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Scarface, el terror del Hampa

Cine negro. Thriller Tony Camonte (Paul Muni), un pistolero de origen italiano, ignorante y sin escrúpulos, es el lugarteniente de Johnny Lovo (Osgood Perkins), el hampón más poderoso del South End de Chicago. Ambicioso y cruel, Camonte, que por una cicatriz que le cruza el rostro recibe el apelativo de Cara cortada, elimina poco a poco a los rivales de su jefe hasta que, con la ayuda de su amigo Gino Rinaldo (George Raft), le arrebata el poder también a él ... [+]
Críticas 79
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9
24 de diciembre de 2016 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay grandes películas que envejecen mal. Por muy buenas que sean, el tiempo no perdona. Pasa en las mejores familias (que se lo digan a Meg Ryan o a Nicole Kidman, por ejemplo). Pero "Scarface" no es Meg, ni es Nicole. "Scarface" es Sharon Stone, es Sigourney Weaver (sí, a mí me parece que está cañón, ¿qué pasa?), es Susan Sarandon (ahí no hay duda, ¿eh?)… Y es que esta fabulosa película de Howard Hawks, vista casi nueve décadas después de su realización, sigue sorprendiendo por su belleza, por su espléndido realismo, su fotografía, su aroma a cine negro de verdad y la hipnótica interpretación de sus protagonistas.

Si hoy no hay una sola toma que desmerezca el ritmo de la acción (que no la hay), los espectadores que la vieron en las salas de cine durante su estreno estoy seguro de que tenían que saltar de sus butacas o meterse debajo de ellas. Los tiroteos, las persecuciones, las ametralladoras, los cristales de los escaparates saltando por los aires, las explosiones, los cuerpos cayendo como fardos de los coches, etc. Todo está filmado con una maestría asombrosa. Howard Hawks apenas tenía 30 años cuando la rodó y ya presenta un buen puñado de detalles de inmenso y original talento: la silueta en forma de sombra que asesina a un capo en la primera secuencia, esas enigmáticas “x” que se insinúan constantemente, los tres momentos clave en los que aparece el cartel luminoso con esa frase grabada en el corazón de Tony Camonte ("el mundo es tuyo"), el juego de la moneda al aire del bueno de Gino… Y sobre todo las magníficas interpretaciones. Es posible que Paul Muni esté un poco sobreactuado (en especial en sus gestos y en esa peculiar forma de caminar); pero, ¿acaso no lo están siempre los grandes gangsters del cine desde Edward G. Robinson hasta De Niro, pasando por los no menos histriónicos Brando, Al Pacino o James Gandolfini? Por cierto, todos ellos le deben algún tic, algún gesto al gran Muni. Paul Muni supo crear un personaje poliédrico y complejo, con muchas aristas y diversos procesos a lo largo de la historia (simpático, tosco, amigable, cruel, poderoso, galante, inseguro, asustado). Sus enormes hechuras y sus movimientos de tipo rudo, su sonrisa burlona y esas miradas de hielo que acojonarían al mismísimo Hannibal Lecter forman parte ya de la historia del cine.

Muni está genialmente acompañado por el resto del elenco: el gran George Raft interpretando al hierático y fiel lugarteniente de Tony Camonte o las bellas y glamurosas Karen Morley y Ann Dvorak. Por cierto, mención especial me merece esta última, pero me la reservo para el spoiler.

Una película que seguirá siendo siempre joven, como apuntaba al principio. Joven y hermosa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película está repleta de escenas memorables y de detalles únicos. Pero permitidme que comente especialmente dos protagonizados por la increíble Ann Dvorak. Cada vez que aparece en escena, se come la pantalla; está deslumbrante. Su muerte, en ese trágico final, es de antología. Recibe un disparo de la policía a través de una ventana y, delicadamente, es recogida por Tony (su hermano), que la recuesta en un sofá donde exhala sus últimas palabras con una elegancia algo sobreactuada (es verdad), pero deliciosa. ¡Cómo muere Ann Dvorak! Maravillosa.

Pero la escena que resulta absolutamente embriagadora es aquella en la que Cesca (así se llama el personaje que interpreta Ann) trata de seducir a Gino (George Raft), en la puerta de una sala de fiestas. Pero este permanece impertérrito a las insinuaciones de la hermana de su jefe. Ese bailecito que se marca Ann Dvorak provocando a Gino es mágico. Dura unos segundos, pero parece que se detiene el tiempo, oye. Me lo hace a mí y le pongo las escrituras de mi casa a su nombre al instante. ¡Qué delicia!

