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Críticas de ValerianoWeyler
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Críticas 8
Críticas ordenadas por utilidad
8
28 de agosto de 2018
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
El otro día leí que en el catálogo del Carrefour habían añadido gusanos y grillos. Lo que oyen. ¿Quién en su sano juicio puede preferir crujientes artrópodos a un buen filete de buey? Pues alguien que no pueda acceder a cualquier otro producto. Como en Soylent Green.

El otro día me enteré de que se está debatiendo aprobar la eutanasia. Ya lo decía McArthy: No es país para viejos. Como en Soylent Green.

La natalidad en países occidentales está por los suelos... pero en Nigeria ya van por los 186 millones. O la India, o China. Como en Soylent Green.

Los expertos meteorólogos cada vez auguran mayor calor en nuestras calles. Cosas del calentamiento climático, afirman. ¿Provocado por los seres humanos o no? Qué más dará, el resultado es el mismo: Soylent Green.

Soylent Green es el futuro. Así que vean esta película, pónganse las pilas, y traten de enmendarlo.
ValerianoWeyler
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10
2 de julio de 2018
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién te ha visto y quién te ve ahora. De copar las más fastuosas cortes de toda Europa a servir de entretenimiento a las masas en las revistas del corazón, anacrónica como un monje anciano en una reunión de tuiteros. Eres decadente, aburguesada; un lánguido reflejo de los años de esplendor del viejo continente. Un pavo real sin color en las plumas, cuyo destino es el morir, gris y triste, para el disfrute del leviatánico sistema que hace siglos te arrebató el fulgor. Lo que no fluye se estanca, y en el estancamiento todo se pudre y muere. Así ocurrió contigo, aristocracia.

El sistema liberal-burgués te ha declarado su odio eterno. Antes te envidiaba por tu hegemonía social y política, y ahora que se ha apropiado de tu cetro, el régimen no da muestras de haber abandonado su encono. Aplicando la máxima gatopardiana: "Todo ha cambiado pero todo sigue igual". Lo que hoy envidia es la actitud, el espíritu.

El burgués nace del utilitarismo, arraigado como está al capital. Lo que define al burgués es la mentalidad codiciosa, de la que se vale para ascender socialmente. Entre burgueses se distinguen por la capacidad de maximizar sus beneficios, que puede ser mayor o menor, pero siempre ha de ser. Naturalmente, este afán por el lucro no sería posible sin una ambición desmedida, exenta de cualquier principio moral. Si el fin es el dinero, todo medio queda justificado. En la película estos "valores" los encarna el personaje de Don Calongero, cuando incluso en la fiesta no puede dejar de pensar en dinero, y se entretiene calculando con patético asombro cuánto pueden costar los bienes de los que los anfitriones hacen gala ante sus invitados. Su ambición es tal que no duda en limpiar su pasado con sangre si este se presenta como un obstáculo para su carrera en la alta sociedad. Es torpe, da pena verlo, ya que carece de espíritu. Es un hombre sumido en lo material, obseso en sus hectáreas, sus propiedades y en su hija, un puente tendido hacia el futuro.

Mientras este fantoche de la Italia decimonónica ocupa su tiempo perdiéndose en los brillos dorados de la mansión de Palermo, el Gatopardo, el Príncipe de Salina, interpretado magistralmente por Burt Lancaster, observa más allá. Tiene la mirada puesta en las ideas, en las gráciles almas que danzan bajo las lámparas de araña. El aristócrata no nace, como el burgués, de la materia, del oro y del dinero fiat, sino del espíritu de nobleza. Hace siglos que su familia fue condecorada por su arrojo y honor con un título nobiliario. Su linaje se forjó en lo inmaterial, en el valor de los actos por sí mismos, no por el dinero que pueda obtener de ellos. El ideal aristocrático es el bien por el bien, lo que lleva Don Fabrizio hasta el extremo con su porte, adusta y elegante, en sus modales (no se ríe en la mesa), en su carácter autoritario, que no entiende de consensos liberales, ni de consejos femeninos, ni de diputados de provincia. Y qué decir de Tancredi. Señorial, revolucionario, atrevido, un digno heredero del régimen nobiliario; quien no juzga por lo que se tiene, sino por lo que se es.

Los tiempos cambian. Para que nada cambie, hay que cambiar con ellos. No obstante, hay cosas que jamás cambiarán, y la vil burguesía nunca podrá alcanzar la majestuosidad del Gatopardo, pasen años o siglos. Si lo hiciera, si osara repudiar el metal para asir lo indeterminado, las formas puras del intelecto, abandonando su degenerada forma de vivir, se condenaría a su propia extinción, ya que su existencia radica en la materia. No se puede servir a la vez a Dios y a Mammón, en palabras de Jesucristo (rey de los cielos). La revolución industrial, el cambio de ciclo productivo, el devenir de la antigua propiedad feudal, la Edad Contemporánea en definitiva, quizás extinguiese a los antiguos gatopardos. Pero hay algo que no se puede matar, porque es intangible, y ese es tu espíritu sublime, aristocracia, que trascenderá por generaciones hasta el fin de los tiempos.

