Martin Scorsese ya propuso un acercamiento a Bob Dylan, con el documental "No direction home" (2005), donde va desarrollando la narración de forma paralela a la aparición de Dylan en la música americana, a comienzos de los 60, y posteriormente su evolución de cantante folk a icono del rock. Es un documental necesario para entender la importancia del bardo de Duluth en el desarrollo de la sociedad americana, su influencia en los círculos artísticos y la mirada profunda y analítica del que, hasta hoy, sigue siendo el mayor letrista de una generación.

La Rolling Thunder Revue fue una gira que, durante dos años, llevó a Dylan y a un variopinto grupo de artistas multidisciplinares a recorrer EE.UU en una serie de conciertos no exentos de contratiempos y expectativas. Dos años, 1975 y 1976, que suponían el regreso de Dylan a la formalidad musical. El documental retrata fielmente lo que ocurrió en esos años; independientemente de la distancia temporal y cultural que representa aquella época, tengo la sensación de que Scorsese no ha querido profundizar en una reflexión más interesante, y solo muestra el suceder de las noches de gira y las conversaciones entre bambalinas. Un Bob Dylan de 78 va añadiendo escasos y esquivos comentarios sobre todo aquello. En un momento dice "Nada queda de aquellos años. Nadie recuerda aquella gira" en una confesión entre la parodia y la nostalgia. Hay momentos en que el documental nos devuelve a los 70 y la experiencia se vuelve muy íntima con EE.UU. Pienso que la trascendencia de la gira fue en base a un sonido único y potente, que podéis encontrar recogido en el álbum Bootleg Vol. 5, pero considerando el apartado documental, a Rolling Thunder Revue sobre todo hay que agradecerle la recuperación y corrección de un material de archivo que seguramente muchos creerían perdido. Hay ciertos momentos de fantasía, con la aparición y las declaraciones de un Allen Ginsberg que parece el centro neurálgico de la gira, a nivel artístico y casi religioso.

Posiblemente tras una época de fijación a Dylan le apeteciese pintarse la cara y ponerse máscaras y tocar en ciudades perdidas de la mano de Dios, pero para disfrutar de aquel viaje sigo prefiriendo su música. El documental funciona como ventana, para que nos acerquemos más al mito de ese extraño y universal Robert Allen Zimmerman.

Oh, venga, por favor. Estabais a punto de llamar mi atención, lo hicisteis bien durante los primeros episodios, ¿qué sucedió luego? Dejad que os cuente algo sobre Hotel: lo mejor de esta temporada es la redención de sus autores. Parece que por fin se han dado cuenta, llevan haciendo las cosas mal algún tiempo. Coven fue ridícula, Freak Show un despropósito. Esta vez ha habido algo, un pequeño guiño, un torpe intento de volver a las raíces, de retomar el horror que causa en el espectador lo imprevisible e irracional. No hay nada que nos aterrorice más que aquello que desconocemos. Han estado a punto, esta vez. Murphy y Falchuk quieren volver al camino correcto, y tienen talento de sobra. En realidad, considero que el problema reside en lo cómodos que se han vuelto, ante la legión de seguidores que aplauden cualquier mínimo susto en la pantalla. No hay perspectiva ni trasfondo, sólo ojos fijos en la escena, maquillada y retocada hasta la saciedad: un festín de colorines y luces. Yo me lo creí durante un tiempo, ¿qué sucedió luego? Estoy (casi) seguro de que la próxima temporada será el regreso definitivo al planteamiento poderoso y a la falta de vergüenza. Los creadores de American Horror Story deben recordar cómo se hacía aquello que hicieron no hace tanto. La magia de aquellas primeras dos temporadas, residía en fascinar sin demasiadas pretensiones. En hacer uso de la naturalidad y lo casual, para generar una angustia fría en el pecho. No necesitamos a Lady Gaga, ni siquiera a Jessica Lange, los actores principales de una serie como esta, deberían ser el sonido y la imagen, pero es algo que han olvidado. No obstante, amigos míos, he percibido quizá un poco de esperanza, un pequeño guiño, un torpe intento de volver a las raíces.

Boyhood fueron casi tres horas de cine, un poema de 166 minutos, aire fresco, un golpe en la mesa, un paréntesis en la mediocridad artística de esta década.

