La edad de la inocencia
1993 

7.0
17,332
Romance. Drama
Nueva York, año 1870. Newland Archer (Daniel Day-Lewis), un caballero de la alta sociedad neoyorquina, está prometido con May Welland (Winona Ryder), una joven de su misma clase social. Pero sus sentimientos cambian cuando conoce a la poco convencional prima de May, la condesa Olenska (Michelle Pfeiffer). Desde el principio, defenderá la difícil posición de la condesa, cuya separación de un marido autoritario la ha convertido en una ... [+]
9 de febrero de 2006
9 de febrero de 2006
114 de 132 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fidelísima adaptación de la novela de E. Warthon; tanto es así que da la impresión de que Scorsese no hizo guión alguno y tomó la novela página por página (el guión lo firma un colaborador habitual desde “Made in Milan”, Jay Jocks, que firmaría la irreprochable “Gangs of NY”).
A primera vista, puede que no haya nada más extraño al director que mejor a filmado la angustia y la violencia de la sociedad actual norteamericana (y por añadidura, de todos nosotros por lo “colonizados” que estamos) que la plácida y vieja N.Y.; sin embargo, nada más lejos de la realidad: la violencia de esta película es tan sutil, y a la vez tan patente, como los hermosos encajes que ornan la sociedad elegante en la que nos sumerge “La edad de la Inocencia”. Aquí las pistolas desaparecen, no hay rastro de sangre; pero bajo el estricto protocolo, la hipocresía y la elegancia de la sociedad adinerada, todo esta más afilado que una navaja, y las miradas, cuando miran, lo hacen para controlar, sin que nada escape a ese control, incluida la libertad de amar.
La película narra una historia de amor imposible bajo códigos tan rígidos como los mostrados en otras películas suyas, como en “Uno de los nuestros”. En sí es un triángulo sutil entre el vástago N. Archer (maravilloso, Daniel D. Lewis) y la condesa Olenska (incomprensible que una actuación tan magistral como la que realiza M. Pfeiffer no estuviera nominada a los Oscar), esa oveja descarriada que desea divorciarse (todo un escándalo para la época y que da pie a que la familia contrate los servicios de Archer para que la asesore convenientemente) tras el fracaso de su matrimonio con un conde italiano. Completando este triángulo, la dulce, y aparentemente frágil, M. Welland, interpretada por W. Ryder, y que tampoco llevó su más que merecido Oscar, birlado por A. Paquin, la niña del “piano”.
Lo maravilloso de esta película es la dirección de Scorsese. Al igual que en el libro, la cámara de Scorsese (nunca fue más “artística” que en esta película) retrata hasta los detalles más menudos de esa sociedad haciendo casi un estudio analítico de todo ese telón de fondo que impide a los protagonistas tomar lo que desean. Cualquier gesto, hasta el más nimio, adquiere una extraordinaria expresividad, ya que el drama de esta película no viene por lo que sucede fuera, sino por lo que se cuece por dentro.
Los planos son reposados, de una cuidada puesta en escena, con insospechados travellings y relantizaciones de imagen, y una fotografía cuidadísima de su colaborador habitual M. Ballhaus, y, por supuesto, ese montaje que ya es marca de la casa realizado por la mano derecha del director: T. Schoonmaker. La ambientación, en su primera colaboración con Scorsese, la firma Dante Ferreti. Todo para hacer de “La Edad de la Inocencia” UNA PELÍCULA MEMORABLE.
A primera vista, puede que no haya nada más extraño al director que mejor a filmado la angustia y la violencia de la sociedad actual norteamericana (y por añadidura, de todos nosotros por lo “colonizados” que estamos) que la plácida y vieja N.Y.; sin embargo, nada más lejos de la realidad: la violencia de esta película es tan sutil, y a la vez tan patente, como los hermosos encajes que ornan la sociedad elegante en la que nos sumerge “La edad de la Inocencia”. Aquí las pistolas desaparecen, no hay rastro de sangre; pero bajo el estricto protocolo, la hipocresía y la elegancia de la sociedad adinerada, todo esta más afilado que una navaja, y las miradas, cuando miran, lo hacen para controlar, sin que nada escape a ese control, incluida la libertad de amar.
