luchado en ninguna guerra. Nuestra personalidad se define, en muchas ocasiones, por quien admiramos más que por quien somos. El protagonista vive su vida a través de una ventana, observando a los vecinos por puro aburrimiento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
2) En un mundo en el que todo está inventado, en que ya está todo descubierto, no hay lugar para el misterio real. Por eso nos lo inventamos. Necesitamos creer en misterios y eso es lo que hace el protagonista. Necesitamos incluir algún tipo de novedad en nuestra vida, aunque sea ficticia o desagradable. De ahí, por ejemplo, la extraña combinación de zumo de naranja y las galletas saladas que adora Sarah.
Sarah aparece, al estilo Marilyn Monroe, representando la belleza que tanto desearía encontrar un tío como, precisamente, Sam. De hecho, logra conseguir una especie de cita que no acaba más que con un beso pero que será el evento que pondrá en marcha la acción. Porque, al día siguiente, cuando Sam vuelve a buscarla, Sarah ha desaparecido.
Sam busca conocer qué ha sucedido con Sarah. Sin embargo, durante el transcurso de la película, la búsqueda se desvía. Porque la búsqueda no termina en un primer momento con el encuentro de ambos protagonistas, sino que finaliza en la mansión de un siniestro compositor. Antes de llegar allí, Sam se enfrenta a las crudezas de su generación, aunque no se da cuenta todavía. En su búsqueda de respuestas, Sam va dando tumbos de fiesta en fiesta, donde se expone un retrato de una generación corrompida, de artistas que se alzan sobre las tumbas y el recuerdo de artistas del pasado, de una sociedad sexualizada, donde el arte no es más que la prostituta de la belleza y se vende al dinero, el placer y las drogas. La primera parada de su viaje termina con la muerte de los ídolos y los dioses falsos que tanto definen la vida de Sam. Eso sucede en la mansión del compositor, cuando le revela que todos sus ídolos musicales en realidad no compusieron sus canciones, sino que él lo hizo.
Básicamente le expone, mediante una escena cruel y sangrienta, que todas sus creencias e ideologías son producto de lo comercial, hechas en algún momento de la historia para ganar dinero.
La segunda parte de su búsqueda, reconducida gracias a un coyote (todavía no sé qué coño representan los coyotes), le conduce a la muerte de su ideal de belleza, así como al análisis de la conducta de las clases altas. La belleza muere en el lago, cuando disparan a la hija del millonario desaparecido y ésta muere simulando la misma pose que la chica de la revista con la que Sam se masturbaba durante su juventud.
Entonces ya solo queda el descubrimiento final, ya solo queda darse cuenta de que Sarah está bajo Silver Lake, enterrada bajo toneladas y toneladas de cemento, formando el harén de mujeres del millonario desaparecido. Y es que, en esta película, los ricos y poderosos, ante una sociedad condenada y corrompida que nada tiene ya que ofrecer, reaccionan excéntricamente, como en realidad se comportan en la actualidad (no son pocas las celebrities que acaban en sectas). En este film, los ricos deciden encerrarse bajo tierra, huyendo de la sociedad y tratando de trascender a ella. Se entierran en bunkers como lo hacían los antiguos faraones de Egipto, pero ellos bajo el suelo de Silver Lake. Literalmente, es esto lo que hay bajo Silver Lake. Simbólicamente hay muchas otras cosas.
En la escena final de la película, encontramos a Sam volviendo a donde comenzó de su viaje, pero tomando el otro camino que probablemente hubiera tomado de no toparse con su musa. Se acuesta con su vecina, una anciana hippie a la que Sam observaba antes de Sarah. En esa escena final comprueba que el loro de la anciana, el cual siempre repetía el mismo sonido, habiendo intrigado éste a Sam, en realidad no dice nada. En el último plano, en una marcada pose propia del cine neo-noir, Sam observa su piso desde el balcón de la anciana, decorado con los posters de sus falsos ídolos y con las pistas de su búsqueda. Tal vez no observa su habitación arrepentido, pero sí preguntándose si tal vez podría haberse ahorrado su tremenda búsqueda y habiendo elegido ir a casa de la anciana desde el principio pues, al final, ha acabado irremediablemente allí.
