Para mí la realización de esta película supone la extrapolación del contenido y el humor del universo de los Python a las fantasías e imaginación de un niño auténtico, y digo auténtico ya que parece que los niños de hoy en día vienen programados para saltarse la más pura infancia, y pasar directamente a una adolescencia sucia, falsa y muy perra, carente de las ambiciones más inocentes y las ganas por descubrir lo nuevo con ayuda de la imaginación y de manera honorable.

Terry Gilliam introduce 6 enanos, número simbólico ya que representa a cada uno de los integrantes del grupo Python, que arrastran a un niño, imagen de dicha inocencia, imaginación y ansias de aventura, a infantiles correrías y travesuras por destinos y épocas que protagonizan los escenarios de los más fantásticos y épicos sueños, lejos de una gastada ya típica vida real con unos padres pasivamente poco atractivos y dónde los días terminan de manera forzada a las 21:00.

Gilliam crea unos mundos cargados de una estética barroca muy pintoresca con unos ambientes muy saturados, en mi opinión a veces demasiado oscuros, que como es el caso de Brazil puede generar una pesadumbre visual que sobrepase al espectador. Por otra parte, a pesar del aire "progresista-decadente" que otorga a algunos escenarios, en ningún momento su visión deja de tener un gusto dulce fantasioso, que confunde lo irritable con lo añorable, lo aterrador con lo encantador, que hace pensar que en ocasiones aquello que es típicamente absurdo es más real que la realidad misma.

Desconociendo por completo al personaje y cualquier alusión al cómic original, grata ha sido mi sorpresa al toparme con esta obra. Sin miramientos ni rodeos transcurren los hechos que se narran en el corto, entretejiendo una precisa banda sonora con unos sobrios y locuaces diálogos, y con las distintas escenas, donde ningún detalle es gratuito. La austeridad de la narración, más que suficiente, no es más que una proyección de la casuística del personaje que se nos presenta, tosca, ruda, directa. Sin escrúpulos.

No es la primera vez que me he reído y emocionado con una trama de viajes en el tiempo, espléndidamente "Atrapado en el tiempo", ni tampoco con un repaso de los detalles de la vida humana visto desde lo particular hacia lo general, "Forrest Gump", y más de mí gusto "El curioso caso de Benjamin Button", en fin nada nuevo.
Sin embargo, a pesar de reelaborarse la fórmula y la lección, se consigue realizar un filme correcto y grato durante las dos horas ligeras que dura la película.

No precisan de una trama harta elaborada, ni de quebraderos mentales a raíz de lo que el tema pudiera llegar a generar, simplemente un deseo humano, muy común, de poder volver a vivir, ya sea un momento, un día o todo un verano, algo en especial de nuestra vida, para rectificar un error o simplemente poder saborear otra vez los detalles más efímeros que se escapan camuflados entre lo cotidiano. Todo eso a través de integrantes variados de una posible familia tipo, una cámara algo nerviosa que divierte a base de un guión y gags fluidos que confían en lo sencillo para hacernos sentir bien, sólo para descubrir que disfrutar de lo bueno que puede ofrecernos la vida lo tenemos delante nuestro, y que aprender a disfrutarlo es tan solo algo chupado, cosa de niños, como muestra una de mis escenas favoritas de la película.

Algo demasiado sencillo y obvio que se vive todos los días, y que extraña que no se halla explotado anteriormente. Los hombres de nuestra familia pueden viajar en el tiempo, tan solo entra en un recinto oscuro y aprieta los puños, como si fueras al escusado. Que absurdo y chorra, y a la vez tan ideal y de ensueño, que todavía me sigue sorprendiendo.

El filme introduce al personaje a través de los ojos del espectador de manera solemne, con luces y sombras, al son de silencios y golpes secos, pero ni con esas la película se deja llevar.

El esfuerzo se centra más en proyectar cuadros pulcramente detallados que en empatizar con las figuras que se pasean por el lienzo, confiando en exceso en que la trama o misterio pueda absorber o perturbar, algo que no se acaba de tragar por mucha salsa de ajo y perejil con la que se pueda embadurnar.

Paul Thomas Anderson se estrena veinteañero en el mundillo del cine con este filme que dirige y escribe, y es que tras un genial debut, uno puede seguir haciendo aquello que se le da de maravilla, y no conformarse solo con la silla y gorrilla de realizador, sino llevarse el pack completo tras la cámara, director, guionista y productor.

En la película nos sorprende con los temas que serán la clave a largo de su todavía ligera filmografía, la relación entre padre, o figura paterna no necesariamente consanguínea, e hijo, la fachada reluciente de falsa felicidad y éxito tras la cual se esconde la verdadera realidad del sueño americano, la persona ideológicamente colocada en un altar que finalmente se distingue como falso profeta, y el azar frente al destino.
Los medios con los que narrar sus productos, dignos de cualquier erudito de la técnica y la destreza, los largos travellings significativos, la cadencia y el ritmo acompasado con la banda sonora, al estilo de las composed films, que entrelazan y ensalzan los planos y contraplanos de un guión siempre estudiado que no se excede ni se deja llevar.

Tan solo debes ver los primeros minutos de la película, el comienzo de la relación entre los dos protagonistas de la historia, su primer diálogo. Si después de verlo no te convence para seguir viendo el resto, todavía no estás preparado para continuar con uno de los mejores directores de ahora y siempre, Paul Thomas Anderson, y todo esto no solo lo digo yo, sino también uno de mis críticos favoritos.