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Críticas de ANDRES QUINTERO
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Críticas 14
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
27 de junio de 2011
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Agora tenía todas las credenciales para ser una gran epopeya. Pero no lo fue. Agora es, contada en un escenario pomposo, el relato de una mujer - la astrónoma Hypatia - cuyo único anhelo era entender el desplazamiento de los planetas. A su lado se incuba un amor imposible de liberación, conversión, traición y redención.

El haberse centrado en un personaje que pese a la encarnación de la bella Rachel Weisz resulta distante e inhumano , le quita a la historia su impulso vital y la despoja de una trama que envuelva y cautive.

La ausencia de un nudo dramático que le de sentido a los seres y a las situaciones que lo conforman, se traduce, en el caso de Agora, en una sensación de desaprovechamiento y desperdicio. La icónica Alejandría y su aún más emblemática biblioteca que debieron serle más útiles a la trama, se quedan a mitad de camino y el espectador solo se pregunta por los artificios de un computador. El fatuo tradicional de estas películas (confrontaciones de miles, majestuosos derrumbamientos, coliseos o ágoras atestadas de gente…) debe servir de marco a historias de similar talante. Cuando, como en Agora, ello no sucede así, esa parafernalia escénica se vuelve un entramado artificial y pesado que, por su inoportuna grandilocuencia, le resta protagonismo al núcleo de la historia.

Es de reconocer en todo caso el buen ojo de Amenabar. Buen ojo tanto desde un punto de vista técnico, como desde una perspectiva argumental.

Del primero de ellos se sirve el español para mostrarnos, desde el espacio y con un sistema de aproximación satelital, la legendaria Alejandría; ojo aéreo del que también se sirve para captar las confrontaciones de credo entre paganos, cristianos y judíos haciéndoles ver como hormigas en diáspora. Con este juego del ojo omnímodo que es capaz de enfocar el globo terráqueo y pasar luego a la estulticia humana que mata por imponer sus dioses, la película transmite esa inquietante desazón de una humanidad condenada a su propia soberbia, es decir, a su propia torpeza.

Y del segundo se vale Almenabar para poner nuevamente sobre la mesa esa aberración que será siempre la imposición de un credo. Puede ser que la forma con la cual se abordó este tema en Agora resulte superficial y sesgada. Sin embargo siempre vendrá bien que se nos recuerden las infamias de las que hemos sido capaces arropados por las túnicas o por las banderas de las verdades reveladas.

Amenabar quiso con Agora tejer un entramado al que concurrieran los conflictos religiosos, la actitud valiente de una mujer y la fuerza devastadora de un amor no correspondido. Todo ello contado desde una perspectiva racionalista que responsabiliza al hombre de su propio destino. De ese tejido se salvan muchas puntadas pero como conjunto solo queda una historia que no alcanza a rasguñar la emoción del espectador.
ANDRES QUINTERO
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8
24 de junio de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pudiendo clasificársela como un thriller, en Lazos de sangre, la última película de la directora americana independiente Debra Granik, lo más importante no es, aunque también la hay, la resolución de un misterio. El peso del relato no recae sobre el desenlace de una intriga sino sobre los personajes que la pueblan y transitan. Se trata de unos seres profundos y densos que viven su drama exteriorizando apenas unos mínimos trazos de todo lo que les acontece por dentro. La intriga hubiera podido resolverse de otra forma o incluso no resolverse; en Lazos de sangre lo que importa es la forma - desgarradora, contenida y digna - como sus personajes afrontan su destino.


La Granik renuncia con maestría a todos los enganches tradicionales, no sólo del thriller habitual, sino del propio relato cinematográfico. No hay belleza - no al menos como solemos esperarla - ni en los personajes, ni en los ambientes, ni en los paisajes que los circundan; tampoco hay esos ritmos trepidantes o esos tonos envolventes con lo que aprendimos a emocionarnos o apaciguarnos. Hay, por el contrario, un ambiente desvencijado y desolado por el que a tropezones se mueven unos seres marginales, unas sombras vivas cargadas de dejadez, dolor y pecado.

¿Cómo puede entonces cautivarnos una historia desprovista de todos esos enlaces, de todos esos encantos con los que solemos asociar el placer de ver una buena película? Lazos de sangre lo logra deteniéndose, casi que morbosamente extasiándose, en el drama de unas criaturas dejadas de dios y del mundo pero, sobre todo, en el alma convulsa y confusa de una joven dispuesta a soportar las más difíciles pruebas si con ellas se abre para su familia cuando menos la probabilidad de seguir contando con un techo.

El mérito de Lazos de sangre está en la contención perfecta de su ritmo, en la inusual recuperación del sentido esencial y primario del relato cinematográfico. En Lazos de sangre se hace evidente que mientras que lo explícito es muchas veces redundante, lo implícito siempre se abre a una infinita gama de posibilidades.