Sarah aparece, al estilo Marilyn Monroe, representando la belleza que tanto desearía encontrar un tío como, precisamente, Sam. De hecho, logra conseguir una especie de cita que no acaba más que con un beso pero que será el evento que pondrá en marcha la acción. Porque, al día siguiente, cuando Sam vuelve a buscarla, Sarah ha desaparecido.
Sam busca conocer qué ha sucedido con Sarah. Sin embargo, durante el transcurso de la película, la búsqueda se desvía. Porque la búsqueda no termina en un primer momento con el encuentro de ambos protagonistas, sino que finaliza en la mansión de un siniestro compositor. Antes de llegar allí, Sam se enfrenta a las crudezas de su generación, aunque no se da cuenta todavía. En su búsqueda de respuestas, Sam va dando tumbos de fiesta en fiesta, donde se expone un retrato de una generación corrompida, de artistas que se alzan sobre las tumbas y el recuerdo de artistas del pasado, de una sociedad sexualizada, donde el arte no es más que la prostituta de la belleza y se vende al dinero, el placer y las drogas. La primera parada de su viaje termina con la muerte de los ídolos y los dioses falsos que tanto definen la vida de Sam. Eso sucede en la mansión del compositor, cuando le revela que todos sus ídolos musicales en realidad no compusieron sus canciones, sino que él lo hizo.
Básicamente le expone, mediante una escena cruel y sangrienta, que todas sus creencias e ideologías son producto de lo comercial, hechas en algún momento de la historia para ganar dinero.
La segunda parte de su búsqueda, reconducida gracias a un coyote (todavía no sé qué coño representan los coyotes), le conduce a la muerte de su ideal de belleza, así como al análisis de la conducta de las clases altas. La belleza muere en el lago, cuando disparan a la hija del millonario desaparecido y ésta muere simulando la misma pose que la chica de la revista con la que Sam se masturbaba durante su juventud.
Entonces ya solo queda el descubrimiento final, ya solo queda darse cuenta de que Sarah está bajo Silver Lake, enterrada bajo toneladas y toneladas de cemento, formando el harén de mujeres del millonario desaparecido. Y es que, en esta película, los ricos y poderosos, ante una sociedad condenada y corrompida que nada tiene ya que ofrecer, reaccionan excéntricamente, como en realidad se comportan en la actualidad (no son pocas las celebrities que acaban en sectas). En este film, los ricos deciden encerrarse bajo tierra, huyendo de la sociedad y tratando de trascender a ella. Se entierran en bunkers como lo hacían los antiguos faraones de Egipto, pero ellos bajo el suelo de Silver Lake. Literalmente, es esto lo que hay bajo Silver Lake. Simbólicamente hay muchas otras cosas.
En la escena final de la película, encontramos a Sam volviendo a donde comenzó de su viaje, pero tomando el otro camino que probablemente hubiera tomado de no toparse con su musa. Se acuesta con su vecina, una anciana hippie a la que Sam observaba antes de Sarah. En esa escena final comprueba que el loro de la anciana, el cual siempre repetía el mismo sonido, habiendo intrigado éste a Sam, en realidad no dice nada. En el último plano, en una marcada pose propia del cine neo-noir, Sam observa su piso desde el balcón de la anciana, decorado con los posters de sus falsos ídolos y con las pistas de su búsqueda. Tal vez no observa su habitación arrepentido, pero sí preguntándose si tal vez podría haberse ahorrado su tremenda búsqueda y habiendo elegido ir a casa de la anciana desde el principio pues, al final, ha acabado irremediablemente allí.
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