Es difícil plantear un dilema moral en una película hecha con el objetivo de llegar a las masas. "El señor de la guerra" intenta abarcar ambas cuestiones a lo largo de un metraje que no aburre por lo acelerado de su acción. La vida avanza dejando miles de muertos que se convierten en objetos de valor en la vida de Yuri, un traficante sin escrúpulos que entendió que en la vida se triunfa a través de sobornos y sangre fría. No hay nada más importante que el negocio. El inevitable dilema moral se plantea al final, cuando es irremediable no salir manchado de sangre y las armas que vendes te apuntan al centro del corazón.

Visualmente irreprochable, "El señor de la guerra" es básica en su estructura de guión, pero aporta el argumento del dilema moral como germen de su validez como película de masas con mensaje.

Sin duda alguna, el gancho de la película es Bruno Ganz, que consiguió meterse en el personaje de Hitler y hacerlo creíble en su desesperación y en su incredulidad ante la sucesión de acontecimientos que acabarán destruyendo su proyecto. Queda demostrado que el Führer desconocía muchos detalles de la psicología humana, y se sorprende y desespera al conocer los supuestos actos de traición de sus subordinados. Alrededor de este retrato psicológico que deja en evidencia al protagonista, se construye una historia sobre el fanatismo, las convicciones y la sinrazón; una historia que no sólo pretende ser un retrato sino además añadir un componente didáctico inherente. Ahí es donde tiene su principal valor.

Las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación se suelen ocupar únicamente del final de las historias. Por ejemplo: "Un hombre intenta secuestrar un avión". El reduccionismo que sufre una historia así concluye con la apreciación de que estamos ante un loco, sin especificar ante qué patología nos encontramos, sin bucear en las motivaciones que le llevan a emprender tal o cual acción, sin profundizar en los motivos de su desquicie. "El asesinato de Richard Nixon" nos cuenta precisamente eso. Un hombre, un granito de arena más de esta inmensa playa, intenta ser algo en esta vida apuntando a lo más alto de la pirámide. Lógicamente, nos encontramos ante el retrato de un personaje de lo más particular. Todos seríamos portada de periódicos si concentrásemos nuestra ira en el poder cuando nuestra novia nos deja, nos echan del trabajo o el banco nos ignora. Sam Bicke encuentra su enemigo en la figura de Richard Nixon, que desde la pantalla del televisor diseña el sueño americano al que él nunca podrá acceder.

Aunque el tono de la película y las motivaciones son totalmente diferentes, se encuentran similitudes entre esta película y "Un día de furia". También con "Taxi driver", si bien el asesino interpretado por Robert De Niro era bastante más frío y calculador. Sam Bicke es apasionado, más cercano a la ira e incapaz de esconder sus complejos. El intento de secuestrar el avión y la posterior ejecución de su idea representan el final de una espiral de desquicie que evoluciona sin descanso a lo largo del metraje. La interpretación de Sean Penn es fundamental para conseguir captar ese proceso autodestructivo.

El género humano tiene más armas que las físicas. Una de esas herramientas es la mentira, que bien utilizada se puede convertir en un arma infalible. Scorsese reflexiona sobre el poder de la mentira en una película de ritmo asfixiante, donde los acontecimientos se suceden de manera vertiginosa. La astucia de sus protagonistas y elementos como la fidelidad, la amistad, la traición, la venganza y la violencia, unidos siempre a las películas de mafiosos, dotan a esta historia de un envoltorio de cine con mayúsculas.

Scorsese vuelve a la senda de la mafia tras experimentar con otros géneros que supusieron piedras en su trayectoria como director. "Infiltrados", con su ritmo y estructura irregular, se apoya en las soberbias interpretaciones de Jack Nicholson y Leonardo DiCaprio, además de la solvencia del misterioso Matt Damon y un elenco de secundarios realmente envidiable (excelentes Martin Sheen y Alec Baldwin, además de Mark Wahlberg). Sin duda, éste es el Scorsese que nos gusta.

En el aspecto negativo, un final con un giro tan inesperado como forzado, más rebuscado que efectivo, que no empaña el espectáculo visual de una historia narrada como la vida, a velocidad de vértigo.

A estas alturas, nadie va a descubrir el poderío visual con el que M. Night Shyamalan dota a sus creaciones. No es sorprendente que disfrutemos de una narración sobresaliente, ni siquiera que sintamos la complicidad con unos actores escogidos y dirigidos con solvente sensibilidad. Shyamalan cuida estos imprescindibles detalles y sienta las bases de su historia para, a partir de ahí, componer un mundo único e inédito. "La joven del agua" parte de premisas sencillas (un cuento infantil que se va componiendo a medida que avanza la trama) y se apoya en varios giros argumentales. Algunos de ellos convierten a la historia en un mágico cuento que abunda en las relaciones interpersonales, en la importancia de las individualidades y en el valor del conjunto. Otras, son simples críticas que obstaculizan y ridiculizan situaciones, restándole dramatismo a la trama y mermando la sensibilidad que se pretende transmitir a través de cada uno de los fotogramas. En definitiva, sensaciones agridulces que concluyen en un delicioso cuento de excelente factura.