La película narra una historia de amor imposible bajo códigos tan rígidos como los mostrados en otras películas suyas, como en “Uno de los nuestros”. En sí es un triángulo sutil entre el vástago N. Archer (maravilloso, Daniel D. Lewis) y la condesa Olenska (incomprensible que una actuación tan magistral como la que realiza M. Pfeiffer no estuviera nominada a los Oscar), esa oveja descarriada que desea divorciarse (todo un escándalo para la época y que da pie a que la familia contrate los servicios de Archer para que la asesore convenientemente) tras el fracaso de su matrimonio con un conde italiano. Completando este triángulo, la dulce, y aparentemente frágil, M. Welland, interpretada por W. Ryder, y que tampoco llevó su más que merecido Oscar, birlado por A. Paquin, la niña del “piano”.
Lo maravilloso de esta película es la dirección de Scorsese. Al igual que en el libro, la cámara de Scorsese (nunca fue más “artística” que en esta película) retrata hasta los detalles más menudos de esa sociedad haciendo casi un estudio analítico de todo ese telón de fondo que impide a los protagonistas tomar lo que desean. Cualquier gesto, hasta el más nimio, adquiere una extraordinaria expresividad, ya que el drama de esta película no viene por lo que sucede fuera, sino por lo que se cuece por dentro.
Los planos son reposados, de una cuidada puesta en escena, con insospechados travellings y relantizaciones de imagen, y una fotografía cuidadísima de su colaborador habitual M. Ballhaus, y, por supuesto, ese montaje que ya es marca de la casa realizado por la mano derecha del director: T. Schoonmaker. La ambientación, en su primera colaboración con Scorsese, la firma Dante Ferreti. Todo para hacer de “La Edad de la Inocencia” UNA PELÍCULA MEMORABLE.
28 de julio de 2006
28 de julio de 2006
85 de 97 usuarios han encontrado esta crítica útil
Principio por aclarar que he visto la película tantas veces que ya ni recuerdo. Y que cada vez me da el mismo placer. Más allá de la belleza de su lenguaje, su fotografía, las memorables actuaciones de Daniel Day Lewis, Michelle Pfeiffer y Winona Ryder, y del acierto del guión (fidedigno tributario de la novela que le diera origen) la encuentro como una inmensa metáfora sobre la forma en que la vida te envuelve y las dificultades de acceder al deseo. Y sobre lo que parece, pero no es. Y sobre lo que subyace en lo que creemos que es la realidad. Y, en definitiva, sobre qué es la realidad.
Un tanto ingenuo Newland Archer, el personaje masculino central, en la apreciación del ambiente que lo rodea. Puro y cabal en sus sentimientos. Atrapado en un dilema moral. Así también la condesa Olenska, que termina mostrando su resignación al amor y el triunfo de sus valores, acordes a la época.
Qué recovecos tiene el personaje que interpeta Winona Ryder !!! La aparentemente frágil muchachita es una consumada manipuladora. Tal vez el único desacierto en la definición del personaje, es el empeño de Scorsese, ya revelada la trama, por mantenerla como una pobre inocente aislada del mundo. Nada más alejado a la realidad. Es la única, en su correspondiente vértice del triángulo amoroso, que está ligada al mundo que le toca vivir de una manera real y militante.
Es una película en la cual hasta pueden sentirse los perfumes. No los hueles tú?
Un tanto ingenuo Newland Archer, el personaje masculino central, en la apreciación del ambiente que lo rodea. Puro y cabal en sus sentimientos. Atrapado en un dilema moral. Así también la condesa Olenska, que termina mostrando su resignación al amor y el triunfo de sus valores, acordes a la época.
Qué recovecos tiene el personaje que interpeta Winona Ryder !!! La aparentemente frágil muchachita es una consumada manipuladora. Tal vez el único desacierto en la definición del personaje, es el empeño de Scorsese, ya revelada la trama, por mantenerla como una pobre inocente aislada del mundo. Nada más alejado a la realidad. Es la única, en su correspondiente vértice del triángulo amoroso, que está ligada al mundo que le toca vivir de una manera real y militante.
Es una película en la cual hasta pueden sentirse los perfumes. No los hueles tú?
24 de abril de 2008
24 de abril de 2008
53 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo notable de esta película exquisita: es el cineasta quien de forma clara se adapta al espíritu del original literario, en lugar de someterlo a sus propios criterios y manías para terminar desfigurándolo, como es frecuente.
