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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de octubre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“DUEÑA DE SU DESTINO” nos encara con un importante cuestionamiento ¿Qué es más importante, la profesión o los deseos íntimos de cada uno? Como en tantas otras cosas, la respuesta a esta pregunta es bastante relativa, pues depende de las condiciones y expectativas con que viva cada persona. Pero, para el caso de la profesora Ella Bishop, la respuesta resulta bastante clara: ¡Debió haber vivido más y ejercido menos! Porque la profesión tiende a halagar el ego, pero, seguir las inclinaciones del alma, trae felicidad.

En varios momentos: Al no indagar en las motivaciones del abogado Delbert Thompson cuando, por su hermana Amy, él rompe con ella; al no aceptar la invitación de irse a Italia con John Stevens; al conservar, como sustituto de ocasión, el amor eterno y desinteresado de Sam Peters; y al recibir aquel homenaje que pronto abandona para marcharse a casa, se producen en la profesora, emociones y sensaciones que nos llevan a entender que siente arrepentimiento por las decisiones que tomó (o no tomó) en su vida.

Ella Bishop se creyó siempre el cuento fraterno y elogioso de su gestor, el presidente Corcoran, y se sintió imprescindible para el colegio Midwest, razón por la cual sacrificó su vida personal viviendo siempre como una solterona llena de arrepentimientos. Por eso es que termina yendo, más por el deber con otros que por sus propios deseos, a aquella cena de despedida. Y por eso es que su rostro, en los últimos años, luce tan desencantado por más que se esfuerce en asumir el cambio y ponerse a tono con la nueva época.

Esta es pues, una de las tantas historias de profesoras solteronas que suceden en el mundo. Educaron a muchos, dejaron huella en unas cuantas vidas más o menos significativas, fueron constantes en su profesión… pero se olvidaron de que, antes que nada, hay que sentir que se está viviendo la propia vida y que se está, realmente, siendo dueño del propio destino. Miss Bishop no lo fue, y por eso, en vez de titular el filme originalmente, “Cheers for miss Bishop” (A la salud de la señorita Bishop) mejor le hubiera venido titularla “Sorry, miss Bishop”.

Martha Scott lo hace muy bien, asumiendo una caracterización en la que debe pasar por tres generaciones hasta alcanzar los 70 años y 51 de profesión. Como es comprensible, el maquillaje de la época no daba para mayores alcances, pero ella logra verse convincente y con mucha dignidad en su personaje. Por su parte, Edmund Gwenn, como James Corcoran, vuelve a darnos otro de esos personajes que simbolizan la dignidad y el respeto a toda prueba. Y reconocimiento a Mary Anderson quien resulta precisa y encantadora como la coqueta Amy.

Una frase de la recién graduada Ella, en su primer día de clases como profesora, sería muy útil ponerla en práctica: “Debo comprender a mis alumnos si espero poder ayudarles”.
Luis Guillermo Cardona
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10
5 de octubre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada día… cada hora… y quizás cada minuto… Un ser cuya alma está llena de sombra, de faltas y quizás de sentimientos de culpa, está condenando a otro ser humano cuyo “delito” es haber caído en la maraña que le tendió la existencia. Este ser, claro, está necesitando esta experiencia para poder ver, madurar y conseguir afianzarse en su proyecto de vida. Al menos, es lo que espera la Providencia cuando permite que un hecho así suceda. Pero, infortunadamente, muchos asumirán esto como prueba tan solo de que la vida es cruel e injusta… y entonces se desencantan, enferman, y en ocasiones hacen cosas que llevan a graves extremos dicha situación. ¿Y qué logra el que hace las veces de juez o delator? Acalla su conciencia, limpia -¡y engrandece!- su imagen ante la sociedad, y siente que puede, “impunemente”, seguir adelante con sus devaneos.

Magnífica historia la que cuenta la inglesa, Zoe Heller, en su segunda novela “What was she thinking: Notes on a scandal” (2003) fiel reflejo de una paradójica, cruel y dura realidad; encomiable guión, pletórico de entendimiento humano y de reveladores diálogos, el que nos entrega Patrick Marber; y muy precisas y profundas actuaciones las que realizan, Cate Blanchet, como la profesora con el mundo al revés, y Judi Dench, como la “muy digna”, impredecible y egocéntrica Barbara, una suerte de Hannibal Lecter, pero con aires más sutiles que le merecen seguir vagando –aún- impunemente por el mundo.

Como director, Richard Eyre me merece los mayores aplausos, pues ha dirigido la historia con absoluta sobriedad, creando un crescendo emocional bordado con significativos detalles y llevando el drama hasta un paroxismo muy bien decantado, y con alta eficacia como denuncia de la hipocresía social.