La actuación de la Lawrence es impecable como lo es también, sino más, la de Hawkes. Actuaciones hacia dentro, sin rutilancias, sin esos cadejos que han ido uniformando y por ende contaminando las actuaciones del cine comercial.


Para terminar, un elogio de género: se siente, a lo largo y ancho de la película, la conducción femenina de la Granik y se la siente no propiamente por la delicadeza o la dulzura de sus imágenes que ciertamente no las tiene, sino por esa capacidad, con el solo bien mirar, de extraer de las personas, las situaciones y las cosas, más allá de sus transitorias apariencias, su más íntima esencia. La última escena, tan contenida como conmovedora, es una muestra magistral de esa destreza. Muchas películas pasan, muy pocas, como Lazos de sangre, se quedan.
ANDRES QUINTERO
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7
6 de junio de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acostumbrados como colombianos al tema del narcotráfico, El infierno, la última película del mexicano Luis Estrada sorprende por su tono y por la forma, quizás no innovadora pero sí irrespetuosa, creativa y fresca, de abordar un tema que entre nosotros ya está desgastado por el sonsonete repetitivo y plano con el que se lo ha venido tratando. Quizás sea una inaceptable simplificación decirlo, pero acá en Colombia lo narco está asociado a unos gánsteres provincianos que siempre lo resuelven todo a punto de plomo no sin antes, fervorosamente, encomendarse a alguna virgen.

El infierno tiene todos esos elementos pero los maneja de otra manera; los despoja de su grandilocuencia y los relativiza, al punto de la ridiculizarlos, con esa manifestación inconfundible de la inteligencia: el humor. Benjamín García (Damián Alcazar) regresa a su pueblo después de vivir el desencanto del sueño americano. Con los bolsillos vacíos y ante un desolador panorama de pobreza y violencia García termina, como su hermano muerto, en el infierno del narcotráfico cuyos círculos concéntricos son siempre los mismos: ostentosas camionetas, alcohol, líneas blancas de coca, mujeres voluptuosas, autoridades corruptas y ese sello tan propio de cargar siempre, a mares, armas y billetes.

El infierno le imprime a su historia un tinte caricaturesco y al hacerlo logra un particular y desconcertante efecto: es la deliberada sorna de Estrada la que le da la verdadera y trágica dimensión a la situación que se relata. La burla bien hecha es la mejor denuncia y El infierno es una muestra de que no es necesario apelar a los tonos densos y complejos para describir unas situaciones que por absurdas fácilmente lindan con la irrealidad.

Los ambientes estériles e hirvientes le dan a la historia un color amarillento y un aire polvoriento. Las actuaciones, sobresalientes, transmiten un aire de autenticidad y la pobreza es más que palpable en ese pueblo rezandero pero olvidado de Dios . Todo esto no es el resultado del azar ni es, tampoco, una cámara apuntándole a un lugar cualquiera del norte o del sur de México. El ambiente de El infierno sale de su historia, de sus personajes extremos, de esos falsos paraísos incrustados en la miseria, de esas riquezas que no hacen más que realzar la extrema miseria de sus tenedores

Estrada se da el lujo de exponer la historia a situaciones extremas. Pero lo hace con la convicción de que para hablar de lo absurdo que mejor que hacerlo, cuerda y mordazmente, desde el absurdo mismo. Esa es la genialidad de Estrada que quiso, con ocasión del bicentenario de la independencia mexicana, burlarse de su país y mostrar como las opulencias inmaduras, sean personales o nacionales, siempre se apoyan en la miseria de muchos.
ANDRES QUINTERO
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7
15 de mayo de 2011
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fui a ver Agua para elefantes con mi hija de trece años. Sobra decir que le fascinó porque la película tiene esa magia imprecisa de los circos andantes, de esos circos que ella no conoció pero cuyo encanto no precisa de conocimientos previos. En Agua para elefantes se dan cita, encerrados en vagones andantes, los personajes arquetípicos del circo: el enano, el león anciano, los trapecistas y, ocultos todos bajos toneladas de maquillaje, los payasos y esas tránsfugas bellezas que afloran y se marchitan bajo el cielo próximo de una desvencijada carpa.

En Agua para elefantes Francis Lawrence su director logra una historia amable que supera, quizá no con holgura pero sí con un innegable encanto, la mera entretención. Pattinson, ídolo de la muchachada por la zaga crepuscular, es ahora un joven veterinario que trabaja como veterinario en el circo de los hermanos Benzini. Es allí donde conoce a Marlena (Reese Witherspoon) de quien - y quien no - se enamora perdidamente. El inconveniente es que ella es la esposa de August (Cristoph Waltz) el director del circo. Un hombre con delirios celotípicos que explota sin compasión a sus colaboradores sean estos hombres o animales.

