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Críticas de bob_elgato
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
9
13 de diciembre de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película absolutamente preciosa. Con un estilo de dibujo sencillo pero bellísimo, inspirado en las clásicas pinturas japonesas (como la historia se inspira en un clásico relato japonés). En verdad es una historia preciosa, con una inconfundible vocación clásica que recurre a tópicos mil y una veces vistos (“beatus ille”, “locus amoenus”, y por no seguir poniéndome en evidencia con latinajos, la “jaula dorada”; me recuerda en algunos parajes irremisiblemente a la Sonatina de Rubén Darío que tan clavada tengo en la memoria, gracias a la educación secundaria). Pero son tópicos rodeados de una mística especial, no sé si será el aura japonesa (y el general desconocimiento occidental de lo japonés) lo que le da su gran originalidad y fascinación o algo incluso más profundo e importante relacionado con el “savoir-faire” de sus autores, el caso es que a mí se me antoja una obra atemporal y pletórica de estilo. Destila sensibilidad artística y humana desde el primer minuto, y a mí personalmente me retrotrae a la sensibilidad de cineastas como Mizoguchi. Y qué decir de la banda sonora, tanto lo compuesto por el habitual del cine de animación japonés, sobre todo del Studio Gibli y el maestro Miyazaki, Joe Hisaishi (el sonido del koto me fascina) como la hermosa canción que vertebra en gran parte la película, con un emocionante cambio de tono al cambiar a la estrofa que canta la protagonista. Precisamente la canción muestra una dualidad que es reflejo de la propia princesa, que puede presentarse indistintamente radiante como una clara mañana invernal o melancólica como los nubarrones de una tormenta. Más allá de los sobresalientes asuntos estéticos, muy bien conseguida la descripción psicológica de la princesa, en cualquier caso.

Toda una lección de minuciosidad y cultura japonesa, que por cierto, nunca me cansaré de decirlo, las culturas orientales están ridículamente ninguneadas en la educación occidental y es una verdadera lástima.
bob_elgato
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9
29 de marzo de 2014
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Vénus a la Fourrure, una pieza de post-teatro hecha cine (y un tipo de cine particularmente exquisito) por uno de los grandes maestros del Séptimo Arte. Una obra llena de dobleces y dobleces en los dobleces, un juego de identidades cuya complejidad se filtra de la pantalla a la realidad (a nadie se le escapa el parecido de Mathieu Almaric con un joven Polanski, y el hecho de que la réplica se la de la propia esposa del cineasta, que por cierto despierta más sensualidad -y sexualidad- a sus 47 años que cualquier jovencita hipersexualizada. Estupendo trabajo de actores, en cualquier caso).

Estamos pues frente a una obra integral, una obra en la que el prefijo meta- es una constante, es meta-teatro, meta-cultura, meta-arte, por el entrecruzamiento constante en que se basa (la casi confusión entre las líneas del texto y la realidad, la inversión y re-inversión de papeles entre los protagonistas...). Y está claro que no es ninguna obra maestra, pero tiene una chispa, un nosequé, algo especial. Su inteligente perversión, subrayada por la música de Alexandre Desplat, que, como el personaje de Vania oscila entre una ordinariez de aires circenses y una elegancia pérfida y sutil, es un ejercicio sublime de amoralidad tal como yo la entiendo, que ahonda en la naturaleza humana más animal y siniestra como solo Polanski sabe hacer, despertando un aire de comicidad cómplice y de irremisible ¿identificación? con las pasiones que se hilvanan en la pantalla. Esta película sabe a fruta prohibida.
bob_elgato
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7
12 de diciembre de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Contra todo lo previsible, me ha parecido una película muy tierna. Muy honesta en su fondo, una hermosa forma de mostrar que en este mundo nuestro podemos encontrar absolutamente todas las peculiaridades posibles, sin que ello signifique una desviación de "lo natural".

No he podido evitar enfrentarme a Gerontophilia con un pequeño pero persistente poso de recelo: para no ser hipócrita, admito que no estuve libre de prejuicios, en el sentido de que esperaba en cierta medida escandalizarme. Sin embargo y probablemente para beneficio nuestro, creo que La Bruce esta vez no ha pretendido para nada provocar, sino más bien todo lo contrario. He sentido la película muy natural, en su tema central nada forzada (si bien en su conjunto sería injusto tildarla de gran obra y algunas de sus piezas laterales no acaban de cuajar del todo). Consecuencia directa del tratamiento que se da a un tema que potencialmente puede ser mecha para el prejuicio más inmediato (incluso yo, que habitualmente me vanaglorio de evitar involucrarme en prejuicios de esta clase, he admitido esa espinita de resquemor), es que toda sombra de duda se disipa. En definitiva, una excelente manera de derrumbar prejuicios: la naturalidad. De hecho, no creo que haya otra manera, no tan eficaz.