Hermosa y cristalina la estructura narrativa: Sheva Hart es una crecidita y muy atractiva profesora, que está casada con un hombre que algunos confunden con su padre. Barbara, otra docente de su mismo colegio, que la dobla en edad, se siente profundamente atraída por ella como mujer. Un estudiante de 15 años (Steven), la desea y hace cuanto puede para conquistarla y tener sexo con ella. Y en este camino, bordado de edades extremas que deciden conjugarse en el afecto, quizás sea Sheva la que resulte juzgada, sentenciada y condenada por quienes la rodean… y hasta por una sociedad obtusa y enferma que ve una acción y juzga a priori sin profundizar en las circunstancias que rodean lo ocurrido.

Sin necesidad de saber nada de jurisprudencia o de convenciones sociales, creo que, atendiendo a la conciencia y al corazón, es bien fácil sentir quien es realmente la víctima y quienes los que llevan la cizaña, la intolerancia y la ligereza en sus pobres vidas. Y vuelve uno a dolerse de que los cuatro poderes de la sociedad estén en tan malas manos.

Y debes estar alerta, porque cada minuto… cada hora… de cada día, hay un gran número de mentes retorcidas revestidas de dignidad, buscando a quien arrastrar hacia el fuego castigador, para poder acallar su propia miseria humana.

Título para Latinoamérica: “NOTAS DE UN ESCÁNDALO”
Luis Guillermo Cardona
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8
17 de septiembre de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un lugar de Segovia, de cuyo nombre me gusta acordarme, hace algún tiempo vivía una niña de aquellas que te acarician el alma. Hoyuelos es un pueblo pobre, pero su nombre parece extraído de aquellas niñas que, contra todo, iluminan los hogares y los caminos, y con sus risas y fantasías, dan a la vida magníficos relieves, cubriéndola de esperanza.

Ana tiene una hermanita, y con ella ha asistido a la presentación que, en el improvisado salón del ayuntamiento, han hecho de la película “El Doctor Frankenstein”. Y aquellas imágenes del monstruo cargando a la niña que acaba de morir, quedan grabadas en su mente, pero el horror que podría haber en ellas queda desvanecido con las sabias y poéticas palabras con que, su hermana Isabel, despeja luego sus cavilaciones.

Víctor Erice consigue, con “EL ESPÍRITU DE LA COLMENA”, un filme que acaricia nuestra sensibilidad, acercándonos con el más fino tacto a esa esencia infantil que desborda creatividad, ilusión, poesía, ternura, belleza, ensueño… Lo que iba a ser un filme de terror por encargo, el fatum transformó en una manifestación del ser profundo y comprometido con el humanismo, que hay en este director que se merecería muchas más oportunidades.

Isabel Tellería, y sobre todo esa angelical Ana Torrent de 7 años, que tiene aquí su magnífico debut, logran semblanzas que se guardan en la memoria como bello recuerdo de la grandeza infantil, cuya mente pareciera la única capaz de ver, en el monstruo, su oculto lado de bondad y de inocencia. En su encuentro con aquel rebelde, fugitivo de las fuerzas del Estado, Anna demuestra que está capacitada para ver con amor al peor de los condenados, y más cuando pareciera presentir que el monstruo suele anidar más en los que condenan que en aquellos que son los perseguidos.

Con otros tantos recursos argumentales que hubiesen facilitado un guión más voluminoso, creo que, Erice, hubiera logrado una obra maestra. Pero debo decir, que su notable filme se empaña con demasiados desplazamientos y con unas cuantas situaciones que solo lucen con un único propósito: alargar unos cuantos metros pues, dada la brevedad de la historia, parece que, con una edición en rigor significante, no hubiese dado para ajustar un largometraje. Así, el filme cae en momentos undívagos, y como una luz que prende y apaga, no se logra la continuidad rítmica que se merecían tan bellos personajes. El personaje del padre, resulta innecesaria -y casi improcedentemente- representado por el gran Fernando Fernán Gómez, pues su breve rol no requería de semejante talento para tan escaso compromiso. La madre (Teresa Gimpera) tampoco tiene suficiente vuelo y quizás en ambos cabía agregar algo de lo que quedó faltando.

No ha sido otro mi deseo que poner en estima de los hombres las bellas y emotivas imágenes de este filme que, aún con sus leves tropiezos permanecerá muy alto, sin duda alguna. Vale.
Luis Guillermo Cardona
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8
28 de agosto de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Said y Reeboir son dos, entre una decena de maestros, que sienten que su profesión es lo más importante del mundo y quizás saben que, solo mediante la educación, se puede conseguir que haya hombres libres, conciencias despiertas y naciones en paz. Para Said y Reeboir, la guerra que ahora tiene enfrentado a su país, Irán, contra su vecino Irak, que los tiene a ellos en medio de las balas y los bombardeos, no les impide llevar adelante su propósito de alfabetizar, a cualquier costo, las zonas rurales donde habitan muchísimos niños y adultos mayores que no han tenido acceso a las letras.