"Nosotros fuimos los Gatopardos, los leones. Quienes nos sustituyan serán chacales y hienas, y todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra".
ValerianoWeyler
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1
14 de septiembre de 2018
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde siempre la actuación ha sido considerada una profesión de rufianes. Los actores solían ser gente errabunda, que representaban funciones de pueblo en pueblo y dormían en campamentos improvisados. En ocasiones los miembros de las compañías de teatro eran más conocidos por los rumores acerca de sus vidas licenciosas que por sus debuts. Con la llegada del cinematógrafo y la televisión consiguieron vencer el halo de zafiedad en que se envolvían; pero, como reza el dicho, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Esta película es una oda a la zafiedad que todavía albergan dentro, que tantos años después no han podido sustraer del lodo de las colinas hollywoodienses (madera sagrada la de los muebles de Ikea). Glamur, sueños incumplidos, tonterías varias que solo interesan a un grupo increíblemente reducido de la sociedad pero que de algún modo creen ser su centro, el astro rey en torno al cual los planetas giran. Una muestra de autocomplacencia colosal, una película hecha por y para que la disfruten ellos, los onanistas hollywodienses, y que el resto de miserables nos aliviemos de lo triste de nuestra existencia contemplando cómo ellos resultan triunfantes, para que el espectador que jamas ha podido contemplar siquiera la expectativa de pertenecer a ese selecto grupo de integrantes, se identifique con una serie de problemas absurdos e irrisorios propios de críajas pijas con un complejo de superioridad galopante (porque yo-lo-valgo nene) que en nada se corresponden con la realidad que se vive en esos sitios del averno y mucho menos con la del susodicho espectador, quien se levantará a las seis de la mañana a doblar el lomo y a recibir plutocráticas coces en un sistema infernal que se burla de él, proveedor de riqueza a la nación, y al mismo tiempo ensalza personalidades ociosas, narcisistas, psicópatas... como la de estos tipejos.

¿Qué bonito es tirar al traste relaciones, eh? ¿Qué bonito es pasar por encima de cualquiera para lograr un papelucho en una comedia diarreica y un pase VIP al camerino de los productores, los mismos que, Harvey Weinstein style, se hallan esperándote con una botella de champán descorchada y el cinturón desabrochado, como hicieron con trescientas antes que tú, para luego hacerte la sueca y que acaben en prisión por la venta extraoficial de aquel papelucho en una comedia diarreica que tú, sí, fuiste tú, osaste aceptar? Ay, es que no leí la letra pequeña jiji. Es que me dijeron que en la ciudad de las estrellas todos los que alcanzamos la fama somos guapos, exitosos y difrutamos de un estatus de inmunidad jurídica el día del Juicio Final, por eso de "bienaventurados los actores porque ellos heredarán la tierra", libres de todo pecado como estamos. ¿No ven cómo sonríen al vernos bailotear por las calles de Babilonia?


Someone in the crowd could be the one you need to know
The one to finally lift you off the ground
Someone in the crowd could take you where you wanna go
If you're the someone ready to be found

¿Os queda claro, perros proletarios? Hay que estar preparado para ser encontrado, estar dispuesto a vender a tus principios, relaciones, porque en cualquier momento alguien puede surgir de entre la muchedumbre, señalarte a ti y luego señalar la puerta de su camerino. Has de estar con la pregunta en la boca: ¿Qué clase de cordero debo sacrificar para cruzar este umbral? Porque claro, no iban a ser compatibles moralidad y éxito. Y la respuesta: Be water my friend.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
ValerianoWeyler
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5
20 de mayo de 2018
9 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde siempre la figura del héroe ha servido como modelo al espectador. El héroe surgía a modo de síntesis de los diferentes atributos que debía poseer el individuo para distinguirse positivamente sobre el resto. No pudiendo poseer únicamente uno, trataba de reunirlos todos, destacando uno en particular (bravura en Aquiles, astucia en Odiseo...). Dadas sus cualidades, el héroe llevaba a cabo diversas proezas que ponían en relieve su humanidad. De este modo, el espectador, lejos de poseer los atributos físicos/psicológicos del personaje, podía sentirse identificado con otros aspectos más prosaicos, sobre todo en lo concerniente a la moralidad.

Deadpool es así. Es el héroe por excelencia en estos tiempos que corremos. El mesías. Ya me lo imagino en la próxima entrega reinstaurando el Templo de Salomón, con Coloso cargando piedras y Domino como primera suma sacerdotisa de raza negra. De alguna forma los guionistas han conseguido conjugar todos los males de nuestra civilización y encarnarlos de forma práctica (más que nada por los dineros que le sacan) en este sujeto.

