He visto An Education bastante tiempo después del momento de su estreno y de la retahíla de premios y nominaciones que la han acompañado. Y ese es el problema de películas tan encantadoras como esta, que las expectativas son demasiado altas para el resultado final, ya que personalmente, yo me esperaba un documento mucho más potente de la sociedad inglesa de los setenta, aparentemente liberada pero atada en el fondo a las viejas costumbres de la posguerra.

No obstante, An Education tiene una serie de virtudes nada desdeñables que hacen de su visionado una experiencia placentera, empezando por el look y el diseño de producción de la cinta, maravilloso en la elección de su banda sonora y en cuanto a los contrastes entre el mundo original de Jenny y su “nuevo mundo”: el papel pintado de las paredes típicamente inglés, deja paso a espacios abiertos y blancos; la gris Inglaterra queda eclipsada por la luminosa Paris; los vestidos de Jenny crean el “efecto pigmalión” de manera asombrosa (casi tanto como el parecido de Carey Mulligan con Audrey Hepburn, ¿casualidad?).

Y por supuesto, como toda buena película inglesa, An Education es una película de actores, y todos ellos están magistrales, estos sí, a la altura de mis expectativas, emergiendo sobre ellos una promesa absoluta llamada Carey Mulligan, actriz maravillosa que epata con su creación de Jenny, un papel que ella convierte en apasionante, sutil, elegante y profundamente emotivo, en un conflicto no fácil de desentrañar entre sus pasiones y su intelecto.

Ella es la vela y el timón de esta cinta que habla de como una mentira disfraza otra mentira, de como una pasión ciega las carencias de una nación aún no lo suficientemente avanzada como para que una joven pueda amar a alguien y a la vez pueda amar lo que ha hecho con su vida y sus años de juventud.