El audaz
8.2
31,977
Drama
Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
31 de agosto de 2005
31 de agosto de 2005
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con el juego del billar como excusa, Robert Rossen hace un retrato voraz sobre el triunfo y la autodestrucción sacando todo el jugo a los personajes creados por Walter Tevis. Y si ésta es una de las obras donde brilla con mejor luz propia Paul Newman, también es la película de todo un personaje: “el gordo de Minnesota”, que interpretado magníficamente por Jackie Gleason adquiere en pantalla el mismo carácter legendario que se le supone en la ficción. Aunque el gato al agua se lo llevó la excelente fotografía en blanco y negro de Eugene Schüfftan, en general, el punto fuerte se encuentra en el trabajo de altura de todo el reparto, que mereció que fuesen nominados ese año al Oscar sus cuatro principales actores.
Newman no ganaría entonces el premio, que sin embargo sí recibiría un cuarto de siglo después por interpretar al mismo personaje en una continuación más floja: “El color del dinero”, dirigida por Martin Scorsese. Cosas de Hollywood. En cualquier caso, Paul le debe al buscavidas Eddie tanto la cima de su carrera como el haber aprendido a jugar algo más que bien al billar para rodar unas escenas donde, aunque sí algunos trucos, no había dobles.
Gran película con una tensa y perfecta atmósfera que acentúa el drama y con un uso de las elipsis que impulsa el ritmo más apropiado a la narración y ayuda junto a efectivos diálogos al desarrollo de unos protagonistas cegados por la ambición, el miedo a la soledad o la búsqueda de un sentido a la vida.
Newman no ganaría entonces el premio, que sin embargo sí recibiría un cuarto de siglo después por interpretar al mismo personaje en una continuación más floja: “El color del dinero”, dirigida por Martin Scorsese. Cosas de Hollywood. En cualquier caso, Paul le debe al buscavidas Eddie tanto la cima de su carrera como el haber aprendido a jugar algo más que bien al billar para rodar unas escenas donde, aunque sí algunos trucos, no había dobles.
Gran película con una tensa y perfecta atmósfera que acentúa el drama y con un uso de las elipsis que impulsa el ritmo más apropiado a la narración y ayuda junto a efectivos diálogos al desarrollo de unos protagonistas cegados por la ambición, el miedo a la soledad o la búsqueda de un sentido a la vida.
20 de junio de 2007
20 de junio de 2007
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Fracasado? Esta grande, grandísima película no trata sobre ningún fracasado. Trata sobre la superación, el afán no solo de mejorar, sino de ser el mejor. Pero ello tiene un precio: debes renunciar prácticamente todo lo demás, con lo que ello supone.
El buscavidas pertenece a esa clase de películas en las que, aparte de la perfección de la fotografía en blanco y negro, la mestría en la narración, con una cadencia exquisita en los diálogos, o las bárbaras interpretaciones de Paul Newman o George C. Scott, es capaz de arañar lo más profundo de la sensibilidad del espectador al acompañar al protagonista en su viaje autodestrucctivo paralelo a conseguir estar en la cima del billar. Caemos junto a él en la soledad y pobreza de su vida cuando se aleja de su mundo nocturno pero, además, queremos que sea así, pues como él, pensamos que nada es más importante como superar al gordo, el único que le venció.
Así ha pasado siempre y así seguirá pasando con los genios, sea cual sea su genialidad.
El buscavidas pertenece a esa clase de películas en las que, aparte de la perfección de la fotografía en blanco y negro, la mestría en la narración, con una cadencia exquisita en los diálogos, o las bárbaras interpretaciones de Paul Newman o George C. Scott, es capaz de arañar lo más profundo de la sensibilidad del espectador al acompañar al protagonista en su viaje autodestrucctivo paralelo a conseguir estar en la cima del billar. Caemos junto a él en la soledad y pobreza de su vida cuando se aleja de su mundo nocturno pero, además, queremos que sea así, pues como él, pensamos que nada es más importante como superar al gordo, el único que le venció.
Así ha pasado siempre y así seguirá pasando con los genios, sea cual sea su genialidad.
