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España España · Madrid, Jaca
Voto de jaly:
7
Drama Una pequeña ciudad alemana, poco tiempo después de la I Guerra Mundial. Anna va todos los días a visitar la tumba de su prometido Frantz, caído en la guerra, en Francia. Un día, Adrien, un misterioso joven francés, también deja flores en la tumba. Su presencia suscitará reacciones imprevisibles en un entorno marcado por la derrota de Alemania. (FILMAFFINITY)
24 de septiembre de 2016
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas, como Frantz, que antes de verse ya están marcadas por la trascendencia. Dirigida por el laureadísimo y alabadísimo François Ozon, revisión de una historia de Lubitsch, contextualizada en la Europa posterior a la Gran Guerra... todo eso añade cierta carga de espectativa inevitable al espectador, y que puede ser una mala judada si la prpopuesta posterior es algo más ligera.

Porque esa es la impresión que da inicialmente Frantz: la de ser una novela rosa, esteticista y pausada, rodada en bellos e idílicos pasajes naturales, donde la tragedia entra en el salón de personas educadas y respetuosas, y donde los prejuicios existentes (entre franceses y alemanes, nada menos), son algo que se puede saldar con un buen baile regional. Todo es bastante previsible y monótono, y a pesar del excelente trabajo de la pareja protagonista, y en especial de un soberbio Pierre Niney (tras su Ives Saint Laurent le llueven los papeles, y con razón, qué actor tan extraordinario) pierdo el interés al poco tiempo, porque nada parece importar demasiado, ni siquiera los velados y contenidos sentimientos de su pareja protagonista.

Después, en el último tercio de la película, ésta se traslada a Paris. Y ahí se comienza a gestar algo que hace comprender lo anterior, justo después del mejor plano de la película (aquel en el que Paula Beer ve a través de la ventana del tren, y nosotros de su reflejo, las ruinas del país galo desde la comodidad de su asiento y de su ausencia). Es en ese momento, cuando la película comienza a mostrar sus bazas, es cuando se convierte al menos en una pieza de cámara interesante, y no sólo en una bonita colección de preciosas postales (todo hay que decirlo, la fotografía es maravillosa). Son las mentiras que contamos y nos contamos para sobrevivir, las mentiras que armamos para estar menos solos, o visto desde fuera, con el arribismo de encontrar una vida mejor o más apasionada que la Guerra, El Recuerdo, aquello a lo que siempre habíamos guardado respeto, nos aportaban.

Es en la dualidad de esa tercera parte, en la sutil ironía, y en los recovecos más incómodos de los personajes, de Frantz tiene verdadero sentido, aunque haya sido de una forma desigual, preciosista, y algo monótona.
jaly
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