Kamikaze
5.8
7,062
Comedia. Drama
Slatan, un hombre oriundo del Karadjistan, se enfrenta a una situación extrema: hacer estallar un avión de pasajeros que va de Moscú a Madrid. Pero una tormenta de nieve retrasa el vuelo, y los pasajeros son alojados en un hotel de montaña hasta que pase el temporal. Ese retraso obliga al terrorista a convivir, durante tres días, con sus futuras víctimas, unas personas con una visión positiva y optimista de la vida. (FILMAFFINITY)
13 de julio de 2019
13 de julio de 2019
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La alternancia entre drama y comedia desemboca en que la película no es ni una cosa ni otra. El argumento no es sostenible desde ningún punto de vista. Las forzadas situaciones carecen de cualquier credibilidad. Los actores tampoco ayudan. Parecen salidos de la insoportable serie televisiva "Aquí no hay quien viva". Carmen Machi está acartonada, insípida y amorfa. Solo el breve papel de Hector Alterio rompe la aburrida rutina interpretativa. Aparte, está la actuación del violinista armenio-libanés Ara Malikian, en un corto número musical, sin que venga a cuento, que hubiera podido dar mucho más de sí. Todo lo demás son incoherencias en un desarrollo por completo falto de interés, incluyendo discursos patrioteros demagógicos, intentando justificar la existencia del terrorismo, cuyos fanáticos militantes resulta que en el fondo tienen buen corazón y confraternizan con sus víctimas.
24 de marzo de 2014
24 de marzo de 2014
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El humor absurdo hace tiempo que no tiene cabida en la cartera de estrenos comerciales o, al menos, ese humor que abogue por resultar referencial a los grandes hitos del género, todos ellos ubicados en gloriosas épocas pasadas, desde la irreverencia de los Hermanos Marx hasta el surrealismo de Amanece, que no es poco (1989), de José Luis Cuerda. El principal mérito de un film como Kamikaze, debut en el largometraje de Álex Pina, consiste en querer impregnar de tan sano sentido del humor una historia ubicada casi por completo en el extremo contrario: la inmolación de un terrorista radical en un avión. Claro que, el punto de partida nos lleva al primer y loco elemento surrealista del relato, que consiste en truncar los planes iniciales del suicida y enfrentarlo a una convivencia forzosa con sus víctimas por culpa de la cancelación del vuelo que él iba a explosionar. En su arranque, Kamikaze mantiene muy bien el tipo jugando a ambas bandas, la de narrar la frustración homicida del protagonista contraponiéndola eficazmente a las bondades y delirios surgidos de su obligada toma de contacto con sus inconscientes víctimas.
Es en este tramo donde claramente se halla lo mejor de un film que puede presumir de proporcionar una primera hora de absoluto divertimento, cuanto más se vincula a esa especie de humor surrealista y absurdo y donde sólo languidece por contados, aislados intermedios relacionados con alguna que otra subtrama en realidad innecesaria (la romántica, sobre todas). En su decidida apuesta por hilar fino y llevar al límite de la lógica el desarrollo de sus gags es donde Kamikaze obtiene sus mejores resultados, consiguiendo alcanzar incluso momentos en verdad hilarantes (el secado coral de la carga explosiva, la 'operación' para reducir al segundo terrorista) salteados por otros quizás algo más convencionales (la bajada en trineo) pero también de indudable eficacia. La brillantez también ha de aplicarse a la escritura de unos diálogos de endiablada puntería en las risas del respetable, por mucho que alguna réplica pueda sonarnos a la planicie cómica inherente a la producción televisiva (no en vano, Pina debe su formación como guionista en la pequeña pantalla). Por desgracia, llega un momento en el transcurrir del film en el que, una vez expuesto el conflicto central y perfilados los principales ejes cómicos de la función, se hace demasiado visible la incapacidad del material para trascender la mera anécdota y seguir construyendo de manera dosificada un relato lo suficientemente compacto como para no perder el nervio, el ritmo y toda la compostura en el camino.