Y resulta aún más llamativo tratándose de Scorsese, recio cineasta que no suele hacer ascos a la violencia, y de Edith Wharton, escritora que con prosa refinada analizaba delicada e irónicamente las relaciones sociales y amorosas en la antigua sociedad neoyorquina.
Así como "Gangs of New York" rastreará el lado bronco y 'macho' de la historia de la ciudad y sus luchas callejeras, "La edad de la inocencia" se fija en el lado femenino de su pasada burguesía.
Película que rebosa calidad en todo (interpretaciones, vestuario, fotografía, ambientación y música, incluida la deliciosa y evocadora narración en off), con ella Scorsese demostró poseer una admirable flexibilidad artística y una sensibilidad de amplísimo registro.
Y resulta aún más llamativo tratándose de Scorsese, recio cineasta que no suele hacer ascos a la violencia, y de Edith Wharton, escritora que con prosa refinada analizaba delicada e irónicamente las relaciones sociales y amorosas en la antigua sociedad neoyorquina.
Así como "Gangs of New York" rastreará el lado bronco y 'macho' de la historia de la ciudad y sus luchas callejeras, "La edad de la inocencia" se fija en el lado femenino de su pasada burguesía.
Película que rebosa calidad en todo (interpretaciones, vestuario, fotografía, ambientación y música, incluida la deliciosa y evocadora narración en off), con ella Scorsese demostró poseer una admirable flexibilidad artística y una sensibilidad de amplísimo registro.
7 de abril de 2010
7 de abril de 2010
42 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nueva York, 1870. La alta sociedad se constituye como un bloque de hormigón inexpugnable. Son los reyezuelos en su palacio de cristal, donde priman las leyes de lo tácito, de lo que todos piensan pero nadie dice de frente. Son maestros en el arte del disimulo. Chispazos de corriente eléctrica imperceptible circula entre los hilos telegráficos, cual las conexiones sinápticas entre las neuronas, de la red de espionaje secreto tendida entre las familias de abolengo. Poseen un olfato infalible para detectar la irregularidad, la diferencia y el escándalo. Por debajo de sus modales impecablemente corteses, asoma el artero filo de una navaja que no concede cuartel. Las lenguas cercenan sin emitir una sola palabra fuera de tono.
El solapado método para condenar al ostracismo a cualquier imprudente que rompe las normas, es mil veces peor que una animadversión abierta. La alta sociedad se cierra en su bloque de hormigón como centinelas apostados junto a la entrada con lanzas en cruz.
De ese modo se agrupa, como una piña, cuando aparece en perspectiva la condesa Olenska, recién llegada de Europa, escapando de un matrimonio desastroso. La respetabilidad de sus parientes neoyorquinos no basta para garantizarle una posición digna. La desfachatada dama ha tenido la osadía de solicitar el divorcio (admitido legalmente, pero no socialmente), y de abandonar a su esposo. Además, corren rumores de adulterio (que nadie tiene en consideración respecto a los enredos de faldas del disoluto cónyuge, pero sí respecto a la esposa, sean o no ciertos.)
Ellen Olenska es el demonio vestido de hembra tentadora, según el crítico fallo de los jueces supremos de la rancia aristocracia. Su entrada en la reaccionaria y parapetada ciudad no es precisamente bienvenida.
Pero cuenta con una abuela influyente y cariñosa, y con una prima dulce y encantadora, May Welland, que ayudarán a allanar el espinoso camino. El tierno prometido de May, Newland Archer, se conmueve ante la hermosa y desdichada dama y también actúa para lograr su integración, aunque no se trate de una victoria total. Pero al menos ya nadie le hará el humillante vacío a la condesa.
Newland se precipitará en un limbo que avanza más lejos que la simple simpatía y la voluntad de ayudar. Se enamora. Ellen corresponde.
En la sociedad más obtusa, compacta y censora nace un romance que no puede ser. Pero nadie ha dicho que los impulsos se acomoden a la realidad. Es cómodo plegarse a lo que hay. Apagar los engranajes del cerebro en el opio de la rutina bien vista, deslizarse suavemente por aguas calmas, siguiendo la corriente. Hasta la llegada de Ellen, así era. Pero ahora Newland desea nadar contra la corriente.
