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España España · Madrid
Críticas de Pedro
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Críticas 265
Críticas ordenadas por utilidad
5
12 de enero de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Álex de la Iglesia dirige uno de los más logrados arranques de película en la historia del cine español. Desde un título sugerente, pasando por la presentación de los créditos, y hasta la que probablemente sea la mejor interpretación nunca vista de Santiago Segura en una introducción guerracivilista que promete.

Pero a partir de ahí el guión toma un punto de inflexión que poco a poco entra en el más puro y duro desvarío. El triángulo amoroso que resulta el pivote central de la película se vislumbra como algo manido y poco imaginativo, así que la imaginación se desborda valiéndose de la sucesión de escenas que pasan escalonadamente de lo asombroso al absurdo, con alguna escasa y aislada pincelada de genialidad de humor negro -como puede ser la escena del atentado a Carrero Blanco- y poco más. Todo sin otro aliciente que una meritoria puesta en escena donde sobresale la técnica (fotografía, sonido, música) y la estética de las imágenes, la iluminación, el color, la planificación de las tomas, el maquillaje, la ambientación... Sin lugar a dudas una labor de dirección sobresaliente para un guión en definitiva mediocre.

Al final las sensaciones hacen que uno recuerde el inicio burlesco donde la aparición de los patrocinadores (ICO, Gobierno de España, etc...) va acompasada por sonoras carcajadas. Toda una premonición de lo que parece obra de un grupete de gamberros riéndose, eso sí con cierto estilo, más de hora y media del respetable. Luego, quince nominaciones a los Goya... No se extrañe si tras el final, ahí aferrado a su butaca, se le queda cara de payaso triste.
Pedro
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6
11 de enero de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Iñárritu consigue la que probablemente sea su película más sórdida. Toda una oda a la miseria, a la fotografía de un entorno decadente, feo, sucio, desagradable. Hasta tal punto que tanto exceso, quizás no niego que por cierto prejuicio difícil e incluso imposible de abstraer, convierten el metraje en un duro lastre del que al menos yo no conseguí librarme. Si tal vez el argumento diera de sí, sorprendiera o maravillara... Pero ni por esas. La historia es tan sórdida como el entorno y tan simple como la vida misma rutinaria en el mundo de miserias que retrata.

Pero ahí está él. Como ya hiciera con el poeta Reinaldo Arenas en "Antes que anochezca", Javier Bardem agarra la interpretación por las entrañas y llena de expresividad y sentido no sólo al protagonista Uxbal sino a toda la película. Porque Bardem es Biutiful y Biutiful es Bardem. Un recital que eclipsa toda la fealdad del universo escrito y dirigido por Alejandro.

Cada escena de Uxbal, cada rictus, cada mirada perdida, cada entonación en cada frase, los sentimientos que atesora hacia el pequeño hijo, la interiorización de su fatalidad, de su destino marcado en las arrugas de su rostro, en el brillo de sus pupilas... Todo es una clase magistral de pura interpretación. Un actor por encima de la historia que cuenta, un actor que constituye en sí mismo el interés por la historia, que la supera, que la reflota cuando parece hundirse.

¿Qué más puede decirse? El talento al servicio del cine demuestra que un intérprete no depende siempre de su personaje, sino que un buen e intenso trabajo de interpretación dentro de un guión más bien pobre es lo que marca la diferencia entre el actor y el gran actor. Simplemente "chapeau", Javier.
Pedro
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7
4 de julio de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El ímpetu de la batalla es con frecuencia una potente y letal adicción, una droga para la guerra".

...

Con esta cita del ensayo "La guerra es una fuerza que nos da sentido" del corresponsal Christopher Hedges, abre Mark Boal -también autor de la historia en que se basa "En el Valle de Elah"- esta película dándonos la clave de todo lo que vamos a ver a continuación. Un guión sin duda lleno de fuerza dramática y encadenado de secuencias con tensión que conforman la piedra angular sobre la que luego se rueda y el mérito primordial del resultado.

La directora Kathyn Bigelow sabe reflejar bien dicho guión en la pantalla, y sobre todo crear un pulso narrativo de thriller genuino que absorbe al espectador en prácticamente todas las escenas. Se emplea un estilo fotográfico muy personal de semidocumental con tomas fundamentalmente cámara en mano y película de emulsión con bastante grano, que hace que el punto de vista de lo que vemos sitúe al espectador como si fuese un reportero de guerra siguiendo la acción con el objetivo unas veces de cerca y otras a cierta distancia, pero siempre ahí, como uno más.

No obstante, esto puede tener a su vez sus pros y sus contras. La virtud es la proximidad, el acercamiento a las situaciones como algo en principio más realista; y el mayor inconveniente -al menos para espectadores como yo- es el cansancio visual. Más si cabe cuando la duración supera las dos horas, y en algunos casos a la "suciedad" de la imagen se le añaden movimientos y cambios de plano acelerados.

Tal vez hay quien equivocadamente pueda asociar ese estilo visual a la consecución del suspense -probablemente el mejor aliciente de esta obra-, sin embargo no es cierto, pues dicha fijación del interés y tensión depende en sí -además del argumento tratado- de la puesta en escena y del ritmo narrativo. Algo que puede conseguirse perfectamente con imágenes más nítidas, menos cámara en mano y cambios de plano más medidos. Y si no me creen, revisen la filmografía desde clásicos como Hitchcock a contemporáneos como Tarantino.