Y en esta tesitura, Pina demuestra, para mal, su condición de novel en la materia y trata de rellenar su historia con algo más de hondura. Es entonces cuando la cinta trata de conjugar en el mismo relato su vena delirante con la comprometida y cuando se nota a la legua la intención del director por aleccionar y hacer reflexionar a la audiencia sobre lo catastrófico de cualquier conflicto bélico. Pero no se queda ahí, sino que rizando el rizo pretende hacer de Kamikaze una suerte de La vida es bella (La vita è bella) (1998), de Roberto Benigni, haciendo de la troupe de personajes españoles una especie de instigadores de buenrrollismo capaz de, con su mera presencia, hacer tambalear los cimientos asesinos y de venganza del protagonista. Es ahí, en lo arquetípico de la narración a partir de ese momento, cuando a la película se le ven las costuras y deja de despertar entusiasmo. Y es que la parte 'seria' del film está construida con el mismo material de derribo mil veces empleado por la maquinaria de Hollywood para abordar no pocos temas espinosos apelando siempre a la sensiblería de manual, con lo que Kamikaze, como tantas otras producciones antes, logra en su segunda parte los mismos vacuos e intrascendentes resultados obtenidos por el Hollywood más chapucero en la materia. Además de, para más inri, una incómoda sensación de déjà vu, fomentada por giros accesorios (la desaparición del niño) y la previsibilidad de su conclusión. Aspectos que tiran por la borda los logros obtenidos en la primera parte, donde incluso ni importaba el esquematismo imperante en el dibujo de todos los personajes.
Personajes que ejecutan como bien pueden y saben un elenco realmente atractivo y llamativo pero en el que no todos logran brillar a la misma altura. Si Álex García consigue sostener admirablemente bien sobre sus hombros el peso de todo el film, incorporando con solvencia un modélico acento caucásico y respondiendo con notable contundencia en todas las aristas, muchas de ellas difíciles de actuar, de su personaje; hay que hablar de absoluto desaprovechamiento en los casos de Carmen Machi, a la que se le otorgan algunos buenos momentos en el inicio para luego hacer languidecer su personaje hasta el tópico más injusto, o del siempre grato de ver Héctor Alterio, cuyo personaje, como el de Iván Massagué, responde más a necesidades de guión para justificar elementos del todo prescindibles. Tampoco el rol otorgado a Verónica Echegui hace justicia al talento de la actriz, relegada aquí a un personaje que actúa de mera comparsa y la obliga a tirar de sensiblería de postín en demasiados momentos. Por contra, Leticia Dolera obtiene notoriedad individual haciendo gala de una tronchante vis cómica, aprovechando sus escasas intervenciones para adjudicarse algunos de los momentos más felices de Kamikaze, aunque la gran mayoría de estos estén comandados por la impagable presencia de un enorme, magistral y brillante Eduardo Blanco y sus tacones, en un personaje que bien podría representar el rol inmortalizado por Benigni en su popular film y que se erige desde su aparición en lo más salvajemente divertido de un film que, a su favor, presenta también una cuidada y eficiente factura, lo que al final la convierte en un producto medianamente digno e incluso disfrutable para el gran público.
http://actoressinverguenza.wordpress.com
Es en este tramo donde claramente se halla lo mejor de un film que puede presumir de proporcionar una primera hora de absoluto divertimento, cuanto más se vincula a esa especie de humor surrealista y absurdo y donde sólo languidece por contados, aislados intermedios relacionados con alguna que otra subtrama en realidad innecesaria (la romántica, sobre todas). En su decidida apuesta por hilar fino y llevar al límite de la lógica el desarrollo de sus gags es donde Kamikaze obtiene sus mejores resultados, consiguiendo alcanzar incluso momentos en verdad hilarantes (el secado coral de la carga explosiva, la 'operación' para reducir al segundo terrorista) salteados por otros quizás algo más convencionales (la bajada en trineo) pero también de indudable eficacia. La brillantez también ha de aplicarse a la escritura de unos diálogos de endiablada puntería en las risas del respetable, por mucho que alguna réplica pueda sonarnos a la planicie cómica inherente a la producción televisiva (no en vano, Pina debe su formación como guionista en la pequeña pantalla). Por desgracia, llega un momento en el transcurrir del film en el que, una vez expuesto el conflicto central y perfilados los principales ejes cómicos de la función, se hace demasiado visible la incapacidad del material para trascender la mera anécdota y seguir construyendo de manera dosificada un relato lo suficientemente compacto como para no perder el nervio, el ritmo y toda la compostura en el camino.