Scorsese toma un rumbo distinto en su filmografía y ofrece un lienzo minucioso y puntillista sobre la aristocracia de Nueva York de finales del siglo diecinueve, con la esmerada dedicación de un artista exigente que cuida cada toque de pincel.
El solapado método para condenar al ostracismo a cualquier imprudente que rompe las normas, es mil veces peor que una animadversión abierta. La alta sociedad se cierra en su bloque de hormigón como centinelas apostados junto a la entrada con lanzas en cruz.
De ese modo se agrupa, como una piña, cuando aparece en perspectiva la condesa Olenska, recién llegada de Europa, escapando de un matrimonio desastroso. La respetabilidad de sus parientes neoyorquinos no basta para garantizarle una posición digna. La desfachatada dama ha tenido la osadía de solicitar el divorcio (admitido legalmente, pero no socialmente), y de abandonar a su esposo. Además, corren rumores de adulterio (que nadie tiene en consideración respecto a los enredos de faldas del disoluto cónyuge, pero sí respecto a la esposa, sean o no ciertos.)
Ellen Olenska es el demonio vestido de hembra tentadora, según el crítico fallo de los jueces supremos de la rancia aristocracia. Su entrada en la reaccionaria y parapetada ciudad no es precisamente bienvenida.
Pero cuenta con una abuela influyente y cariñosa, y con una prima dulce y encantadora, May Welland, que ayudarán a allanar el espinoso camino. El tierno prometido de May, Newland Archer, se conmueve ante la hermosa y desdichada dama y también actúa para lograr su integración, aunque no se trate de una victoria total. Pero al menos ya nadie le hará el humillante vacío a la condesa.
Newland se precipitará en un limbo que avanza más lejos que la simple simpatía y la voluntad de ayudar. Se enamora. Ellen corresponde.
En la sociedad más obtusa, compacta y censora nace un romance que no puede ser. Pero nadie ha dicho que los impulsos se acomoden a la realidad. Es cómodo plegarse a lo que hay. Apagar los engranajes del cerebro en el opio de la rutina bien vista, deslizarse suavemente por aguas calmas, siguiendo la corriente. Hasta la llegada de Ellen, así era. Pero ahora Newland desea nadar contra la corriente.
Scorsese toma un rumbo distinto en su filmografía y ofrece un lienzo minucioso y puntillista sobre la aristocracia de Nueva York de finales del siglo diecinueve, con la esmerada dedicación de un artista exigente que cuida cada toque de pincel.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Como aquellas rosas amarillas que un día el amante envió a su amada, así son sus sentimientos: bellos, fragantes, plenamente placenteros con un espasmo punzante al final, allá donde las inseparables espinas de las rosas se clavan en la carne y arruinan sin compasión el castillo de las ilusiones más profundas.
31 de mayo de 2013
31 de mayo de 2013
28 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si la definición básica de cine es 'el arte de la narración en imágenes', podría decirse que el recurso de la voz en off es algo que contradice totalmente su esencia más pura. De todas formas, sería hipócrita por mi parte suscribir algo tan tajante cuando muchas de mis películas favoritas utilizan la voz en off. Eso sí, que en algunas películas me crispe muchísimo y en otras apenas repare en ella es ilustrativo sobre lo fina que es la línea entre usarla bien y usarla mal. En el caso de 'La edad de la inocencia', se me hizo cansina, reiterativa y demasiado obvia.
Pero más ilustrativo todavía resulta que, en la recta final, ésta comience a usarse menos, y que sea entonces cuando tienen lugar las mejores partes de la película. Y el final, posiblemente uno de los más bellos del cine de los 90, sin ir acompañado de una sola palabra que subraye nada, se deshace en verdadera emoción utilizando sólo la imagen borrosa de una evocación de felicidad y el triste caminar de Daniel Day-Lewis.
Gracias.
Pero más ilustrativo todavía resulta que, en la recta final, ésta comience a usarse menos, y que sea entonces cuando tienen lugar las mejores partes de la película. Y el final, posiblemente uno de los más bellos del cine de los 90, sin ir acompañado de una sola palabra que subraye nada, se deshace en verdadera emoción utilizando sólo la imagen borrosa de una evocación de felicidad y el triste caminar de Daniel Day-Lewis.
Gracias.
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