Por cierto, durante décadas se ha hablado y escrito mucho sobre la extraña relación entre los dos hermanos. Hay teorías de todo tipo: desde la más pura y blanca (amor fraternal), hasta otra más escabrosa (la férrea protección de Tony hacia su hermana con respecto a los hombres esconde algo más que el simple rol de hermano mayor). Hawks es bastante ambiguo con ese asunto, dejando mucho a la interpretación del espectador. También se insinúa en algún sutil diálogo una posible explicación intermedia: el hecho de que ambos personajes pudieran ser solo hermanastros. El caso es que el tema ha dado para mucho. Yo, como tengo la cabeza como la tengo, me quedo con la interpretación más morbosa: Tony está perdida y celosamente enamorado de su hermana (hermana de padre y madre, nada de medias tintas). Ella conoce esa obsesión oculta y se aprovecha de ella. Por eso tampoco le tiene miedo (a diferencia de la madre de ambos, que sí muestra ese temor por su propio hijo, sabedora, quizás, de esa incestuosa pasión).

Si Ann Dvorak fuera mi hermana, creo que me gastaría una pasta en psicólogos.

Y por último, para los frikis del cómic clásico como yo. ¿Habéis leído "Rip Kirby", del genial Alex Raymond? ¿Verdad que Mangler "El triturador", archienemigo de Rip, se parece bastante al Tony Camonte de Paul Muni? Cara cortada incluida. ¿Cuántas veces vería Alex Raymond esta película? Apuesto a que muchas.
9
4 de enero de 2019 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a que no sea estrictamente la primera película de gánsteres, creo que es indiscutible que la «Scarface» de Howard Hawks es una obra fundacional. Objeto de admiración y fascinación de cinéfilos y cineastas desde su entrada en el olimpo de lo clásico, su sombra se ha extendido allende la visionaria perspectiva de los jóvenes intrépidos que redactaban «Cahiers du cinéma» hasta impregnar la obra de la generación siguiente, esa que encabezaron los Coppola, De Palma y Scorsese. Aunque, por desgracia, creo que sólo el primero de ellos supo aprehender los códigos estéticos y discursivos mediante los cuales el maestro Howard Hawks retrató los entresijos del hampa y del mundo de la mafia en esta incomparable obra maestra de 1932.

La película es dinámica y virtuosa ya desde la fotografía de Garmes y O’Connell. Se inicia con un largo plano secuencia que resulta un verdadero prodigio de la puesta en escena (¿inspiración para Welles y su celebérrimo comienzo de «Sed de mal»?), culminando con un asesinato expuesto a través de sombras expresionistas al estilo «Nosferatu». La cámara, muy móvil todo el tiempo, habla tanto como el guion, lo cual pone de manifiesto el impresionante talento visual de Hawks incluso desde épocas tan tempranas. Por lo demás, el lenguaje visual se mueve a través de ambientes barrocos, sobrecargados, ampulosos y siniestros, un «background» perfecto para retratar los sórdidos ambientes en los que se mueve la trama.

El film también destaca por el impecable uso de las elipsis, que resultan elocuentes al extremo y no sólo ahorran farragosas explicaciones narrativas, sino que van plasmando en pantalla el orden cronológico racional del auge, triunfo y caída de Tony Camonte (excepcional Paul Muni) en el mundo del hampa, desde un simple subalterno hasta la cima de ese mundo que, según el letrero de neón, le pertenece. El principal acierto de Hecht, un guionista prodigioso como pocos, y de Hawks en el enfoque del mensaje radica en la oposición formal a todo lo que Camonte representa y simboliza, cosa que en mi opinión choca frontalmente con la visión que los directores modernos han querido vendernos acerca del mundo de la mafia ítalo-americana. Dando por sentado que todo el cine mafioso posterior nace y surge desde esta película, creo que Coppola con la saga de los Corleone ha sido el único que ha encarado el tema con el amargo romanticismo que se merece, retratando a los protagonistas como seres abyectos y despreciables que son conscientes de su condición y elaborando un alegato en contra de sus naturalezas a través del desarrollo de la narración. En ese aspecto creo que tanto De Palma como Scorsese (y otros tantos: los hermanos Coen, Sam Mendes y un largo etcétera) han equivocado el código discursivo retratando a unos mafiosos «molones» y cuasi agradables para el ánimo del espectador.

Hawks no comulga en ningún momento con los actos de su personaje y lo demuestra mediante el magnífico parlamento del comisario de policía, cuando este construye una muy perspicaz comparativa entre los forajidos del viejo Oeste, que disparaban a cara descubierta y en igualdad de condiciones, y estos sucios y ruines matones que asesinan por la espalda y a traición. Así y todo, el realizador pone todo el empeño en regalarnos un antihéroe para el recuerdo, labor que consigue gracias al sobresaliente trabajo de Muni.