Y en esta tesitura, Pina demuestra, para mal, su condición de novel en la materia y trata de rellenar su historia con algo más de hondura. Es entonces cuando la cinta trata de conjugar en el mismo relato su vena delirante con la comprometida y cuando se nota a la legua la intención del director por aleccionar y hacer reflexionar a la audiencia sobre lo catastrófico de cualquier conflicto bélico. Pero no se queda ahí, sino que rizando el rizo pretende hacer de Kamikaze una suerte de La vida es bella (La vita è bella) (1998), de Roberto Benigni, haciendo de la troupe de personajes españoles una especie de instigadores de buenrrollismo capaz de, con su mera presencia, hacer tambalear los cimientos asesinos y de venganza del protagonista. Es ahí, en lo arquetípico de la narración a partir de ese momento, cuando a la película se le ven las costuras y deja de despertar entusiasmo. Y es que la parte 'seria' del film está construida con el mismo material de derribo mil veces empleado por la maquinaria de Hollywood para abordar no pocos temas espinosos apelando siempre a la sensiblería de manual, con lo que Kamikaze, como tantas otras producciones antes, logra en su segunda parte los mismos vacuos e intrascendentes resultados obtenidos por el Hollywood más chapucero en la materia. Además de, para más inri, una incómoda sensación de déjà vu, fomentada por giros accesorios (la desaparición del niño) y la previsibilidad de su conclusión. Aspectos que tiran por la borda los logros obtenidos en la primera parte, donde incluso ni importaba el esquematismo imperante en el dibujo de todos los personajes.
Personajes que ejecutan como bien pueden y saben un elenco realmente atractivo y llamativo pero en el que no todos logran brillar a la misma altura. Si Álex García consigue sostener admirablemente bien sobre sus hombros el peso de todo el film, incorporando con solvencia un modélico acento caucásico y respondiendo con notable contundencia en todas las aristas, muchas de ellas difíciles de actuar, de su personaje; hay que hablar de absoluto desaprovechamiento en los casos de Carmen Machi, a la que se le otorgan algunos buenos momentos en el inicio para luego hacer languidecer su personaje hasta el tópico más injusto, o del siempre grato de ver Héctor Alterio, cuyo personaje, como el de Iván Massagué, responde más a necesidades de guión para justificar elementos del todo prescindibles. Tampoco el rol otorgado a Verónica Echegui hace justicia al talento de la actriz, relegada aquí a un personaje que actúa de mera comparsa y la obliga a tirar de sensiblería de postín en demasiados momentos. Por contra, Leticia Dolera obtiene notoriedad individual haciendo gala de una tronchante vis cómica, aprovechando sus escasas intervenciones para adjudicarse algunos de los momentos más felices de Kamikaze, aunque la gran mayoría de estos estén comandados por la impagable presencia de un enorme, magistral y brillante Eduardo Blanco y sus tacones, en un personaje que bien podría representar el rol inmortalizado por Benigni en su popular film y que se erige desde su aparición en lo más salvajemente divertido de un film que, a su favor, presenta también una cuidada y eficiente factura, lo que al final la convierte en un producto medianamente digno e incluso disfrutable para el gran público.
http://actoressinverguenza.wordpress.com
15 de septiembre de 2014
15 de septiembre de 2014
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
De chascarrillos negros y un kazaco que aporta algunos y es participe de otros pocos en una semana desde la colocación de un dispositivo dinamitero hasta la activación del mismo donde tendrá lugar su relación con una serie de variopintos personajes que aportarán algo a su vida, sobre todo cariño. Así este sujeto se enfrentará a su pasado y a un futuro cada vez menos deseado, pero ¿Hasta donde puede llegar la identificación de la mente con la cultura y sus formas más radicales?, Álex García hace un digno papel y lo lleva adelante mientras nos hace delicias un gamberro Héctor Alterio en una película que ni es drama ni es comedia, se deja ver y no cansa, con algunos elementos gratuitos que voy simplemente a citar en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
1 Lo romántico de decir cómo cortarse las venas, a quién le puede enamorar esto?
2 Las tres patadas al perro de su dueño y el por qué de esa acción.
Alguna más que ahora no caigo.