3 de enero de 2008
3 de enero de 2008
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tomando como punto de partida una brillante novela del desconocido escritor Walter Tevis, un Robert Rossen completamente transformado, después de haber sufrido una penosa depresión motivada por su largo calvario por el cine europeo y que fue promovido por sus denuncias ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, escribe, produce y dirige la que es su mejor película: un film trágico, desgarrador, cínico y vital, ambientado en la Norteamérica de la Gran Depresión y que cuenta la historia del fracasado Eddie Felson (Paul Newman), su adversario, el gran campeón Minnesota Fats (Jackie Gleason), su destructivo representante Bert Gordon (George C. Scott) y la novelista coja y desamparada Sarah Packard (Piper Laurie).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Robert Rossen juega a tres bandas en esta película de la misma forma que lo hacen sus protagonistas. Nos ilustra sobre el cerrado, pequeño, rutilante y sórdido mundo de los jugadores profesionales de billar, sus timbas, las apuestas, los mezquinos y decadentes personajes que lo integran, captando cada gesto de los jugadores en sus interminables e insomnes partidas, sus deseos y ambiciones, empujándoles a olvidar la frialdad del mundo exterior junto a una mesa cubierta de terciopelo verde. Arropados con el humo de infinitos cigarrillos, de alcohol y con las sempiternas y cálidas lámparas de un rancio billar de barrio pobre, los personajes se mueven en la asfixiante y onírica frontera que separa ambos mundos: el real y el establecido por ellos mismos como modelo ideal de supervivencia. Nos muestra a sus héroes y villanos, desdibujándolos, haciéndonos imposible el diferenciar entre unos y otros, transformándolos en seres tan reales como esperpénticos, impregnando sus personalidades de todo aquello de lo que están formados y dotándoles de un infinito rencor hacia el mundo que se encuentra más allá de las mesas de juego. Después, Rossen nos ofrece una visión cáustica y pesimista del destino de los perdedores, imágenes sombrías y crueles que se incrustarán para siempre en la memoria del espectador y que en la película están expresadas con delirante e hipnótico poder visual.
En ese entorno nace y crece Eddie Felson "El Rápido" (Paul Newman), un brillante, derrochador y arrogante jugador de billar curtido en oscuros tugurios. El director vuelca y refleja en él la tipología del perdedor nato, del fracasado marginal, del extrovertido aunque descerebrado y patético hombre sin fortuna surgido de los suburbios, asociándolo a un carácter cínico y vehemente, a un espíritu ambicioso y solitario, únicamente consolado por una alcohólica bienintencionada que le arrastrará hacia una relación sentimental tan destructora como imposible.
Eddie Felson inicia una bajada a los infiernos de su propio “yo”, un abandono a su propia suerte tras el primer encuentro con el genial “Gordo de Minesota”, adquiriendo los hábitos y maneras que marcan la desolación y la angustia existencial. A través de la extraordinaria fotografía del veterano Eugen Schufftan, quien recibió un merecido Oscar por su trabajo, percibimos que todo está sutilmente controlado en esta magnífica obra; es cine de ayer convertido a través del tiempo en cine de siempre. Está amasado con ese esplendor en blanco y negro, (de infinita gama de grises, que diría Billy Wilder) que son los colores primordiales y primigenios de este arte convertido de pronto en un arte viejo, en un arte secular. Y es un esplendor que estalla con delicadeza dentro de las imágenes de una película que fluye arrodillada alrededor de sensaciones vivas de cine inolvidable, de cine destilado en el alambique que la memoria reserva para las cosas intactas e imperecederas.
En ese entorno nace y crece Eddie Felson "El Rápido" (Paul Newman), un brillante, derrochador y arrogante jugador de billar curtido en oscuros tugurios. El director vuelca y refleja en él la tipología del perdedor nato, del fracasado marginal, del extrovertido aunque descerebrado y patético hombre sin fortuna surgido de los suburbios, asociándolo a un carácter cínico y vehemente, a un espíritu ambicioso y solitario, únicamente consolado por una alcohólica bienintencionada que le arrastrará hacia una relación sentimental tan destructora como imposible.
Eddie Felson inicia una bajada a los infiernos de su propio “yo”, un abandono a su propia suerte tras el primer encuentro con el genial “Gordo de Minesota”, adquiriendo los hábitos y maneras que marcan la desolación y la angustia existencial. A través de la extraordinaria fotografía del veterano Eugen Schufftan, quien recibió un merecido Oscar por su trabajo, percibimos que todo está sutilmente controlado en esta magnífica obra; es cine de ayer convertido a través del tiempo en cine de siempre. Está amasado con ese esplendor en blanco y negro, (de infinita gama de grises, que diría Billy Wilder) que son los colores primordiales y primigenios de este arte convertido de pronto en un arte viejo, en un arte secular. Y es un esplendor que estalla con delicadeza dentro de las imágenes de una película que fluye arrodillada alrededor de sensaciones vivas de cine inolvidable, de cine destilado en el alambique que la memoria reserva para las cosas intactas e imperecederas.
