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Brand Upon the Brain!

Fantástico. Drama A Guy lo invita su madre a pintar el faro de la isla Black Notch, donde se encuentra el orfanato en que se crió hace treinta años. Es la primera vez que vuelve a este lugar tan lleno de recuerdos para él: su hermana adolescente, su mojigata madre, su padre científico y su propia juventud carente de estímulos; un caleidoscopio de imágenes memorables: un aquelarre en el pantano, la misteriosa marca de nacimiento de su madre, códigos y ... [+]
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
9 de noviembre de 2008
20 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
* Si no fuera por el carácter eminentemente guiñolesco de la obra de Maddin, “Brand upon the Brain!” podría ser una de las cintas de terror más vigorosas, impactantes, sórdidas, pero también elegantes, de las últimas décadas.
El cine de Maddin, al menos una muestra como puede ser esta, si es encuadrable en el cine de terror, y en el de corte más crudo y desgarrado, matizado y suavizado por lo grotesco y teatral de la puesta en escena y la caracterización; por lo pantomima, aunque mucho menos acusada que en “The Saddest Music in the World”, que es otra obra maestra.

* Con esta nueva entrega el canadiense sube a un nuevo nivel de virulencia y oscurantismo. “Brand…” es una pesadilla de principio a fin, hipnótica y turbadora; una especie de revulsiva y triunfal revisión de los clásicos de Whale, Tourneur, Franju, o Browning; más enraizada en el expresionismo alemán, con toda su carga surrealista y romántica, y en el cine soviético. A toda esa tradición del horror añade Maddin una densa y tensa carga dramática, de trágicas reflexiones e incómodas lecturas, lanzándose sin ambages sobre fondos como el incesto, la homosexualidad, el maltrato infantil, el trastorno mental… Todo evoluciona como en los vapores de un sueño, la remembranza del Guy adulto sobre una niñez cuyo recuerdo le asalta al pisar de nuevo tierra reminiscente, y se evapora como las pesadillas, dejando una sensación desapacible, pero falta de todo alivio en el despertar.

* Maddin usa los recursos del cine clásico y los que le proporcionan los nuevos lenguajes y libertades expresivas para hacer estragos, para crear un monstruo (en muchos sentidos), enlazando un sin fin de secuencias e instantáneas horripilantes, desgarradoras, terribles. A todo contribuye de la forma más habilidosa la apabullante y sombría música, así como todo el aparato sonoro de la película, que se muestra genial en su forja de la hiriente atmósfera: espeluznante.

* Una triunfante reconquista por parte de las formas clásicas del horror; un lacerante aquelarre de horror gótico y romántico que desde mi perspectiva barre con todo el terror moderno. Los miedos infantiles plasmados de forma magistralmente artística, entrelazados con una perspectiva de los rincones más oscuros de la mente humana. Un cuento para no dormir. Maddin da lecciones de oscuridad.
irian hallstatt
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22 de abril de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta obra reúne toda una gama de estilos, géneros, elementos y recursos que resultan en una brillante experiencia.

Muchos adjetivos podrían usarse para describirla; surreal, bizarra, experimental, gótica, terrorífica, perturbadora, frenética, onírica, shockeante, absurda, rara, original, desequilibrada, delirante, fascinante, vertiginosa, arriesgada, desquiciante, atípica... o simplemente WTF!

Lo más valioso es que dentro de lo absurdo de la trama, todo es coherente en el tono y el concepto que se pretende mostrar, y prácticamente todos los elementos, salvo algunos detalles en la solidez del guión, están bien logrados y quien compre la trama tendrá una película que mantiene la atención de principio a fin y transmite un drama profundo y real. Pero quien esté acostumbrado a lo convencional la encontrará por lo menos demasiado tirada de los pelos.

Gran trabajo de dirección y edición y un concepto, hasta lo que yo he visto, único en su género.
mikealeks
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1 de agosto de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Segunda parte de la trilogía autobiográfica/ficticia de Guy Maddin, “Me trilogy”, en la cual nuevamente la amnesia, una capacidad maravillosa de la mente humana para Maddin, es el motor de un mundo condenado a recordar. En esta ocasión, un recuerdo en doce capítulos; co-escrito por George Toles, guionista y actor, ha acompañado a Maddin desde el inicio de su carrera cinematográfica.