«Scarface» no sólo es pionera y precursora en su discurso, sino en una serie de elementos visuales que sentarían las bases del cine negro posterior. Es la película que instaura para siempre postales como la del mafioso lanzando una moneda al aire mientras «espera», o la que retrata con total veracidad el fenómeno del coche negro del que emerge una lluvia de disparos con esa mítica ametralladora que dispara trescientas balas por minuto (incluso para pasar las páginas de un calendario, en otra de las magistrales elipsis de la película). También es una película adelantada a su época en tanto y en cuanto nos ofrece un perfil psicológico del protagonista trabajado en profundidad, y cuyas máximas perversiones (la relación incestuosa con su hermana es sin duda la más destacada) nos habla de la habilidad «houdiniana» del guion para saltarse una censura que por entonces, todo hay que decirlo, no era aún tan estricta.

Entiendo y respeto el afán de Brian De Palma por querer recrear las bases de este film en «El precio del poder», pero hubiera sido más digno comprender que esta obra cumbre no acepta «remakes» ni «revivals», y que la diferencia de talento entre él y Hawks era insalvable. Además, una la protagoniza Paul Muni y la otra Al Pacino… En fin, que las comparaciones son odiosas.

Una de las películas más representativas y míticas de la historia del cine, en la cual el genio Howard Hawks supo poner las cartas sobre la mesa y, de alguna manera, advertir de lo que era capaz de hacer con una cámara, un coloso interpretativo y un guionista modélico. Lo mejor, en todo caso, estaba por venir.

Magistral.
9
8 de enero de 2023 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magistral obra capiral del cine negro y de todos los tiempos de la que beben muchas de las grandes peliculas que nos han llegado hasta hoy.
Paul Muni está soberbio, insuperable. Qué gran actor -ver Soy un fugitivo.

La fotografía genial, narra perfectamente cada momento, cada escena, influenciada por el expresionismo alemán ya en caida. Sombreros, más sombreros, trajes, pistolas, persecuciones a destajo, muchas sombras, disparos, humo de tabaco, malos muy malos y algún toque cómico, que hace que, efectivamente la pelicula del maestro Hawks sea un poco anárquica tal vez. Howard Hawks... ¿cómo podia dominar tantos generos.

Y de forma tan magistral.

Ritmo fantástico, no se puede apartar la vista de la pantalla.
Atención especial a la relación de Toni Camonte con su hermana, digna de estudio; Ann Dvorak, deliciosa.
5
6 de febrero de 2018
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por minutos parece tratarse de un anuncio gubernamental contra el hampa. La película carece de cualquier ápice de dramatismo y siendo una historia de criminales (el título ya nos habla de "el terror del Hampa") no cabría duda en tener en cuenta que vamos a asistir a la proyección de una película seria y violenta (sobre todo al escuchar al comienzo de la película su visión crítica de las mafias organizadas y el objetivo crítico del filme), cuyo material nos debería incomodar en cierta medida. Sin embargo, la película podría asemejarse a un paseo de Paul Muni por el aparentemente "simpático" sur. ¿Será que Howard Hawks, entre tanto cambio de género cinematográfico, habrá puesto el zapato en el pie equivocado? Cabe destacar también el recurso fraudulento a la elipsis, que me hizo en ocasiones preguntarme si me había perdido alguna parte de la película o algún argumento entre líneas sin yo saberlo.
La película no convence desde un primer momento. Lo único destacable es la actuación de Paul Muni. Ni más ni menos.
9
17 de julio de 2012 4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Peliculón de cine negro de las mejores que he visto. Parece mentira que sea de 1932, ahí es nada, muchas y muy logradas escenas de acción que es a priori impensable encontrarse antes de verla, Toni Camonte no se corta un pelo en involucrarse en tiroteos, palizas, atentados, persecuciones en coche... Debe de ser la película con más y mejores escenas de acción hasta la fecha (y posteriores).

El argumento es clavado al remake ochentero con Al Pacino, esa vez como Toni Montana, con la diferencia de que aquí se ambienta en tiempos de la "Ley seca" y el negocio está en el alcohol, y que tiene mucho más mérito esta película que nos ocupa, y algunas sutiles diferencias en algunas escenas clave, como el final. Absolutamente recomendable para los amantes del mejor cine negro, y a quien le tiren para atrás las películas "antiguas" que deje sus prejuicios a un lado, que ésto no tiene nada que ver.
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