En definitiva estamos ante una película formalmente fea pero de contenido tenso y apasionante. Un trabajo que al igual que cuenta su moraleja, nos imbuye de la misma adrenalina que a su protagonista cada vez que encara la desactivación de una bomba o se enfrenta a la aleatoriedad de la muerte tras el punto de mira de algún francotirador; de modo que no reparamos tampoco en el desarrollo parcial de personajes un tanto fríos, o el soslayado del complejo contexto iraquí, y nos quedamos con el ímpetu de la batalla, potente y letal adicción, una droga para el espectador de películas de acción con suspense.
Pedro
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8
31 de enero de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Probablemente nos encontramos ante el planteamiento fílmico más sutil de Clint Eastwood. Una propuesta perspicaz mediante la cual consigue que bajo la apariencia de protagonismo del rugby se esconda la astuta y pertinaz lucha de un hombre por encontrar algo que evite la venganza y sacar adelante la nación de Sudáfrica. El poder moral del presidente Nelson Mandela -quien estuvo encarcelado 27 años- para perdonar a sus carceleros y reconciliar a la minoría blanca de su país con la mayoría negra liberada de su esclavitud.

Es ese trasfondo lo que hace que muchas escenas se conviertan en profundas y emotivas si uno es capaz de no quedarse mirando al dedo, sino ver lo que está señalando. Así es realmente admirable ese arranque en el que una carretera polvorienta separa el mundo de unos niños harapientos de color que juegan al fútbol mientras al otro lado entrena envuelto en la opulencia el símbolo del apartheid -un equipo de rugby de caballeros blancos-, y mientras lo que va a cambiar todo aquello irrumpe entre ellos: la liberación de Mandela.

Otros momentos intensos nos llegan en secuencias como la del equipo llegando a entrenar a niños como aquellos tiempo después, los guardaespaldas disfrutando juntos pasándose un balón de rugby frente a la residencia del presidente, o un final que aunque puede resultar demencial por introducirnos quince minutos de secuencia de un partido, es todo lo contrario, pues la importancia no está en el terreno de juego, sino en cómo lo que pasa en el terreno de juego influye en lo que nos muestran los planos alternos que sucede fuera... En la gente, en la reconciliación y la esperanza por un futuro mejor. Algo que si logra enganchar al espectador, aunque a éste le importe un carajo ese deporte, lo convierte en parte de esa gente y le hace sentir lo mismo que a ellos durante la memorable final de la Copa Mundial de Rugby de 1995 entre los míticos Springboks sudafricanos y los temibles neozelandeses del All Blacks.

No obstante, es una pena que en la elaboración de lo que es un planteamiento con grandes momentos, Clint no haya sabido resolver algunas situaciones de modo más original. Escenas como por ejemplo las de aparente peligro que después se disipa, o las del equipo visitando la prisión y el capitán imaginando lo que allí había, resultan cargadas de un efectismo muy manido de cara a la galería...; y algunos de los diálogos, aunque pocos, son también escasamente realistas por su pomposidad.

El buen hacer habitual de Eastwood hilando secuencias, en el pulso narrativo, contando eficazmente historias con imágenes en definitiva..., eclipsa ligeramente el trabajo actoral; pero aunque Matt Damon y el resto de reparto estén más correctos que brillantes, no puede pasar desapercibida la entregada tarea a su personaje de Morgan Freeman, que nos muestra casi al Mandela de carne y hueso. Al inspirado por los versos del poeta inglés William Henley: "I am the master of my fate, I am the captain of my soul."
Pedro
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7
26 de enero de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Up in the air" es una película en movimiento, una "road movie" del aire. Igual que se mueven sus personajes de uno a otro lugar, lo hace su historia mediante un montaje cuidadosamente engranado. Eficaz descripción del mundo de los aeropuertos, acompañado de elegantes composiciones de imágenes de campos y ciudades vistos desde el aire, y de las nubes flotando etéreas e indiferentes a la existencia de los hombres... Toda una metáfora de la vida del protagonista interpretado con soltura, cierto cinismo y carisma por George Clooney.

Con el trasfondo de lo duro del mundo laboral, un mundo de tiburones humanos, pone el énfasis en las cargas de nuestra sociedad -lo que tenemos frente a lo que somos-. Y lo hace mediante un guión fresco que en algunos aspectos viene a recordar al anterior trabajo de su autor: "Juno". Ambas son irónicas comedias dramáticas con romanticismo soterrado como eje, pero sin embargo, donde en aquella ponía el acento en la comedia aquí lo hace en lo dramático. Nuestro viajero incansable, que ha convertido el viaje en un modo de vida a la vez que en una filosofía del escapismo social cual "Misántropo" de Molière, se nos muestra en realidad como el eterno perdedor con coraza de éxito profesional forjada a golpe de fracasos personales. Derrota que es precisamente la que le lleva a entender mejor los vericuetos del sentimiento de los demás.

Aunque la película es a veces reiterativa, lo cual le impide volar más alto, es justamente esa construcción del perdedor que se sobrepone para seguir viviendo lo que termina por resultar más atractivo dejando algunos puntos débiles en muy segundo plano. Ryan Bingham acaba siendo en el fondo como todos aquellos a los que él mismo despide de sus trabajos. Sólo que su trabajo es la vida, la del eterno solitario que deja los problemas de la humanidad allá abajo mientras vuela libre viendo el ala se su avión sobrevolándoles a todos.

Podría haberse cerrado igualmente bien la película al concluir la escena en la puerta de la casa de Alex -encarnada por una Vera Farmiga que llena la pantalla de madura, serena y bella presencia demostrando ser acertada elección como actriz de reparto- con ese plano de la fachada de un edificio y Ryan mirando la calle tras la ventana; pero se prolonga lo justo para darnos un final entre nubes con una poética frase de colofón cargado de sentidos. Así cada día, desde el ala de mi avión, Ryan y yo seguimos compartiendo millas.
Pedro
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