The Fall of the American Empire es una película que sin tapujos y mediante un humor directo nos envuelve en una esfera de crítica a la actualidad diaria, a la que desgraciadamente ya nos tienen acostumbrados las noticias; se abordan temas como como el cuestionable uso de paraísos fiscales o la función de los cuerpos de seguridad del estado, todo ello mediante unos diálogos, que más que acompañar la película, la llevan a cuestas (además, puede que algunos nos recuerden a cierto director neoyorquino "cita-clásicos").
Este humor explícito contrasta con la historia, sencilla y empática, aunque quizás demasiado condicionada durante todo su recorrido, el cual casi en ningún momento nos llega a sorprender.

Aún así, la película tiene un estilo único que la hace atractiva y digna de ser visionada; pero eso sí, sabiendo de antemano que se trata de una comedia.


6,95

En este "thriller" nos encontramos con una historia sencilla e inverosímil (tanto en cuanto al "realismo mágico" que se nos presenta como respecto a la trama en general), que va agravando su voz de manera paulatina hasta el ansiado desenlace; ansiado, puesto que a pesar de su relativa brevedad (una hora y media), el visionado se nos hace pesado debido a un guión descompensado, que se enfoca más en los propios personajes que en la historia que los pone en común.

Respecto a las actuaciones, nos encontramos con que muchos de los intérpretes tienen un tono explícitamente exagerado, dándonos nosotros perfecta cuenta de ello; ocurriendo esto incluso en las situaciones que así debe de ser debido a la necesidad dramática del momento.

Y es que lo mejor de la película tan sólo nos lo encontramos en los momentos cómicos, bien repartidos a lo largo de un drama demasiado locuaz, que seguro a más de uno se le atragantará.

3,5

No tan conocida como obras posteriores como "Deseando amar" o "2046", esperaba encontrarme con una obra que me encandilara como las mencionadas. Pero por sorpresa no ha sido así.
Me encontré con una trama dispersa, que jugaba entre vaivenes amorosos no muy bien marcados; son estas líneas difusas las que según los partidarios del filme le dan el color y la personalidad necesarias para convertirse en un filme interesante, digno y poético. Por mi parte veo una propuesta interesante pero fállida, que llega incluso a hacerse pesada. El propio verde tropical empleado en su magnífica fotografía (aspecto que más disfruté, cortesía del gran Doyle) se le sumó al paso extraño, lento y perdido de la trama y de los personajes. No sabiendo muy bien a dónde quiere ir a parar la película, y no viendo en ello una virtud, lo que sí puedo decir es que el filme tiene algunos momentos de innegable lucidez, en los que se deja entrever un haz de luz purificador y realmente poético que nos disipa la pesada neblina del resto del filme.

Sitges. Sala Tramuntana. Allí dónde a veces se habían completado las 400 plazas, nos situábamos no más de treinta personas, con varias butacas de separación entre cada uno; la mayoría sin compañía, como en mi caso.
Una voz se alza desde la primera fila de entre quienes iban acompañados, y dice algo así: esto es como la de Doce del patíbulo, al final quedaremos cuatro gatos. Y, sorprendentemente, al final estuvo bastante equivocado, pues sólo caí en la cuenta de un hombre que salió cuando el filme llevaba "apenas" media hora.

En cuento a la película, teniendo en cuenta que era mi primera experiencia con el director filipino, me sorprendió gratamente. Al principio, con la aparente pretensión de mostrar escenas cargadas de simbolismos y con muestras varias de actuaciones algo rocambolescas, fui algo reacio a entrar en la película. Pero después, con el paso paulatino de los minutos, fui envolviéndome en ella casi sin darme cuenta. Las composiciones cargadas ya no me producían rechazo sino que las recorría perdiéndome en ellas. Cada plano, como un cuadro fijo, nos permitía a los espectadores recorrer sus entresijos con bastante tiempo, explorando sus grises e intensos negros, a la vez que se trazaban las pinceladas de la historia; que aún "lejana" a nosotros, nos invita a meditar sobre la situación del país y nos muestra explícitamente la opinión de Díaz al respecto.

¿La trama? Casi esperpéntica; como un dron que sobrevuela las calles de un poblado rural. En varios momentos del visionado puede ocurrir que nos olvidaremos de ella, y que nos detengamos entonces a ensoñar en ciertas escenas que nos permiten respirar; para, tras ello, volver a sumergirnos en el negro de la eterna noche.

Cuando se acabó la película para mí fue una sorpresa, pues aún pensaba que quedaban dos horas de las casi cinco. El tiempo se diluyó ante mí a la par que se sucedían los paisajes urbanos de Manila.

Me preguntan fuera al salir y al ver de nuevo el sol: ¿Te ha gustado?
Respondo sonriente: Sí, bastante

Hay un indudable sentimiento de identificación para con las películas que vemos. Normalmente, a mayor que este sea, nuestro gozo y aprecio por el filme será mayor. Es una expresión de nuestro sentimiento al fin y al cabo. Todo ello forma parte de la preciosa subjetividad; esa que nos permite la noble actividad de poder discutir y rebatir opiniones de personas que gustan, por ejemplo, de películas que nosotros detestamos.

Una película se le puede presentar a uno por muchos lados: un mastodonte cinematográfico puede erigirse ante ti y ni siquiera rozarte, deslizándose como agua por las rocas. Otras obras, golpean de lleno. Y a veces prefieres ignorar el por qué.

Por ella