6 de mayo de 2010
6 de mayo de 2010
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En El buscavidas no hay héroes, solo hay un hombre que busca la muerte. Su sombra se aferra al fracaso, fabricándose una frustración propia para poder compadecerse de ella. ¡Qué sórdido placer es sentir compasión de uno mismo! "El chico del billar" se sumerge en un proceso autodestructivo a cambio del mayor motivo de complacencia en este mundo: mirar fijamente a los corrosivos ojos del éxito, para después escupir sobre su trono impoluto. El rechazo del triunfo es el mejor orgasmo que puede alcanzar un hombre. ¡Qué mayor triunfo que tener la victoria ya en nuestras manos y arrojarla de nosotros con desprecio!
Pero la autocompasión no es más que un signo de debilidad y mediocridad que puede desembocar en el "fracaso supremo": el suicidio. Esto es lo que ocurre con el personaje que interpreta Piper Laurie; harta de ser apaleada por la vida no es capaz de enfrentarse a ella y tratar de escapar del espeso lodo en que se encuentra inmersa; al contrario, decide optar por el frívolo suicidio en un arrebato de rabioso despecho. Esta muerte servirá a Eddie Felson - Paul Newman - para realizarse y vencer su fragilidad inicial; fortalece su carácter y abandona su mirada cargada de derrota, para tratar cara a cara sus problemas y superar los obstáculos con que tropieza en el camino. Ya no hay lugar en el personaje para la autocompasión; se ha desecho de su trágica expresión de hombre sin suerte, para "golpear" a la vida con la misma dureza con que golpea las bolas de billar.
El buscavidas es una atmósfera muerta. Colores ásperos y aromas grises inundan la pantalla; no hay canciones, ni risas, ni agua. El aire es un hombre ahogado por la monotonía y su tumba el triste cuarto donde Eddie Felson y su amante lloran la vida. El alcohol es un bálsamo de piedra donde ocultan su rendición. Solo una máquina de escribir vomita la verdad que no quiere oírse. En el exterior, se respira el aire puro que sale de los tubos de escape. La violencia en la ciudad no es más que un gracioso lunar en el paraíso. ¡Nada es comparable a los llantos de una habitación muerta!
En el celuloide se oyen los aullidos de la noche herida; los marginados, los desgraciados, aquellos que ni siquiera han podido gozar de la vigilia del "sueño americano", son retratados en su amarga pesadilla. Entre el incansable humo y los cigarrillos pisoteados se escuchan los alaridos de los enfermos. Una inquietud desolada escapa entre las botellas de whisky y las copas olvidadas. El acero invade la pantalla, la cubre de eterna tristeza. Puede que Robert Rossen tampoco encontrara la forma de olvidar que diez años antes había delatado a sus antiguos compañeros del Partido Comunista. Tal vez sea El buscavidas la magistral obra póstuma de un ex-boxeador muerto.
Pero la autocompasión no es más que un signo de debilidad y mediocridad que puede desembocar en el "fracaso supremo": el suicidio. Esto es lo que ocurre con el personaje que interpreta Piper Laurie; harta de ser apaleada por la vida no es capaz de enfrentarse a ella y tratar de escapar del espeso lodo en que se encuentra inmersa; al contrario, decide optar por el frívolo suicidio en un arrebato de rabioso despecho. Esta muerte servirá a Eddie Felson - Paul Newman - para realizarse y vencer su fragilidad inicial; fortalece su carácter y abandona su mirada cargada de derrota, para tratar cara a cara sus problemas y superar los obstáculos con que tropieza en el camino. Ya no hay lugar en el personaje para la autocompasión; se ha desecho de su trágica expresión de hombre sin suerte, para "golpear" a la vida con la misma dureza con que golpea las bolas de billar.
El buscavidas es una atmósfera muerta. Colores ásperos y aromas grises inundan la pantalla; no hay canciones, ni risas, ni agua. El aire es un hombre ahogado por la monotonía y su tumba el triste cuarto donde Eddie Felson y su amante lloran la vida. El alcohol es un bálsamo de piedra donde ocultan su rendición. Solo una máquina de escribir vomita la verdad que no quiere oírse. En el exterior, se respira el aire puro que sale de los tubos de escape. La violencia en la ciudad no es más que un gracioso lunar en el paraíso. ¡Nada es comparable a los llantos de una habitación muerta!