Brand Upon the Brain! es un melodrama febril y alucinatorio. Singularmente perverso, que nos brinda una mezcla de géneros y tópicos conjugados a través del cine mudo: la intriga del cine policiaco y sus normas detectivescas, el romanticismo y el horror gótico extraído de las obras de Robert Wiene y F.W. Murnau (pilares de los orígenes del cine), y la ciencia ficción, abriendo lugar para el vampirismo y la resurrección/zombificación, en un contexto exagerado de ansiedad psicosexual freudiana/edípica. Pero ante todo, Brand Upon the Brain!, es un volver a la infancia, deseosa, culposa y aberrante, aquella que le fue arrebatada a Guy el día en que fue separado de su castrante y omnipresente madre.

Por medio de una narrativa epistolar sustentada en la teatralidad, musicalidad y delicadeza artística del “cine mudo”, conoceremos de la voz de Isabella Rossellini la historia de Guy Maddin, factor importante y ausente en Cowards Bend The Knee: la voz de un narrador. Me parece aquí, enriquece el visionado, somos chiquillos escuchando una extravagante historia. En el primer capítulo observamos a Guy ensimismado e instigado por los recuerdos, en posición fetal dentro de su embarcación, ha llegado a Black Notch después 30 años de ausencia por orden de su madre, con la misión de cumplir su última voluntad: pintar y ordenar el orfanato del faro, pues al menos, por una vez en su vida desea ver limpio aquel lugar. Pintar, cubrirlo todo es la orden, como si quisiera desaparecer su vida tras esas gruesas capas de pintura. Frenesí.

Con cada brochazo los recuerdos van surgiendo. Un eterno conflicto entre el olvido y el recuerdo, ambos son exigidos, anhelados. Un orfanato fálico reinado por el ojo y el rugido de su madre, a quien Guy tanto desprecia y sin embargo ama, no puede vivir sin ella. Una madre obsesionada con la juventud revitalizada gracias al trabajo sin descanso del científico, a los crímenes del padre en el sótano. Los niños habitan la isla, fustigados en una vida sin sentido, atormentados por el Salvaje Tom, horrorizados por lo que sucede ahí en Black Notch (lejos del mundo, es como si fuese el triángulo de las Bermudas). Ritual. La llegada de un ángel, ¡Wendy! Venida a esclarecer los crímenes de Black Notch, el objeto de deseo de Guy. Lamentablemente su partida es pronta así como la llegada de Chance, su modelo masculino a seguir. La desorientación de Guy y su necesidad por amar, por ser, por tener una figura a la cual atenazarse. Una constante lucha, una hermana, un amigo. Nostalgia. Humor, también hay lugar para una sonrisa.

En mi opinión mejor que su primera entrega, más brillante e hipnótica. Es plausible el cruce de la modernidad con el clasismo. La música un encanto que favorece el histrionismo de cada cuadro haciendo a algunos memorables. La actuación, dramática, exagerada, no se puede pedir otra cosa.

El trabajo de Maddin es un caleidoscopio, un triángulo amoroso, un romance, un misterio, una alucinación sobrenatural.

http://teatro-vandrian.blogspot.mx
Iván Roldán
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25 de noviembre de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Tarkovski se le llamaba "el escultor de tiempo"; en su reverso, el tiempo se congela y aparece Guy Maddin, a quien podríamos llamar perfectamente "el escultor de sueños".

Particularmente esta película me resulta tan opuesta y tan parecida a la tesis de Tarkovski que no puedo dejar de sentir asombro. En el caso de la obra del primero, el acto cinematográfico ocurría durante el rodaje; en el caso del segundo, durante el montaje, y aquí es donde Maddin sorprende.

Gracias a su lenguaje postmodernista y profundamente renovador de la narración clásica -que comprime el cine mudo, el montaje soviético, y el expresionismo alemán- nunca el surrealismo se vuelve tan coherente dentro de su propia incoherencia, ni en los mejores lances lynchianos, lo que conecta a Maddin directamente con el mundo onírico.

Maddin vuelve tangibles los sueños y los pone al servicio de su propia vida pasada; tal y como Tarkovski hizo en 'El espejo', nos lanza recuerdos que hilamos, que nos conmueven y nos aterran por igual. No esculpe la concreción de la realidad tangible, sino que crea la sustancia de la que se nutren los letargos y confecciona con ella, esta compleja y hermosa obra maestra.
DavidCarideS
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