Retorcido y oscuro film, en el que veremos por primera y única vez juntas en pantalla a Bette Davis y Joan Crawford. En este thriller psicológico, Aldrich se toma la libertad de convertirlo todo en un film de género de terror gótico, basándose en el antiguamente popular y casi olvidado Grand Gignol.
El Grand Gignol (teatro de la sangre y el horror) surge a principios del s. XX como una forma de espectáculo que se desarrolla como un estudio de los casos médicos y psicológicos que atraen el interés del público, tal y como cualquier problema de introspección y conflicto del espíritu.
Por otro lado el terror gótico se entiende como la narrativa que sigue esa estética gótica de lo siniestro. Surgida previamente en la literatura, nos cuenta algo que nos resulta familiar, con un giro dramático y evolutivo hacia lo oscuro y terrorífico, sumado a los constantes espacios, arquitecturas, personaje o atuendos propios de lo gótico.
Aldrich en este film se sirve de estos dos elementos para presentarnos un film sencillo en apariencia, pero que internamente se va complicando hasta llegar a su climax final, cuyo hilo conductor es la decadencia por parte de las dos hermanas hacia su propia locura (en la que personalmente Davis lleva el timón).
Crawford presenta una interpretación inmóvil, serena y tranquila, basándose única y exclusivamente en el rostro y en sus ojos, representada como un pajarillo enjaulado. Por el otro lado, Davis, está todo el tiempo moviéndose por la casa, rascando lo que queda de beber, moviéndose entre rincones, escuchando todo lo que pasa; es una rata en busca de su sustento.
La fotografía, en blanco y negro y orquestada por Ernest Heller, genera un claroscuro que bebe directamente del expresionismo alemán, remarcando los contrastes y jugando con las sombras. En ciertas escenas logra acentuar las sombras en Baby Jane, que ejerce un poder visual que emulsiona la locura de la protagonista.
El fin oculto de la cinta trata de revelar lo que pudo pasar con una gran cantidad de actrices y actores de la época dorada del cine hollywoodiense. Como el método de industria de star-system produjo veneradas estrellas que después fueron desechadas y olvidadas en sus grandes mansiones.

Divertida, dinámica, conmovedora y ante todo cool; este film es una autentica oda hippie que junto a una espectacular banda sonora sumado a las divinas coreografías, se nos presenta a Claude Bukowski, un joven apunto de alistarse en el ejército para darlo todo por la patria en la Guerra de Vietnam. Su paso por New York hará que se tope con un alocado grupo de hippies liderados por George Berger, que con motivo de un tour por la ciudad, le enseñaran las razones por las que no debería de ir a la injusta causa de la guerra.
Esta producción se nos presenta al principio como una película más que acusa la dicha problemática de Vietnam, pero a través de los consecutivos números musicales se nos propone un conflicto permanente: el mundo hippie frente al racionalismo de los 60 (el deber de la guerra, la quema de la cartilla de racionamiento, pelo corto, pelo largo, juventud desestructurada, gobierno corrompido).
Mientras esta sociedad conservadora de los 60 yankies, conservadora e incorruptible, obliga a adaptarte y a obedecer sin ninguna posibilidad más, nuestro alocado grupo de protagonistas contesta con un impresionante número musical, acercándose a temas de libertad, amor libre e interracial, lucha racial, uso lucrativo y recreativo de las drogas, amor, sexo…
Pero entre tanto festejo y mística, también se pueden encontrar ejemplos de que esta vida no era nada sencilla. Se ejemplifica el creciente abandono de la familia (cónyuge e hijos) por seguir este libre camino, algunos son unos mantenidos viviendo a costa de sus padres (los pijihippies de hoy en día)
Acompañada por el universal tema de Aquarius “Let me sunshine in”, parte en dos el film, siendo en un principio una celebración de vida ante un mundo sin futuro, para acabar celebrando la muerte en un mundo en el que aún queda esperanza tras el sacrificio.

