"Laberinto de mentiras" sorprende, pues a pesar de su escritor, el estilo visual tan británico y los dos actores protagonistas, resulta una película tremendamente divisiva, cuyos personajes y sus reacciones se antojan pueriles, por momentos inverosímiles.

Aun así, no puedo afirmar que "Laberinto de mentiras" sea una obra desdeñable como tal, pues el fondo de la película es tremendamente adulto, paradójicamente. Tras un accidente y una infidelidad, nos hablan de pragmatismos y de relaciones amorosas complejas, y ahí la historia gana enteros*(1). Sin embargo, cuesta asumir tal y como lo muestran*(2).

El tercer vértice no hay por dónde cogerlo. ¿Qué le ha pasado a Rupert Everett? ¿Un camión por encima? Y la película lo trata de flamante y de guapo, válgame Dios. "Laberinto de mentiras" no se hunde por poco, pues lo que hay debajo es sugerente, así como las localizaciones y un Tom Wilkinson genuino, por algo es de lo mejorcito del cine británico.

...y terminando por todo lo demás, nos hallamos ante una película sin ningún elemento a destacar. Pero ni uno, a no ser que te la tomes como una comedia y te tronches con los diecisiete giros de guion, a cada cuál más peregrino.

A su favor, el único, reconoceré que no engaña. El chiflado que se ponga esta película, con ese título, ese cartel y esa sinopsis, ya sabe a lo que se expone: telefilme barato, actores penosos, guion inexistente...

Morgan Freeman jamás ha sido santo de mi devoción, pues actuar, lo que se dice actuar, no lo ha hecho nunca, pero lleva una época -que dura décadas- en la que no le hace ascos a nada. O tendrá vicios que costear o será de los que se aburre en su casa, no sé qué es más lamentable.

Hace años que no la veo, lo digo como mera aclaración, pues lo cierto es que esta crítica sólo responde al fallecimiento de Glynis Johns. Mejor dicho, al tsunami de recuerdos que me ha provocado un vídeo con el que me he topado de la actriz, encarnando a la madre de esa familia, cantando por el voto femenino. Yo, siendo un niño, aprendí y me sorprendí de que no hiciese tanto que las mujeres no podían votar. Caray, el mundo.

Porque sí, vi "Mary Poppins" decenas de veces a lo largo de mi infancia. Al principio, era mi madre quién me la ponía. Luego, era yo el que la pedía. Entre libros de la selva, tarzanes y reyes leones, "Mary Poppins" tenía su hueco. Así pues, esta crítica no es más que una reivindicación a una de las experiencias cinematográficas más emocionantes que recuerdo, cuyo mayor éxito es ser un cuento de amor, sencillo, amable y con un surtido de personajes a cada cuál más brutalmente encantador.

"Mary Poppins" es candor, pureza y carisma. Es magia y es amor. Es una película que te enseña sobre la vida: por un lado, el valor de la disciplina, a través de la niñera; por otro, la importancia de luchar por tus derechos, aún siendo una mujer privilegiada, como era la madre; y también te dice que tranquilo, que nada es tan importante, que se puede ser feliz limpiando chimeneas y que perder un buen puesto de trabajo no es el fin del mundo, pues ¿Qué hay mejor que pasar un día en el parque con tus hijos? En definitiva, el valor de las pequeñas cosas y de que el secreto está en saber combinar el deber y el ocio, ambos elementos tan fundamentales el uno como el otro.

Como el niño que fui, pido, ruego y hasta suplico, si es menester, que pongáis "Mary Poppins" a vuestros hijos.

Existen algunas películas que gozan de una base tan sólida, como en este caso es la denuncia del racismo y el clasismo, que su cometido debe ser superar eso. "Criadas y señoras", A pesar del lustre de su ambientación, vestuario y reparto, es tramposa, artificiosa y de una intencionalidad tan manifiesta que, por momentos, consigue el efecto contrario.

Es tan maniquea que clama al cielo: todas las criadas negras son decentes, trabajadoras y amorosas con los niños, mientras que las blancas, salvo la protagonista y alguna que otra chalada, más malas que un dolor. El personaje de Dallas Howard, en concreto, no pasa ningún corte. Así pues, "Criadas y señoras" podrá valer como cuento infantil, dónde el lobo es malo malísimo y las ovejas unas santas, pero si de lo que se trataba era de realizar una obra adulta, falla.

El reparto es el mayor emblema de lo dicho: tan lustroso como deforme. Mientras algunos intérpretes realizan actuaciones espléndidas, como las hilarantes Octavia Spencer y Jessica Chastain, una emotiva Cicely Tyson y el sucinto, pero fresco Chris Lowell; otras resultan francamente cargantes. Emma Stone y Viola Davis, las primeras, actrices insignes de la mayor de las sobreactuaciones que te puedas echar a la cara. No las soporto. Bryce Dallas Howard y Ahna O'Reilly poco pueden hacer con tamañas caricaturas con patas, mientras que Allison Janney está tan pasada de vueltas como acostumbra. De Sissy Spacek, hasta duele escribir... ¿Contratar a una actriz de su talla para que no diga una frase con sentido en toda la película?

Conclusión. Vi "Criadas y señoras" con gusto, pues entretenida es un rato, a medio camino entre el drama y la comedia, y por ello y por su lustre visual no la suspendo, pero es tan efectista, tan buenrollista y tan maniquea que jamás pude sentirla como nada más que un panfleto blando, melindroso e irritante.

Podrá estar basada en todos los hechos reales que quiera, a mí eso me da lo mismo si el resultado es una película tan plomiza. Más allá de una apabullante fotografía que exprime las escasas opciones estéticas que ofrece Oregón, "True Story" decae según pasan los minutos y el espectador termina aburrido.

A parte, está Jonah Hill. Fuera del estereotipo cómico, no da para más. Incluso irrita. El contrapunto es un correcto James Franco, más apático de lo que acostumbra, imagino que por orden del director. Pero él es un buen actor que aguanta un personaje tan complejo. Los demás, nada de nada, especialmente una Felicity Jones que molesta.

La puedo recomendar si eres periodista, si te interesa la historia real o si eres un esteta, pero más allá de eso, "True Story" es un producto de fondo interesante y de resultado inexpresivo.