La trama avanza sin mayores sorpresas y va develando como era de esperarse que el amor lo puede todo, que no hay barrera para aquellos que se quieren y que siempre es posible reemprender el camino si de veras es el nuestro. Todos esos lugares comunes y almibarados se dan cita en Agua para elefantes pero es un encuentro amable en el que la fantasiosa mentira de los circos se entremezcla con la historia un tanto forzada de dos bellos a los que la vida reúne en torno a una elefanta que se convertirá en su pata de conejo.

De la pareja protagonista hay que decir que la conforman dos bellos pero no siempre dos bellos hacen una bella pareja. Pattinson y Witherspoon atraen por separado pero no como pareja.

Mención aparte merece Waltz. Su papel es sobresaliente pero es muy parecido al que hiciera en la inolvidable Bastardos sin gloria de Tarantino. Waltz corre el riesgo propio de aquel que logra una interpretación magistral: encasillarse en ella y ser por siempre, con leves variantes, el mismo que en su momento mereció tan justo reconocimiento. Ojalá veamos pronto a Waltz en un papel completamente distinto que le permita demostrar su versatilidad actoral.

Quizás nos pase con Agua para elefantes lo que nos pasa con los desvencijados circos de pueblo: que nos gustan más por sus flaquezas que por sus deslumbramientos; que los queremos más por su decadencia repleta de reminiscencias que por la belleza siempre etérea de su fugaz belleza.

Uno felizmente nunca vuelve a los trece años, uno solo tiene la opción de estar en los años que tiene pero eso no impide darse, de cuando en vez, un refrescante chapuzón en las aguas despreocupadas de la emoción. Agua para elefantes es una oportunidad recomendable para hacerlo.
ANDRES QUINTERO
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8
21 de abril de 2011
32 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Another year no pasa gran cosa; tan solo pasa la vida misma. Tom y su mujer Gerri parecen haber llegado, con una complicidad serena, al declive de sus vidas. Alternan sus rutinas laborales con el cuidado de una huerta y, especialmente, con el rito de la mesa con amigos. Entre estos está la singular Mary, una mujer que intenta, vanamente, esquivar el paso del tiempo.

De la relación entre esta pareja y su amiga trata Another year y su gran mérito está en la forma ordinaria como Leigh, su director, aborda el tema. No se trata, aclaro, de la ordinariez que solemos asociar con la vulgaridad. La ordinariez de Another year tiene que ver con esa cotidianeidad que envuelve nuestras vidas . La película no está montada ni para sorprendernos ni, tampoco, para apabullarnos. No hay un romance otoñal que salve de su soledad a Mary ni hay, tampoco, un desenlace trágico con ínfulas moralistas. En Another year lo único que pasa es la vida misma, con sus planicies y sus encantos, con sus rutinas y sus destellos de felicidad.

Acostumbrados como estamos a las narraciones que siempre persiguen un punto de éxtasis, es comprensible que Another year desconcierte en algún momento por su empeño - muy al estilo Leigh - en recordarnos que los eventos más significativos acontecen por dentro. El desconcierto dura poco porque pronto nos damos cuenta que el objetivo es otro. Se trata, simple y llanamente, de asomarse a la vida de unos seres sin pretensiones condenatorias o redentoras.

Mención aparte merece el personaje de Mary. Más que la brillante interpretación que hace Lesley Manville, lo sobresaliente es el personaje en sí. Una mujer que compendia muchas de nuestras debilidades y que refleja también no pocas de nuestras ansiedades. Vanidosa e insegura quiere creer que un carro rojo o un blue jean ceñido o una copa de vino blanco pospondrán el viaje hacia la vejez.

Entre más se la reconstruye en la memoria, más nos gusta Another year. No porque sea realista o porque se salga de los cánones tradicionales del relato, sino porque transmite, sirviéndose de lo anterior, esa sensación entre plácida y angustiosa de que son esos días más, esos años más, los que terminan tejiendo el tapiz de nuestras vidas.

Leigh sólo emplea la cámara lenta en las escenas con carros. En una de ellas el lente enfoca las llantas y se produce en la retina ese efecto óptico que pareciera mostrar, simultáneamente, que mientras que la rueda avanza, su aro interno retrocede. Algo parecido ocurre con las vidas, otoñales casi todas ellas, de los personajes de Another year. Mientras que el tiempo inmisericorde avanza con sus canas y sus presbicias, por dentro, senil y felizmente, se sucede una curiosa reversión del tiempo.

Hay un cierto efecto narcótico en las películas de Leigh. En lugar de abrasar, abrazan y dejan en alguna parte esa sensación de una confidencia que nos fue contada al oído.
ANDRES QUINTERO
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