ANEXO: En su estreno no tuvo todo el éxito que se merecía pues en esos años, la moda hippie ya estaba en decencia. Pero si es cierto que en la Checoslovaquia de 80 (país de origen del director), dominada por un estado totalitario, resultó ser un manifiesto sobre las nuevas sociedades y libertades.

“Quiero contarte una historia” dice Oh Dae-su, nuestro protagonista, que interrumpe el suicidio de una persona, he introduce al espectador, haciéndolo cómplice a su vez, con un paneo hacia su cara, pareciendo que sea a nosotros a quien nos quiera contar su historia.
Así empieza esta odisea hacia la desolación. En la que Oh Dae-su, sin razón es secuestrado y encerrado 15 años en un minúsculo espacio. Al tiempo lo liberan, transformado en un monstruo y lleno de dudas, su secuestrador le reta a encontrarlo y así cobrarse su propia venganza.
No encuentro otra forma de resumir este film, en el que de primeras diré, que pocos films me han sorprendido y pillado de tal forma. Ahondaré en el aspecto formal de este trabajo, sin entrar en detalles superficiales de la historia pues creo que es digna de verse y disfrutarse.
Este film de venganza (arma de doble filo) no se basa en grandes diálogos y narrar de forma convencional. Es una narrativa visual completa, en el que son los pequeños detalles los que nos van contando la historia, recalcando siempre el concepto de tiempo, soledad y locura.
Junto a una fantástica banda sonora y una actuación abrumadora por parte de Min-sik, la trama se va aclarando y complicando a partes iguales, en la que en apariencia el villano cada vez es más humanizado y el prota por el contrario, es cada vez más parecido a un monstruo.
Deconstruyendo y no construyendo, es así que mediante la evolución física y mental de Oh Dae-su desde el principio, pasando por su encierro y hasta llegar al final, es como se nos va contando la historia y se explica cómo nuestro protagonista, que no héroe, acaba como acaba.

Si algo se ha de saber de este filme antes de verla es que, ESTO NO ES UNA HISTORIA DE AMOR, todo lo contrario, es una historia de contingencia y represión en el que nadie busca amar, aunque como bien se dice <<Los sentimientos pueden exacerbarse. Creí que tenía control>>.
Cautivadora de principio a fin, no solo por lo que se narra y el cómo, sino que fotografía (Christopher Doyle siempre simbiótico con Kar-Wai) y música (Galasso se sirve de un vals y un bolero para ambientar, describir y cautivar) acompañan este místico film.
Precisión en los planos, el uso de escenarios pequeños e íntimos, una excelente actuación por parte de ambos protagonistas, Maggie Cheung llevando un vestido diferente en cada escena y Tony Leung y su elegancia para fumar.
Este film irradia una contradicción central entre represión y abandono emocional, formalismo y sensualidad, planteando a quien se presta verla la reflexión sobre lo que realmente significa amar o ser amado, o más bien, si se puede amar.

Remontando al año 90, inicio de una década en la que el cine brotaba de cualquier esquina de cualquier ciudad, pueblo o barrio. Llega “Frankenhooker”, una lasciva, cómica y ante todo, intrigante cinta de tono jocoso y terror del bueno, bonito y ante todo, barato.
Pseudo-homónima de la obra original de Mary Shelley, vagamente inspirada en ella, nos cuenta la trágica historia del amante de la bioquímica Jeffrey, que presencia la horrible muerte de su prometida Elizabeth, decidiendo sobrepasar los límites y arriesgar todo para recuperarla.
Obvio, necesitará “piezas” nuevas para poder dotarla de un cuerpo nuevo y mejorado, a lo que la solución aparecerá al otro lado de la ciudad, en donde el ocio nocturno está latente y activo siempre.
Amor, humor, terror, súper drogas y efectos especiales que podrían recordar a algo hecho por nosotros mismos mezclado con el trabajo de efectos especiales del filme “The Thing”. Definitivamente, más que sea y cuando sea, esta película se tiene que ver una vez.