La labor de estos profesores nos resulta surreal y poderosa, admirable y profundamente humana – ¡jamás vista en otro lugar del mundo! – pues, con una pizarra al hombro y a pie, recorren las montañas del Kurdistán buscando con ansia a alguna persona que acepte convertirse en su alumno. No reciben sueldo y sólo esperan algo de comida para calmar sus largas horas de aguante.

Separados sus caminos, Said se encuentra con un grupo de ancianos que espera cruzar la frontera para regresar a su tierra natal. Huyen del hambre y de la guerra, están enfermos, y con ellos viaja solo una mujer, viuda y llamada Halaleh, quien carga a su pequeño hijo y cuida de su padre enfermo de la próstata. Con la esperanza de enseñar a alguien y de obtener algo de alimento, Said se convierte en su guía, buscará acercarse a la joven mujer, y hará que su pizarra adquiera toda suerte de transmutaciones según las necesidades. Por su parte, Reeboir se ha topado con un grupo de niños contrabandistas y también decide guiarlos guardando, como su amigo, la esperanza de que alguno acepte convertirse en letrado.

Resulta mágica la manera como aquellas pizarras, símbolo de la educación, se van convirtiendo en camilla para el descanso, tabla de salvación contra la guerra, protección de las heridas, percha de ropas… y hasta espacio para plasmar un “te quiero” que permanecerá para siempre.

Con algunos actores profesionales (Said Mohamadi y Bahman Ghobadi representando a los dos profesores y Behanz Jafari como Halaleh) y un amplio grupo de actores naturales, la jovencísima directora iraní, Samira Makhmalbaf (con 20 años de edad al momento de rodar la película) consigue un filme de innegable impacto y magnetismo que, con toda su simpleza, resulta imprescindible como documento histórico y como registro de un compromiso humano absolutamente ejemplar.

Sin haber pretendido hacer un filme político, con “LA PIZARRA”, Samira Makhmalbaf debería sembrar vergüenza en aquellos gobernantes que se dedican a hacer la guerra con intereses mezquinos e invirtiendo gigantescas sumas de dinero con el cual se podría mejorar, significativamente, las condiciones de muchos pueblos cansados de sufrir.
Luis Guillermo Cardona
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7
1 de agosto de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hijo de Escocia y huérfano criado por un padrastro que poco lo quiso, cuando se hizo hombre y comenzó a trabajar, Peter Marshall recibió un significativo mensaje de sus guías espirituales que lo animó a convertirse en pastor de la iglesia presbiteriana. Habiendo estudiado en el seminario teológico Columbia, se gradúa cum laude y pronto adquiere su propio templo donde comienza a demostrar su alto carisma y la eficacia de sus prédicas, que entusiasman especialmente a la juventud, por su visión renovadora acerca de Dios, de Jesús y de la iglesia.

Una de sus más fieles seguidoras será, por siempre y para siempre, la bella y comprometida Catherine Wood, una chica que además de sentir al pastor como un hombre de marcado conocimiento, también se siente atraída por el hombre que hay dentro de él.

Así comienza esta historia que da cuenta de un espíritu renovador, comprometido cabalmente con el servicio a Dios y a la humanidad, y quien, como cualquier ser humano, también tiene sus flaquezas (se siente tentado por el ego y lo motivan los ascensos), pero mantiene siempre el valor de auto-cuestionarse procurando trascenderlas. Quizás su mayor mérito, es la capacidad que tiene Marshall de seguir siendo coherente con sus ideas, sus instintos, y con lo que siente de corazón que son mensajes recibidos de Dios.

Una vez más, a Henry Koster se le abona el contarnos una historia que suena sincera, consiguiendo de Richard Todd y de Jean Peters, dos personajes de fuerte carisma con los que resulta fácil encariñarse y a quienes sentimos veraces y maestros. Todd resulta un elocuente orador y sus discursos, pese a no resultar siempre procedentes pues se les dedica demasiado tiempo, consigue dejar huella, no solo en la historia que se nos cuenta sino también en nuestros corazones.

Koster consigue también una grata ambientación y unos estupendos personajes secundarios que, en su debido momento, pondrán rosas, o espinas, en la labor del hombre de iglesia.

Quedarán sonando muchas palabras del filme, como éstas dichas en su primera prédica por la linda Catherine:

“Nunca me había detenido a pensar lo que es ser una chica, hasta que alguien me enseñó lo valioso que es ser mujer. El siglo XX, es la época en que, supuestamente, las mujeres hallamos nuestro lugar. (...) Pero, en realidad, es el tiempo en que fuimos bajadas de nuestro trono. Queríamos igualdad, pero, para ser iguales a los hombres tuvimos que descender, y así obtuvimos el derecho a emborracharnos y a fumar, el derecho a blasfemar y a trabajar en cualquier cosa. Pensamos como hombres y actuamos como hombres, pero ¿cómo sentirnos victoriosas si hemos matado el romanticismo y el aroma de las violetas?...”

Título para Latinoamérica: “POR SIEMPRE JAMÁS”
Luis Guillermo Cardona
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