Lo primero, es infantil como él sólo sabe serlo. En Marvel saben que el público genérico de sus películas o no pasa de la veintena o bien no tienen en mente hacerlo, por lo que adecuan el protagonista al nivel. Así la catarsis de gilipolleces está asegurada (admito, yo, pecador, que alguna me ha hecho gracia).

En segundo lugar, el héroe no es bueno ni malo, simplemente es el héroe. Si antes existía el sentido de la justicia, hoy subsiste en forma de relativismo moral. Al héroe hacer el bien ni le va ni le viene, hace lo que le salga de esas mallas tan ajustadas, sin importar las consecuencias. Otra cosa que hace Deadpool muy bien es encadenar referencias cinematográficas como si fuera Don Quijote hablando de libros de caballería (mira Deadpool a mí también se me da muy bien eso). Naturalmente satura, pero el espectador adora que lo traten de culto y en su soberbia no se cansa de captar referencias al vuelo.

Por supuesto tiene un increíble sentido del compañerismo, aunque eso no implica renunciar a su desmedido narcisismo. Su voz anega cada segundo de metraje. Le gusta aparentar ser un cínico, pero en el fondo le pierde el activismo social y salvar orfanatos, y cuidar de abuelitas ciegas. Es transgresor y moderno, hasta consume drogas. Nada carca, un tío guay de los que pasan el porro si se lo pides. Y lo mejor de todo, es inmortal. Haga lo que haga ahí sigue torturándonos con su presencia. Ni las balas ni las palabras pueden hacerle daño, pues las consecuencias de los actos de ningún modo son obstáculo para el héroe del siglo XXI. Que nadie ose decirte que lo que estás haciendo puede desencadenar una serie de irreversibles desgracias sobre tu integridad física y moral, ya que eres inmortal, se te regenera hasta el trasero, y carpe diem.

Me hizo más gracia que la primera, eso sí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
ValerianoWeyler
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6
6 de julio de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si uno viaja al estado de Florida podrá disfrutar de una gran oferta turística, de lo mejor que se pueda encontrar, a mi parecer, en los Estados Unidos. Sol, playas paradisíacas, buena comida, un ambiente caribeño y acogedor... Son tantas las maravillas que el Estado Soleado ofrece a sus visitantes, que nos sería de toda necesidad precisar de varias semanas si deseamos aprovechar al máximo la estancia. Uno de los sitios que se hacen indispensables a todo buen viajero es el palacio de Xánadu, residencia del magnate de prensa Charles Foster Kane.

Al acercarnos por la carretera, el palacio se descubre como un colosal peñón de nívea blancura. Enhiesto sobre un monte de pinos y densos matorrales, parece querer atisbar con su grandeza la estela de sus palaciegos antecesores allende los mares. De un tamaño verdaderamente sobrecogedor, este moderno Versalles fue construido por su actual propietario, Charles Foster Kane, para el deleite de su segunda esposa, la famosa cantante de ópera Susan Alexander, y actualmente alberga en sus incontables estancias una de las mayores colecciones de arte del mundo entero, objeto de la envidia de reyes y museos por todo el globo. El palacio de Xánadu se despliega con sus torreones, galerías, patios y jardines como un inmenso bajel corsario sobre las aguas negras del Pacífico, provisto de los más increíbles tesoros que ojos humanos hayan podido contemplar. Pero, ¿Qué sabemos de su propietario?

¿Se lo imaginan? Cualquiera que haya atestiguado la magnificencia de Xánadu no podrá sino concebir en su mente un dueño a la altura, aunque eso supusiese imaginar fantasías más propias en un guerrero de leyenda que en un burgués en un país laico, atribuyendo a C. F. Kane un tamaño excepcional, una mente privilegiada, la fuerza de Hércules o quien sabe si algún otro rasgo extraordianario como cuernos, alas o más de dos brazos; tal es la grandeza del palacio de Xánadu. Una suerte de Alejandro Magno, un César americano, con su toga y su corona de laurel, una encarnación de Shiva, podríamos pensar, duerme en los fastuosos aposentos del rey de los palacios. Nada más lejos de la realidad.

El señor Kane es un hombre acabado. Gordo, calvo, pocos reconocen en su faz la vitalidad que había entonces, cuando trabajaba para el periódico. Su propio ego lo sumió en la ruina como un ancla precipitándose hacia los insondables abismos. Es un perro en el inmenso castillo: su ánimo es arisco y sus ladridos dejan un eco de amargura. Susan Alexander, su señora, ya no lo reconoce. En la soledad material tan sólo suspira: "¡Rosebund!", como un espectro del ayer.

Todos los que han ido a Florida y han visitado el palacio me dicen lo mismo. El propietario no hace justicia a su morada. De igual modo, opino que el mito detrás de esta película no hace justicia a la misma. "Ciudadano Kane" ha envejecido como pocas, y así, una vez se abren las puertas de Xánadu, la realidad te abofetea.

Créanme, lo he vivido. Esperas encontrarte a un dios y tan sólo encuentras a un hombre.
ValerianoWeyler
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