2 Las tres patadas al perro de su dueño y el por qué de esa acción.
Alguna más que ahora no caigo.
13 de abril de 2014
13 de abril de 2014
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una historia dulce y bonita, todos lo sabemos; todos intuimos por dónde irán los tiros y, aún así, lo esperamos; todos queremos encontrar un final feliz, lo deseamos; todos sabemos que habrá risas, tenemos por anticipada la sonrisa preparada; todos percibimos que habrá drama, unas pocas lágrimas de emoción han sido incluidas..., aunque, se debe concluir que, todo el relato en conjunto, no es lo pensado ni completamente lo esperado. Principalmente porque la vis cómica apenas funciona, situaciones forzadas con frases tontas que no dan para mucho -no es que tarde en llegar, es que no llega!- y, segundo, porque la parte dramática y emotiva se come, descaradamente, a su antecesora -siempre hay alguien que sufre más que tú!-, por suerte para todos nosotros. El relato va ganando en intensidad conforme avanza, en fuerza interpretativa según van rodando las escenas empezando con una floja y débil presentación de los personajes y de su respectiva colocación para calzarse las botas de trabajo y relatar lo serio, la dramática situación que vive nuestro personaje principal y el dolor que le ha llevado hasta allí; en el alcance de su cenit, de su máxima expresión, la emoción y el impacto son de gran intensidad y potencia, nada que envidiar a Bruce Willis y su Jungla de cristal -salvando las distancias, por supuesto-; una implicación asegurada que te dejará mudo, sin posible articulación de palabras. Los demás personajes sirven de complemento, de relleno jocoso, unos creados con más acierto que otros para codimentar una salsa que cuenta con ironía, descaro, emoción, amor, amistad, heroísmo, diversión..., una adecuada mezcla que endulza y alegra la comida y crea un ambiente de satisfacción óptima sin excesos memorables; sin olvidar una bella y hermosa fotografía que sirve de agradecido acompañamiento para un comienzo donde las escenas se tambalean por su debilidad de arranque. Nos encontramos ante una esperanza inicial gratamente confirmada y cumplidamente rematada aunque, no tanto como se esperaba o deseaba; con todo, sales contento y satisfecho por ser ligera y resultona, amena y vistosa, que es lo que cuenta al fin y al cabo.
http://lulupalomitasrojas.blogspot.com.es/
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22 de septiembre de 2014
22 de septiembre de 2014
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo tres cosas que decir:
La primera es para comentar que es una película tierna que engancha, con un Eduardo Blanco estupendo y un perro fantástico.
La segunda es que se hunde totalmente en un final ridículo. No saben como acabar esta historia. Es una pena ya que estaba bien.
La tercera es para aquellos que comparan con ocho apellidos vascos. Parece que os gustó e incluso la comparáis con esta. Pues yo no coincido en absoluto. Me pareció la peor película española. No conseguí ni por una vez sonreír (y mucho menos reírme con ella). Le cambio el nombre por ocho euros tirados.
Como siempre, para gustos los colores. Saludos.
La primera es para comentar que es una película tierna que engancha, con un Eduardo Blanco estupendo y un perro fantástico.
La segunda es que se hunde totalmente en un final ridículo. No saben como acabar esta historia. Es una pena ya que estaba bien.
La tercera es para aquellos que comparan con ocho apellidos vascos. Parece que os gustó e incluso la comparáis con esta. Pues yo no coincido en absoluto. Me pareció la peor película española. No conseguí ni por una vez sonreír (y mucho menos reírme con ella). Le cambio el nombre por ocho euros tirados.
Como siempre, para gustos los colores. Saludos.
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