El director tardó 12 años en rodar la película, y eran necesarios, porque nunca antes el tiempo había sido un protagonista más de la historia. Aquí sí, y los actores lo sabían, Linklater lo sabía, el espactador lo termina sabiendo.

Hay quien critica el film diciendo que no ocurre nada, que es sólo la vida de un chico. ¿Sólo?, ¿la vida? Cuánto daño está haciendo el cine de acción, los blockbusters y el aquí y ahora. Que no se nos olvide que el cine es más que un entretenimiento, que no sólo es palomitas y refresco, también es un puente hacia un sitio donde se puede aprender de los errores antes de cometerlos, o incluso donde puedes sentir cosas que no has vivido. El cine es un camino trazado hacia la mente de aquel que lo crea, y cuando llego allí yo no quiero sangre, disparos y guerra, quiero errores, instantes y vida. Quiero Boyhood.

Ojo con la escena final, el diálogo final, la metáfora, todo eso no tiene desperdicio. Incluso la canción de Arcade Fire que suena en los créditos. Las cosas están en su sitio, por fin.

Pero, a ver, ¿qué cojones ha pasado? No me explico cómo la serie se ha convertido en un escaparate de escenas inconexas, personajes planos y argumentos sin sentido, y todos los episodios están construidos de esta forma. El principio de la temporada es sugerente, se nos presentan historias con mucho juego, con muchos traumas, con una gran aparente profundidad. Aparente, ya lo he dicho. Conforme la cosa avanza, te empiezas a dar cuenta de que nada lleva a ninguna parte. A ninguna.

¿Qué hay de la estética?, ¿dónde ha ido a parar la tensión? Ya en Coven noté que tanto la una como la otra no serían temas trabajados en la temporada pero, vaya, pensé que no podían hacerlo peor. Me equivocada. En Freak Show no hay estética, las luces, los decorados, los planos, los diálogos, sólo parecen eso: anotaciones en un papel que nadie supo realizar como es debido. ¿La tensión? No hay tensión, no hay espacio, no se crean silencios, ni se le deja al espectador el suficiente tiempo como para que digiera según qué momentos. Comida rápida, que ahora está de moda.

Los actores vuelven a brindar actuaciones notables, porque son eso: grandes actores, pero uno tiene la sensación de que ya no aportan a la serie lo que podrían haber aportado si hubiesen trabajado con buen material. Es triste sentir que no da para más la máquina, que las cosas duran hasta que duran, porque nadie pensó que hay un espectador detrás de la pantalla, el objetivo final de toda creación audiovisual, y a ese, por mucho que le entretengan, también hay que hacerle pensar y sentir. Pero se han olvidado.

Muy, muy desilusionado está alguien que disfrutó enormemente con Asylum, por ejemplo, esa segunda temporada que fue el hasta aquí podemos llegar de los autores. Ojalá no.

¡No, no y no!

Después de una primera temporada interesante y una segunda, en mi opinión, fascinante, temía bastante lo que me podía encontrar en esta tercera temporada, más que nada por eso de las expectativas, que siempre lo joden todo. Y después de haber visto 7 episodios de Coven puedo afirmar que the times they are a-changin. En apariencia todo lo esencial sigue ahí, es decir: las escenas desagradables, los encuadres imposibles, la fotografía con una factura impecable y Jessica Lange.

Pero lo que más miedo me ha dado de toda la temporada ha sido ser espectador de su decadencia. Ya no consigue hacer que me tape los ojos, la tensión se ha diluido, los personajes han perdido su profundidad y las tramas de los episodios me parecen pensadas para satisfacer a un público más bien adolescente. ¿Y Kathy Bates? Espero que se lleve el Emmy a Peor Uso de Actriz en Miniserie. Es que hasta parece que ya no saben qué hacer con Lange, que aunque sigue comiéndose los planos en los que aparece, le ha tocado esta vez interpretar un papel totalmente superficial. Intentan repetir la fórmula, pero en esta ocasión no les ha salido.

Quizá sea eso lo que más le falta a Coven: un buen uso de sus actores, que se traduce en un mejor planteamiento de los personajes, porque aquí todo me huele a querer tomar el camino fácil y evitar pararse a pensar las cosas.

Todo me parece relleno, Photoshop, confeti, fuegos artificales, y es imposible desprenderse de esa sensación de que nada es real; de que todo va a durar lo que tardemos en darnos cuenta de que nos están engañando.