Bravo.
bob_elgato
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10
16 de febrero de 2014
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra maestra. Precedente invaluable de la anti-narrativa de corte surrealista que trabajaría David Lynch.

De valores estéticos inigualables, una sucesión irremediablemente hipnótica de imágenes de belleza sobrecogedora, ligadas a un discurso altamente sugestivo que la declamación en idioma francés convierte, al menos para mí (y probablemente para todo espectador no francófono), en algo misterioso, insondable. Contribuye a esta sensación asimismo la perturbadora música dominada por un órgano atonal, motivando una dicotomía de malestar o perturbación (auditiva) frente a impresionante belleza (visual) en un trance que lleva a la cuestión de cualquiera de las realidades humanas que uno quiera o sienta diseccionar experimentando el lirismo de la película (el amor, la memoria, el paso del tiempo, la muerte, la idea versus la realidad, la naturaleza indefensa del hombre en contraposición a su capacidad de acción sobre el mundo, etcétera). Así, más que una película, es una experiencia artística completa, incuestionablemente perfecta.

Surrealismo, dadaísmo, una calculada pretensión intelectual: vanguardia y pura modernidad sin dejar de lado la perfección formal, algo de lo que los así llamados “artistas” contemporáneos deberían aprender.
bob_elgato
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10
3 de abril de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pienso que The Tree Of Life no es una historia, no es una película, es una sublimada forma de poesía total, compuesta en palabras pero también en imágenes, en música. En definitiva, es arte y abstracción absoluta no exenta de mensaje, por paradójico que suene. Y es que no puede ser de otra manera cuando se trata de una reflexión última sobre Todo. La gracia de esta película es que cuando se acepta y se consigue entrar en su dinámica, uno se ve precipitado a un vertiginoso proceso reflexivo sumido en un éxtasis artístico casi stendhaliano (y por poner un ejemplo concreto, una de las experiencias más turbadoras, emocionantes y en general indescriptibles de la película es ver esa cosmogénesis aderezada por el Lacrimosa de Zbigniew Preisner). Vamos, que todo este batiburrillo de adjetivos e inconcreciones son la razón por la que The Tree of Life puede ser una obra maestra o un pastiche deleznable.

Pongámonos metafísicos, porque no hay otra manera de analizar esta obra. Soy científico, así que me arriesgaré a afirmar lo siguiente: para entender algo, probablemente haya que investigar sus partes cuidadosamente, con detalle de relojero, para después contemplarlo desde un punto de vista lo más alejado posible y observar su funcionamiento integrado. Eso es lo que hace The Tree of Life. Pero lo hace con todo. Todo. TODO. T-O-D-O.

The Tree of Life habla sobre la muerte, el cosmos, la vida y la relación trascendental entre todos esos conceptos metafísicos, exactamente en ese orden. La muerte es la excusa para cuestionarse el todo. El todo, en la impotencia de la humanidad es personalizado en una figura abstracta a la que poder interpelar, a la que poder preguntarle: "¿Dónde estabas?". Y la respuesta a la increpación es tan sencilla que se vuelve monstruosamente compleja.

¿Dónde estabas? ¿Dónde estaba Dios cuando nos sobrevino la muerte? Aquí. Allí. En todas partes. Dios es el todo. Pero tratamos a Dios como un concepto demasiado humano. Dios es tú, Dios es yo, y Dios es el cosmos, la naturaleza, la física y la química. ¿Existe, entonces? No. Si. Ambas. Y en ese sencillo y complicado contexto aparentemente panteísta se desarrolla la vida. Pero, ¿qué es una vida en comparación con todo un universo? Todo. Y nada.

Una vida particular es una completa insignificancia en comparación con la inmensidad cósmica, pero el ser humano, un ser humano en concreto, en la medida en que es capaz de hacerse consciente de esa insignificancia, de todas las insignificancias que le rodean, otras vidas, otras muertes, y ubicarlas en ese contexto cósmico, puede y debe sentirse importante. Porque cada una de las vidas que existen en el planeta, cada molécula que reacciona con otra, cada electrón que deambula por el universo es parte de él, y un todo no es nada sin sus insignificantes partes. Todas ellas.

Así que, el ser humano, es libre y es humano cuando se da cuenta de todo esto. Cuando cruza ese último umbral de su mundo interno y camina de la mano de todos sus miedos, sus pasiones, sus pensamientos. Y acepta su lugar en el cosmos. Y acepta la nada. Y el todo. El junco de Pascal.

Y en mi opinión, de eso es de lo que va The Tree of Life.
bob_elgato
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