En el celuloide se oyen los aullidos de la noche herida; los marginados, los desgraciados, aquellos que ni siquiera han podido gozar de la vigilia del "sueño americano", son retratados en su amarga pesadilla. Entre el incansable humo y los cigarrillos pisoteados se escuchan los alaridos de los enfermos. Una inquietud desolada escapa entre las botellas de whisky y las copas olvidadas. El acero invade la pantalla, la cubre de eterna tristeza. Puede que Robert Rossen tampoco encontrara la forma de olvidar que diez años antes había delatado a sus antiguos compañeros del Partido Comunista. Tal vez sea El buscavidas la magistral obra póstuma de un ex-boxeador muerto.
1 de agosto de 2009
1 de agosto de 2009
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas que mejor y más fríamente describe la lucha interna en que se debate su protagonista, con caída, miseria y resurrección del ídolo incluida (aunque a un precio demasiado alto...). Una historia de ambición desmedida, de amor no correspondido. Un amargo retrato de la soledad, con entrañables perdedores, insolentes mánagers corruptos, elegantes mesas de billar, dinero, tabaco y mucho whisky. JTS Brown, por supuesto. Como dice el propio Eddie "Relámpago" Felson -impresionante Paul Newman- durante su primera confrontación con el Gordo de Minnesota (un impecable Jackie Gleason): "JTS Brown. Sin hielo y sin vaso". Ahí queda eso.
Desde la primera hasta la última escena asistimos a todo un recital interpretativo por parte de un Paul Newman que se encarga de explotar hasta la saciedad esa mirada suya tan característica que tanta fama le daría (y con la que tantas mujeres caerían rendidas a sus pies); una impresionante Piper Laurie en un personaje que se adivina trágico desde el mismo momento en que entra en escena; y un perverso y ruin manipulador George C. Scott, en uno de los mejores papeles secundarios que recuerde.
Absolutamente recomendable. Para mí, una de las mejores interpretaciones, si no la mejor, en la interesante filmografía de Paul "Ojos Azules" Newman. Por cierto, excelente fotografía (y no es comentario baladí). No hay que ser muy entendido en la materia, que no lo soy, para darse cuenta de que esa forma de iluminar la escena entre el humo del tabaco, esos planos del salón de billar con la luz de las lámparas cayendo en perpendicular sobre el tapiz de las mesas... Todo eso hay que saber hacerlo muy bien para que el resultado acabe teniendo esa prodigiosa gama de tonos grises que posee la película. Su artífice y ganador del Oscar en 1962 en el apartado de Mejor Fotografía en B/N, Eugen Schüfftan, fue la misma persona que en 1927 pondría luces y sombras a otra gran película de género: Metrópolis, de Fritz Lang. Clásico entre clásicos.
Desde la primera hasta la última escena asistimos a todo un recital interpretativo por parte de un Paul Newman que se encarga de explotar hasta la saciedad esa mirada suya tan característica que tanta fama le daría (y con la que tantas mujeres caerían rendidas a sus pies); una impresionante Piper Laurie en un personaje que se adivina trágico desde el mismo momento en que entra en escena; y un perverso y ruin manipulador George C. Scott, en uno de los mejores papeles secundarios que recuerde.
Absolutamente recomendable. Para mí, una de las mejores interpretaciones, si no la mejor, en la interesante filmografía de Paul "Ojos Azules" Newman. Por cierto, excelente fotografía (y no es comentario baladí). No hay que ser muy entendido en la materia, que no lo soy, para darse cuenta de que esa forma de iluminar la escena entre el humo del tabaco, esos planos del salón de billar con la luz de las lámparas cayendo en perpendicular sobre el tapiz de las mesas... Todo eso hay que saber hacerlo muy bien para que el resultado acabe teniendo esa prodigiosa gama de tonos grises que posee la película. Su artífice y ganador del Oscar en 1962 en el apartado de Mejor Fotografía en B/N, Eugen Schüfftan, fue la misma persona que en 1927 pondría luces y sombras a otra gran película de género: Metrópolis, de Fritz Lang. Clásico entre clásicos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si te gusta el billar y el cine clásico esta es tu película. Magistral.
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